La beatificación de Juan Pablo II
Publicado: Lun May 02, 2011 5:45 pm
¿Y qué rayos tendría que decir un ateo sobre un absurdo que pertenece al ámbito privado de una religión organizada?
Pues, en principio, nada.
Pero dada la deriva tomada por la Iglesia Católica gracias al personaje, me haré eco de la opinión de algunos cristianos (guitarristas) con los que, como diria Tontxu, tenemos cosas comunes en lo social:
Pues, en principio, nada.
Pero dada la deriva tomada por la Iglesia Católica gracias al personaje, me haré eco de la opinión de algunos cristianos (guitarristas) con los que, como diria Tontxu, tenemos cosas comunes en lo social:
ANTE LA BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II, REDES CRISTIANAS MUESTRA SU PREOCUPACIÓN Y RECHAZO
La Coordinadora de Redes Cristianas, ante la próxima beatificación de Juan Pablo II, quiere expresar públicamente su preocupación y rechazo por este gesto de la jerarquía católica, que en modo alguno comparte. Centramos nuestra postura en los puntos siguientes.
1. Al margen de su vida y conciencia personal, descubrimos en su gestión dos principios que no compartimos y que han marcado profundamente a la Iglesia católica: de una parte, la reinversión de los principios teológicos del Vaticano II, sustituyendo la imagen de un Dios cercano, inmanente en la historia y especialmente en la vida de los pobres –imagen heredada directamente de Jesús- por la vieja imagen del Dios lejano, transcendente y vinculado siempre al poder; y de otra, la politización o su estrecha vinculación con los poderes económicos (escándalo financiero de Marcinkus), políticos (colaboración con Brzenzinski, Consejero de Seguridad Nacional de EEUU y artífice de la caída del telón de acero) y mediáticos.
2. El resultado de todo esto es una vuelta a la forma de iglesia preconciliar, cuyas consecuencias éticas y espirituales queremos reflejar en los siguientes aspectos que, a nuestro juicio, van en dirección contraria al estilo de Jesús:
- Su abandono consciente del espíritu y parte de la letra del Vaticano II sobre la democratización interna de la Iglesia.
Su represión y duro castigo a más de 500 teólogos conciliares en todo el ámbito eclesial, y, sobre todo, su condena y descalificación de los teólogos y de la Teología de la Liberación, lo que supone un desprecio por la autonomía de las iglesias y una apuesta por la ignorancia y la ausencia de creatividad en la Iglesia.
Su silenciamiento, invisibilización y hasta descalificación de las comunidades cristianas de base y de los mártires y testigos de la iglesia de los pobres. Fue (y sigue siendo) clamoroso el silencio jerárquico sobre monseñor Romero, los mártires de la UCA y tantos otros.
Su terca y autoritaria oposición a revisar el posicionamiento doctrinal de la jerarquía eclesiástica sobre la ética sexual a la luz de los nuevos estudios del Evangelio y de las aportaciones de la ciencia y la historia.
La imposición sin cisuras ni matices del celibato eclesiástico.
Su negativa a revisar el papel de la mujer en la Iglesia.
Su ocultamiento de la pederastia, protegiendo y encumbrando a personajes corruptos como Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, entre otros.
3. A nuestro modo de ver, lo que estos gestos revelan es la vuelta de la institución eclesiástica a la “sociedad perfecta y desigual” que se impuso durante el segundo milenio sobre la imagen de “Iglesia de comunión” que venía desde los orígenes cristianos y con la que intentó enlazar el Vaticano II. Algunos significados de esta vuelta, los expresamos a continuación:
- Significan una revancha antimoderna y anticonciliar. La oposición y abandono institucional del "agiornamento" interno de la Iglesia (Vat. II) y el rechazo de la secularización y laicidad de la sociedad civil suponen una vuelta al ensimismamiento y una separación e imposición sobre el mundo, una autocomprensión de la propia Iglesia como maestra de la verdad y depositaria única de la salvación. En suma, un nuevo intento de “recatolización” –con peligro de sectarización- que prolonga indefinidamente el "largo invierno eclesial" del que hablaba el teólogo Rahner.
Revelan la confirmación y justificación del modelo jerárquico clerical y vertical de la institución católica -que está atravesando una profunda crisis de credibilidad- sobre el silencioso y mudo pueblo cristiano.
Agrandan la brecha espiritual entre dos modelos de Iglesia: la que pretende seguir manteniendo el tutelaje y patronazgo espiritual y ético sobre el mundo y la que no aspira a otra cosa que a ser una pequeña luz y grano de sal que, en unión con todos los demás, trata de cargar y de encargarse de los grandes problemas que están azotando a un mundo en aguda crisis como el de hoy.
Gestos de beatificación como este revelan también la gran confusión que la jerarquía católica está creando en torno al concepto de santidad en la Iglesia. Mucho ha tenido que ver en todo esto el mismo Juan Pablo II con sus canonizaciones frecuentes, ideológicamente selectivas y multitudinarias.
Siendo el pueblo cristiano el sujeto al que van dirigidas estas propuestas de santidad, parecería normal y justo que antes de proponerle como ejemplar y heroica la vida de Juan Pablo II se le hubiera preguntado a este pueblo por qué es lo que, de esa vida, considera estimable para su espiritualidad. Es más, a estas alturas del siglo XXI y ya iniciada una nueva era en la historia humana, hubiera sido determinante conocer la idea de santidad que bulle en la conciencia de los cristianos y cristianas de hoy, así como la responsabilidad que los grandes poderes eclesiásticos tienen en la actual crisis de credibilidad que está atravesando la Iglesia en general y el cristianismo en particular. Pero esto no se ha hecho.
4. Finalmente, no nos gusta el procedimiento anacrónico y sectario que se ha seguido en este proceso y que lo deja marcado para el futuro. “Anacrónico” porque todo se ha cocinado, siguiendo el viejo gusto de la jerarquía católica, en los fogones secretos de la curia romana. Hasta el formalismo reglamentario que ella misma se ha dado para estos casos lo ha adaptado a conveniencia. Y “sectario” porque para nada se ha contado con el sentir colectivo del pueblo cristiano. Solo se ha permitido a un grupo incondicional, previamente seleccionado y adoctrinado, gritar “santo súbito”.