ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Estos apuntes que realicé hace unos años, basándome principalmente en trabajos de Erich Fromm, son un intento rastrear del origen y la evolución del cristianismo primitivo. Perdonad si os resultan un poco extensos; sólo espero que os merezca la pena leer estas 11 páginas.
ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Si buscamos información sobre el surgimiento del cristianismo es probable que sólo encontremos propaganda más o menos encubierta. Tras dos milenios de dictadura religiosa, con lavado de cerebros, represión violenta de la discrepancia y destrucción de la información alternativa, es difícil hallar elementos dignos de consideración y análisis. Así las cosas, para comprender el origen del cristianismo, lo más aconsejable es comenzar por hacer una valoración de la situación económica, social y cultural de los primeros creyentes.
Palestina era una parte del Imperio Romano sometida a las condiciones de su desarrollo económico y social. El régimen de Augusto significó el fin de la dominación de una oligarquía feudal y contribuyó al triunfo de la ciudadanía urbana. El creciente comercio internacional no implicaba mejoras para las grandes masas. La actividad comercial interesaba únicamente a la reducida clase pudiente. Un proletariado desocupado y hambriento, en número sin precedente, poblaba las ciudades.
Después de Roma, Jerusalén era la ciudad con el mayor porcentaje de ese tipo de proletariado. La situación era más penosa para artesanos, mendigos, obreros sin oficio y campesinos de Jerusalén, ya que no gozaban de los derechos civiles romanos. Para ellos no había reparto de cereales, ni juegos.
La población rural soportaba enormes impuestos cuyo impago les despojaba de la pequeña hacienda y/o les convertía en esclavos. Algunos de estos campesinos abandonaban su inviable forma de vida y se trasladaban a Jerusalén, engrosado las filas de su proletariado. También existía una clase media económicamente estable y una poderosa e influyente aristocracia feudal, eclesiástica y adinerada.
Estas diferencias tenían su reflejo en diferentes grupos políticos. Los saduceos representaban a la rica clase alta. Los fariseos representaban a la reducida ciudadanía urbana media. Algunos de sus seguidores provenían de estratos más bajos, lo que dio pie a contradicciones respecto de la actitud mantenida hacia la dominación romana y los movimientos revolucionarios. Desde el punto de vista económico y social, la clase más baja estaba fuera de la sociedad judía integrada en conjunto en al Imperio Romano. Estos desposeídos odiaban a los fariseos y, a su vez, eran despreciados por ellos.
A medida que se hacía más pesada la opresión romana y aumentaban las penurias creció el conflicto entre la clase media y el proletariado dentro del grupo farisaico. Así mismo, las clases más bajas se convirtieron en partidarias de los movimientos revolucionarios nacionalistas y religiosos. Estas aspiraciones revolucionarias de las masas hallaron expresión en dos direcciones: Intentos políticos de revuelta y emancipación contra su propia aristocracia y los romanos, y toda clase de movimientos mesiánicos-religiosos.
Poco antes de la muerte de Herodes dos sabios fariseos encabezaron una revuelta popular durante la cual fue destruida el águila romana puesta en la entrada del Templo. Los instigadores acabaron en la hoguera. Después de la muerte de Herodes el populacho hizo una demostración de fuerza ante su sucesor (Arquelao) exigiendo la liberación de los presos políticos, la abolición del impuesto del mercado y una reducción del tributo anual. Estas demandas no fueron satisfechas, pero de todos modos el movimiento cobró fuerza. En relación con estas mismas reivindicaciones, ya se produjo una revuelta en el año 4 antes de J.C. que fue reprimida sangrientamente. Siete semanas más tarde se producen en Jerusalén nuevas rebeliones violentas contra Roma. Las luchas se extendieron a Galilea (antiguo foco revolucionario) y a la Transjordania. Los romanos coronaron su victoria crucificando a dos millares de prisioneros.
Durante algunos años el país se mostró tranquilo, pero en el año 6 después de J.C. hubo un nuevo movimiento revolucionario. Comenzó entonces una separación entre las clases baja y media. Si diez años antes los fariseos habían participado en las revueltas, ahora se hallaban dispuestos a la reconciliación con los romanos. Por su parte, las clases bajas del campo y la ciudad, que no tenían nada que perder y tal vez algo que ganar, se unieron a un nuevo partido (los celotes) que ganaba más adeptos cuanto mayor era la desesperación de las masas.
Cuanto más se apartaba la clase media de la lucha política contra Roma, más radicales se volvían las clases bajas. El ala izquierda de los celotes formó la facción secreta de los “sicarios”, que mediante la acción terrorista atacaban despiadadamente a los ciudadanos de clase media y alta de Jerusalén. Al mismo tiempo, invadían, saqueaban y reducían a cenizas las aldeas cuyos habitantes rehusaban unirse a sus bandas revolucionarias. De forma paralela, los profetas y los seudomesías no cesaban en su agitación del pueblo. En esta opción las tendencias revolucionarias perdían su carácter político y entraban en la esfera de las fantasías religiosas y de las ideas mesiánicas.
Finalmente, en el año 66, estalló la gran revuelta popular contra Roma. En su comienzo, la lucha estaba dirigida por personas educadas y propietarios, pero éstos obraban con escasa energía y se mostraban dispuestos a llegar a arreglos. Por eso las masas les atribuyeron el mal resultado del primer año de guerra y sus líderes intentaron por todos los medios apoderarse del mando. Este enfrentamiento degeneró en una sangrienta guerra civil paralela. En Jerusalén las masas asaltaron el palacio del rey, donde muchos judíos acomodados habían guardado sus tesoros, se apoderaron del dinero y mataron a sus dueños. Muchos pudientes lograron salvarse pasándose a los romanos. Así las cosas, la guerra romana y la guerra civil terminaron con la victoria romana que, a su vez, era la victoria del grupo judío dominante y la ruina de los campesinos y las clases urbanas más bajas.
Junto a las luchas e intentos revolucionarios, cabe destacar el recurso a distintos tipos de literatura apocalíptica. Por ejemplo, el ala izquierda de los defensores de Jerusalén encontró inspiración en la exhortación final del Libro de Enoch: “Desgraciados vosotros los ricos, pues habéis confiado en vuestras riqueza, y de vuestras riquezas seréis separados porque no habéis recordado al Altísimo en los días del juicio… No temáis, vosotros los sufrientes, pues la curación será vuestra. Una luz fulgurante brillará y oiréis la voz de quietud desde el cielo”
Hubo otro movimiento que encendió una revuelta popular y llevó directamente al cristianismo. Se trata de Juan el Bautista; despreciado por la clase alta, encontraba la máxima audiencia en las masas desposeídas. Predicaba que el reino de los cielos y el día del juicio estaban cerca, trayendo la salvación para el bueno y la destrucción del malo. Su estribillo favorito era “Arrepentíos, pues el reino de los cielos está próximo”. Cuanto más se debilitaba la esperanza de las clases bajas de alcanzar una mejora real, tanto más buscaban satisfacción en las fantasías. Esta gente amaba la fantasía de un padre bueno que los ayudaría y salvaría, y odiaban al padre malo que los oprimía, atormentaba y despreciaba.
A partir de este estrato de las masas pobres, analfabetas y revolucionarias surgió el cristianismo. La doctrina cristiana primitiva no se dirigió a propietarios y personas educadas, sino a los oprimidos y los sufrientes. Si las esperanzas de otros grupos se cifraban en provocar la revolución política y social, las de la primitiva comunidad cristiana estaban puestas únicamente en el gran acontecimiento. Creían que no tenían tiempo para difundir el cristianismo entre los paganos, tal era la sensación de provisionalidad. Con la inminente llegada del Reino los pobres serían ricos, los hambrientos satisfechos y los oprimidos tendrían autoridad.
Lucas refleja el ánimo de los primeros cristianos en los siguientes versículos:
“Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora; porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora; porque reiréis.
Bienaventurados sois cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de su trato, y os vituperaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Regocijaos en aquel día, y saltad de gozo; porque, he aquí, vuestro galardón es grande en el cielo; pues del mismo modo hacían los padres de ellos (los ricos) con los profetas.
Mas ¡ay de vosotros, los ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados ahora! Porque tendréis hambre.
¡Ay de vosotros, los que reís ahora! Porque os lamentaréis y lloraréis.”
