Papá, ¿Dios existe? No.
Publicado: Vie May 14, 2010 3:18 pm
(Este artículo fue originalmente publicado, bajo el título "Ateísmo para Eloy", en http://miagoraparticular.blogspot.com/)
Tengo un hijo con actualmente tres años que probablemente algún día me pregunte si existen los Reyes Magos. No sé qué le responderé exactamente, pero sé que no le diré ni que sí ni que no, sino que seguramente recurriré a una de esas respuestas elusivas tan habituales del tipo "¿y tú que crees?", "¿tú quieres que existan?", "lo que tú prefieras pensar" o similar. Pero también es posible que mi hijo me pregunte algún día si existe Dios. En este caso sí puedo anticipar con toda convicción cuál será mi respuesta: no.
Esto viene a colación por el hecho de que he observado que numerosos no creyentes contemplan tal momento como una especie de situación difícil y comprometida ante la que manifiestan una cierta prevención, y como resultado de ello les preocupan las dudas acerca de cuál ha de ser la respuesta que deberían ofrecer como más apropiada. En ello me parece detectar ciertas inseguridad, indecisión o incluso sentimiento de culpabilidad al respecto de la propia postura intelectual de no creencia que considero totalmente injustificadas. Estas personas no quieren engañar a su hijo o hija, pero por otro lado tienen el temor de caer en lo que ellos consideran que sería una reproducción del dogmatismo de los creyentes y la tendencia adoctrinadora a que tal dogmatismo conduce. En otras palabras, detestan la idea de convertirse en la otra cara de la moneda de unos padres creyentes (cuando en realidad el agnosticismo y el ateísmo no son la otra cara de la moneda de la creencia religiosa; la otra cara de la moneda de una creencia religiosa no es sino otra diferente creencia religiosa). Su objetivo es permitir que su hijo piense por sí mismo, y consideran que si le ofrecen esa respuesta taxativa que antes he propuesto estarían incurriendo en el intento de inculcarles sus propias ideas cuando en realidad lo que deberían hacer es estimularle a formarse su propia opinión. ¿Dónde reside aquí el error? En que se pretendería animar a alguien a formarse su propia opinión sobre algo que no es cuestión de opinión, en que no se estaría transmitiendo ninguna creencia dogmática al pronunciar ese "no", en que con ello no se estaría coartando de ninguna manera la autonomía de pensamiento.
Si nuestro hijo nos preguntase, por ejemplo, si la Tierra está estática en el centro del universo mientras el resto de éste gira a su alrededor, no consideraríamos inconveniente responderle que no. Es más, veríamos esta respuesta como la única razonable y responsable. Al hacerlo, ¿estaría justificado que considerásemos que caemos en el dogmatismo?, ¿tendríamos el temor de estar coartando su libertad de pensar?, ¿tendríamos en algún momento la tentación de responderle "has de formarte tu propia opinión sobre esta cuestión"?
La objeción que inmediatamente surgirá al común de las personas es que no es lo mismo, porque mientras sí podemos estar seguros al 100% de que la Tierra no está estática, no lo podemos estar acerca de la inexistencia o existencia de Dios. La respuesta a la primera cuestión sería objetiva e indiscutible, mientras que la que corresponde a la segunda dependería del parecer personal de cada cual. Lo que ocurre, sin embargo, es que esto no es así. Tampoco podemos estar 100% seguros de que la Tierra no está estática. En nuestro conocimiento sobre el mundo de los hechos no cabe el concepto de certeza. Cuando estamos seguros de algo, lo estamos únicamente porque su verdad o falsedad posee un cierto grado de probabilidad. Un grado de probabilidad que en ocasiones nos es suficiente para responder un "sí" o un "no" sin temor a equivocarnos. Así funciona nuestro conocimiento del mundo, y no necesitamos más.
Ese grado de probabilidad de los hechos que traducimos en seguridad de nuestro conocimiento acerca de la realidad es lo que nos resulta suficiente para afirmar que la Tierra no está estática, así que ¿por qué no habría de ser también suficiente para afirmar que Dios no existe? Parecería que el objeto " Dios" ha de ocupar una especie de categoría especial dentro de nuestros juicios acerca del mundo de los hechos. ¿Por qué? La respuesta es evidente: el peso, la influencia, de una carga histórica, cultural y social de la que nos es tremendamente difícil librarnos.
