LA RELIGIÓN, ADAPTACIÓN O SUBPRODUCTO EVOLUTIVO

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eduardo dd
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LA RELIGIÓN, ADAPTACIÓN O SUBPRODUCTO EVOLUTIVO

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LA RELIGIÓN, ADAPTACIÓN O SUBPRODUCTO EVOLUTIVO


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En las últimas décadas diferentes disciplinas han presentado una nueva perspectiva sobre el origen de la religión, entendiendo esta como uno entre tantos dominios de la actividad cultural que ha sido moldeada por la historia evolutiva del ser humano. Las creencias religiosas han sido ubicuas a través de las culturas y del tiempo, por lo mismo, entender el origen y la evolución de la religión es un asunto que atrae un fuerte debata y una atención significativa. Una de las controversias, especialmente entre los evolucionistas, consiste en determinar si ésta es una adaptación evolutiva o un subproducto (producto derivado) cognitivo. La posición dominante en este campo de investigación se ha mantenido en señalar que las creencias y los comportamientos religiosos son un subproducto de los procesos cognitivos y comportamentales. Sin embargo, un grupo de investigadores, no menos calificados científicamente, sigue manteniendo que la religión es una adaptación para la extensión de la cooperación y coordinación humana.

Richard Sosis, uno de los exponentes de la teoría adaptativa, considera que muchas de estas discrepancias pueden resolverse al clarificar y definir algunos de los conceptos más ambiguos dentro del debate, tales como el propio término religión, adaptación y trazos[1]. Además, Sosis señala que, partiendo del hecho de que el concepto de religión es un constructo occidental, el punto crítico entre las dos corrientes es el determinar si el mecanismo cognitivo y emocional pre-adaptado por el sistema religioso ha sido adaptativamente modificado por el nuevo nicho socioecológico creado por la religión. Según él, si la respuesta es afirmativa el sistema religioso es una adaptación (adaptación secundaria de acuerdo a la terminología evolucionista), y si la respuesta fuere negativa, el sistema religioso sería simplemente una pre-adaptación. Una segunda línea de razonamiento dentro del concepto de religión como una adaptación evolutiva es que las creencias religiosas y los rituales sirven como señales costosas del compromiso del grupo. De tal forma que los rituales donde se está dispuesto a sufrir dolores físicos o dedicar gran cantidad de tiempo a las actividades religiosas, así como los diferentes tabúes, se convierten en señales de costo, promoviendo con esto la cooperación intergrupal.

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Jesse M. Bering, autor que ha logrado conciliar algunas de las tesis de ambas posturas señala que, un sistema cognitivo dedicado a formar representaciones ilusorias de inmortalidad psicológica, del diseño inteligente de lo propio y del significativo simbólico de eventos naturales evoluciona como respuesta a presiones selectivas del medio ambiente social del ser humano[2]. Además, Bering explica que, la idea general sobre la vida después de la muerte no es tanto un implante en la cabeza de la gente hecha a través de exposiciones o historias sino que estas ideas ya se encuentran presentes en la estructura cognitiva del humano[3].

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Por otro lado, el punto de vista de la religión como subproducto evolutivo se basa en dos argumentos básicos. El primero consiste en entender a la “religión” como una categoría vaga sin ataduras claras ni esencia, por consiguiente, según esta concepción es difícil determinar si una creencia o actividad en particular es o no religión. Desde este punto de vista se ve a la religión como un término heurístico que refiere a un conjunto de creencias y comportamientos sin lazos definidos y se niega que todos los aspectos de la religión hayan emergido en momento determinado de la historia. El segundo paso consiste, en comprender que aunque los conceptos de “Dios” o “vida eterna” son estimados como religión, ningún mecanismo cognitivo religioso específicamente ha sido especificado, ni se espera que ocurra.