Además de expresar el anhelo de los pobres, estas palabras manifiestan también su radical odio a las autoridades: los ricos, los sabios y los poderosos. Raras veces el odio de clases del proletariado moderno a alcanzado los niveles del cristianismo primitivo. Ligada a este odio hacia cualquier forma de autoridad, destaca la estructura social democrática de estos cristianos. Era una hermandad libre de pobres, despreocupada de instituciones y normas. Después de todo, ¿para qué querían instituciones permanentes si el Reino estaba al caer?
Los primeros cristianos no estaban más resignados a la voluntad de Dios que los campesinos y proletarios en lucha contra Roma. Todos odiaban del mismo modo a los dominantes, deseaban presenciar la caída de éstos y el comienzo de su propio mandato y de un futuro satisfactorio. Mientras que los celotes y los sicarios se empeñaban en dar curso a sus deseos en la esfera de la realidad política, la completa desesperanza de realización llevó a los primeros cristianos a formular los mismos deseos en la fantasía. Un mensaje que les permitiera proyectar todo lo que la realidad les había negado debió resultar fascinante. Si para los celotes no restaba otra cosa que morir en batallas desesperadas, los adeptos de Cristo podían soñar con su meta. El mensaje cristiano no sació el hambre de los oprimidos, pero satisfizo sus anhelos de esperanza y venganza.
Todo esto tiene su reflejo en la expresión de la primitiva fe y, especialmente, en la idea de Jesús en relación con el Dios Padre. “Dios ha hecho Señor y Cristo a este mismo Jesús” (Hechos, 2:36). Esta (que posteriormente fue suplantada por otras) es la doctrina de Cristo más antigua y se la denomina teoría “adopcionista”. La idea es que Jesús no era un Mesías ni el Hijo de Dios desde el comienzo, sino que adquirió tal carácter sólo por la voluntad de Dios. Para los primeros cristianos Jesús sólo era “un varón acreditado, de parte del mismo Dios, por obras poderosas, maravillas, y señales que hizo Dios por él en medio de vosotros” (Hechos, 2:22)
El concepto de Mesías había sido familiar para las masas judías. La novedad (importada de cultos y mitos del Cercano Oriente) residía en su exaltación como Hijo de Dios y en el hecho de que no se tratara de un héroe poderoso y victorioso, sino que su importancia y dignidad provenían de su padecimiento y muerte en la cruz. El destino del hombre halla su prototipo en la pasión de un dios que sufre sobre la tierra, muere y resucita. Este dios permitirá que participen de tal bendita inmortalidad todos aquellos que lo acompañen en sus misterios o que, simplemente, se identifiquen con él.
Como ya se ha dicho, esta gente odiaba a las autoridades y, aunque conscientemente no se atrevía a calumniar al Dios padre que era aliado de sus opresores, la hostilidad hacia el “padre” encontró expresión en la fantasía de Cristo. En su inconsciente, ellos mismos eran ese dios crucificado. Pusieron un hombre a la vera de Dios y lo hicieron regir junto a Él. Si un hombre se podía convertir en Dios, este último quedaría privado de su privilegiada posición. En esto subyace el deseo inconsciente de eliminar al padre divino.
El Apocalipsis precristiano habla de un Mesías victorioso y fuerte. Este era el deseo y la fantasía de unas gentes que sufrían menos y abrigaban esperanzas de victoria. Los cristianos de los primeros ciento cincuenta años no se podían identificar con ese Mesías tan poderoso (terrenalmente hablando); el suyo sólo podía ser un Mesías sufriente y crucificado. Algunos deseos de muerte dirigidos contra el dios padre pasaron al hijo. La muerte del dios mismo era la deseada fantasía. En el mito cristiano el padre es muerto en el hijo.
Al mismo tiempo, y dado que los entusiastas creyentes estaban imbuidos de odio y deseos de muerte –conscientemente contra sus dirigentes, inconscientemente contra Dios padre- se identificaban con el crucificado; ellos mismos padecían la muerte en la cruz y de este modo expiaban sus deseos de muerte contra el padre. Por medio de su muerte, Jesús expiaba la culpa de todos, y los primeros cristianos estaban muy necesitados de tal expiación.
En esta época el Imperio Romano estaba dedicado activamente al culto del emperador que, desde el punto de vista psicológico, estaba íntimamente ligado al monoteísmo, pues representaba al padre justo y bueno. En opinión de los paganos, el cristianismo era visto como una suerte de ateísmo. Y en el fondo estaban el lo cierto, pues esta fe en el hombre sufriente elevado a la dignidad de dios era la fantasía de una clase oprimida que deseaba desplazar a las fuerzas dirigentes –dios, emperador y padre- para ocupar ella misma esos lugares. Y, precisamente, por esa formulación revolucionaria inconsciente que dio satisfacción a los anhelos más vehementes de los oprimidos, se explica que el cristianismo se convirtiera tan rápidamente en la religión de la clase baja de todo el Imperio.
Vamos a ver ahora como ese movimiento de espíritu revolucionario, que satisfacía los anhelos de los oprimidos (eso si, en la esfera de la fantasía únicamente), se convierte en la religión del Imperio Romano; sostenedora del Estado y sometedora de las masas.
El primer gran cambio que ocurre en la composición de los creyentes tuvo lugar cuando la propaganda cristiana se volcó hacia los paganos y ganó adeptos en casi todo el Imperio Romano. La importancia del cambio de nacionalidad de los cristianos debe ser tenida en cuenta, pero no tuvo ningún papel decisivo mientras no cambió la composición social de la comunidad cristiana, es decir, mientras estuvo compuesta por gente pobre, oprimida, analfabeta, que sufría en común, odiaba en común y tenía esperanzas en común.
El juicio de Pablo referente a la comunidad corintia es válido para ilustrar la realidad de la segunda y tercera generación de las comunidades cristianas, así como para el período apostólico:
“Pues, mirad vuestra vocación, hermanos, como que no muchos de vosotros erais sabios de acuerdo con las normas terrenales, no muchos erais poderosos, no muchos erais nobles de cuna; pero Dios escogió las cosas insensatas del mundo para confundir a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y las cosas viles del mundo y las despreciadas ha escogido Dios, y aun las que no son, para anonadar a las que son.” (I. Corintios, 1:26-28)
Pero si bien la mayoría de los adeptos que Pablo ganó para la cristiandad en la primera centuria eran todavía gentes de las clases más bajas –artesanos de baja categoría, esclavos y esclavos emancipados-, otro elemento social, educado y pudiente, comenzó a infiltrar gradualmente la comunidad. El mismo Pablo no provenía de las clases bajas. Era hijo de un acomodado ciudadano romano, había sido fariseo y, por lo tanto, pertenecía al grupo de intelectuales que despreciaban a los cristianos y que, a su vez, era odiado por ellos.
Con su propaganda, Pablo apeló principalmente a los estratos sociales más bajos, pero también a algunos de clase acomodada y educada, en especial mercaderes que, mediante sus viajes tuvieron una decidida importancia para la difusión del cristianismo. A mediados de la segunda centuria, el cristianismo comenzó a ganar adeptos entre las clases alta y media del Imperio Romano; el cristianismo penetró gradualmente en los círculos de la aristocracia dirigente.
Como ejemplo de la composición social de la iglesia cristiana de las tres primeras centurias, volvemos a recurrir a Pablo que, en su Epístola a los Filipenses (4:22), pide que sus saludos sean transmitidos “especialmente a aquellos que son de la casa del César”. Otro hecho ilustrativo era las sentencias de muerte que (como las que impuso Nerón sobre los cristianos) podían ser aplicadas únicamente a los “humiliores” y no a los “honestiores” (los más prominentes).
El punto hasta el cual había cambiado la composición de la iglesia postapostólica se pone de manifiesto en un pasaje de la primera Epístola de Clemente (38:2): “El rico deberá ofrecer ayuda al pobre, y el hombre pobre deberá agradecer a Dios que le haya dado alguien a través de quien su necesidad puede ser atendida.” No hay ya ni rastro de la animosidad hacia los ricos que teñía todas las prédicas de antaño.
Naturalmente, el número creciente de cristianos ricos y prominentes creó tensiones y diferencias en las iglesias. Una de estas diferencias se relacionaba con la cuestión de si los amos cristianos debían liberar a sus esclavos cristianos. Esto se ve en las palabras de Pablo, al exhortar a los esclavos para que no busquen la emancipación.
