Creer en Dios, una Explicación Científica
Publicado: Lun Jun 16, 2008 1:48 am
La fuente es de una web católica, aunque la fuente original es Milenio Semanal. Es interesante porque habla con bastante objetividad de algunos de los trabajos más importantes en el estudio científico de la religión, no solo "Dios" en realidad.
Creer en Dios, una Explicación Científica
Entre la racionalidad y la fe parece haber diferencias irreconciliables. Si la respuesta religiosa a la pregunta de por qué creemos en Dios tiene que ver con el sentido de la vida y las concepciones que nos reconfortan espiritualmente, desde el punto de vista científico la creencia religiosa se aloja en nuestra arquitectura mental.
Scott Atran tiene 55 años y es doctor en antropología por la Universidad de Michigan. Dirige el Centro Nacional de Investigación Científica de París y trabaja también para el John Jay College of Criminal Justice de Nueva York. Aunque sus áreas de investigación incluyen el estudio de las teorías de la religión y la naturaleza de la creencia religiosa, Atran es ateo. Dios desapareció de su vida a la edad de 10 años. Fue cuando se preguntó por qué dejó de creer en él mientras todo el mundo, aparentemente, seguía creyendo.
Una tarde, el niño Scott tomó unos crayones y en una de las paredes de su recámara pintó: "Dios existe. Si no, estamos en problemas". Ese momento fue crucial para él no porque lo haya convertido en ferviente seguidor de Dios, sino al contrario, porque dejó de creer en él. Scott creció sin participar de ningún tipo de experiencia religiosa, pero en los años 80, graduado en antropología, fue pionero en el estudio de la naturaleza científica de la creencia religiosa. Como antropólogo darwinista su interés se centró no en la idea de saber si Dios existe, sino en por qué las personas creen en él. La pregunta clave sería: ¿Es la creencia religiosa una adaptación útil o un accidente de la evolución?
En sus viajes por el mundo, el científico encontró suficiente evidencia de tipo religioso para intentar explicar el comportamiento de nuestros ancestros respecto de dos problemas fundamentales: La supervivencia y la reproducción. Pero aparte de esos dos asuntos vitales, no le quedaba claro cuáles otros problemas vitales resuelve la creencia religiosa, y tampoco entendía por qué la religión penetró tanto en la mente de las personas, si, desde el punto de vista evolutivo, es algo demasiado costoso para el cerebro.
En los años 80, cuando Atran estudiaba la naturaleza de la creencia religiosa en la Universidad de Cambridge, ideó una forma de evaluar la respuesta de sus estudiantes. Se le ocurrió presentar una pequeña caja de madera y explicar que era una reliquia africana. Les dijo: "Si ustedes tienen sentimientos negativos hacia la religión, la caja destruirá todo lo que coloquen dentro". La mayoría de sus alumnos se manifestó escéptica sobre la existencia de Dios. Sin embargo, durante el ejercicio, todos actuaron como si creyeran en "algo". Atran les pidió depositar un lápiz y lo hicieron sin preocupación, pero cuando les pidió introducir su licencia de manejo varios titubearon antes de hacerlo. "Si las personas aseguran no creer en Dios, ¿qué es exactamente a lo que le temen?", se pregunta Atran cuando aplica la prueba.
¿EVOLUCIÓN O ACCIDENTE?
Algunos biólogos y autores evolucionistas, como Richard Dawkins, autor de "La Ilusión de Dios" (2006); Sam Harris, "El fin de la fe" (2004); y Daniel Dennett, "Rompiendo el Encanto" (2006), conocidos como La trinidad profana de los neoateístas, ven a la religión como algo inusual y a veces hasta como un peligroso accidente de la evolución. Los tres encabezan una batalla contra la religiosidad y participan en un debate surgido no entre la ciencia y la religión, sino dentro del propio campo científico. Una de sus propuestas describe a la creencia religiosa como un "producto de la arquitectura mental que evolucionó desde el hombre primitivo". En lo que no se ponen de acuerdo es si esa creencia resultó de una función adaptativa o es un "subproducto" derivado de la evolución misma, es decir, "una mera consecuencia de otras adaptaciones durante la evolución del cerebro humano". A esta última se le denomina, la teoría del subproducto (byproduct theory).
De acuerdo con algunos antropólogos, las religiones tienen características similares en todas las culturas del mundo: Creer en uno o más dioses, en la vida después de la muerte y en el poder de la oración para cambiar el curso de las cosas. Cuando una de estas características se vuelve universal, los biólogos evolucionistas se inclinan por explicaciones de índole genética.
