La Iglesia y el genocidio ruandés
Publicado: Dom May 23, 2010 8:25 am
http://blogs.publico.es/dominiopublico/ ... o-ruandes/
La Iglesia y el genocidio ruandés
23 Mar 2010
Tags: África política internacional religión
NICOLE THIBON
Hay que tener una buena dosis de inconsciencia para zambullirse en la historia del genocidio perpetrado en 1994 en Ruanda por la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Pero es de actualidad : según un informe de la ONU de noviembre de 2009, las milicias del Frente Democrático de Liberación de Ruanda (FDLR) “habrían recibido regularmente apoyo político, logístico y financiero de gente vinculada a las fundaciones católicas El Olivar e Inshuti” y fondos provenientes “directamente e indirectamente del Gobierno de las islas Baleares”. Hoy dirige el país el presidente tutsi Paul Kagamé; pero las milicias hutus –acusadas de saqueos, asesinatos, violaciones y raptos de niños en el Kivu congolés– se empeñan en retomar el poder. Lo que realmente asombra es la implicación de sectores de la Iglesia católica en la política de ese país africano.
Desde la colonización y evangelización de Ruanda, el país de las “mil colinas”, hacia el año 1900 (poblado por un 80% de hutus y un 10% de tutsis) la Iglesia jugó un papel no sólo religioso sino político. En su trabajo, los misioneros católicos se toparon con la resistencia de los tutsis y gozaron en cambio de una gran benevolencia hutu. Si bien no se puede acusar a la Iglesia de haber creado las categorías o “razas” hutu y tutsi, han contribuido a arraigar y justificar la división de dos grupos que jamás se habían enfrentado a lo largo de siglos sino en trifulcas de intereses entre agricultores tutsis y pastores hutus. En nombre de las etnias, etnólogos y misioneros pensaron haber hallado en África un terreno en el que aplicar las teorías raciales propias del siglo XIX.
En 1931, la Iglesia obtuvo la destitución del rey tutsi Muyinga, contrario a la cristianización de su pueblo. Numerosos clérigos y miembros de la jerarquía se implicaron en la propagación de “esquemas racistas”, por ejemplo en la obra del Padre Albert Pagès o del obispo Léon Classe. Después del Padre Loupias, el abate Alexis Kagamé propagó esquemas racistas en la lengua local. En 1933, los padres blancos fundaron el periódico católico Kinyamateka que más tarde propagaría la ideología “Parmehutu” en donde el tutsi es un “no cristiano”, “anti-blanco”, “mentiroso”, “inteligente y artero”; mientras que el hutu es “trabajador”, “indígena dócil”, “amigo del blanco”.
Con el monopolio absoluto de la enseñanza, la Iglesia multiplicó la formación de abates y seminaristas hutus, con el fin de realizar en Ruanda un “reino de Cristo” y en 1946 el rey Mutara III escogido por la Iglesia, consagró oficialmente el país a “Cristo Rey”. La conversión al catolicismo se volvió la puerta obligada para acceder a cualquier empleo colonial. El colonizador y la Iglesia habían logrado hacer de Ruanda un país casi 100% católico y un modelo para África llamado “la joya de África”.
Pero el viento de independencia que soplaba en los años cincuenta reforzó el nacionalismo “comunista” y “ateo” de los tutsis. En 1957, los hutus cercanos a la vicaría ruandesa redactaron un manifiesto según el cual los tutsis son intrusos llegados del Nilo, a donde han de regresar. El sermón sobre la Caridad de 1957 de monseñor Perraudin y su carta pastoral racista de cuaresma del 11 de febrero indujeron directamente la “matanza de Todos los Santos” de 1959, durante la cual paisanos armados de machetes quemaron las haciendas de los tutsis, dejando decenas de miles de muertos y no menos refugiados. Cuando en 1963 los refugiados tutsis intentaron volver a Ruanda, ahora república independiente, decenas de miles fueron asesinados en la “Navidad roja”. A partir de la independencia, el dominio de la Iglesia se acentuó, en particular el de su ala derecha, el Renouveau Charismatique y el “departamento secreto” del Opus Dei. En 1973 se puede hablar del régimen hutu del presidente Habyarimana como de una dictadura católica de un país casi 100% católico.