Entre doscientos cincuenta y trescientos años después del nacimiento del cristianismo, los que profesaban esta fe ya no eran judíos que creían con vehemencia en un tiempo mesiánico que no tardaría en llegar. Eran más bien griegos, romanos, sirios y galos, es decir, miembros de todas las naciones del Imperio Romano. El grueso de la comunidad cristiana seguía estando constituido por las masas de las clases bajas; pero se había convertido también en la religión de las clases prominentes y dominantes del Imperio Romano.
La situación económica y política general del Imperio Romano había experimentado un cambio fundamental. Las diferencias nacionales características del Imperio habían ido desapareciendo paulatinamente. Hasta un extranjero podía convertirse en ciudadano romano (edicto de Caracalla, 212). El desarrollo económico se caracterizaba por un proceso de gradual feudalización. La expresión política de esta economía declinante era la monarquía absoluta. En un tiempo relativamente corto el Imperio Romano se convirtió en un Estado clasista feudal, con un orden rígidamente establecido en el cual los rangos más bajos no podían tener ninguna esperanza de ascender, pues el estancamiento causado por el receso de las fuerzas productoras hacía imposible un desarrollo progresivo. El sistema se estabilizaba y regulaba desde arriba, y era imperativo hacer que a los individuos que ocupaban la parte inferior les fuera más fácil contentarse con su situación.
La transformación del cristianismo, en especial del concepto de Cristo y su relación con el Dios Padre, se adaptó para asumir una nueva función sociológica. En realidad puede decirse que la religión original se transformó en otra completamente distinta (la nueva religión tenía sus razones para ocultar esta transformación). El punto más importante es la desaparición gradual de las esperanzas escatológicas que había constituido el núcleo central de la fe y esperanza de la primitiva comunidad. Si en el comienzo, las dos concepciones escatológica y espiritual, estaban íntimamente ligadas, con mayor énfasis sobre la primera de ellas, después se separaron lentamente. La fe cristiana se alejó del segundo advenimiento de Cristo y se centró en el primer advenimiento, en virtud del cual la salvación ya estaba preparada para el hombre y el hombre para la salvación.
Hubo intentos continuos de revivir el viejo entusiasmo cristiano con su expectativa escatológica; eran intentos de aquellos grupos que se asemejaban a los primeros cristianos en cuanto a su situación económica y social, porque se hallaban oprimidos y buscaban la libertad. Pero, para la mayoría de los nuevos cristianos, el mundo real ya no necesitaba cambiar; por fuera todo podía seguir como estaba –Estado, sociedad, ley, economía- , pues la salvación se había convertido en un asunto interno, espiritual, ahistórico, individual, garantizado por la fe en Cristo. La salvación real o histórica había sido reemplazada por la fe en la salvación espiritual. Junto con ello se desvanecieron las demandas éticas que caracterizaron a cristianismo de la primera centuria. Este rigorismo práctico y ético fue reemplazado por los medios de gracia dispensados por la Iglesia.
Estrechamente ligada a esta renuncia se producía la reconciliación de los cristianos con el Estado. En la segunda centuria la iglesia cristiana ya exhibe unas líneas de desarrollo tendentes a una reconciliación con el Estado y la sociedad. Incluso las ocasionales persecuciones de los cristianos por el Estado no afectaron para nada ese desarrollo. La iglesia adoptó esta actitud en todas partes tras el comienzo de la tercera centuria. El Estado ganó así numerosos ciudadanos tranquilos, respetuosos y conscientes, quienes, lejos de causar ninguna dificultad, mantenían el orden y la paz en la sociedad. Dado que había abandonado su actitud rígida y negativa hacia el mundo, la Iglesia se convirtió gradualmente en una fuerza sostenedora del Estado.
Esta transformación es fundamental en la historia del cristianismo. De religión de los oprimidos, pasó a ser la religión de los dirigentes y las masas manejadas por ellos. El cristianismo, que había sido la religión de una comunidad de hermanos iguales, sin jerarquía ni burocracia, se convirtió en “la Iglesia”, la imagen refleja de la monarquía absoluta del Imperio Romano. En la primera centuria no había una autoridad externa claramente definida. Las comunidades cristianas estaban construidas sobre la independencia y la libertad del cristiano individual. La segunda centuria se caracterizó por el desarrollo gradual de una unión eclesiástica con líderes autoritarios y por el establecimiento de una doctrina sistemática de la fe a la que el cristiano individual debía someterse. Originariamente era sólo Dios quien podía perdonar los pecados. Después, únicamente la iglesia ofrece protección contra cualquier pérdida de gracia.
Este cambio también afectó al concepto que los creyentes debían tener sobre la naturaleza de Jesús. En el cristianismo primitivo prevaleció la doctrina adopcionista, es decir, el hombre había sido elevado a la dignidad de un dios. El desarrollo continuado de la iglesia dio lugar a un nuevo concepto: Ya no podía, un hombre, ser elevado a la categoría de dios, sino que un dios descendía para convertirse en hombre. Ésta fue la base del concepto que culminó con la doctrina de Anastasio, adoptada por el Concilio de Nicea: Jesús, el Hijo de Dios, engendrado por el Padre antes de todo tiempo, de naturaleza una con el Padre.
El cristianismo primitivo era hostil a la autoridad y al Estado. Satisfacía en la fantasía los deseos revolucionarios de las clases bajas, hostiles al padre. Cuando el cristianismo que fue elevado al rango de religión oficial del Imperio Romano trescientos años más tarde tenía una función social completamente diferente: conducir a las masas y mantenerlas en un estado de obediencia e integración en el sistema absolutista del Imperio Romano. El cristianismo poseía una cualidad que no tenían ni el mitraísmo ni el culto al emperador, y que lo hacía superior para el cumplimiento de esa función: las masas sufrientes y oprimidas podían identificarse en mayor grado con el Hijo crucificado de Dios.
Bajo el liderazgo de la clase dirigente fue creado nuevo dogma de Jesús. Al evitar que un hombre pudiera convertirse en dios, se eliminó el carácter revolucionario de la doctrina antigua. El crimen de Edipo contenido en la fórmula anterior (el desplazamiento del padre por el hijo), fue desechado. El padre siguió intacto en su posición. Además, al retener al antiguo representante revolucionario, la necesidad emocional de las masas seguía quedando satisfecha. La clave de la victoria del cristianismo sobre otros cultos reside en su potencial para eliminar tendencias hostiles hacia el padre y, por extensión, hacia las figuras paternales: los sacerdotes, el emperador y en especial los dirigentes.
Toda esperanza de derrocar a los dirigentes y alcanzar la victoria para su propia clase era tan remota que, desde el punto de vista psíquico, habría sido en vano y antieconómico persistir en la actitud de odio. Si no había esperanza alguna de derrocar al padre, entonces el mejor escape psíquico era someterse a él, amarlo y recibir su amor. Este cambio de actitud era el resultado inevitable de la derrota final sufrida por la clase oprimida.
Pero los impulsos agresivos no podían haber desaparecido de golpe, pues su causa real, la opresión impuesta por los dirigentes, no había sido superada. Simplemente se los había redirigido hacia el propio ser individual. La identificación con el Jesús sufriente ofrecía una magnífica oportunidad para ello. En el dogma católico, a diferencia de la primitiva doctrina cristiana, el énfasis ya no estaba en el derrocamiento del padre sino en la autoaniquilación del hijo. Ya no era a los dirigentes a los que había que culpar por las desdichas y sufrimientos; los culpables eran más bien los sufrientes mismos. Deben reprocharse a sí mismos si son desdichados. Sólo por medio de la constante expiación, sólo por medio del sufrimiento personal pueden purgar su culpa y ganarse el perdón y el amor de Dios y de sus representantes terrenales.
De forma magistral la Iglesia católica aceleró y reforzó este cambio de actitud, acrecentando el sentimiento de culpa de las masas hasta el punto de hacerlo casi insoportable; y al proceder así no sólo logro desplazar los reproches que recaían sobre las autoridades, sino que ella misma se ofrecía a las masas sufrientes como un padre bueno y amoroso, dado que los sacerdotes aseguraban perdón y expiación para la culpa que ellos habían provocado.
Para las autoridades y dirigentes, la fantasía del Jesús sufriente, tenía además una importante función psíquica añadida; los liberaba de la culpa que pudieran sentir a causa de la desdicha y sufrimiento que su opresión y explotación generaba en las masas. Los grupos explotadores podían consolarse con la idea de que para las masas el sufrimiento era una gracia de Dios, y por lo tanto no tenían motivo para reprocharse a sí mismos por causar tal sufrimiento. En resumen, la transformación del dogma correspondió, sencillamente, a la función de estabilización social y a la necesidad de preservar los intereses de la clase gobernante.