Suponiendo las ventajas de las modificaciones en la fisonomía del hombre primitivo (reducción de la mandíbula y la frente, separación de los dedos, etcétera), Atran se pregunta cuáles serían las ventajas del comportamiento humano en la acción de ser agresivo contrastada con la de ser amable. Cualquiera podría comprender las ventajas. Sin embargo, la creencia religiosa tiene muchos aspectos que implican "malentender" el mundo real. Atran llama "creencia religiosa" a "creer en Dios por encima de la razón". En su opinión, la creencia religiosa toma "lo que es materialmente falso para convertirlo en verdadero", y "lo que es materialmente verdadero para convertirlo en falso". Se suele creer en la vida después de la muerte y pensar que un ser querido muerto actúa desde el más allá como lo haría en vida. "En términos evolutivos, esta confusión de pensamiento no parece ser una estrategia razonable", escribió sobre esta idea en su libro de 2002, "En los Dioses Confiamos: El Panorama Evolutivo o la Religión".
GANAR POR DEFAULT
Varias décadas de estudio e investigación condujeron a Atran hacia la idea de un posible "esfuerzo cognoscitivo", un esfuerzo desarrollado a través de la evolución que le otorgó a la creencia religiosa la posibilidad de haber "ganado por default" un lugar en la mente humana sin ningún esfuerzo "extra" de conocimiento. "Comencé a indagar en la historia y me di cuenta de que ninguna sociedad ha sobrevivido tres generaciones sin fundamentos religiosos". Atran analizaría entonces el concepto religioso en relación con la evolución del conocimiento humano.
Algunos científicos dedicados al estudio de la función cognoscitiva piensan en la función cerebral en términos de módulos, como una serie de máquinas interconectadas, cada una responsable de "fabricar" un "truco" mental particular. No quiere decir que Dios sea un módulo per se, sino que ellos consideran la creencia religiosa consecuencia de uno de esos módulos mentales. Visto así, Atran describe la religión como "un fenómeno cognoscitivo que implica a su vez el uso de otros procesos cognoscitivos. La religión no existe como una cosa fuera de las mentes que la constituyen ni de los ambientes que obligan a crearla".
Siguiendo la propuesta del también biólogo evolucionista Stephen Jay Gould, quien señaló: "La selección natural hizo crecer el cerebro humano. Dotó a la mayoría de nuestras propiedades mentales y potenciales del efecto de alargamiento o expansión, y el hecho de crear un mecanismo cerebral de tal complejidad estructural es una consecuencia no adaptativa", Atran concluyó entonces: "Las duras condiciones de vida del hombre primitivo favorecieron la evolución de ciertas herramientas cognoscitivas, entre ellas la habilidad de inferir la presencia de organismos dañinos, determinar las causas de ciertos eventos naturales y la capacidad de reconocer a personas con mente, intenciones y deseos similares a los propios". A esta última experiencia Atran la denomina "psicología popular". Para él, esta ventaja resulta obvia. Nuestros ancestros pudieron sobrevivir a las duras condiciones del ambiente al aprender a distinguir a "los chicos malos de los buenos". Esta "psicología popular" permitió generar una creencia en lo sobrenatural y en la existencia de mentes omniscientes. Si es verdad que la creencia religiosa sólo es un "subproducto" de la arquitectura mental, un mecanismo como los utilizados para hallar comida y procrear descendencia, ¿cuál es su utilidad para que el cerebro insista en preservarlo? Atran atribuye esta persistencia a un "desvío" evolutivo, el cual, asegura, ocurre todo el tiempo: "La evolución siempre produce algo que funciona para algo más que a su vez funciona para otra cosa; así, se pierde el control de la actividad para lo que originalmente debe ser usado".
Una de las hipótesis de algunos evolucionistas, después de innumerables investigaciones con niños de diversas edades, es que desde el nacimiento presentamos la tendencia a creer en mentes omniscientes e invisibles y en almas inmateriales. Crecemos en culturas llenas de especificidades, como la misma religión, fenómenos que con el tiempo se vuelven sumamente resistentes. "Nacemos con una tendencia innata a la creencia religiosa, pero con la especificación de que el tipo de nuestras creencias —creer en uno o más dioses, vida después de la muerte, etcétera— depende del entorno cultural", explica Paul Bloom (Yale University), partidario de la teoría del "subproducto".