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De acuerdo a este punto de vista, las creencias religiosas son el subproducto de mecanismos cognitivos que han evolucionado. Estos mecanismos cognitivos nos capacitan para razonar sobre estados intencionales de otros individuos y a incrustarnos recursivamente en ellos, lo que nos hace posible pensar acerca de los pensamientos de otros, incluyendo personas ausentes y a aun muertas, caracteres ficticios, y sobre todo agentes sobrenaturales[4]. En otras palabras, contamos con una estructura cerebral determinada donde sus propiedades y potencialidades mentales pueden ser consecuencias colaterales de las mismas y no de su función. Las adquisiciones culturales, como la aritmética, la escritura y en este caso la religión, descansan en los conceptos darwinista llamados “tinkering-bricoler-chapucero” postulado por Francois Jacob[5] (1977), y por el de “exaptación” presentado por los paleontólogos Stephan Jay Gould y Elizabeth S. Vrba[6]. El primero, la chapucería, recoge la idea del trabajo de un aficionado en la que en su actividad creativa reutiliza lo preexistente. La evolución, de acuerdo a este principio, combina y reagrupa lo preexiste en todos los sentidos, y el carácter aparentemente desordenado de muchas estructuras biológicas es una consecuencia de la historia evolucionaria del organismo. De acuerdo a Gould, nos enfrentamos a un “spandrels”, las diferentes potencialidades pueden ser como la enjuta de dos arcos, sin ningún propósito, surgen por el alineamiento de estos.

Partiendo del hecho de que todas las funciones conductuales del cerebro, esto es: el procesamiento de la información sensitiva, la programación de las respuestas motoras y emocionales, la actividad vital de almacenar información (memoria), son desempeñadas por conjuntos específicos de neuronas conectadas entre sí[7]. Por lo que, toda conducta es el resultado de la función cerebral. Lo que conocemos comúnmente como mente es un conjunto de operaciones que el cerebro lleva a cabo. Las acciones del cerebro no sólo son el sustrato de conductas motoras relativamente simples como caminar o comer, sino de todas las acciones cognitivas que consideramos la quintaesencia de lo humano, como pensar, hablar o crear obras de arte[8], en este caso también están incluidas la religiosas.

Actualmente existe un grado amplio de convergencia en describir a la actividad mental como la operación de muchos sistemas funcionales diferentes, donde cada uno engrana para representar un domino particular de la realidad. Por ejemplo, los niños desarrollan desde la infancia un entendimiento de los procesos físicos y mecánicos, de los números, así como un entendimiento temprano de la animación biológica y del estado mental de otros agentes. Todos estos procesos se basan en principios epigenéticos específicos que inician procesos de aprendizaje en un domino específico[9]. Manteniendo esta misma línea de razonamiento, esto sugiere un modelo religioso fraccionado, en el cual diferentes aspectos del pensamiento y del comportamiento religioso activan diferentes capacidades mentales.

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Por ejemplo, el sistema límbico, responsable de las emociones y afectos de los que es capaz el ser humano, podría participar en las alucinaciones místicas. Al ser estimulado produce alucinaciones, sensaciones de estar fuera del cuerpo, los fenómenos de déjà vu e ilusiones, síntomas todos ellos que suelen acompañar a las experiencias místicas. Lo mismo ocurre con las personas que padecen de epilepsia circunscrita a esta parte del cerebro, al ser estimulado producen conversiones súbitas, éxtasis místico y otros fenómenos de carácter religioso o espiritual (es llamado síndrome de Gastaut-Geschwind)[10]. Apoyados en la evidencia y los argumentos presentados podríamos coincidir con el punto de vista de que la religión es un subproducto de mecanismos cognitivos que han evolucionado.

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[1] Journal of Cognition and Culture, 9 (2009); 315-332

[2] Behavioural and Brain Science, 29 (2006); 453-498

[3] Journal of Cognition and Culture, 2 (2002); 263-308

[4] Trends in Cognitive Science Vol. 14. No. 3; 104-109

[5] Jacob F., (1977), Evolution and Thinkering. Science, 196 (4295), 1161-1166

[6] Gould SJ. And Vrba ES., 1982), Exaptation,: A missing term in the science of form; Paleobiology 8: 4-15

[7] Kandel ER., Schwartz JH., Jessell TM., (2000) Principios de Neurociencia, 4ta ed, McGraw-Hill-Interamericana pp 25

[8] Ibid pp 5 Kandel

[9] Ibid, p 119.

[10] Francisco Rubi, La Conexión divina, Ed Crítica, Barcelona, Esp. 2004, p 166-167

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