Pero tras el nuevo concepto de la naturaleza de Jesús subyace una contradicción lógica: Dos es igual a uno. Resulta que hay una sola situación real en que esta fórmula tiene sentido, la situación de la criatura en el vientre materno. Madre e hijo son entonces dos seres y al mismo tiempo son uno. El padre fuerte y poderoso, se convirtió en la madre que da abrigo y protección; el hijo, una vez rebelde y luego sufriente y pasivo, pasó a ser el niño pequeño. La Gran Madre emerge otra vez para convertirse en la figura dominante del cristianismo medieval. La iglesia se trasviste para presentarse a sí misma como la “Santa Madre Iglesia” a través de la cual sus hijos, los creyentes, pueden alcanzar seguridad y bendición.
En los relatos del Nuevo Testamento, María en ningún caso es elevada más allá de la esfera de la humanidad ordinaria. Ahora, cuanto más retrocedía la figura del Jesús histórico y humano a favor del preexistente Hijo de Dios, tanto más se deificaba a María, que representaba esa divinidad materna en la que se pueden experimentar directamente las cualidades maternales que, inconscientemente siempre habían formado parte de Dios Padre.
A la terminación de la cuarta centuria surgió con fuerza el culto a María y los cristianos comenzaron a elevarle oraciones. En las centurias siguientes le asignaron cada vez más importancia a la madre de Dios; su adoración se generalizó y se hizo más exuberante. En la controversia nestoriana se llegó, en el año 431, a la decisión (contra Nestorio) de que María no era sólo la madre de Cristo, si no también, la madre de Dios. De receptora de la gracia pasó a ser dispensadora de la gracia. Maria con el niño Jesús se convirtió en el símbolo del medioevo católico.
En la fantasía del Jesús crucificado, el perdón se logra por una actitud pasiva autocastradora de sumisión al padre. En la fantasía del niño Jesús en el pecho de la Madona encontramos a la madre que, mientras apacigua al niño, concede perdón y expiación. Esta era la fórmula óptima que el cristianismo tenía para ofrecer. La identificación con el lactante implicaba una regresión inconsciente a una actitud pasiva e infantil. Esta posición excluía la revuelta activa; fue la actitud psíquica de la sociedad medieval. El ser humano dependía de sus gobernantes y esperaba que le permitiera obtener una mínima subsistencia; el hambre y otros males que padecía eran una prueba de sus pecados.
La Iglesia católica de la cuarta centuria se acercaba a las posiciones gnósticas, aunque no fue tan radical. Intentaron presentar al cristianismo como la filosofía más elevada; formularon el contenido del Evangelio de una manera que apelaba al sentido común de todos los pensadores serios y hombres inteligentes de la época. La idea de moda era el desdoblamiento divino: el logos, que Dios expulsó fuera de sí para la finalidad de la Creación, era el Hijo de Dios. Jesús se convirtió en el preexistente unigénito de Dios, consubstanciado con él y sin embargo una segunda persona a su lado. El Cristo de la historia fue sustituido por un Cristo conceptual.
La fe de los cristianos puso definitivamente rumbo a la contemplación de ideas y dogmas, preparando así el camino para a una cristiandad tutelada. Se legitimaron centenares de cuestiones de cosmología y de la naturaleza del mundo, dándoles el carácter de cuestiones religiosas y exigiendo una respuesta definida ante ellas, so pena de perder la salvación. Esto llevó a una situación en la que, en lugar de predicar la fe, se predicó la fe en la fe.
Llegamos así a la controversia entre Arrio y Anastasio que halló un arreglo preliminar en el concilio de Nicea. Aparentemente se trataba de una pequeña diferencia (si Dios y su Hijo eran la misma persona o de igual naturaleza), pero tras este debate se ocultaba nada menos que el viejo conflicto entre las tendencias revolucionarias y reaccionarias. El dogma arriano fue una de las convulsiones finales del cristianismo primitivo; la victoria de Anastasio selló la derrota de la religión y las esperanzas de los pequeños campesinos, artesanos y proletarios de Palestina. La renuncia definitiva a las tendencias revolucionarias, abrió la puerta para que, en la cuarta centuria, el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano.
ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Si buscamos información sobre el surgimiento del cristianismo es probable que sólo encontremos propaganda más o menos encubierta. Tras dos milenios de dictadura religiosa, con lavado de cerebros, represión violenta de la discrepancia y destrucción de la información alternativa, es difícil hallar elementos dignos de consideración y análisis. Así las cosas, para comprender el origen del cristianismo, lo más aconsejable es comenzar por hacer una valoración de la situación económica, social y cultural de los primeros creyentes.
Palestina era una parte del Imperio Romano sometida a las condiciones de su desarrollo económico y social. El régimen de Augusto significó el fin de la dominación de una oligarquía feudal y contribuyó al triunfo de la ciudadanía urbana. El creciente comercio internacional no implicaba mejoras para las grandes masas. La actividad comercial interesaba únicamente a la reducida clase pudiente. Un proletariado desocupado y hambriento, en número sin precedente, poblaba las ciudades.
Después de Roma, Jerusalén era la ciudad con el mayor porcentaje de ese tipo de proletariado. La situación era más penosa para artesanos, mendigos, obreros sin oficio y campesinos de Jerusalén, ya que no gozaban de los derechos civiles romanos. Para ellos no había reparto de cereales, ni juegos.
La población rural soportaba enormes impuestos cuyo impago les despojaba de la pequeña hacienda y/o les convertía en esclavos. Algunos de estos campesinos abandonaban su inviable forma de vida y se trasladaban a Jerusalén, engrosado las filas de su proletariado. También existía una clase media económicamente estable y una poderosa e influyente aristocracia feudal, eclesiástica y adinerada.
Estas diferencias tenían su reflejo en diferentes grupos políticos. Los saduceos representaban a la rica clase alta. Los fariseos representaban a la reducida ciudadanía urbana media. Algunos de sus seguidores provenían de estratos más bajos, lo que dio pie a contradicciones respecto de la actitud mantenida hacia la dominación romana y los movimientos revolucionarios. Desde el punto de vista económico y social, la clase más baja estaba fuera de la sociedad judía integrada en conjunto en al Imperio Romano. Estos desposeídos odiaban a los fariseos y, a su vez, eran despreciados por ellos.
A medida que se hacía más pesada la opresión romana y aumentaban las penurias creció el conflicto entre la clase media y el proletariado dentro del grupo farisaico. Así mismo, las clases más bajas se convirtieron en partidarias de los movimientos revolucionarios nacionalistas y religiosos. Estas aspiraciones revolucionarias de las masas hallaron expresión en dos direcciones: Intentos políticos de revuelta y emancipación contra su propia aristocracia y los romanos, y toda clase de movimientos mesiánicos-religiosos.
Poco antes de la muerte de Herodes dos sabios fariseos encabezaron una revuelta popular durante la cual fue destruida el águila romana puesta en la entrada del Templo. Los instigadores acabaron en la hoguera. Después de la muerte de Herodes el populacho hizo una demostración de fuerza ante su sucesor (Arquelao) exigiendo la liberación de los presos políticos, la abolición del impuesto del mercado y una reducción del tributo anual. Estas demandas no fueron satisfechas, pero de todos modos el movimiento cobró fuerza. En relación con estas mismas reivindicaciones, ya se produjo una revuelta en el año 4 antes de J.C. que fue reprimida sangrientamente. Siete semanas más tarde se producen en Jerusalén nuevas rebeliones violentas contra Roma. Las luchas se extendieron a Galilea (antiguo foco revolucionario) y a la Transjordania. Los romanos coronaron su victoria crucificando a dos millares de prisioneros.
Durante algunos años el país se mostró tranquilo, pero en el año 6 después de J.C. hubo un nuevo movimiento revolucionario. Comenzó entonces una separación entre las clases baja y media. Si diez años antes los fariseos habían participado en las revueltas, ahora se hallaban dispuestos a la reconciliación con los romanos. Por su parte, las clases bajas del campo y la ciudad, que no tenían nada que perder y tal vez algo que ganar, se unieron a un nuevo partido (los celotes) que ganaba más adeptos cuanto mayor era la desesperación de las masas.