Cualesquiera que sean las especificaciones, ciertas formas de creencia pueden ser halladas en casi todas las religiones. Aquellas que prevalecen, de acuerdo con la teoría del "subproducto", son las que se acomodan a nuestra arquitectura mental.
Algunos psicólogos han demostrado, por ejemplo, que la gente presta atención y recuerda cosas desconocidas y extrañas, pero no tan extrañas como para impedirles asimilarlas. Ideas sobre Dios u otras entidades sobrenaturales siguen este criterio. A esto, el antropólogo y psicólogo Pascal Boyer, lo llamó minimally counterintuitive (mínimamente contra-intuitivo): Creer en algo lo suficientemente extraño como para prestarle atención y almacenarlo en la memoria, pero tampoco tan extravagante para rechazarlo totalmente. "Un árbol que habla sería algo ’mínimamente contra-intuitivo’, pero uno que habla, vuela y viaja excedería por mucho ese concepto y es más susceptible de rechazo".
Además de todo lo anterior, hace falta un importante componente emocional para embarcarse en el viaje de la fe. "Si las emociones van implícitas —explica Atran—, es mucho más probable creer en todo lo que la religión nos pide que creamos". La religión remueve las emociones a través de los rituales (cantos, balanceo, oraciones, hincarse, gritar, llorar). Se vuelve poderosa conforme aumenta la emoción, sobre todo en momentos difíciles, cuando la gente busca con frenesí respuestas reconfortantes a sus íntimas inquietudes. Es en ese momento cuando uno también encara la mortalidad. El miedo a la muerte es el trasfondo en la creencia religiosa. La noción de existencia espiritual después de la muerte está en el corazón de casi todas las religiones. Según algunos biólogos adaptacionistas, parte medular de la religión es ayudar a los humanos a sobrellevar la incertidumbre de la muerte. Creer en Dios y en la vida después de la muerte, dicen ellos, es la manera en cómo damos sentido a la brevedad de nuestro tiempo en la tierra, a esta "torpe" y breve existencia. "La religión ofrece consuelo al afligido y reconforta al temeroso". Al respecto, Pascal Boyer escribió en su libro "La Religión Explicada" (2001): "En la realidad, la mente humana por sí sola no puede producir ilusiones reconfortantes para aliviar todas nuestras situaciones de estrés y miedo. De hecho, cualquier organismo propenso a tales ilusiones no sobreviviría, por eso la mente recurre a lo sobrenatural".
Jesse Bering, de la Queens University, explica también: "Nuestra arquitectura psicológica nos hace pensar de manera particular. Al parecer, la razón de creer en la vida después de la muerte es tan frecuente que hemos desarrollado la habilidad para imaginar nuestra propia existencia después de fallecidos". La creencia religiosa es una posición alternativa. Tenemos una capacidad psicológica básica que le permite a cualquiera razonar sobre eventos naturales inesperados y encontrar un significado profundo donde no lo hay. Pero es natural; así funciona nuestra mente". La religión evolucionó porque ofrecía a nuestros ancestros alguna ventaja para la supervivencia.
EL DIOS DE LOS VACÍOS
Ese estira y afloja entre lo espiritual y lo racional refleja lo que, desde el punto de vista religioso suele llamarse "el Dios de los vacíos". La suposición es que si la ciencia puede contestar más y más preguntas sobre nuestro mundo natural, Dios sería menos invocado para contestarlas, y eventualmente la religión se desvanecería. Pero la investigación de la evolución de la religión sugiere lo contrario: no importa cuánto pueda explicar la ciencia, el vacío real que Dios llena es un vacío que nuestra arquitectura-mental-de-gran-cerebro interpreta como el anhelo de lo sobrenatural. El camino para satisfacer ese anhelo pudiera hallarse en la "inevitable" y "eterna" parte que Atran llama la tragedia de la cognición humana, o, en términos más sencillos, en la tragedia de la evolución del conocimiento humano.
Scott Atran no niega lidiar con una batalla emocional e intelectual al vivir sin un dios en un mundo enteramente creyente, de donde, sospecha, provienen sus pequeñas supersticiones: Cruzar los dedos cuando tiene problemas o "tocar madera" en caso necesario. Suele vivir un "teísmo atávico", sobre todo cuando su ángel de la guarda se aleja. Como científico, defiende los valores del racionalismo sobre los valores espirituales. No obstante considera "encantadora" la posibilidad de poder sentirse confortado y consolado a través de la fe. Y es muy probable, dice, que se vuelva creyente conforme se acerque el final de su vida.
