LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Reficul
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LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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LA CARGA DEL ESCEPTICISMO


Por Carl Sagan

Este artículo fue publicado inicialmente en la revista Skeptical Inquirer, vol. 12 otoño de 1987.

Traducción al español por Gabriel Rodríguez Alberich

¿Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo encontramos a diario. Cuando compramos un coche usado, si tenemos el mínimo de sensatez, emplearemos algunas habilidades escépticas residuales (las que nos haya dejado nuestra educación). Podrías decir: "Este tipo es de apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca." O podrías decir: "Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños engaños relacionados con la venta de coches usados, quizá involuntarios por parte del vendedor", y luego hacer algo. Le das unas pataditas a los neumáticos, abres las puertas, miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda el coche aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a la mecánica.) Sabes que se requiere algo de escepticismo, y comprendes por qué. Es desagradable que tengas que estar en desacuerdo con el vendedor de coches usados, o que tengas que hacerle algunas preguntas a las que es reacio a contestar.

Hay al menos un pequeño grado de confrontación personal relacionado con la compra de un coche usado y nadie afirma que sea especialmente agradable. Pero existe un buen motivo para ello, porque si no empleas un mínimo de escepticismo, si posees una credulidad absolutamente destrabada, probablemente tendrás que pagar un precio tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una pequeña inversión de escepticismo con anterioridad.

Ahora bien, esto no es algo en lo que tengas que emplear cuatro años de carrera para comprenderlo. Todo el mundo lo comprende. El problema es que los coches usados son una cosa, y los anuncios de televisión y los discursos de presidentes y líderes políticos son otra. Somos escépticos en algunas cosas, pero, desafortunadamente, no en otras.

Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela que el producto de la competencia sólo tiene una cierta cantidad del ingrediente analgésico que los médicos recomiendan (no te dicen cuál es el misterioso ingrediente), mientras que su producto tiene una cantidad dramáticamente superior (de 1,2 a 2 veces más por cada pastilla). Por tanto deberías comprar su producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar dos pastillas de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes. No apliques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra.

Las afirmaciones de los anuncios comerciales constituyen pequeños engaños. Nos hacen gastar algo más de dinero, o nos inducen a comprar un producto algo inferior. No es tan terrible. Pero considera esto: Tengo aquí el programa de este año de la Expo Whole Life de San Francisco. Veinte mil personas asistieron a la del año pasado. He aquí algunas de las presentaciones: "Tratamientos Alternativos para Enfermos de SIDA: reconstruirá las defensas naturales y prevendrá crisis del sistema inmunitario - aprende sobre los últimos avances que los medios han ignorado por completo." Me parece que esa presentación podría causar graves daños. "Cómo las Proteínas Sanguíneas Atrapadas Producen Dolor y Sufrimiento." "Cristales: ¿Son Talismanes o Piedras?" (Yo tengo mi propia opinión) Dice: "Al igual que un cristal enfoca ondas de sonido y luz para la radio y la televisión" las radios de galena tienen bastante tiempo- "también podría amplificar las vibraciones espirituales del hombre desintonizado." Apuesto a que muy pocos de vosotros estáis desintonizados. O esta otra: "El Retorno de la Diosa, Ritual de Presentación." Otra: "Sincronicidad, la Experiencia de Reconocimiento." Esa la da el "Hermano Charles". O, en la siguiente página: "Tú, Saint-Germain, y Cómo Curarse Mediante la Llama Violeta." Sigue y sigue, con montones de anuncios acerca de las oportunidades (que van desde lo dudoso a lo espurio) disponibles en la Expo Whole Life.

Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento del dominio humano, te encontrarías con un conjunto de sistemas de creencia populares, más o menos similares. Cambian, a veces rápidamente, a veces en una escala de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia de este tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse por qué. Somos Homo Sapiens. Ésa es nuestra característica diferenciadora, eso de sapiens. Se supone que somos listos. Entonces ¿por qué nos rodea siempre todo ese tema? Bueno, por una parte, muchos de esos sistemas de creencia tratan necesidades humanas reales que no se presentan en nuestra sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, necesidades espirituales, y necesidades de comunicación con el resto de la comunidad humana. Puede que haya más de esos defectos en nuestra sociedad que en muchas otras de la historia de la humanidad. Por tanto, es razonable para la gente probar y hurgar en varios sistemas de creencia, para ver si ayudan en algo.