Cuanto más se apartaba la clase media de la lucha política contra Roma, más radicales se volvían las clases bajas. El ala izquierda de los celotes formó la facción secreta de los “sicarios”, que mediante la acción terrorista atacaban despiadadamente a los ciudadanos de clase media y alta de Jerusalén. Al mismo tiempo, invadían, saqueaban y reducían a cenizas las aldeas cuyos habitantes rehusaban unirse a sus bandas revolucionarias. De forma paralela, los profetas y los seudomesías no cesaban en su agitación del pueblo. En esta opción las tendencias revolucionarias perdían su carácter político y entraban en la esfera de las fantasías religiosas y de las ideas mesiánicas.
Finalmente, en el año 66, estalló la gran revuelta popular contra Roma. En su comienzo, la lucha estaba dirigida por personas educadas y propietarios, pero éstos obraban con escasa energía y se mostraban dispuestos a llegar a arreglos. Por eso las masas les atribuyeron el mal resultado del primer año de guerra y sus líderes intentaron por todos los medios apoderarse del mando. Este enfrentamiento degeneró en una sangrienta guerra civil paralela. En Jerusalén las masas asaltaron el palacio del rey, donde muchos judíos acomodados habían guardado sus tesoros, se apoderaron del dinero y mataron a sus dueños. Muchos pudientes lograron salvarse pasándose a los romanos. Así las cosas, la guerra romana y la guerra civil terminaron con la victoria romana que, a su vez, era la victoria del grupo judío dominante y la ruina de los campesinos y las clases urbanas más bajas.
Junto a las luchas e intentos revolucionarios, cabe destacar el recurso a distintos tipos de literatura apocalíptica. Por ejemplo, el ala izquierda de los defensores de Jerusalén encontró inspiración en la exhortación final del Libro de Enoch: “Desgraciados vosotros los ricos, pues habéis confiado en vuestras riqueza, y de vuestras riquezas seréis separados porque no habéis recordado al Altísimo en los días del juicio… No temáis, vosotros los sufrientes, pues la curación será vuestra. Una luz fulgurante brillará y oiréis la voz de quietud desde el cielo”
Hubo otro movimiento que encendió una revuelta popular y llevó directamente al cristianismo. Se trata de Juan el Bautista; despreciado por la clase alta, encontraba la máxima audiencia en las masas desposeídas. Predicaba que el reino de los cielos y el día del juicio estaban cerca, trayendo la salvación para el bueno y la destrucción del malo. Su estribillo favorito era “Arrepentíos, pues el reino de los cielos está próximo”. Cuanto más se debilitaba la esperanza de las clases bajas de alcanzar una mejora real, tanto más buscaban satisfacción en las fantasías. Esta gente amaba la fantasía de un padre bueno que los ayudaría y salvaría, y odiaban al padre malo que los oprimía, atormentaba y despreciaba.
A partir de este estrato de las masas pobres, analfabetas y revolucionarias surgió el cristianismo. La doctrina cristiana primitiva no se dirigió a propietarios y personas educadas, sino a los oprimidos y los sufrientes. Si las esperanzas de otros grupos se cifraban en provocar la revolución política y social, las de la primitiva comunidad cristiana estaban puestas únicamente en el gran acontecimiento. Creían que no tenían tiempo para difundir el cristianismo entre los paganos, tal era la sensación de provisionalidad. Con la inminente llegada del Reino los pobres serían ricos, los hambrientos satisfechos y los oprimidos tendrían autoridad.
Lucas refleja el ánimo de los primeros cristianos en los siguientes versículos:
“Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora; porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora; porque reiréis.
Bienaventurados sois cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de su trato, y os vituperaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Regocijaos en aquel día, y saltad de gozo; porque, he aquí, vuestro galardón es grande en el cielo; pues del mismo modo hacían los padres de ellos (los ricos) con los profetas.
Mas ¡ay de vosotros, los ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados ahora! Porque tendréis hambre.
¡Ay de vosotros, los que reís ahora! Porque os lamentaréis y lloraréis.”
Además de expresar el anhelo de los pobres, estas palabras manifiestan también su radical odio a las autoridades: los ricos, los sabios y los poderosos. Raras veces el odio de clases del proletariado moderno a alcanzado los niveles del cristianismo primitivo. Ligada a este odio hacia cualquier forma de autoridad, destaca la estructura social democrática de estos cristianos. Era una hermandad libre de pobres, despreocupada de instituciones y normas. Después de todo, ¿para qué querían instituciones permanentes si el Reino estaba al caer?
Los primeros cristianos no estaban más resignados a la voluntad de Dios que los campesinos y proletarios en lucha contra Roma. Todos odiaban del mismo modo a los dominantes, deseaban presenciar la caída de éstos y el comienzo de su propio mandato y de un futuro satisfactorio. Mientras que los celotes y los sicarios se empeñaban en dar curso a sus deseos en la esfera de la realidad política, la completa desesperanza de realización llevó a los primeros cristianos a formular los mismos deseos en la fantasía. Un mensaje que les permitiera proyectar todo lo que la realidad les había negado debió resultar fascinante. Si para los celotes no restaba otra cosa que morir en batallas desesperadas, los adeptos de Cristo podían soñar con su meta. El mensaje cristiano no sació el hambre de los oprimidos, pero satisfizo sus anhelos de esperanza y venganza.
Todo esto tiene su reflejo en la expresión de la primitiva fe y, especialmente, en la idea de Jesús en relación con el Dios Padre. “Dios ha hecho Señor y Cristo a este mismo Jesús” (Hechos, 2:36). Esta (que posteriormente fue suplantada por otras) es la doctrina de Cristo más antigua y se la denomina teoría “adopcionista”. La idea es que Jesús no era un Mesías ni el Hijo de Dios desde el comienzo, sino que adquirió tal carácter sólo por la voluntad de Dios. Para los primeros cristianos Jesús sólo era “un varón acreditado, de parte del mismo Dios, por obras poderosas, maravillas, y señales que hizo Dios por él en medio de vosotros” (Hechos, 2:22)
El concepto de Mesías había sido familiar para las masas judías. La novedad (importada de cultos y mitos del Cercano Oriente) residía en su exaltación como Hijo de Dios y en el hecho de que no se tratara de un héroe poderoso y victorioso, sino que su importancia y dignidad provenían de su padecimiento y muerte en la cruz. El destino del hombre halla su prototipo en la pasión de un dios que sufre sobre la tierra, muere y resucita. Este dios permitirá que participen de tal bendita inmortalidad todos aquellos que lo acompañen en sus misterios o que, simplemente, se identifiquen con él.
Como ya se ha dicho, esta gente odiaba a las autoridades y, aunque conscientemente no se atrevía a calumniar al Dios padre que era aliado de sus opresores, la hostilidad hacia el “padre” encontró expresión en la fantasía de Cristo. En su inconsciente, ellos mismos eran ese dios crucificado. Pusieron un hombre a la vera de Dios y lo hicieron regir junto a Él. Si un hombre se podía convertir en Dios, este último quedaría privado de su privilegiada posición. En esto subyace el deseo inconsciente de eliminar al padre divino.
El Apocalipsis precristiano habla de un Mesías victorioso y fuerte. Este era el deseo y la fantasía de unas gentes que sufrían menos y abrigaban esperanzas de victoria. Los cristianos de los primeros ciento cincuenta años no se podían identificar con ese Mesías tan poderoso (terrenalmente hablando); el suyo sólo podía ser un Mesías sufriente y crucificado. Algunos deseos de muerte dirigidos contra el dios padre pasaron al hijo. La muerte del dios mismo era la deseada fantasía. En el mito cristiano el padre es muerto en el hijo.
Al mismo tiempo, y dado que los entusiastas creyentes estaban imbuidos de odio y deseos de muerte –conscientemente contra sus dirigentes, inconscientemente contra Dios padre- se identificaban con el crucificado; ellos mismos padecían la muerte en la cruz y de este modo expiaban sus deseos de muerte contra el padre. Por medio de su muerte, Jesús expiaba la culpa de todos, y los primeros cristianos estaban muy necesitados de tal expiación.
