Ahora tengo que decir unas pocas palabras acerca de un asunto que creo que no ha sido
suficientemente tratado por los racionalistas, y que es la cuestión de si Cristo era el mejor y
el más sabio de los hombres. Generalmente, se da por sentado que todos debemos estar de
acuerdo en que era así. Yo no lo estoy. Creo que hay muchos puntos en que estoy de acuerdo
con Cristo, muchos más que aquellos en que lo están los cristianos profesos. No sé si
podría seguirle todo el camino, pero iría con Él mucho más lejos de lo que irían la mayoría
de los cristianos profesos. Recuérdese que Él dijo: «Yo, empero, os digo, que no hagáis resistencia
al agravio; antes, si alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuelve también la
otra.» No es un precepto ni un principio nuevos. Lo usaron Lao-Tsé y Buda quinientos o
seiscientos años antes de Cristo, pero este principio no lo aceptan los cristianos. No dudo
que el actual primer ministro2, por ejemplo, es un cristiano muy sincero, pero no les aconsejo
que vayan a abofetearlo. Creo que hallarían que él pensaba que el texto tenía un sentido
figurado.
Luego, hay otro punto que considero excelente. Se recordará que Cristo dijo: «No juzguéis
a los demás si no queréis ser juzgados.» Ese principio creo que no se hallará en los
tribunales de los países cristianos. Yo he conocido en mi tiempo muchos jueces que eran
cristianos sinceros, y ninguno de ellos creía que actuaba en contra de los principios cristianos
haciendo lo que hacia. Luego Cristo dice: «Al que te pide, dale: y no le tuerzas el rostro
al que pretenda de ti algún préstamo.» Ese es un principio muy bueno.
El presidente ha recordado que no estamos aquí para hablar de política, pero no puedo
menos de observar que las últimas elecciones generales se disputaron en torno a lo deseable
que era torcer el rostro al que pudiera pedirnos un préstamo, de modo que hay que suponer
que los liberales y los conservadores de este país son personas' que no están de acuerdo con
las enseñanzas de Cristo, porque, en dicha ocasión, se apartaron definitivamente de ellas.
Luego, hay otra máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy
popular entre algunos de nuestros amigos cristianos. Él dijo: «Si quieres ser perfecto, anda
y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres.» Es una máxima excelente, pero, como dije, no
se practica mucho. Considero que todas estas máximas son buenas, aunque un poco difíciles
de practicarse. Yo no hago profesión de practicarlas; pero, después de todo, no es lo
mismo que si se tratase de un cristiano.
DEFECTOS DE LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
Concediendo la excelencia de estas máximas, llego a ciertos puntos en los cuales no
creo que uno pueda ver la superlativa virtud ni la superlativa bondad de Cristo, como son
pintadas en los Evangelios; y aquí puedo decir que no se trata de la cuestión histórica. Históricamente,
es muy dudoso el que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de
Él, por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica que es muy difícil. Me ocupo de Cristo
tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es, y allí hay cosas que no
parecen muy sabias. Una de ellas es que Él pensaba que Su segunda venida se produciría,
en medio de nubes de gloria, antes que la muerte de la gente que vivía en aquella época.
Hay muchos textos que prueban eso. Dice, por ejemplo: «No acabaréis de pasar por las ciudades
de Israel antes que venga el Hijo del hombre.» Luego dice: «En verdad os digo que
hay aquí algunos que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor
de su reino»; y hay muchos lugares donde está muy claro que Él creía que su segundo
advenimiento ocurriría durante la vida de muchos que vivían entonces. Tal fue la
creencia de sus primeros discípulos, y fue la base de una gran parte de su enseñanza moral.
Cuando dijo: «No andéis, pues, acongojados por el día de mañana» y cosas semejantes, lo
hizo en gran parte porque creía que su segunda venida iba a ser muy pronto, y que los asuntos
mundanos ordinarios carecían de importancia. En realidad, yo he conocido a algunos
cristianos que creían que la segunda venida era inminente. Yo conocí a un sacerdote que
aterró a su congregación diciendo que la segunda venida era inminente, pero todos quedaron
muy consolados al ver que estaba plantando árboles en su jardín. Los primeros cristianos
lo creían realmente, y se abstuvieron de cosas como la plantación de árboles en sus jardines,
porque aceptaron de Cristo la creencia de que la segunda venida era inminente. En
tal respecto, evidentemente, no era tan sabio como han sido otros, y desde luego, no fue superlativamente
sabio.
EL PROBLEMA MORAL
Luego, se llega a las cuestiones morales. Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter
moral de Cristo, y es que creía en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente
humana pueda creer en un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios,
sí creía en el castigo eterno, y uno halla repetidamente una furia vengativa contra los
que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de
la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates. Es amable con
la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de un sabio que la indignación.
Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decía generalmente
a la gente que no estaba de acuerdo con él.
Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo: «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será
posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?» Se lo decía a la gente que no
escuchaba sus sermones. A mi entender este no es realmente el mejor tono, y hay muchas
cosas como éstas acerca del infierno. Hay, claro está, el conocido texto acerca del pecado
contra el Espíritu Santo: «Pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia,
no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese texto ha causado una indecible
cantidad de miseria en el mundo, pues las más diversas personas han imaginado que han
cometido pecados contra el Espíritu Santo y pensado que no serían perdonadas en este
mundo ni en el otro. No creo que ninguna persona un poco misericordiosa ponga en el
mundo miedos y terrores de esta clase.
Luego, Cristo dice: «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a
todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego:
allí será el llanto y el crujir de dientes.» Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar
de dientes. Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay
un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes', pues de lo
contrario no se repetiría con tanta frecuencia, Luego, todos ustedes recuerdan, claro está, lo
de las ovejas y los cabritos; cómo, en la segunda venida, para separar a las ovejas y a los
cabritos dirá a éstos: «Apartaos de mi, malditos: id al fuego eterno.» Y continúa: «Y éstos
irán al fuego eterno.» Luego, dice de nuevo: «Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo
o te incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de
tus miembros, que no el que va ya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue
jamás.» Esto lo repite una y otra vez. Debo declarar que toda esta doctrina, que el fuego del
infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que llevó la
crueldad al mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura; y el Cristo de los Evangelios,
si se le acepta tal como le representan sus cronistas, tiene que ser considerado en parte
responsable de eso.
Hay otras cosas de menor importancia. Está el ejemplo de los puercos de Gadar, donde
ciertamente no fue muy compasivo para los puercos el meter diablos en sus cuerpos y precipitarlos
colina abajo hasta el mar. Hay que recordar que SI era omnipotente, y simplemente
pudo hacer que los demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los
cerdos. Luego está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan
lo que ocurrió con la higuera. «Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una higuera con
hojas, encaminose allá por ver si encontraba en ella alguna cos-a: y llegando, nada encontró
sino follaje; porque no era aún tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo: "Nunca jamás
coma ya nadie fruto de ti"... y Pedro... le dijo: "Maestro, mira cómo la higuera que
maldijiste se ha secado."» Esta es una historia muy curiosa, porque aquella no era la época
de los higos, y en realidad, no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud
ni en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas,
pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates.
EL FACTOR EMOCIONAL
Como dije antes, no creo que la verdadera razón por la cual la gente acepta la religión
tenga nada que ver con la argumentación. Se acepta la religión emocionalmente. Con frecuencia
se nos dice que es muy malo atacar la religión porque la religión hace virtuosos a
los hombres. Eso dicen; yo no lo he advertido. Conocen, claro está, la parodia de ese argumento
en el libro de Samuel Butler, Erewhon Revisited. Recordarán que en Erewhon hay un
tal Higgs que llega a un país remoto y, después de pasar algún tiempo allí, se escapa en un
globo. Veinte años después, vuelve a aquel país y halla una nueva religión, en la que él
mismo es adorado bajo el nombre de Niño Sol, que se dice ascendió a los cielos. Ve que se
va a celebrar la Fiesta de la Ascensión y que los profesores Hanky y Panky se dicen que
nunca han visto a Higgs, y esperan no verlo jamás; pero son los sumos sacerdotes de la religión
del Niño Sol. Higgs se indigna y se acerca a ellos y dice: «Voy a descubrir toda esta
farsa y a decir al pueblo de Erewhon que fui únicamente yo, Higgs, que subí en un globo.»
Y le dijeron: «No puede hacer eso, porque toda la moral de este país gira en torno de ese
mito, y si supieran que no subió a los cielos se harían malos»; y con ello le persuadieron
para que se marchase silenciosamente.
Esa es la idea, que todos seríamos malos si no tuviéramos la religión cristiana. A mi me
parece que la gente que la tiene es, en su mayoría, extremadamente mala. Existe este hecho
curioso: cuanto más intensa ha sido la religión de cualquier periodo, y más profunda la
creencia dogmática, han sido mayor la crueldad y peores las circunstancias. En las llamadas
edades de la fe, cuando los hombres realmente creían en la religión cristiana en toda su integridad
hubo la Inquisición con sus torturas; hubo muchas desdichadas mujeres quemadas
por brujas; y toda clase de crueldades practicadas en toda clase de gente en nombre de la
religión.
Uno halla, al considerar el mundo, que todo el progreso del sentimiento humano, que
toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso
hacia un mejor trato de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo
progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias
organizadas del mundo. Digo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está
organizada en sus iglesias ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del
mundo.
