FuenteLa única arma de la revolución
Todos los discursos de pronto valen. Entre Derridá y Foucault todo vale, junto con Baudrillard que ve todos los límites de las disciplinas como difusos. No hay verdad ¿qué duda cabe? Todo es transeconómico, transexual, transpolítico. El pensamiento decente debe ser débil ¡venir a afirmar algo a estas alturas es una falta de respeto! ¡Todos los discursos son válidos! ¡Cada quien tiene su verdad! Aquello que comenzó como un sano cuestionamiento de las instituciones del siglo XX ha venido a dar en un caos en el que todo SE permite. La Filosofía ha entrado en uno de esos momentos en que se cuestiona a sí misma y no parece tener respuestas.
No es casualidad que en estos momentos de duda sean precisamente los científicos quienes saquen la cara por la realidad, sin pretensiones tan grandes como la verdad, desde sus laboratorios, talleres y mesas de trabajo responden simplemente que hay ciertas cuestiones improbables y que su posibilidad es casi igual a cero, así como también otras derechamente imposibles. Más que la verdad, descubren por oposición el error y la mentira. No es raro: si mezclan mal los químicos no obtienen la reacción deseada, si el circuito no se conecta la máquina no funciona, si los números no calzan la ecuación no se completa.
A ellos toca demostrar e interpretar los hechos y si bien los hechos pueden explicarse de muchas maneras, no pueden explicarse de maneras infinitas. Sencillamente hay maneras que no corresponden, interpretaciones que no se ajustan. El vulgo quiere creer que ahora las certezas de la modernidad se han caído y que sus propias verdades vulgares tienen el mismo valor que miles de años de acumulación de conocimiento. Después de todo, aquellos edificios no eran más que formas de dominación, microfísicas de poder. Pero el técnico, el ingeniero y el científico y algún pensador están ahí para decir que no cuadra, que no funciona, que así simplemente no es.
Quienes han querido ver en la caída de la Ontología anunciada por Heidegger el comienzo de una era de negación del conocimiento en donde la opinión puede reemplazar al buen juicio informado del pensador o del científico, se enfrentan a que tal fin no era sino un cambio de enfoque y acento anunciado de manera algo exagerada. NO SE TRATABA DE ESO. Se trataba precisamente de recuperar la verdad de la crisis denunciada por Nietzsche, quien descubrió precisamente el valor absoluto, moral e ignorante del tiempo que la filosofía tomista le asignaba al convertirla en idéntica al bien por una mera interpretación a pie forzado de una escritura sin sentido.
La mera experiencia cotidiana puede dar cuenta de que los juicios y los hechos son cosas diferentes: aquella piedra que se acerca volando a mi cabeza la golpeará independientemente de mi juicio, por mucho que yo juzgue que no quiero que me golpee. Sólo puedo juzgar que no es bueno que venga, pero si quiero evitar el golpe debo quitarme de su trayectoria. No se trata de valoraciones, se trata de hechos y los hechos tienen la porfía de ser a pesar de que los juzguemos poco halagüeños. El tsunami se levanta y se acerca a la costa, lo aplastará todo… mis juicios podrán dotar de sentido a los hechos, pero ahora es mejor que corra… Pero la experiencia cotidiana normalmente se muestra ya demasiado blanda: el agua corriente, la medicina, los derechos humanos. Esas conquistas que fueron a sangre y a fuego hoy parecen naturaleza, pero no son naturaleza. Fueron el resultado del pensamiento de científicos y pensadores, del trabajo de técnicos y obreros, de la lucha de revolucionarios y de verdaderos mártires.
En la comodidad de las conquistas modernas nuestro juicio se olvida de que la vida es difícil y de que la naturaleza del mundo muchas veces no tolera los errores de juicio y los castiga con la muerte. En este entorno amable con el hombre creemos que la Verdad y el Error son tan subjetivos y poco interesantes como la preferencia de un vino sobre otro, pero nos olvidamos de que fue precisamente la capacidad de hacer dicha distinción el arma que nos permitió ser la especie dominante para bien y para mal… y de paso sobrevivir.
Los derechos humanos no son derechos naturales, son conquistas políticas que están bajo amenaza de fuerzas egoístas, el librepensamiento se ve siempre amenazado por aquellos que quieren dominarnos por medio de la irracionalidad. Osama Bin Laden no es un hombre malvado, es un hombre de fe convencido de que hace el bien, pero que juzga con el cristal de la fe.
La fe no es simplemente privativa de la religión. La religión tuvo la responsabilidad de hacerla pasar como fuente de conocimiento de manera malintencionada. Ahora se pretende valorar por la fe cualquier cosa, cualquier posición, desde fascismos hasta las supercherías de la nueva era. Si son convicciones lo suficientemente fuertes, es una falta de respeto querer cuestionarlas. Pero todo este mundo amable con nosotros se basa en la libertad de distinguir clara y distintamente. La fe oscurece al disfrazarse de luz. Esta opinión es verdad porque es mi creencia: soy delgado, lo que pasa es que me veo gordo, pero esta verdad es inescrutable porque es mi dogma de fe… además de su misterio. Pero la opinión nunca es nada más que opinión y por mucho que esta sea una era de opinólogos en la televisión, la opinión nunca será otra cosa que un prejuicio y el prejuicio es el verdadero peligro, porque nos previene de formarnos de un verdadero juicio informado, que es la única arma realmente revolucionaria.
Lo lei en facebook y no puedo sino compartirlo. Saludos.