En las actas del 16 de mayo de 1997 de la comisión parlamentaria belga, numerosos testimonios acusan directamente a la Iglesia católica y sus ramificaciones. Sacerdotes, obispos, arzobispos, abates, curas, misioneros, miembros del Opus fueron oficialmente acusados de complicidad, pasiva o activa, en el genocidio de 1994. Según el investigador belga Pierre Galant, 816 machetes fueron comprados y distribuidos por Caritas-Ruanda en 1993. El padre blanco Johan Pristil, partidario ferviente del “hutu-power”, participó en la creación de la Radio “Mil colinas” y tradujo Mein Kampf al Kinyaruanda, y vio a los tutsis como a los “judíos de África”. Se hallaron 30.000 cadáveres en su parroquia en Nyumba. La radio “Mil colinas” –o “radio de la muerte”– predicó la matanza día tras día.
Monseñor Misado fue arrestado en 1999 por su participación en el genocidio y las hermanas Mukangango y Mikabutera por haber entregado a los tutsis refugiados en sus conventos. El abate Seromba fue condenado a cadena perpetua. Genocidas notorios se esconden y son protegidos en conventos, monasterios y parroquias. En Francia, el abate Munyeshyaka y otros están protegidos por las autoridades civiles y católica, así como Rekundo en Ginebra, exfiltrado por “Caritas Catholica”, Nahimana en Florencia y Bellomi en Brescia: unos 50 sacerdotes genocidas ruandeses lograron huir a Europa y Canadá.
¿Pedirá perdón la Iglesia católica por su política africana y el genocidio de Ruanda?
Nicole Thibon es periodista
Ilustración de Mikel Casal
http://chiwulltun.blogspot.com/2010/04/ ... os-de.html
La disculpa del Papa por los abusos de pederastia debe ser insoportable para los ruandeses
Martin Kimani
The Guardian
Si los abusos sexuales en Irlanda justifican su contrición, qué desprecio muestra el silencio del Vaticano sobre su papel en el genocidio ruandés
Si eres un católico irlandés y has sufrido abusos sexuales a manos de un sacerdote, habrás podido leer hace poco una carta del Papa Benedicto que te dice: "Has sufrido terriblemente y yo de veras lo siento. Sé que nada puede borrar el mal que has soportado. Tu confianza ha sido traicionada y tu dignidad, violada".
Para cualquier católico practicante de Ruanda, esta carta debe ser insoportable, pues da a entender lo poco que vales para el Vaticano. Hace quince años, decenas de miles de católicos fueron asesinados a machetazos dentro de las iglesias. En algunos casos fueron sacerdotes y monjas los que dirigieron la carnicería. En algunos casos no hicieron nada mientras se llevaba cabo. Los incidentes no fueron algo aislado. Nyamata, Ntarama, Nyarubuye, Cyahinda, Nyange y Saint Famille fueron sólo unas cuantas de las iglesias escenarios de matanzas. [1]
A ti, superviviente católico del genocidio de Ruanda, el Vaticano te dice que esos curas, esos obispos, esas monjas, esos arzobispos que planificaron y mataron no actuaban siguiendo instrucciones de la Iglesia. Pero la responsabilidad moral cambia de modo espectacular si eres un católico europeo o estadounidense. A los sacerdotes de la Iglesia irlandesa que abusaron de los niños, el Papa tiene algo que decirles, esto: "Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales legalmente establecidos. Habéis perdido la estima del pueblo de Irlanda y habéis atraído la vergüenza y la deshonra sobre vuestros compañeros".
Las pérdidas de Ruanda no han recibido esa consideración. Algunas de las monjas y curas que han sido condenados por los tribunales belgas y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), respectivamente, gozaron del amparo de iglesias católicas en Europa mientras siguieron huidos de los fiscales acusadores. Uno de ellos es el padre Athanase Seromba, que encabezó la matanza de la parroquia de Nyange y fue sentenciado a quince años de cárcel por el tribunal que le juzgó. [2] En abril de 1994, Seromba logró atraer a más de dos mil hombres, mujeres y niños desesperados a su iglesia, donde esperaban permanecer seguros. Pero el pastor resultó ser su cazador.
Una tarde Seromba entró en la iglesia y se llevó los cálices de la comunión, así como las vestiduras sacerdotales. Cuando un refugiado le rogó que les dejara la Eucaristía para permitirles al menos celebrar una (última) misa, el cura se negó y les dijo que el edificio ya no era una iglesia. Un testigo del juicio de TPIR recordó una conversación en la que se puso de manifiesto su pensamiento.