Por ejemplo, tomemos una manía de moda: la canalización. Tiene como premisa fundamental, al igual que el espiritualismo, que, cuando morimos, no desaparecemos exactamente, sino que una parte de nosotros continúa. Esa parte, dicen, puede retomar el cuerpo de un humano u otras criaturas en el futuro, y por tanto, personalmente, la muerte pierde mucha amargura para nosotros. Y lo que es más, tenemos una oportunidad, si los argumentos de la canalización son ciertos, de contactar con seres queridos que han muerto.

Hablando personalmente, yo estaría encantado de que la reencarnación fuese cierta. Perdí a mis dos padres en los últimos años, y me encantaría tener una pequeña conversación con ellos, para decirles cómo están los niños y asegurarme de que todo va bien dondequiera que estén. Eso toca algo muy profundo. Pero, al mismo tiempo, y precisamente por esa razón, sé que hay gente que intenta beneficiarse de las vulnerabilidades de los afligidos. Mejor que los espiritualistas y los canalizadores tengan un argumento convincente.

O tomemos la idea de que, pensando mucho sobre formaciones geológicas, podemos decir dónde hay depósitos de mineral o petróleo. Uri Geller afirma eso. Ahora bien, si eres un ejecutivo de una compañía de exploración de mineral o petróleo, tus garbanzos dependen de que encuentres los minerales o el petróleo: por tanto, gastar cantidades triviales de dinero, comparadas con lo que te gastas a menudo en exploración geológica, en este caso para encontrar físicamente los depósitos, no suena tan mal. Podrías caer en la tentación.

O tomemos a los OVNIs, el argumento de que nos están visitando continuamente seres de otros mundos en naves espaciales. Encuentro esto muy emocionante. Al menos es una ruptura con lo ordinario. He empleado una buena cantidad de tiempo en mi vida científica trabajando en el tema de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Piensa cuánto esfuerzo podría ahorrarme si esos tipos están visitándonos. Pero cuando podemos reconocer alguna vulnerabilidad emocional relacionada con una pretensión, es cuando tenemos que hacer los esfuerzos más firmes de escrutinio escéptico. En esa situación es cuando pueden aprovecharse de nosotros.

Ahora reconsideremos la canalización. Hay una mujer en el Estado de Washington que afirma entrar en contacto con alguien que tiene 35.000 años de edad: Ramtha (quien, por cierto, habla muy bien inglés con lo que me parece un acento indio). Supongamos que tenemos a Ramtha aquí y supongamos que Ramtha es cooperativo. Podríamos hacer algunas preguntas: ¿Cómo sabemos que Ramtha vivió hace 35.000 años? ¿Quién está llevando la cuenta de los milenios que se interponen? ¿Cómo es que son exactamente 35.000 años? Eso es un número muy redondo. ¿35.000 más qué, o menos qué? ¿Cómo eran las cosas hace 35.000 años? ¿Cómo era el clima? ¿Dónde vivió Ramtha? (Sé que habla inglés con un acento indio, pero ¿dónde se hablaba así hace 35.000 años?) ¿Qué come Ramtha? (Los arqueólogos saben algo sobre lo que comía la gente por aquel entonces.) Tendríamos una buena oportunidad de descubrir si sus afirmaciones son ciertas. Si fuera realmente alguien de hace 35.000 años, podríamos aprender mucho sobre hace 35.000 años. Por tanto, de una manera u otra, o Ramtha es realmente alguien de hace 35.000 años, en cuyo caso descubriremos algo sobre ese periodo (que es anterior a la glaciación de Wisconsin, una época interesante), o es un farsante y se equivocará. ¿Cuáles son los idiomas indígenas, cómo es la estructura social, con quién más vive Ramtha (hijos, nietos), cuál es el ciclo de vida, la mortalidad infantil, qué ropas lleva, cuál es su esperanza de vida, qué armas, plantas y animales hay? Dinos. En cambio, lo que oímos son las homilías más banales, indistinguibles de las que los supuestos ocupantes de los OVNIs les dicen a los pobres humanos que afirman haber sido abducidos por ellos.

Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien que está en contacto con un extraterrestre que me invita a "preguntar lo que sea". Así que tengo una lista de preguntas. Los extraterrestres están muy avanzados, recordemos. Por tanto pregunto cosas como: "Por favor, denme una demostración simple del Último Teorema de Fermat." O de la Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son estas cosas, porque los extraterrestres no las llamarán Último Teorema de Fermat, así que escribo la pequeña ecuación con sus exponentes. Nunca recibo respuesta. Por otra parte, si le pregunto algo como "¿Deberíamos ser buenos los humanos?", siempre recibo respuesta. Pienso que se puede deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar preguntas. Si son cosas imprecisas y vagas, están encantados de responder, pero si es algo específico, que dé ocasión a descubrir si saben algo realmente, sólo hay silencio.

¿Hemos contactado con los extraterrestres?

El científico francés Henri Poincarè hizo una observación sobre por qué la credulidad está tan extendida: "También sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador." Eso es lo que he intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea la única razón por la que la credulidad está extendida. El escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto, el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su escepticismo a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000 años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o religiosas. ¿Luego dónde estaremos?

El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su función, en mi opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por otra parte, ¿Cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a aquellos que están nominalmente al cargo, especialmente en una democracia? Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre el tipo de problema nacional que se podría haber evitado si el escepticismo estuviese más disponible en la sociedad americana. El fiasco de Irán/Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no tomaré ventaja de nuestro pobre y hostigado presidente (Reagan) hablando sobre ello. La resistencia de la Administración a un Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares y su continua pasión por aumentar las armas nucleares (uno de los pilotos principales en la carrera nuclear) bajo el pretexto de estar más seguros es otro asunto semejante. También lo es La Guerra de las Galaxias. Los hábitos de pensamiento escéptico que fomenta el CSICOP tienen relevancia para asuntos de la mayor importancia para la nación. Hay tantas tonterías promulgadas por los partidos políticos que el hábito de escepticismo imparcial debería declararse un objetivo nacional esencial para nuestra supervivencia.

Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. Se puede coger un hábito de pensamiento en el que te diviertes burlándote de toda la gente que no ve las cosas tan bien como tú. Esto es un peligro social potencial, presente en una organización como el CSICOP. Tenemos que protegernos cuidadosamente de esto.

Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea, tienes un grave problema.

Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en la vía del entendimiento y del progreso.

Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna. Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia.

Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su cuenta, cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente. La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son reemplazadas por ideas de mayor generalidad. Y, aunque, por supuesto, existen algunas pérdidas personales (vínculos emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un papel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez que una idea así es derribada y reemplazada por algo mejor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada. En ciencia, ocurre a menudo que los científicos dicen: "¿Sabes?, ése es un gran argumento; yo estaba equivocado." Y luego cambian su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo como debiera, porque los científicos son humanos y el cambio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz de recordar la última vez que pasó algo así en la política o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo, responda: "Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi afiliación política."

Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulantes sesiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) y sobre el lenguaje animal en nuestra conferencia del CSICOP. En la historia de la ciencia, existe un instructivo desfile de importantes batallas intelectuales que resultan tratar todas ellas sobre lo centrales que son los seres humanos. Podríamos llamarlas batallas sobre la presunción anti-copernicana.

He aquí algunas de las cuestiones:

Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las estrellas y el Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico, debemos ser realmente especiales.)

Ésa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la época de Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les daba una posición central personalmente injustificada en el Universo. El mero hecho de estar en la Tierra te hacía privilegiado. Eso te hacía sentir bien. Luego llegó la prueba de que la Tierra era sólo un planeta y de que esos puntos brillantes en movimiento eran también planetas. Decepcionante. Incluso deprimente. Mejor cuando éramos centrales y únicos.