Una vez dicho lo anterior, recurriré a otro ejemplo. Todos conocemos la trama de la película Matrix (un film cuyos creadores nos hicieron un gran favor a aquellos que tenemos el interés o la necesidad de explicar ciertas cosas). ¿Pudiera ser que en realidad viviéramos en "Matrix"? No es imposible. Pero las probabilidades de ello son tan sumamente ínfimas que cualquier respuesta distinta del "no" la consideraríamos poco razonable. Si nuestros hijos nos preguntaran si existe "Matrix", ¿entenderíamos como conveniente cualquier respuesta que no fuese un claro y rotundo "no"? Sin embargo, sólo tenemos que suponer que el transcurrir histórico y social de nuestra cultura hubiera sido diferente al que realmente ha sido. Supongamos que la "doctrina Matrix" hubiera triunfado hace 2000 años, expandiéndose a lo largo de todo el mundo occidental, generando una religión organizada e institucionalizada, permeando nuestra concepción de la realidad y nuestro pensamiento moral, quizás hasta el punto de que hoy mismo se estuviera enseñando en las escuelas públicas de nuestro país. Si ello hubiera ocurrido, esas mismas personas que hoy tienen reparos en decirle a su hijo "Dios no existe" lo tendrían de la misma manera en decirle "Matrix no existe".
He manifestado al comienzo que no daría a mi hijo una negativa acerca de la posibilidad de que existan los Reyes Magos. Se trata de un mito de nuestra tradición cultural que, despojado de toda connotación y contexto religiosos (lo cual es tan posible como necesario), yo mismo gocé enormemente en mi infancia y que, inevitablemente, acaba cayendo por su propio peso para cualquier individuo. Sin embargo, no recuerdo haber creído en Dios en ningún momento de mi vida, y no tengo la sensación de haberme perdido nunca nada (más bien estoy convencido de haber ganado mucho). Y éste, a diferencia del de los Reyes Magos, es un mito que se puede arrostrar durante toda la existencia porque, aunque parezca mentira, la mayoría de los seres humanos, aun de adultos, siguen creyendo en algunas fantasías infantiles.
Tengo un hijo con actualmente tres años que probablemente algún día me pregunte si existen los Reyes Magos. No sé qué le responderé exactamente, pero sé que no le diré ni que sí ni que no, sino que seguramente recurriré a una de esas respuestas elusivas tan habituales del tipo "¿y tú que crees?", "¿tú quieres que existan?", "lo que tú prefieras pensar" o similar. Pero también es posible que mi hijo me pregunte algún día si existe Dios. En este caso sí puedo anticipar con toda convicción cuál será mi respuesta: no.
Esto viene a colación por el hecho de que he observado que numerosos no creyentes contemplan tal momento como una especie de situación difícil y comprometida ante la que manifiestan una cierta prevención, y como resultado de ello les preocupan las dudas acerca de cuál ha de ser la respuesta que deberían ofrecer como más apropiada. En ello me parece detectar ciertas inseguridad, indecisión o incluso sentimiento de culpabilidad al respecto de la propia postura intelectual de no creencia que considero totalmente injustificadas. Estas personas no quieren engañar a su hijo o hija, pero por otro lado tienen el temor de caer en lo que ellos consideran que sería una reproducción del dogmatismo de los creyentes y la tendencia adoctrinadora a que tal dogmatismo conduce. En otras palabras, detestan la idea de convertirse en la otra cara de la moneda de unos padres creyentes (cuando en realidad el agnosticismo y el ateísmo no son la otra cara de la moneda de la creencia religiosa; la otra cara de la moneda de una creencia religiosa no es sino otra diferente creencia religiosa). Su objetivo es permitir que su hijo piense por sí mismo, y consideran que si le ofrecen esa respuesta taxativa que antes he propuesto estarían incurriendo en el intento de inculcarles sus propias ideas cuando en realidad lo que deberían hacer es estimularle a formarse su propia opinión. ¿Dónde reside aquí el error? En que se pretendería animar a alguien a formarse su propia opinión sobre algo que no es cuestión de opinión, en que no se estaría transmitiendo ninguna creencia dogmática al pronunciar ese "no", en que con ello no se estaría coartando de ninguna manera la autonomía de pensamiento.