Uno de los refugiados preguntó: "Padre, ¿puede usted rezar por nosotros?" Seromba respondió: "¿Vive todavía el Dios de los tutsis?" Posteriormente, dio órdenes para que una excavadora derribara los muros de la iglesia sobre quienes estaban dentro y apremió después a las milicias para que invadieran el edificio y acabaran con los supervivientes.
En su juicio, Seromba declaró: "Sacerdote soy y sacerdoté seguiré siendo". Ésta es, aparentemente, la verdad, puesto que el Vaticano nunca ha retirado los comunicados en su defensa emitidos antes de la sentencia. [3]
A lo largo del último siglo, los obispos católicos han estado profundamente implicados en la política ruandesa con pleno conocimiento del Vaticano. Tómese el caso del arzobispo Vincent Nsengiyumva. Hasta 1990 desempeñó el cargo de presidente del comité central del partido dominante, durante casi quince años, defendiendo al gobierno autoritario de Juvenal Habyarimana, que orquestó el asesinato de casi un millón de personas. O el arzobispo André Perraudin, el más alto representante de Roma en la Ruanda de los años cincuenta. Gracias a su colusión y a su papel de mentor, se lanzó la ideología de odio y racismo conocida como Poder Hutu, con frecuencia por medio de sacerdotes y seminaristas con buena posición en la Iglesia. Uno de ellos fue el primer presidente de Ruanda, Grégoire Kayibanda, secretario particular y protegido de Perraudin, cuyo poder político no tenía rival.
El apoyo al Poder Hutu no fue producto de la ingenuidad o la inconsciencia. Se trataba de una estrategia destinada a mantener la posición política de poder de la Iglesia en una Ruanda que se descolonizaba. La violencia de los años sesenta llevó inexorablemente al intento de exterminar a los tutsis en 1994. Eran expresiones violentas de una esfera política dominada por la opinión de que hutus y tutsis eran categorías raciales separadas y opuestas. También esto es un legado de los misioneros católicos, cuyas escuelas y púlpitos hicieron de caja de resonancia de falsas teorías raciales.
Este apartamiento de las víctimas ruandesas del genocidio se produce en un momento en el que la Iglesia Católica tiene cada vez más fieles entre las gentes de piel negra y morena. No resulta difícil llegar a la conclusión de que los escalones más altos de la Iglesia se agarran desesperadamente a un patrimonio racial que se desvanece con rapidez.
Acaso sea hora de que los católicos obliguen a sus dirigentes a enfrentarse a una historia de racismo institucional que aún continúa, si ha de estar la Iglesia a la altura de sus hermosas palabras. Las disculpas no bastan, no importa lo humildes que sean. Lo que se exige es un reconocimiento del poder político y la culpabilidad moral de la Iglesia, con todas las implicaciones legales que ello entraña.
El silencio del Vaticano supone desprecio. Su incapacidad de examinar al completo su papel central en el genocidio ruandés sólo puede significar que es plenamente consciente de que no se verá amenazado si entierra la cabeza en la arena. Mientras que sabe que si ignora el abuso sexual de sus parroquianos europeos no sobrevivirá en años venideros, puede dejar que los cuerpos africanos sigan enterrados, deshumanizados y sin investigar.
Es una buena estrategia política. Y una posición moral de cuya duplicidad y maldad tenemos testigos y documentos. Pues resulta que mucha gente, muchos especialistas académicos, gobiernos e instituciones dentro y fuera de Ruanda están examinando el papel que tuvieron en el genocidio. El Vaticano sobresale por ser la excepción, y su lugar moral se sitúa hoy por debajo del gobierno de Francia por su duradera amistad con los genocidaires.
NOTAS T.:
[1] La mayoría de los ocho millones de ruandeses son cristianos. La católica es la iglesia que cuenta con mayor número de fieles. [2] A lo largo de cien días de 1994 fueron asesinados 800.000 tutsis, y hutus considerados desafectos a su etnia. [3] Seromba fue juzgado por el TIPR en Arusha, Tanzania, y condenado a quince años de prisión en diciembre de 2006. En el momento de su detención trabajaba, al parecer con otra identidad, en dos parroquias de la ciudad italiana de Florencia.
Martin Kimani es miembro asociado del Grupo de Conflictos, Seguridad y Desarrollo del King's College de Londres, donde llevó a cabo su doctorado en estudios bélicos. Trabaja en la actualidad en un libro sobre el catolicismo y el genocidio de Ruanda.