Creer en Dios, una Explicación Científica
Entre la racionalidad y la fe parece haber diferencias irreconciliables. Si la respuesta religiosa a la pregunta de por qué creemos en Dios tiene que ver con el sentido de la vida y las concepciones que nos reconfortan espiritualmente, desde el punto de vista científico la creencia religiosa se aloja en nuestra arquitectura mental.
Scott Atran tiene 55 años y es doctor en antropología por la Universidad de Michigan. Dirige el Centro Nacional de Investigación Científica de París y trabaja también para el John Jay College of Criminal Justice de Nueva York. Aunque sus áreas de investigación incluyen el estudio de las teorías de la religión y la naturaleza de la creencia religiosa, Atran es ateo. Dios desapareció de su vida a la edad de 10 años. Fue cuando se preguntó por qué dejó de creer en él mientras todo el mundo, aparentemente, seguía creyendo.
Una tarde, el niño Scott tomó unos crayones y en una de las paredes de su recámara pintó: "Dios existe. Si no, estamos en problemas". Ese momento fue crucial para él no porque lo haya convertido en ferviente seguidor de Dios, sino al contrario, porque dejó de creer en él. Scott creció sin participar de ningún tipo de experiencia religiosa, pero en los años 80, graduado en antropología, fue pionero en el estudio de la naturaleza científica de la creencia religiosa. Como antropólogo darwinista su interés se centró no en la idea de saber si Dios existe, sino en por qué las personas creen en él. La pregunta clave sería: ¿Es la creencia religiosa una adaptación útil o un accidente de la evolución?
En sus viajes por el mundo, el científico encontró suficiente evidencia de tipo religioso para intentar explicar el comportamiento de nuestros ancestros respecto de dos problemas fundamentales: La supervivencia y la reproducción. Pero aparte de esos dos asuntos vitales, no le quedaba claro cuáles otros problemas vitales resuelve la creencia religiosa, y tampoco entendía por qué la religión penetró tanto en la mente de las personas, si, desde el punto de vista evolutivo, es algo demasiado costoso para el cerebro.
En los años 80, cuando Atran estudiaba la naturaleza de la creencia religiosa en la Universidad de Cambridge, ideó una forma de evaluar la respuesta de sus estudiantes. Se le ocurrió presentar una pequeña caja de madera y explicar que era una reliquia africana. Les dijo: "Si ustedes tienen sentimientos negativos hacia la religión, la caja destruirá todo lo que coloquen dentro". La mayoría de sus alumnos se manifestó escéptica sobre la existencia de Dios. Sin embargo, durante el ejercicio, todos actuaron como si creyeran en "algo". Atran les pidió depositar un lápiz y lo hicieron sin preocupación, pero cuando les pidió introducir su licencia de manejo varios titubearon antes de hacerlo. "Si las personas aseguran no creer en Dios, ¿qué es exactamente a lo que le temen?", se pregunta Atran cuando aplica la prueba.
¿EVOLUCIÓN O ACCIDENTE?
Algunos biólogos y autores evolucionistas, como Richard Dawkins, autor de "La Ilusión de Dios" (2006); Sam Harris, "El fin de la fe" (2004); y Daniel Dennett, "Rompiendo el Encanto" (2006), conocidos como La trinidad profana de los neoateístas, ven a la religión como algo inusual y a veces hasta como un peligroso accidente de la evolución. Los tres encabezan una batalla contra la religiosidad y participan en un debate surgido no entre la ciencia y la religión, sino dentro del propio campo científico. Una de sus propuestas describe a la creencia religiosa como un "producto de la arquitectura mental que evolucionó desde el hombre primitivo". En lo que no se ponen de acuerdo es si esa creencia resultó de una función adaptativa o es un "subproducto" derivado de la evolución misma, es decir, "una mera consecuencia de otras adaptaciones durante la evolución del cerebro humano". A esta última se le denomina, la teoría del subproducto (byproduct theory).
De acuerdo con algunos antropólogos, las religiones tienen características similares en todas las culturas del mundo: Creer en uno o más dioses, en la vida después de la muerte y en el poder de la oración para cambiar el curso de las cosas. Cuando una de estas características se vuelve universal, los biólogos evolucionistas se inclinan por explicaciones de índole genética.