En esta época el Imperio Romano estaba dedicado activamente al culto del emperador que, desde el punto de vista psicológico, estaba íntimamente ligado al monoteísmo, pues representaba al padre justo y bueno. En opinión de los paganos, el cristianismo era visto como una suerte de ateísmo. Y en el fondo estaban el lo cierto, pues esta fe en el hombre sufriente elevado a la dignidad de dios era la fantasía de una clase oprimida que deseaba desplazar a las fuerzas dirigentes –dios, emperador y padre- para ocupar ella misma esos lugares. Y, precisamente, por esa formulación revolucionaria inconsciente que dio satisfacción a los anhelos más vehementes de los oprimidos, se explica que el cristianismo se convirtiera tan rápidamente en la religión de la clase baja de todo el Imperio.
Vamos a ver ahora como ese movimiento de espíritu revolucionario, que satisfacía los anhelos de los oprimidos (eso si, en la esfera de la fantasía únicamente), se convierte en la religión del Imperio Romano; sostenedora del Estado y sometedora de las masas.
El primer gran cambio que ocurre en la composición de los creyentes tuvo lugar cuando la propaganda cristiana se volcó hacia los paganos y ganó adeptos en casi todo el Imperio Romano. La importancia del cambio de nacionalidad de los cristianos debe ser tenida en cuenta, pero no tuvo ningún papel decisivo mientras no cambió la composición social de la comunidad cristiana, es decir, mientras estuvo compuesta por gente pobre, oprimida, analfabeta, que sufría en común, odiaba en común y tenía esperanzas en común.
El juicio de Pablo referente a la comunidad corintia es válido para ilustrar la realidad de la segunda y tercera generación de las comunidades cristianas, así como para el período apostólico:
“Pues, mirad vuestra vocación, hermanos, como que no muchos de vosotros erais sabios de acuerdo con las normas terrenales, no muchos erais poderosos, no muchos erais nobles de cuna; pero Dios escogió las cosas insensatas del mundo para confundir a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y las cosas viles del mundo y las despreciadas ha escogido Dios, y aun las que no son, para anonadar a las que son.” (I. Corintios, 1:26-28)
Pero si bien la mayoría de los adeptos que Pablo ganó para la cristiandad en la primera centuria eran todavía gentes de las clases más bajas –artesanos de baja categoría, esclavos y esclavos emancipados-, otro elemento social, educado y pudiente, comenzó a infiltrar gradualmente la comunidad. El mismo Pablo no provenía de las clases bajas. Era hijo de un acomodado ciudadano romano, había sido fariseo y, por lo tanto, pertenecía al grupo de intelectuales que despreciaban a los cristianos y que, a su vez, era odiado por ellos.
Con su propaganda, Pablo apeló principalmente a los estratos sociales más bajos, pero también a algunos de clase acomodada y educada, en especial mercaderes que, mediante sus viajes tuvieron una decidida importancia para la difusión del cristianismo. A mediados de la segunda centuria, el cristianismo comenzó a ganar adeptos entre las clases alta y media del Imperio Romano; el cristianismo penetró gradualmente en los círculos de la aristocracia dirigente.
Como ejemplo de la composición social de la iglesia cristiana de las tres primeras centurias, volvemos a recurrir a Pablo que, en su Epístola a los Filipenses (4:22), pide que sus saludos sean transmitidos “especialmente a aquellos que son de la casa del César”. Otro hecho ilustrativo era las sentencias de muerte que (como las que impuso Nerón sobre los cristianos) podían ser aplicadas únicamente a los “humiliores” y no a los “honestiores” (los más prominentes).
El punto hasta el cual había cambiado la composición de la iglesia postapostólica se pone de manifiesto en un pasaje de la primera Epístola de Clemente (38:2): “El rico deberá ofrecer ayuda al pobre, y el hombre pobre deberá agradecer a Dios que le haya dado alguien a través de quien su necesidad puede ser atendida.” No hay ya ni rastro de la animosidad hacia los ricos que teñía todas las prédicas de antaño.
Naturalmente, el número creciente de cristianos ricos y prominentes creó tensiones y diferencias en las iglesias. Una de estas diferencias se relacionaba con la cuestión de si los amos cristianos debían liberar a sus esclavos cristianos. Esto se ve en las palabras de Pablo, al exhortar a los esclavos para que no busquen la emancipación.
Entre doscientos cincuenta y trescientos años después del nacimiento del cristianismo, los que profesaban esta fe ya no eran judíos que creían con vehemencia en un tiempo mesiánico que no tardaría en llegar. Eran más bien griegos, romanos, sirios y galos, es decir, miembros de todas las naciones del Imperio Romano. El grueso de la comunidad cristiana seguía estando constituido por las masas de las clases bajas; pero se había convertido también en la religión de las clases prominentes y dominantes del Imperio Romano.
La situación económica y política general del Imperio Romano había experimentado un cambio fundamental. Las diferencias nacionales características del Imperio habían ido desapareciendo paulatinamente. Hasta un extranjero podía convertirse en ciudadano romano (edicto de Caracalla, 212). El desarrollo económico se caracterizaba por un proceso de gradual feudalización. La expresión política de esta economía declinante era la monarquía absoluta. En un tiempo relativamente corto el Imperio Romano se convirtió en un Estado clasista feudal, con un orden rígidamente establecido en el cual los rangos más bajos no podían tener ninguna esperanza de ascender, pues el estancamiento causado por el receso de las fuerzas productoras hacía imposible un desarrollo progresivo. El sistema se estabilizaba y regulaba desde arriba, y era imperativo hacer que a los individuos que ocupaban la parte inferior les fuera más fácil contentarse con su situación.
La transformación del cristianismo, en especial del concepto de Cristo y su relación con el Dios Padre, se adaptó para asumir una nueva función sociológica. En realidad puede decirse que la religión original se transformó en otra completamente distinta (la nueva religión tenía sus razones para ocultar esta transformación). El punto más importante es la desaparición gradual de las esperanzas escatológicas que había constituido el núcleo central de la fe y esperanza de la primitiva comunidad. Si en el comienzo, las dos concepciones escatológica y espiritual, estaban íntimamente ligadas, con mayor énfasis sobre la primera de ellas, después se separaron lentamente. La fe cristiana se alejó del segundo advenimiento de Cristo y se centró en el primer advenimiento, en virtud del cual la salvación ya estaba preparada para el hombre y el hombre para la salvación.
Hubo intentos continuos de revivir el viejo entusiasmo cristiano con su expectativa escatológica; eran intentos de aquellos grupos que se asemejaban a los primeros cristianos en cuanto a su situación económica y social, porque se hallaban oprimidos y buscaban la libertad. Pero, para la mayoría de los nuevos cristianos, el mundo real ya no necesitaba cambiar; por fuera todo podía seguir como estaba –Estado, sociedad, ley, economía- , pues la salvación se había convertido en un asunto interno, espiritual, ahistórico, individual, garantizado por la fe en Cristo. La salvación real o histórica había sido reemplazada por la fe en la salvación espiritual. Junto con ello se desvanecieron las demandas éticas que caracterizaron a cristianismo de la primera centuria. Este rigorismo práctico y ético fue reemplazado por los medios de gracia dispensados por la Iglesia.
Estrechamente ligada a esta renuncia se producía la reconciliación de los cristianos con el Estado. En la segunda centuria la iglesia cristiana ya exhibe unas líneas de desarrollo tendentes a una reconciliación con el Estado y la sociedad. Incluso las ocasionales persecuciones de los cristianos por el Estado no afectaron para nada ese desarrollo. La iglesia adoptó esta actitud en todas partes tras el comienzo de la tercera centuria. El Estado ganó así numerosos ciudadanos tranquilos, respetuosos y conscientes, quienes, lejos de causar ninguna dificultad, mantenían el orden y la paz en la sociedad. Dado que había abandonado su actitud rígida y negativa hacia el mundo, la Iglesia se convirtió gradualmente en una fuerza sostenedora del Estado.
Esta transformación es fundamental en la historia del cristianismo. De religión de los oprimidos, pasó a ser la religión de los dirigentes y las masas manejadas por ellos. El cristianismo, que había sido la religión de una comunidad de hermanos iguales, sin jerarquía ni burocracia, se convirtió en “la Iglesia”, la imagen refleja de la monarquía absoluta del Imperio Romano. En la primera centuria no había una autoridad externa claramente definida. Las comunidades cristianas estaban construidas sobre la independencia y la libertad del cristiano individual. La segunda centuria se caracterizó por el desarrollo gradual de una unión eclesiástica con líderes autoritarios y por el establecimiento de una doctrina sistemática de la fe a la que el cristiano individual debía someterse. Originariamente era sólo Dios quien podía perdonar los pecados. Después, únicamente la iglesia ofrece protección contra cualquier pérdida de gracia.