La Iglesia y el genocidio ruandés
23 Mar 2010
Tags: África política internacional religión
NICOLE THIBON
Hay que tener una buena dosis de inconsciencia para zambullirse en la historia del genocidio perpetrado en 1994 en Ruanda por la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Pero es de actualidad : según un informe de la ONU de noviembre de 2009, las milicias del Frente Democrático de Liberación de Ruanda (FDLR) “habrían recibido regularmente apoyo político, logístico y financiero de gente vinculada a las fundaciones católicas El Olivar e Inshuti” y fondos provenientes “directamente e indirectamente del Gobierno de las islas Baleares”. Hoy dirige el país el presidente tutsi Paul Kagamé; pero las milicias hutus –acusadas de saqueos, asesinatos, violaciones y raptos de niños en el Kivu congolés– se empeñan en retomar el poder. Lo que realmente asombra es la implicación de sectores de la Iglesia católica en la política de ese país africano.
Desde la colonización y evangelización de Ruanda, el país de las “mil colinas”, hacia el año 1900 (poblado por un 80% de hutus y un 10% de tutsis) la Iglesia jugó un papel no sólo religioso sino político. En su trabajo, los misioneros católicos se toparon con la resistencia de los tutsis y gozaron en cambio de una gran benevolencia hutu. Si bien no se puede acusar a la Iglesia de haber creado las categorías o “razas” hutu y tutsi, han contribuido a arraigar y justificar la división de dos grupos que jamás se habían enfrentado a lo largo de siglos sino en trifulcas de intereses entre agricultores tutsis y pastores hutus. En nombre de las etnias, etnólogos y misioneros pensaron haber hallado en África un terreno en el que aplicar las teorías raciales propias del siglo XIX.
En 1931, la Iglesia obtuvo la destitución del rey tutsi Muyinga, contrario a la cristianización de su pueblo. Numerosos clérigos y miembros de la jerarquía se implicaron en la propagación de “esquemas racistas”, por ejemplo en la obra del Padre Albert Pagès o del obispo Léon Classe. Después del Padre Loupias, el abate Alexis Kagamé propagó esquemas racistas en la lengua local. En 1933, los padres blancos fundaron el periódico católico Kinyamateka que más tarde propagaría la ideología “Parmehutu” en donde el tutsi es un “no cristiano”, “anti-blanco”, “mentiroso”, “inteligente y artero”; mientras que el hutu es “trabajador”, “indígena dócil”, “amigo del blanco”.
Con el monopolio absoluto de la enseñanza, la Iglesia multiplicó la formación de abates y seminaristas hutus, con el fin de realizar en Ruanda un “reino de Cristo” y en 1946 el rey Mutara III escogido por la Iglesia, consagró oficialmente el país a “Cristo Rey”. La conversión al catolicismo se volvió la puerta obligada para acceder a cualquier empleo colonial. El colonizador y la Iglesia habían logrado hacer de Ruanda un país casi 100% católico y un modelo para África llamado “la joya de África”.
Pero el viento de independencia que soplaba en los años cincuenta reforzó el nacionalismo “comunista” y “ateo” de los tutsis. En 1957, los hutus cercanos a la vicaría ruandesa redactaron un manifiesto según el cual los tutsis son intrusos llegados del Nilo, a donde han de regresar. El sermón sobre la Caridad de 1957 de monseñor Perraudin y su carta pastoral racista de cuaresma del 11 de febrero indujeron directamente la “matanza de Todos los Santos” de 1959, durante la cual paisanos armados de machetes quemaron las haciendas de los tutsis, dejando decenas de miles de muertos y no menos refugiados. Cuando en 1963 los refugiados tutsis intentaron volver a Ruanda, ahora república independiente, decenas de miles fueron asesinados en la “Navidad roja”. A partir de la independencia, el dominio de la Iglesia se acentuó, en particular el de su ala derecha, el Renouveau Charismatique y el “departamento secreto” del Opus Dei. En 1973 se puede hablar del régimen hutu del presidente Habyarimana como de una dictadura católica de un país casi 100% católico.