¿Cuál es nuestra posición en el Universo?

Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo.

No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más, nos encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos nada cerca del centro de la galaxia. Muy deprimente.

Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Universo.

Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos que no existe eso del centro del Universo. Lo que es más, hay cien mil millones de galaxias más. Ésta no tiene nada de especial. Completamente deprimente.

Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el pináculo de la creación. Somos aparte. Todas esas criaturas, las plantas y los animales, son inferiores. Nosotros somos superiores, no tenemos conexión con ellos. Todo ser viviente ha sido creado separadamente.

Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evolucionaria. Estamos relacionados estrechamente con las otras bestias y vegetales. Lo que es más, nuestros parientes biológicos más cercanos son los chimpancés. Ésos son nuestros parientes más cercanos (¿esos bichos?) Es una vergüenza. ¿Has ido alguna vez al zoo y los has visto? ¿Sabes lo que hacen? Imagina lo embarazosa que era esta verdad en la Inglaterra victoriana, cuando Darwin tuvo esta idea.

Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia privilegiados en física y la mente inconsciente en Psicología) que pasaré por alto.

Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de debates (cada uno de los cuales ha sido ganado por los copernicanos, por los tipos que dicen que no hay nada especial en nosotros), hubo una nota callada profundamente emocional en los debates de las dos sesiones del CSICOP que he mencionado. La búsqueda de inteligencia extraterrestre y el análisis de un posible lenguaje animal hieren a uno de los sistemas de creencia pre-copernicanos que quedan:

Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el Universo.

Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque estemos relacionados con los chimpancés, aunque estemos en las afueras de un universo vasto y tremendo, al menos todavía nos queda algo especial. Pero, en el momento que encontremos inteligencia extraterrestre, se perderá el último pedazo de presunción. Creo que parte de la resistencia a la idea de la inteligencia extraterrestre es debida a la presunción anti-copernicana. Asimismo, sin tomar ninguna postura en el debate de si hay otros animales (los primates superiores, especialmente los grandes monos) inteligentes o con un lenguaje, es claramente, a nivel emocional, la misma cuestión. Si definimos a los humanos como criaturas que tienen lenguaje y nadie más tiene lenguaje, al menos somos únicos en ese aspecto. Pero si resulta que todos esos sucios, repugnantes y graciosos chimpancés pueden, con el Ameslan o de cualquier otra manera, comunicar ideas, entonces ¿qué nos queda de especial a nosotros? En los debates científicos existen, a menudo inconscientemente, impulsoras predisposiciones emocionales sobre estas cuestiones. Es importante darse cuenta de que los debates científicos, al igual que los debates pseudocientíficos, pueden llenarse de emociones por todas estas razones.

Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búsqueda de inteligencia extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de la pseudociencia? Dejadme contar un par de casos reales. A principios de los sesenta, los soviéticos ofrecieron una rueda de prensa en Moscú en la que anunciaron que una fuente distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando sinusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos 100 días. ¿Por qué convocaron una rueda de prensa para anunciar que una fuente distante de radio estaba variando? Porque pensaban que era una civilización extraterrestre de inmenso poder. Eso se merece convocar una rueda de prensa. Esto es incluso anterior a la existencia de la palabra cuásar. Hoy sabemos que CTA-102 es un cuásar. No sabemos muy bien lo que es un cuásar: y existe más de una explicación para ellos mutuamente exclusiva en la literatura científica. No obstante, pocos consideran seriamente que un cuásar, como CTA-102, sea una civilización galáctica extraterrestre, porque hay un número de explicaciones alternativas de sus propiedades que son más o menos consistentes con las leyes físicas que conocemos sin evocar a la vida alienígena. La hipótesis extraterrestre es una hipótesis de último recurso. Sólo si falla todo lo demás se acude a ella.

¿Estamos solos en el universo?

Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encontraron una fuente de radio cercana que fluctuaba en un periodo de tiempo mucho más corto, con un periodo constante de hasta diez cifras significativas. ¿Qué era? Su primer pensamiento fue que era algo como un mensaje que se nos estaba enviando, o un faro de navegación interestelar para las naves espaciales que volaban entre las estrellas. Incluso le dieron, entre los de la Universidad de Cambridge, el pervertido nombre de LGM-1 (Little Green Men, u Hombrecillos Verdes). Sin embargo (eran más listos que los soviéticos), no convocaron una rueda de prensa, y pronto se hizo claro que lo que tenían era lo que ahora se llama un púlsar. De hecho fue el primer púlsar, el púlsar de la Nebulosa Cangrejo. Bueno, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es una estrella comprimida hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no lo está ninguna otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclusión electrónica, sino por las fuerzas nucleares. Es, en cierto sentido, un núcleo atómico del tamaño de Pasadena. Sostengo que esa es una idea al menos tan rara como la del faro de navegación interestelar. La respuesta a lo que es un púlsar tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización extraterrestre, es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos y mentes e indica posibilidades en la naturaleza que nunca habríamos adivinado.

Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake en su original experimento Ozma, Paul Horowitz en el programa META (Megachannel Extraterrestrial Assay) patrocinado por la Sociedad Planetaria, el grupo de la Universidad de Ohio y muchos otros grupos han recibido señales que han hecho palpitar sus corazones. Piensan por un momento que han captado una señal genuina. En algunos casos no tenemos la menor idea de lo que fue; las señales no se han repetido. La noche siguiente apuntas el mismo telescopio al mismo punto en el cielo con la misma modulación y la misma frecuencia, y lo pasa-bandas todo de la misma manera, y no oyes nada. No publicas esos datos. Puede ser un mal funcionamiento del sistema de detección. Puede ser un avión militar AWACS revoloteando y emitiendo en canales de frecuencia supuestamente reservados para la radioastronomía. Puede ser un aparato de diatermia en la misma calle. Hay muchas posibilidades. No se declara inmediatamente que has descubierto inteligencia extraterrestre sólo porque has encontrado una señal anómala.

Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una broma. Puede ser algo que le pasa a tu sistema y que no eres capaz de descifrar. En cambio, llamarías a los científicos de un montón de radiotelescopios y les dirías que en ese punto particular del cielo, a esa frecuencia, modulación, y banda y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor, podrían mirar si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma información varios observadores independientes del mismo punto del cielo piensas que tienes algo. Aún entonces sigues sin saber que ese algo es inteligencia extraterrestre, pero al menos has podido determinar que no es algo de la Tierra. (Y también que no es algo en órbita terrestre; está más lejos que eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere para asegurarse de que realmente tienes una señal de una civilización extraterrestre.

Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escepticismo impone una carga. No puedes salir y gritar pequeños hombrecillos verdes, porque vas a parecer muy tonto, como les pasó a los soviéticos con el CTA-102, que resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela especial cuanto las implicaciones son de tanta importancia como aquí. No estamos obligados a decidirnos por algo en cuanto tenemos unos datos. No pasa nada por no estar seguros.

Me suelen preguntar: "¿Crees que existe inteligencia extraterrestre?" Y yo respondo con los argumentos habituales. Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones. Luego digo que me sorprendería mucho que no existiese inteligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan: "Vale, pero ¿qué es lo que crees realmente?" Y respondo: "Ya te he dicho lo que creo." "Sí, pero ¿qué te dicen tus entrañas?" Pero yo no intento pensar con mis entrañas. En serio, es mejor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas. Después de que se publicase mi artículo El Arte de la Detección de Camelos en Parade (1 feb. 1987), recibió, como puedes imaginar, un montón de cartas. Parade es leído por 65 millones de personas. En el artículo di una larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas cosas resultaron uniformemente ofendidos, por lo que recibí montones de cartas. También ofrecí un conjunto de instrucciones muy elementales acerca de cómo tratar a los camelos (los argumentos de una autoridad no valen, todos los pasos de una cadena de evidencias tienen que ser válidos, etcétera). Mucha gente contestó diciendo: "Tiene usted toda la razón en las generalidades; desafortunadamente, eso no es aplicable a mi doctrina particular." Por ejemplo, uno de ellos decía que la idea de que existe inteligencia extraterrestre fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente camelo. Concluía: "Estoy tan seguro de esto como de cualquier otra cosa en mi experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del Universo. El Hombre vuelve así a su legítima posición en el centro del Universo."