Este cambio también afectó al concepto que los creyentes debían tener sobre la naturaleza de Jesús. En el cristianismo primitivo prevaleció la doctrina adopcionista, es decir, el hombre había sido elevado a la dignidad de un dios. El desarrollo continuado de la iglesia dio lugar a un nuevo concepto: Ya no podía, un hombre, ser elevado a la categoría de dios, sino que un dios descendía para convertirse en hombre. Ésta fue la base del concepto que culminó con la doctrina de Anastasio, adoptada por el Concilio de Nicea: Jesús, el Hijo de Dios, engendrado por el Padre antes de todo tiempo, de naturaleza una con el Padre.
El cristianismo primitivo era hostil a la autoridad y al Estado. Satisfacía en la fantasía los deseos revolucionarios de las clases bajas, hostiles al padre. Cuando el cristianismo que fue elevado al rango de religión oficial del Imperio Romano trescientos años más tarde tenía una función social completamente diferente: conducir a las masas y mantenerlas en un estado de obediencia e integración en el sistema absolutista del Imperio Romano. El cristianismo poseía una cualidad que no tenían ni el mitraísmo ni el culto al emperador, y que lo hacía superior para el cumplimiento de esa función: las masas sufrientes y oprimidas podían identificarse en mayor grado con el Hijo crucificado de Dios.
Bajo el liderazgo de la clase dirigente fue creado nuevo dogma de Jesús. Al evitar que un hombre pudiera convertirse en dios, se eliminó el carácter revolucionario de la doctrina antigua. El crimen de Edipo contenido en la fórmula anterior (el desplazamiento del padre por el hijo), fue desechado. El padre siguió intacto en su posición. Además, al retener al antiguo representante revolucionario, la necesidad emocional de las masas seguía quedando satisfecha. La clave de la victoria del cristianismo sobre otros cultos reside en su potencial para eliminar tendencias hostiles hacia el padre y, por extensión, hacia las figuras paternales: los sacerdotes, el emperador y en especial los dirigentes.
Toda esperanza de derrocar a los dirigentes y alcanzar la victoria para su propia clase era tan remota que, desde el punto de vista psíquico, habría sido en vano y antieconómico persistir en la actitud de odio. Si no había esperanza alguna de derrocar al padre, entonces el mejor escape psíquico era someterse a él, amarlo y recibir su amor. Este cambio de actitud era el resultado inevitable de la derrota final sufrida por la clase oprimida.
Pero los impulsos agresivos no podían haber desaparecido de golpe, pues su causa real, la opresión impuesta por los dirigentes, no había sido superada. Simplemente se los había redirigido hacia el propio ser individual. La identificación con el Jesús sufriente ofrecía una magnífica oportunidad para ello. En el dogma católico, a diferencia de la primitiva doctrina cristiana, el énfasis ya no estaba en el derrocamiento del padre sino en la autoaniquilación del hijo. Ya no era a los dirigentes a los que había que culpar por las desdichas y sufrimientos; los culpables eran más bien los sufrientes mismos. Deben reprocharse a sí mismos si son desdichados. Sólo por medio de la constante expiación, sólo por medio del sufrimiento personal pueden purgar su culpa y ganarse el perdón y el amor de Dios y de sus representantes terrenales.
De forma magistral la Iglesia católica aceleró y reforzó este cambio de actitud, acrecentando el sentimiento de culpa de las masas hasta el punto de hacerlo casi insoportable; y al proceder así no sólo logro desplazar los reproches que recaían sobre las autoridades, sino que ella misma se ofrecía a las masas sufrientes como un padre bueno y amoroso, dado que los sacerdotes aseguraban perdón y expiación para la culpa que ellos habían provocado.
Para las autoridades y dirigentes, la fantasía del Jesús sufriente, tenía además una importante función psíquica añadida; los liberaba de la culpa que pudieran sentir a causa de la desdicha y sufrimiento que su opresión y explotación generaba en las masas. Los grupos explotadores podían consolarse con la idea de que para las masas el sufrimiento era una gracia de Dios, y por lo tanto no tenían motivo para reprocharse a sí mismos por causar tal sufrimiento. En resumen, la transformación del dogma correspondió, sencillamente, a la función de estabilización social y a la necesidad de preservar los intereses de la clase gobernante.
Pero tras el nuevo concepto de la naturaleza de Jesús subyace una contradicción lógica: Dos es igual a uno. Resulta que hay una sola situación real en que esta fórmula tiene sentido, la situación de la criatura en el vientre materno. Madre e hijo son entonces dos seres y al mismo tiempo son uno. El padre fuerte y poderoso, se convirtió en la madre que da abrigo y protección; el hijo, una vez rebelde y luego sufriente y pasivo, pasó a ser el niño pequeño. La Gran Madre emerge otra vez para convertirse en la figura dominante del cristianismo medieval. La iglesia se trasviste para presentarse a sí misma como la “Santa Madre Iglesia” a través de la cual sus hijos, los creyentes, pueden alcanzar seguridad y bendición.
En los relatos del Nuevo Testamento, María en ningún caso es elevada más allá de la esfera de la humanidad ordinaria. Ahora, cuanto más retrocedía la figura del Jesús histórico y humano a favor del preexistente Hijo de Dios, tanto más se deificaba a María, que representaba esa divinidad materna en la que se pueden experimentar directamente las cualidades maternales que, inconscientemente siempre habían formado parte de Dios Padre.
A la terminación de la cuarta centuria surgió con fuerza el culto a María y los cristianos comenzaron a elevarle oraciones. En las centurias siguientes le asignaron cada vez más importancia a la madre de Dios; su adoración se generalizó y se hizo más exuberante. En la controversia nestoriana se llegó, en el año 431, a la decisión (contra Nestorio) de que María no era sólo la madre de Cristo, si no también, la madre de Dios. De receptora de la gracia pasó a ser dispensadora de la gracia. Maria con el niño Jesús se convirtió en el símbolo del medioevo católico.
En la fantasía del Jesús crucificado, el perdón se logra por una actitud pasiva autocastradora de sumisión al padre. En la fantasía del niño Jesús en el pecho de la Madona encontramos a la madre que, mientras apacigua al niño, concede perdón y expiación. Esta era la fórmula óptima que el cristianismo tenía para ofrecer. La identificación con el lactante implicaba una regresión inconsciente a una actitud pasiva e infantil. Esta posición excluía la revuelta activa; fue la actitud psíquica de la sociedad medieval. El ser humano dependía de sus gobernantes y esperaba que le permitiera obtener una mínima subsistencia; el hambre y otros males que padecía eran una prueba de sus pecados.
La Iglesia católica de la cuarta centuria se acercaba a las posiciones gnósticas, aunque no fue tan radical. Intentaron presentar al cristianismo como la filosofía más elevada; formularon el contenido del Evangelio de una manera que apelaba al sentido común de todos los pensadores serios y hombres inteligentes de la época. La idea de moda era el desdoblamiento divino: el logos, que Dios expulsó fuera de sí para la finalidad de la Creación, era el Hijo de Dios. Jesús se convirtió en el preexistente unigénito de Dios, consubstanciado con él y sin embargo una segunda persona a su lado. El Cristo de la historia fue sustituido por un Cristo conceptual.
La fe de los cristianos puso definitivamente rumbo a la contemplación de ideas y dogmas, preparando así el camino para a una cristiandad tutelada. Se legitimaron centenares de cuestiones de cosmología y de la naturaleza del mundo, dándoles el carácter de cuestiones religiosas y exigiendo una respuesta definida ante ellas, so pena de perder la salvación. Esto llevó a una situación en la que, en lugar de predicar la fe, se predicó la fe en la fe.
Llegamos así a la controversia entre Arrio y Anastasio que halló un arreglo preliminar en el concilio de Nicea. Aparentemente se trataba de una pequeña diferencia (si Dios y su Hijo eran la misma persona o de igual naturaleza), pero tras este debate se ocultaba nada menos que el viejo conflicto entre las tendencias revolucionarias y reaccionarias. El dogma arriano fue una de las convulsiones finales del cristianismo primitivo; la victoria de Anastasio selló la derrota de la religión y las esperanzas de los pequeños campesinos, artesanos y proletarios de Palestina. La renuncia definitiva a las tendencias revolucionarias, abrió la puerta para que, en la cuarta centuria, el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano.