En las actas del 16 de mayo de 1997 de la comisión parlamentaria belga, numerosos testimonios acusan directamente a la Iglesia católica y sus ramificaciones. Sacerdotes, obispos, arzobispos, abates, curas, misioneros, miembros del Opus fueron oficialmente acusados de complicidad, pasiva o activa, en el genocidio de 1994. Según el investigador belga Pierre Galant, 816 machetes fueron comprados y distribuidos por Caritas-Ruanda en 1993. El padre blanco Johan Pristil, partidario ferviente del “hutu-power”, participó en la creación de la Radio “Mil colinas” y tradujo Mein Kampf al Kinyaruanda, y vio a los tutsis como a los “judíos de África”. Se hallaron 30.000 cadáveres en su parroquia en Nyumba. La radio “Mil colinas” –o “radio de la muerte”– predicó la matanza día tras día.
Monseñor Misado fue arrestado en 1999 por su participación en el genocidio y las hermanas Mukangango y Mikabutera por haber entregado a los tutsis refugiados en sus conventos. El abate Seromba fue condenado a cadena perpetua. Genocidas notorios se esconden y son protegidos en conventos, monasterios y parroquias. En Francia, el abate Munyeshyaka y otros están protegidos por las autoridades civiles y católica, así como Rekundo en Ginebra, exfiltrado por “Caritas Catholica”, Nahimana en Florencia y Bellomi en Brescia: unos 50 sacerdotes genocidas ruandeses lograron huir a Europa y Canadá.
¿Pedirá perdón la Iglesia católica por su política africana y el genocidio de Ruanda?
Nicole Thibon es periodista
Ilustración de Mikel Casal
http://chiwulltun.blogspot.com/2010/04/ ... os-de.html
La disculpa del Papa por los abusos de pederastia debe ser insoportable para los ruandeses
Martin Kimani
The Guardian
Si los abusos sexuales en Irlanda justifican su contrición, qué desprecio muestra el silencio del Vaticano sobre su papel en el genocidio ruandés
Si eres un católico irlandés y has sufrido abusos sexuales a manos de un sacerdote, habrás podido leer hace poco una carta del Papa Benedicto que te dice: "Has sufrido terriblemente y yo de veras lo siento. Sé que nada puede borrar el mal que has soportado. Tu confianza ha sido traicionada y tu dignidad, violada".
Para cualquier católico practicante de Ruanda, esta carta debe ser insoportable, pues da a entender lo poco que vales para el Vaticano. Hace quince años, decenas de miles de católicos fueron asesinados a machetazos dentro de las iglesias. En algunos casos fueron sacerdotes y monjas los que dirigieron la carnicería. En algunos casos no hicieron nada mientras se llevaba cabo. Los incidentes no fueron algo aislado. Nyamata, Ntarama, Nyarubuye, Cyahinda, Nyange y Saint Famille fueron sólo unas cuantas de las iglesias escenarios de matanzas. [1]
A ti, superviviente católico del genocidio de Ruanda, el Vaticano te dice que esos curas, esos obispos, esas monjas, esos arzobispos que planificaron y mataron no actuaban siguiendo instrucciones de la Iglesia. Pero la responsabilidad moral cambia de modo espectacular si eres un católico europeo o estadounidense. A los sacerdotes de la Iglesia irlandesa que abusaron de los niños, el Papa tiene algo que decirles, esto: "Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales legalmente establecidos. Habéis perdido la estima del pueblo de Irlanda y habéis atraído la vergüenza y la deshonra sobre vuestros compañeros".
Las pérdidas de Ruanda no han recibido esa consideración. Algunas de las monjas y curas que han sido condenados por los tribunales belgas y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), respectivamente, gozaron del amparo de iglesias católicas en Europa mientras siguieron huidos de los fiscales acusadores. Uno de ellos es el padre Athanase Seromba, que encabezó la matanza de la parroquia de Nyange y fue sentenciado a quince años de cárcel por el tribunal que le juzgó. [2] En abril de 1994, Seromba logró atraer a más de dos mil hombres, mujeres y niños desesperados a su iglesia, donde esperaban permanecer seguros. Pero el pastor resultó ser su cazador.
Una tarde Seromba entró en la iglesia y se llevó los cálices de la comunión, así como las vestiduras sacerdotales. Cuando un refugiado le rogó que les dejara la Eucaristía para permitirles al menos celebrar una (última) misa, el cura se negó y les dijo que el edificio ya no era una iglesia. Un testigo del juicio de TPIR recordó una conversación en la que se puso de manifiesto su pensamiento.