Si nuestro hijo nos preguntase, por ejemplo, si la Tierra está estática en el centro del universo mientras el resto de éste gira a su alrededor, no consideraríamos inconveniente responderle que no. Es más, veríamos esta respuesta como la única razonable y responsable. Al hacerlo, ¿estaría justificado que considerásemos que caemos en el dogmatismo?, ¿tendríamos el temor de estar coartando su libertad de pensar?, ¿tendríamos en algún momento la tentación de responderle "has de formarte tu propia opinión sobre esta cuestión"?
La objeción que inmediatamente surgirá al común de las personas es que no es lo mismo, porque mientras sí podemos estar seguros al 100% de que la Tierra no está estática, no lo podemos estar acerca de la inexistencia o existencia de Dios. La respuesta a la primera cuestión sería objetiva e indiscutible, mientras que la que corresponde a la segunda dependería del parecer personal de cada cual. Lo que ocurre, sin embargo, es que esto no es así. Tampoco podemos estar 100% seguros de que la Tierra no está estática. En nuestro conocimiento sobre el mundo de los hechos no cabe el concepto de certeza. Cuando estamos seguros de algo, lo estamos únicamente porque su verdad o falsedad posee un cierto grado de probabilidad. Un grado de probabilidad que en ocasiones nos es suficiente para responder un "sí" o un "no" sin temor a equivocarnos. Así funciona nuestro conocimiento del mundo, y no necesitamos más.
Ese grado de probabilidad de los hechos que traducimos en seguridad de nuestro conocimiento acerca de la realidad es lo que nos resulta suficiente para afirmar que la Tierra no está estática, así que ¿por qué no habría de ser también suficiente para afirmar que Dios no existe? Parecería que el objeto " Dios" ha de ocupar una especie de categoría especial dentro de nuestros juicios acerca del mundo de los hechos. ¿Por qué? La respuesta es evidente: el peso, la influencia, de una carga histórica, cultural y social de la que nos es tremendamente difícil librarnos.
Una vez dicho lo anterior, recurriré a otro ejemplo. Todos conocemos la trama de la película Matrix (un film cuyos creadores nos hicieron un gran favor a aquellos que tenemos el interés o la necesidad de explicar ciertas cosas). ¿Pudiera ser que en realidad viviéramos en "Matrix"? No es imposible. Pero las probabilidades de ello son tan sumamente ínfimas que cualquier respuesta distinta del "no" la consideraríamos poco razonable. Si nuestros hijos nos preguntaran si existe "Matrix", ¿entenderíamos como conveniente cualquier respuesta que no fuese un claro y rotundo "no"? Sin embargo, sólo tenemos que suponer que el transcurrir histórico y social de nuestra cultura hubiera sido diferente al que realmente ha sido. Supongamos que la "doctrina Matrix" hubiera triunfado hace 2000 años, expandiéndose a lo largo de todo el mundo occidental, generando una religión organizada e institucionalizada, permeando nuestra concepción de la realidad y nuestro pensamiento moral, quizás hasta el punto de que hoy mismo se estuviera enseñando en las escuelas públicas de nuestro país. Si ello hubiera ocurrido, esas mismas personas que hoy tienen reparos en decirle a su hijo "Dios no existe" lo tendrían de la misma manera en decirle "Matrix no existe".
He manifestado al comienzo que no daría a mi hijo una negativa acerca de la posibilidad de que existan los Reyes Magos. Se trata de un mito de nuestra tradición cultural que, despojado de toda connotación y contexto religiosos (lo cual es tan posible como necesario), yo mismo gocé enormemente en mi infancia y que, inevitablemente, acaba cayendo por su propio peso para cualquier individuo. Sin embargo, no recuerdo haber creído en Dios en ningún momento de mi vida, y no tengo la sensación de haberme perdido nunca nada (más bien estoy convencido de haber ganado mucho). Y éste, a diferencia del de los Reyes Magos, es un mito que se puede arrostrar durante toda la existencia porque, aunque parezca mentira, la mayoría de los seres humanos, aun de adultos, siguen creyendo en algunas fantasías infantiles.