Suponiendo las ventajas de las modificaciones en la fisonomía del hombre primitivo (reducción de la mandíbula y la frente, separación de los dedos, etcétera), Atran se pregunta cuáles serían las ventajas del comportamiento humano en la acción de ser agresivo contrastada con la de ser amable. Cualquiera podría comprender las ventajas. Sin embargo, la creencia religiosa tiene muchos aspectos que implican "malentender" el mundo real. Atran llama "creencia religiosa" a "creer en Dios por encima de la razón". En su opinión, la creencia religiosa toma "lo que es materialmente falso para convertirlo en verdadero", y "lo que es materialmente verdadero para convertirlo en falso". Se suele creer en la vida después de la muerte y pensar que un ser querido muerto actúa desde el más allá como lo haría en vida. "En términos evolutivos, esta confusión de pensamiento no parece ser una estrategia razonable", escribió sobre esta idea en su libro de 2002, "En los Dioses Confiamos: El Panorama Evolutivo o la Religión".
GANAR POR DEFAULT
Varias décadas de estudio e investigación condujeron a Atran hacia la idea de un posible "esfuerzo cognoscitivo", un esfuerzo desarrollado a través de la evolución que le otorgó a la creencia religiosa la posibilidad de haber "ganado por default" un lugar en la mente humana sin ningún esfuerzo "extra" de conocimiento. "Comencé a indagar en la historia y me di cuenta de que ninguna sociedad ha sobrevivido tres generaciones sin fundamentos religiosos". Atran analizaría entonces el concepto religioso en relación con la evolución del conocimiento humano.
Algunos científicos dedicados al estudio de la función cognoscitiva piensan en la función cerebral en términos de módulos, como una serie de máquinas interconectadas, cada una responsable de "fabricar" un "truco" mental particular. No quiere decir que Dios sea un módulo per se, sino que ellos consideran la creencia religiosa consecuencia de uno de esos módulos mentales. Visto así, Atran describe la religión como "un fenómeno cognoscitivo que implica a su vez el uso de otros procesos cognoscitivos. La religión no existe como una cosa fuera de las mentes que la constituyen ni de los ambientes que obligan a crearla".
Siguiendo la propuesta del también biólogo evolucionista Stephen Jay Gould, quien señaló: "La selección natural hizo crecer el cerebro humano. Dotó a la mayoría de nuestras propiedades mentales y potenciales del efecto de alargamiento o expansión, y el hecho de crear un mecanismo cerebral de tal complejidad estructural es una consecuencia no adaptativa", Atran concluyó entonces: "Las duras condiciones de vida del hombre primitivo favorecieron la evolución de ciertas herramientas cognoscitivas, entre ellas la habilidad de inferir la presencia de organismos dañinos, determinar las causas de ciertos eventos naturales y la capacidad de reconocer a personas con mente, intenciones y deseos similares a los propios". A esta última experiencia Atran la denomina "psicología popular". Para él, esta ventaja resulta obvia. Nuestros ancestros pudieron sobrevivir a las duras condiciones del ambiente al aprender a distinguir a "los chicos malos de los buenos". Esta "psicología popular" permitió generar una creencia en lo sobrenatural y en la existencia de mentes omniscientes. Si es verdad que la creencia religiosa sólo es un "subproducto" de la arquitectura mental, un mecanismo como los utilizados para hallar comida y procrear descendencia, ¿cuál es su utilidad para que el cerebro insista en preservarlo? Atran atribuye esta persistencia a un "desvío" evolutivo, el cual, asegura, ocurre todo el tiempo: "La evolución siempre produce algo que funciona para algo más que a su vez funciona para otra cosa; así, se pierde el control de la actividad para lo que originalmente debe ser usado".
Una de las hipótesis de algunos evolucionistas, después de innumerables investigaciones con niños de diversas edades, es que desde el nacimiento presentamos la tendencia a creer en mentes omniscientes e invisibles y en almas inmateriales. Crecemos en culturas llenas de especificidades, como la misma religión, fenómenos que con el tiempo se vuelven sumamente resistentes. "Nacemos con una tendencia innata a la creencia religiosa, pero con la especificación de que el tipo de nuestras creencias —creer en uno o más dioses, vida después de la muerte, etcétera— depende del entorno cultural", explica Paul Bloom (Yale University), partidario de la teoría del "subproducto".