Uno de los refugiados preguntó: "Padre, ¿puede usted rezar por nosotros?" Seromba respondió: "¿Vive todavía el Dios de los tutsis?" Posteriormente, dio órdenes para que una excavadora derribara los muros de la iglesia sobre quienes estaban dentro y apremió después a las milicias para que invadieran el edificio y acabaran con los supervivientes.
En su juicio, Seromba declaró: "Sacerdote soy y sacerdoté seguiré siendo". Ésta es, aparentemente, la verdad, puesto que el Vaticano nunca ha retirado los comunicados en su defensa emitidos antes de la sentencia. [3]
A lo largo del último siglo, los obispos católicos han estado profundamente implicados en la política ruandesa con pleno conocimiento del Vaticano. Tómese el caso del arzobispo Vincent Nsengiyumva. Hasta 1990 desempeñó el cargo de presidente del comité central del partido dominante, durante casi quince años, defendiendo al gobierno autoritario de Juvenal Habyarimana, que orquestó el asesinato de casi un millón de personas. O el arzobispo André Perraudin, el más alto representante de Roma en la Ruanda de los años cincuenta. Gracias a su colusión y a su papel de mentor, se lanzó la ideología de odio y racismo conocida como Poder Hutu, con frecuencia por medio de sacerdotes y seminaristas con buena posición en la Iglesia. Uno de ellos fue el primer presidente de Ruanda, Grégoire Kayibanda, secretario particular y protegido de Perraudin, cuyo poder político no tenía rival.
El apoyo al Poder Hutu no fue producto de la ingenuidad o la inconsciencia. Se trataba de una estrategia destinada a mantener la posición política de poder de la Iglesia en una Ruanda que se descolonizaba. La violencia de los años sesenta llevó inexorablemente al intento de exterminar a los tutsis en 1994. Eran expresiones violentas de una esfera política dominada por la opinión de que hutus y tutsis eran categorías raciales separadas y opuestas. También esto es un legado de los misioneros católicos, cuyas escuelas y púlpitos hicieron de caja de resonancia de falsas teorías raciales.
Este apartamiento de las víctimas ruandesas del genocidio se produce en un momento en el que la Iglesia Católica tiene cada vez más fieles entre las gentes de piel negra y morena. No resulta difícil llegar a la conclusión de que los escalones más altos de la Iglesia se agarran desesperadamente a un patrimonio racial que se desvanece con rapidez.
Acaso sea hora de que los católicos obliguen a sus dirigentes a enfrentarse a una historia de racismo institucional que aún continúa, si ha de estar la Iglesia a la altura de sus hermosas palabras. Las disculpas no bastan, no importa lo humildes que sean. Lo que se exige es un reconocimiento del poder político y la culpabilidad moral de la Iglesia, con todas las implicaciones legales que ello entraña.
El silencio del Vaticano supone desprecio. Su incapacidad de examinar al completo su papel central en el genocidio ruandés sólo puede significar que es plenamente consciente de que no se verá amenazado si entierra la cabeza en la arena. Mientras que sabe que si ignora el abuso sexual de sus parroquianos europeos no sobrevivirá en años venideros, puede dejar que los cuerpos africanos sigan enterrados, deshumanizados y sin investigar.
Es una buena estrategia política. Y una posición moral de cuya duplicidad y maldad tenemos testigos y documentos. Pues resulta que mucha gente, muchos especialistas académicos, gobiernos e instituciones dentro y fuera de Ruanda están examinando el papel que tuvieron en el genocidio. El Vaticano sobresale por ser la excepción, y su lugar moral se sitúa hoy por debajo del gobierno de Francia por su duradera amistad con los genocidaires.
NOTAS T.:
[1] La mayoría de los ocho millones de ruandeses son cristianos. La católica es la iglesia que cuenta con mayor número de fieles. [2] A lo largo de cien días de 1994 fueron asesinados 800.000 tutsis, y hutus considerados desafectos a su etnia. [3] Seromba fue juzgado por el TIPR en Arusha, Tanzania, y condenado a quince años de prisión en diciembre de 2006. En el momento de su detención trabajaba, al parecer con otra identidad, en dos parroquias de la ciudad italiana de Florencia.
Martin Kimani es miembro asociado del Grupo de Conflictos, Seguridad y Desarrollo del King's College de Londres, donde llevó a cabo su doctorado en estudios bélicos. Trabaja en la actualidad en un libro sobre el catolicismo y el genocidio de Ruanda.