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Muy interesante y un excelente trabajo.
Está claro que el inicio del cristianismo es un intrincado proceso sociológico de envergadura, y no se debió a un sólo hombre, sino que, por el contrario, fue un proceso premeditado con fines más políticos que religiosos pero que, tristemente, fueron amoldados posteriormente -por las autoridades religiosas que ya empezaban a tener poder- para domeñar al pueblo y acercarse al poder civil y político, algo que consiguieron con la subida de Constantino al poder.
La dogmática católica actual no tiene nada que ver con los inicios del verdadero cristianismo. Es el fruto de una constante adaptación por conveniencia de las primeras creencias dando un giro radical de ciento ochenta grados para satisfacer los intereses de las autoridades religiosas que pronto se dieron cuenta del enorme potencial de esa religión a la hora de conseguir privilegios.
Tristemente, esa historia se desconcoce entre los creyentes, quienes la ignoran o bien porque nunca se interesaron por ella, o bien por no querer saber la verdad.
Está claro que el inicio del cristianismo es un intrincado proceso sociológico de envergadura, y no se debió a un sólo hombre, sino que, por el contrario, fue un proceso premeditado con fines más políticos que religiosos pero que, tristemente, fueron amoldados posteriormente -por las autoridades religiosas que ya empezaban a tener poder- para domeñar al pueblo y acercarse al poder civil y político, algo que consiguieron con la subida de Constantino al poder.
La dogmática católica actual no tiene nada que ver con los inicios del verdadero cristianismo. Es el fruto de una constante adaptación por conveniencia de las primeras creencias dando un giro radical de ciento ochenta grados para satisfacer los intereses de las autoridades religiosas que pronto se dieron cuenta del enorme potencial de esa religión a la hora de conseguir privilegios.
Tristemente, esa historia se desconcoce entre los creyentes, quienes la ignoran o bien porque nunca se interesaron por ella, o bien por no querer saber la verdad.
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
¡¡Un buen trabajo, te felicito!!Reficul escribió:Estos apuntes que realicé hace unos años, basándome principalmente en trabajos de Erich Fromm, son un intento rastrear del origen y la evolución del cristianismo primitivo. Perdonad si os resultan un poco extensos; sólo espero que os merezca la pena leer estas 11 páginas.
(...cut...)
Me gustaría hacer dos apuntes y saber tu opinión, añado pues los dos siguientes puntos:
1.- Jesús, nunca renunció a su religión, el judaísmo. No hay cita bíblica que lo demuestre. Por lo tanto no lo creo como un revolucionario en contra de su propia religión y casta sacerdotal sino todo lo contrario.
2.- Creo a mi entender que el verdadero percursor del cristianismo (como secta del judaísmo) fue Saulo de Tarso, Pablo.
3.- El verdadero catalizador de lo que hoy conocemos como cristianismo fue Constantino y a base de poder y sangre. No es de extrañar que carguen con esa herencia hasta no hace mucho.
Repito, un artículo muy bueno.
Un saludo,
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Hola, Réfi!
Hace mucho leí El miedo a la libertad y el breve ensayo La condición humana actual, y me parecieron realmente geniales.
¿En serio? ¿Cuáles?Réficul escribió:....basándome principalmente en trabajos de Erich Fromm,...
Hace mucho leí El miedo a la libertad y el breve ensayo La condición humana actual, y me parecieron realmente geniales.
Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
"El dogma de Cristo" de Erich Frommdeloeste33 escribió:Hola, Réfi!¿En serio? ¿Cuáles?Réficul escribió:....basándome principalmente en trabajos de Erich Fromm,...
Hace mucho leí El miedo a la libertad y el breve ensayo La condición humana actual, y me parecieron realmente geniales.
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
deloeste33: El dato de Xasto es exacto. Setrata de "El dogma de Cristo"; no está mal, pero a ratos se hace un poco duro de roer. He leído cosas más amenas del autor o será que me gusta la antropología.
Jesús no fundó ninguna religión (ni siquiera me trago que dijera eso de "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, en referencia a Pedro), pero sí pudo ser muy crítico y hasta rebelde, como muchos otros profetas y visionarios antes que él. De hecho, la escenita que montó en el Templo fue un desafío en toda regla.
Claro que no, de hecho los primeros cristianos eran judíos que no veían bien que los gentiles quisieran sumarse. Pero se dejaron sobornar, y tragaron a Pablo porque eran el que se encargaba de hacer las recolectas y llevarles dinero.Dubarri escribió:Me gustaría hacer dos apuntes y saber tu opinión, añado pues los dos siguientes puntos:
1.- Jesús, nunca renunció a su religión, el judaísmo. No hay cita bíblica que lo demuestre. Por lo tanto no lo creo como un revolucionario en contra de su propia religión y casta sacerdotal sino todo lo contrario.
Jesús no fundó ninguna religión (ni siquiera me trago que dijera eso de "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, en referencia a Pedro), pero sí pudo ser muy crítico y hasta rebelde, como muchos otros profetas y visionarios antes que él. De hecho, la escenita que montó en el Templo fue un desafío en toda regla.
En realidad el logro de Pablo fue que dejara de ser una secta judía. Entre tanto, los familiares de Jesús y los apóstoles seguían a lo suyo y pasaban bastante de sus chorradas. Pero, sí; Pablo fue el verdadero precursor de lo que acabaría imponiéndose, pese a que jamás vio ni escuchó a Jesús más que en su imaginación. Increible ¿verdad? Pero ya sabemos que la realidad supera a la ficción.Dubarri escribió:2.- Creo a mi entender que el verdadero percursor del cristianismo (como secta del judaísmo) fue Saulo de Tarso, Pablo.
Creo que Constantino se encontró la cama hecha y supo apostar a caballo ganador. Buena parte de la aristrocacia ya eran cristianos (su propia madre era una fanática), así como la mayoría de la clase media y casi la totalidad de los desposeidos. Probablemente el 70 u 80% de sus tropas eran cristianos (esto explicaría que, para arengarlos en la batalla del Puente Milvio, aprovechando cualquier fenómeno meteorológico que produjo un destello en forma de cruz, se inventara el sueño con Jesús). Sin embargo, no dejó de hacer sacrificios a los dioses, lo que demuestra que en el fondo se reía de todos y los utilizaba. Vamos, que fue un gran estadista.Dubarri escribió:3.- El verdadero catalizador de lo que hoy conocemos como cristianismo fue Constantino y a base de poder y sangre. No es de extrañar que carguen con esa herencia hasta no hace mucho.
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- EduardoAteo
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Excelente artículo,Reficul.Un poco largo,pero es que el tema a tratar(las condiciones sociales en las que surgió el cristianismo)es sin duda también muy extenso(y muy interesante,todo sea dicho).
Saludos
Saludos
Aunque en el Génesis Dios dijese hágase la luz, de poco sirvió eso a la humanidad hasta que el ateo Thomas Edison inventó la bombilla. Y queda así demostrado que más vale un científico que ilumine, que un místico iluminado.
http://www.cyberateos.org/asociarse.php
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Re: ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Reficul:
Hay un hecho incuestionable, y es que hay una laguna respecto de la lista de papas desde Pedro hasta no sé que siglo (que sería el siglo en el que la Iglesia falsificó el evangelio interpolando esas frases). La Iglesia presentó una lista de nombres inventados de los supuestos papas que sucedieron a Pedro, de los cuales, los investigadores no han podido encontrar ninguna huella histórica.
Efectivamente, eso de "sobre esa piedra edificaré mi iglesia" y lo de "Todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo" es una interpolación de la Iglesia incipiente para justificar su papado y su poder terrenal.Jesús no fundó ninguna religión (ni siquiera me trago que dijera eso de "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, en referencia a Pedro), pero sí pudo ser muy crítico y hasta rebelde, como muchos otros profetas y visionarios antes que él. De hecho, la escenita que montó en el Templo fue un desafío en toda regla.
Hay un hecho incuestionable, y es que hay una laguna respecto de la lista de papas desde Pedro hasta no sé que siglo (que sería el siglo en el que la Iglesia falsificó el evangelio interpolando esas frases). La Iglesia presentó una lista de nombres inventados de los supuestos papas que sucedieron a Pedro, de los cuales, los investigadores no han podido encontrar ninguna huella histórica.
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