Cualesquiera que sean las especificaciones, ciertas formas de creencia pueden ser halladas en casi todas las religiones. Aquellas que prevalecen, de acuerdo con la teoría del "subproducto", son las que se acomodan a nuestra arquitectura mental.
Algunos psicólogos han demostrado, por ejemplo, que la gente presta atención y recuerda cosas desconocidas y extrañas, pero no tan extrañas como para impedirles asimilarlas. Ideas sobre Dios u otras entidades sobrenaturales siguen este criterio. A esto, el antropólogo y psicólogo Pascal Boyer, lo llamó minimally counterintuitive (mínimamente contra-intuitivo): Creer en algo lo suficientemente extraño como para prestarle atención y almacenarlo en la memoria, pero tampoco tan extravagante para rechazarlo totalmente. "Un árbol que habla sería algo ’mínimamente contra-intuitivo’, pero uno que habla, vuela y viaja excedería por mucho ese concepto y es más susceptible de rechazo".
Además de todo lo anterior, hace falta un importante componente emocional para embarcarse en el viaje de la fe. "Si las emociones van implícitas —explica Atran—, es mucho más probable creer en todo lo que la religión nos pide que creamos". La religión remueve las emociones a través de los rituales (cantos, balanceo, oraciones, hincarse, gritar, llorar). Se vuelve poderosa conforme aumenta la emoción, sobre todo en momentos difíciles, cuando la gente busca con frenesí respuestas reconfortantes a sus íntimas inquietudes. Es en ese momento cuando uno también encara la mortalidad. El miedo a la muerte es el trasfondo en la creencia religiosa. La noción de existencia espiritual después de la muerte está en el corazón de casi todas las religiones. Según algunos biólogos adaptacionistas, parte medular de la religión es ayudar a los humanos a sobrellevar la incertidumbre de la muerte. Creer en Dios y en la vida después de la muerte, dicen ellos, es la manera en cómo damos sentido a la brevedad de nuestro tiempo en la tierra, a esta "torpe" y breve existencia. "La religión ofrece consuelo al afligido y reconforta al temeroso". Al respecto, Pascal Boyer escribió en su libro "La Religión Explicada" (2001): "En la realidad, la mente humana por sí sola no puede producir ilusiones reconfortantes para aliviar todas nuestras situaciones de estrés y miedo. De hecho, cualquier organismo propenso a tales ilusiones no sobreviviría, por eso la mente recurre a lo sobrenatural".
Jesse Bering, de la Queens University, explica también: "Nuestra arquitectura psicológica nos hace pensar de manera particular. Al parecer, la razón de creer en la vida después de la muerte es tan frecuente que hemos desarrollado la habilidad para imaginar nuestra propia existencia después de fallecidos". La creencia religiosa es una posición alternativa. Tenemos una capacidad psicológica básica que le permite a cualquiera razonar sobre eventos naturales inesperados y encontrar un significado profundo donde no lo hay. Pero es natural; así funciona nuestra mente". La religión evolucionó porque ofrecía a nuestros ancestros alguna ventaja para la supervivencia.
EL DIOS DE LOS VACÍOS
Ese estira y afloja entre lo espiritual y lo racional refleja lo que, desde el punto de vista religioso suele llamarse "el Dios de los vacíos". La suposición es que si la ciencia puede contestar más y más preguntas sobre nuestro mundo natural, Dios sería menos invocado para contestarlas, y eventualmente la religión se desvanecería. Pero la investigación de la evolución de la religión sugiere lo contrario: no importa cuánto pueda explicar la ciencia, el vacío real que Dios llena es un vacío que nuestra arquitectura-mental-de-gran-cerebro interpreta como el anhelo de lo sobrenatural. El camino para satisfacer ese anhelo pudiera hallarse en la "inevitable" y "eterna" parte que Atran llama la tragedia de la cognición humana, o, en términos más sencillos, en la tragedia de la evolución del conocimiento humano.
Scott Atran no niega lidiar con una batalla emocional e intelectual al vivir sin un dios en un mundo enteramente creyente, de donde, sospecha, provienen sus pequeñas supersticiones: Cruzar los dedos cuando tiene problemas o "tocar madera" en caso necesario. Suele vivir un "teísmo atávico", sobre todo cuando su ángel de la guarda se aleja. Como científico, defiende los valores del racionalismo sobre los valores espirituales. No obstante considera "encantadora" la posibilidad de poder sentirse confortado y consolado a través de la fe. Y es muy probable, dice, que se vuelva creyente conforme se acerque el final de su vida.