Pastranec:
No estoy seguro de que diferencies en todo momento vida y existencia. Yo estoy de acuerdo con que no hay necesidad de existir, la alternativa es no existir y la no existencia no es nada, pero sí hay necesidad de vivir, quiero decir, una vez vivo hay necesidad de vivir, de que te pasen cosas, de tener experiencias (no limitemos la vida al hecho de respirar). ¿Por qué dices que la vida no tiene valor en sí misma? Es como si dijeras de un viaje que lo que tiene valor es el transporte, pero no el vehículo, sin embargo uno sin otro no es posible. No pueden tener valor las cosas que pasan en la vida si la vida misma no tiene valor. Son indistinguibles.
Efectivamente, la vida tiene importancia a partir de la existencia, no antes. A partir de ese hecho, habría que matizar esa importancia, ya que incluso así sigue pareciéndome una inconsistencia lingüística. ¿Por qué le importa a la gente vivir si no sabe què experiencias va a tener? La respuesta está en el instinto de supervivencia. Dicho instinto “nos obliga” a amar la vida y rechazar la muerte; no tanto porque la vida sea algo extraordinario o maravilloso –que lo es para algunos- sino por un miedo a la muerte que tenemos inscrito en nuestro instinto de supervivencia.
Te lo explico de otra manera: si algún desconocido te ofreciera la oportunidad de tener una experiencia con él encerrados durante media hora vosotros dos solos dentro de una habitación, y no supieras qué tipo de experiencia tendrías, ¿aceptarías tener dicha experiencia? Seguramente no. Si alguien te impidiera, tan sólo, el poder decidir tener esa experiencia o no, ¿sería importante que te impidieran tener una experiencia de la que no sabes si sería buena o mala? No creo que el hecho de que te impidieran poder elegir entre tener una experiencia –de la que, insisto, no sabes cómo sería- o no tenerla, pudiera considerarse buena o mala, sino indiferente. En cambio, si supieras que la experiencia iba a ser maravillosa, sí podrías valorarla como buena y podrías considerar negativo que no te dejaran elegir el tener dicha experiencia. Con la vida pasa lo mismo. Vivir o no vivir es indiferente, lo que importa es que una vez que vives tengas experiencias felices. De ahí, que diga que la vida no tiene ni valor ni importancia y que, en cambio, lo que sí tiene importancia es el ser feliz una vez que has decidido vivir. Pero, recordemos que el deseo de vivir no es tanto por una seguridad de que vas a ser feliz, sino por un instinto de supervivencia. Y toda esa confusión hace que concluya que se confunde el continente con el contenido o el vehículo que te transporta con lo trasportado. Tú me dirás que tu ejemplo del viaje y del vehículo es eso, pero no, no es comparable, ya que el hecho de viajar a través de un medio de locomoción, ya es en sí mismo una experiencia que puede resultar agradable. Los niños disfrutan de viajar en un tren en una feria, por ejemplo. Los adultos podemos disfrutar de viajar en un buen camarote de primera en un tren moderno, o en un avión; mientras que la vida en sí misma es aséptica. Lo que nos produce placeres no es la vida en sí, sino las experiencias que vamos teniendo. Eso sí, para tener experiencias tanto positivas como negativas, hay que estar vivo. Paradojas de la vida.
Para cada persona la vida tiene valor precisamente por que está viva, y puede valorar lo que le pasa, independientemente de que cuando muera ya no haya capacidad de valorar nada. Ahora bien, estamos hablando de la vida de una persona, por eso me llama tanto la atención tu siguiente frase:
Ahora bien, es evidente que cada uno sí puede valorar su vida a título personal, pero no puede valorar la vida en general, la de los demás como un bien en sí mismo, ya que si se llegara a la conclusión de que la vida tiene valor intrínsecamente, habría que engendrar vida a diestro y siniestro, algo, por otro lado, irracional.
El único sentido que puede tener algo de consistencia lingüística es la que cada uno le da a su propia vida. Es decir, entiendo que cada uno diga que su vida tiene mucho valor, pero, aún así, insisto que no deja de ser una irregularidad del lenguaje, ya que –como he dicho anteriormente- ese hecho es producto del instinto de supervivencia que “nos obliga” a rechazar la muerte. Pero, bueno, lo admito. Admito que cada uno aprecie su vida y la valore. Pero, lo que no admito es que se diga que es importante vivir cuando se habla de los demás. De ahí que se tenga un concepto de la vida completamente irracional cuando se defiende la vida de un feto humano o de un animal. Que la vida pueda ser importante para uno, no tiene por qué aplicarlo a la vida de los demás. Por eso insisto en la subjetividad del concepto que se tiene sobre la vida y dicha subjetividad no puede imponerse al resto de los animales.
Todo eso me permite decir que la vida de un insecto o de un feto humano no puede ser valorada por un agente exterior. Sólo los humanos adultos tenemos la capacidad de valorar la vida propia, no la de los demás. Y de ahí que diga que la vida –así, en general- no tiene valor por sí misma, sino que depende del sujeto (subjetiva)
De hecho, no hay nada que tenga valor por sí mismo. Todas las catedrales del mundo, las pirámides de Egipto y todo el arte del mundo, no tendrían valor de no existir unos humanos que valoramos todo ese arte. En la valoración existe una relación a dos: el que valora y lo valorado. Por lo tanto, la vida tampoco puede tener un valor intrínsecamente, sino que depende del que valora. Nadie puede decirme que mi vida es importante. Sólo yo estoy autorizado a decirlo. Por la misma razón, nadie puede decir que la vida humana es importante, sino que cada uno hable por sí mismo.
Ahora bien, como la inmensa mayoría de humanos deseamos vivir, llegamos a un común acuerdo y decimos –de forma general- que la vida es un bien protegible. Pero no tenemos que pasarnos de la raya incluyendo a todos los escalones evolutivos del ser humano desde la concepción. Incluir a todos esos escalones es una irracionalidad, ya que se le da importancia a lo que no la tiene. Otra vez surge el subjetivismo que da importancia a algo que para otras personas como yo no le damos en absoluto.
Este es un cambio de escala radical, de una persona a la vida en general, y por eso no puedes ver que lo que no vale para una persona sí vale para la especie, una persona puede plantearse no transmitir vida, pero la especie no lo hace, la especie engendra y engendra, a diestro y disientro, por todas partes y en todo momento, para la especie al vida tiene valor intrínsecamente y su mayor preocupación es expandirse como tal, al margen de los individuos concretos que la formen. Estos sí que no tienen valor para la especie. Y si ya hablamos más en general de la Vida como cualquier forma viva, en la que podamos encuadrar a todas las especies pues con mucha más razón. La vida es explosiva y tiende a propagarse irrefenablemente.
Vale, la vida no es más que una reacción química compleja, pero una vez dada tiende a perpetuarse. ¿Qué pasaría si no se hubiera dado? Pues estaríamos en el caso indiferente de existir o no existir.
La especie no es un “sujeto” pensante, con intereses, ni con conciencia. No tiene ninguna relevancia para la cuestión que nos ocupa. Si la humanidad decidiera desaparecer –por considerar que es la única forma de evitar el sufrimiento tan atroz que hay en ese planeta- y se suicidara colectivamente, la especie no podría ser perjudicada y sería completamente irrelevante para ella que la humanidad desapareciera.