El afán de la disidencia
Publicado: Lun Dic 07, 2009 4:07 am
FuenteEl afán de la disidencia.
¿Cuál es el afán de gritar continuamente que el rey está desnudo? Un creciente grupo de hombres y mujeres se alza cada vez con más fuerza en mundo que duda para gritar lo obvio: No hay ningún dios ahí afuera, hay demasiadas pseudociencias tergiversando el conocimiento, que alguien o más de alguien crea en algo no lo convierte en verdad ni nadie sabe lo que nos ocurre tras la muerte. Nos acarreamos más ira incluso que aquella que se atraen las facciones opuestas. Somos la disidencia absoluta, la facción en contra de las facciones, el enemigo de los enemigos.
Como aquella célula de los amigos de Neo en Matrix, circulamos inadvertidos en medio del sistema, pero cualquiera que nos identifique puede volverse nuestro enemigo y un agente que nos dispare, que nos excluya. Me han recomendado moderar mis posturas, pero yo no soy un político, soy un tipo con formación filosófica que intenta hacer Filosofía. No sé de moderación en cuanto a expresar aquello que precisamente ante mí se presente como lo real y verdadero. La Filosofía es la correspondencia que, asumida y desplegándose, habla en concordancia con el Ser del Ente dijo Martin Heidegger y es este hablar que asumo y despliego concordando, o tratando al menos de concordar con la esencia del todo, de lo Ente.
En este hablar he podido afirmar, como mis predecesores más grandes que yo, bien pocas cosas. Pienso luego existo, por ejemplo… pero eso ya lo sabíamos, incluso desde antes de Descartes, de hecho cualquiera lo sabe, pero pocos saben qué hacer con ello. Puedo afirmar con Ortega que yo soy yo y mi circunstancia, lo que significa que, a fin de cuentas, toda objetividad debe hacer notar que el objeto se presenta precisamente ante a mí y que esta presentación del objeto precisamente ante mí constituye toda la realidad posible, al menos toda la realidad posible para mí, no sólo para mí Arturo, sino también para ti que lees en cada caso y que también eres un yo y su propia circunstancia análoga a la de este Arturo que escribe o a la de aquel Ortega que lo pensó primero.
No debiéramos conformarnos con nada menos que la verdad o más bien lo verdadero en un determinado momento, lugar, circunstancia, pero las verdades se hacen magras, escasas e insuficientes: pienso luego existe, el hombre desciende no del mono, pero de un bicho sumamente similar, la ilusión del diseño no es más que el producto de una selección natural que se ha tomado eones ¡cuán tentador no resulta recurrir a la creencia y abandonar el conocimiento que nos ha traído hasta aquí! Allí simplemente se entregan a un invisible espíritu que vela por ellos, el evangélico que predica en las calles me asegura que si acepto a su señor seré salvo, pero yo no puedo ver a su señor… sólo aparece ante mí un libro incoherente y contradictorio que me promete vida eterna si acepto llegar a un padre a través de este personaje muerto hace dos mil años. Pero yo no veo sino un libro que no resiste ningún análisis serio y descarnado.
Pero el esquema de la creencia no termina aquí. Cualquier cosa esgrimida como dogma de fe se vuelve intocable. “¡Yo me he aferrado a un absurdo determinado porque ello me permite enfrentar la vida y no acepto que nadie ose cuestionarlo y ay de aquel quien no se aferre a lo mismo que yo!” Grita el creyente y no sólo el creyente religioso… también lo grita el creyente político, el creyente social, el creyente nacionalista ¡hasta el creyente deportivo! No se habla de política, ni fútbol, ni religión en la mesa. Las creencias no son susceptibles de ser sometidas a análisis. Cada quien tiene el derecho de engañarse a sí mismo como mejor pueda para soportar la existencia… si tan sólo todo terminara al menos aquí. Pero hay demasiados intereses a la espera de que el engaño continúe ¿no son las creencias una forma demasiado eficiente de controlar a las masas y, mejor aún, a los individuos? ¿Qué pasaría si de pronto cada uno de nosotros cayera en cuenta de que no es dueño sino de su presente y de una muy incierta fracción de porvenir? Qué pasaría si la gente no estuviera de acuerdo en mantener una cómoda mansedumbre ante la autoridad, una generosa cuota de donaciones a las iglesias y de pronto se despertara con ganas de escudriñar el presente por sí misma, cansada del absurdo concepto de patria, del superado concepto de dios…
¡Qué sería de una humanidad sin miedo! ¡Quién compraría las armas, las alarmas, los seguros, los rosarios, los talismanes! Talismanes que no se limitan a los símbolos mágicos de las religiones o supersticiones. Talismanes como ropa de marca, zapatillas de marca, casas en el barrio alto. Símbolos de status que garantizan que uno forma parte de un grupo determinado, de una comunidad determinada en la que se siente acogido… seguro.
Una humanidad así sería una humanidad incontrolable, que no consume lo que dicen en la tele, que no lucha en las guerras de sus líderes, que no forma parte de los ejércitos… pero existen demasiados intereses empecinados en mantener las cosas como están, en hacer que no se avance en libertades ¡no sea que se caiga en el “libertinaje”!
¿No es curioso que los grupos más conservadores sean siempre aquellos que tienen la sartén por el mango? He leído y me han escrito numerosos teóricos de la conspiración, que los iluminati, que los masones, los marcianos, el gobierno de los Estados Unidos ¡no falta quien todavía cree en la verdad de los Protocolos de los Sabios de Sión! La única conspiración real es aquella de quienes mandan y no quieren perder el mando, y esa conspiración es descarada, presente y está ocurriendo ahora justo frente a nuestras narices, mientras nosotros estamos empeñados en buscar las respuestas en otros mundos, en entidades que no están allí. Nos consolamos en la Iglesia, nos validamos en el consumo y, como dijo Gatti tuvimos miedo, temblamos y en esto se nos fue la vida, el poder de decidir por nosotros mismos y la facultad de juzgar.
¿Las respuestas? La respuesta es primero que nada aprender a vivir sin ellas.
Ciertamente hay varias buenas ideas que rescatar de este texto. Saludos.