CÓMO LAS IGLESIAS HAN RETARDADO EL PROGRESO
Se puede pensar que voy demasiado lejos cuando digo que aún sigue siendo así. Yo no
lo creo. Basta un ejemplo. Serán más indulgentes conmigo si lo menciono. No es un hecho
agradable, pero las iglesias le obligan a uno a mencionar hechos que no son agradables.
[Supongamos que en el mundo actual una joven sin experiencia se casa con un sifilítico; en
tal caso, la Iglesia Católica dice; «Este es un sacramento indisoluble. Hay que estar juntos
durante toda la vida.» Y la mujer no puede dar ningún paso para no traer al mundo hijos'
sifilíticos. Eso es lo que dice la Iglesia Católica. Yo digo que ésa es una diabólica crueldad,
y nadie cuya compasión natural no haya sido alterada por el dogma, o cuya naturaleza moral
no sea absolutamente insensible al sufrimiento, puede mantener que es bueno y conveniente
que continúe ese estado de cosas.
Este no es más que un ejemplo. Hay muchos modos por los cuales, en el momento actual,
la Iglesia, por su insistencia en lo que ha decidido en llamar moralidad, inflige a la
gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios. Y claro está, como es sabido,
en su mayor parte se opone al progreso y al perfeccionamiento en todos los medios de disminuir
el sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar moralidad a ciertas estrechas
reglas de conducta que no tienen nada que ver con la felicidad humana; y cuando se dice
que se debe hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha humana, estima que es algo
completamente extraño al asunto. «¿Qué tiene que ver con la moral la felicidad humana? El
objeto de la moral no es hacer feliz a la gente.»
EL MIEDO, FUNDAMENTO DE LA RELIGIÓN
La religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo. Es en parte el miedo a
lo desconocido, y en parte, como dije, el deseo de pensar que se tiene un hermano mayor
que va a defenderlo a uno en todas sus cuitas y disputas. El miedo es la base de todo: el
miedo de lo misterioso, el miedo de la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre
de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la
mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En este mundo, podemos ahora
comenzar a entender un poco las cosas y a dominarlas un poco con ayuda de la ciencia, que
se ha abierto paso frente a la religión cristiana, frente a las iglesias, y frente a la oposición
de todos los antiguos preceptos. La ciencia puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde
en el cual la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos
a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a
hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que
han hecho de él las iglesias en todos estos siglos.
LO QUE DEBEMOS HACER
Tenemos que mantenernos de pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas
malas, sus bellezas y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él.
Conquistarlo mediante la inteligencia y no sólo sometiéndose al terror que emana de él.
Todo el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es un
concepto indigno de los hombres Ubres. Cuando se oye en la iglesia a la gente humillarse y
proclamarse miserables pecadores, etc., parece algo despreciable e indigno de seres humanos
que se respetan. Debemos mantenernos de pie y mirar al mundo a la cara. Tenemos que
hacer el mundo lo mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será
mejor que lo que esos otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita
conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento
de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres
ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita la esperanza del
futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que
nuestra inteligencia puede crear.
Bertrand Russell
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EL CARÁCTER DE CRISTO (Bertrand Russell)
EL CARÁCTER DE CRISTO (Bertrand Russell)
"Religión + Dios = Delirio de Grandeza." (jocamox)
"onus probandi" "affirmanti incumbit probatio"
"veritas odium parit".
"onus probandi" "affirmanti incumbit probatio"
"veritas odium parit".
Re: EL CARÁCTER DE CRISTO (Bertrand Russell)
Es verdad que influyen los prejuicios. Yo particularmente recordaba a Jesucristo sólo dos veces cabreado en los Evangelios, y las dos eran por causas bastante justas (y muy preocupantes para su Iglesia, por cierto): cuando echa a latigazos a los mercaderes que sacaban provecho del templo y cuando avisa a los que toquen a los niños que más les valdría que les arrojasen a un pozo atados a una piedra, o algo así. En plan más exotérico, no sé si conoceis que en uno de los evangelios apócrifos se relatan supuestos detalles de la niñez de Cristo y que según esa versión era una especie de Danny el Travieso, pero con poderes exterminadores sobrenaturales que le hacían el terror del barrio. Una vez secó a un niño porque le había destruido una especie de presa que se estaba construyendo. Tal elemento era que otra vez se cayó otro niño de una azotea y se mosqueó tanto el barrio con él que, aunque no había sido el culpable, resucitó al niño para que le dejaran en paz. Estos episodios se recogen en la novela "Jesús me ama" que transcurre en el tiempo actual con un argumento muy fantástico, original y simpático. Os la recomiendo.