Carl Sagan escribía en Parade, una revista semanal de temática general que se distribuye con diferentes diarios en EEUU, leído por 65 millones de personas. Aunque cada vez más, y en Astronomía Digital somos testigos, este es aún un caso poco común entre los científicos.

Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis generalidades, pero decía que, como escéptico empedernido, yo había cerrado mi mente a la verdad. Más notablemente, he ignorado la evidencia de que la Tierra tiene seis mil años de antigüedad. Bueno, no la he ignorado; he considerado la supuesta evidencia y luego la he rechazado. Existe una diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de considerar los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después de considerarlos. El prejuicio es terrible, en el sentido de que se cometen injusticias y graves errores. El postjuicio no es terrible. Por supuesto, no puedes ser perfecto; también puedes cometer errores. Pero es permisible hacer un juicio después de haber examinado la evidencia. En algunos círculos incluso se fomenta.
Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de maravilla. Es una emoción muy poderosa. Todos los niños la sienten. En una clase de parvulario, todos la sienten; en una clase de bachillerato casi nadie la siente, o siquiera la reconoce. Algo pasa entre el parvulario y el bachillerato, y no es sólo la pubertad. No sólo los colegios y los medios no enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho este emocionante sentido de lo maravilloso. Ambas ciencia y pseudociencia despiertan ese sentimiento. Una pobre popularización de la ciencia establece un nicho ecológico para la pseudociencia.

Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una manera accesible y excitante, no habría sitio para la pseudociencia. Pero existe una especie de Ley de Gresham por la que, en la cultura popular, la mala ciencia expulsa a la buena. Y por esto pienso que tenemos que culpar, primero, la comunidad científica por no hacer un mejor trabajo popularizando la ciencia, y segundo, a los medios, que a este respecto son casi por completo inútiles. Todo periódico americano tiene una columna diaria de astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna semanal de astronomía? Y también pienso que es culpa del sistema educativo. No enseñamos a pensar. Esto es un error muy serio que podría incluso, en un mundo infestado con 60.000 armas nucleares, comprometer el futuro de la humanidad. Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que en la pseudociencia. Y además, en la medida que esto tenga algún significado, la ciencia tiene como virtud adicional (y no es una despreciable) su veracidad.

Carl Sagan fue profesor de la cátedra David Duncan de Astronomía y Ciencias Espaciales en la Universidad de Cornell, responsable de misiones de la NASA como la Mariner, Viking, Voyager y Galileo, instructor de astronautas, genial divulgador científico, cofundador de la Sociedad Planetaria y gran activista escéptico contra las pseudociencias. Entre los numerosos premios que ha recibido se encuentran el Pullitzer, el Apollo, el Masursky y la medalla al Bienestar Público. El asteroide 2709 fue bautizado con su nombre.

Este artículo está reproducido con el permiso de su viuda Ann Druyan, a quien le agradecemos la atención prestada.
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Wilalgar
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Wilalgar »

Muchas gracias por publicar este artículo.

Me encanta cómo hablaba y escribía este hombre, uno de los mejores divulgadores científicos que he leído o escuchado.
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Reficul
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Reficul »

Wilalgar escribió:Muchas gracias por publicar este artículo.

Me encanta cómo hablaba y escribía este hombre, uno de los mejores divulgadores científicos que he leído o escuchado.

Sí señor.

En mi opinión, Sagan y Asimov son los más grandes de la divulgación científica.

Brindo por ellos. :occasion14:
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Vitriólico
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Vitriólico »

Para que veas, Rafa:

He hecho una copia del artículo y se la he dado a mi hija mayor para que lo leyera.
Al volver esta noche, me la encuentro con un taco de fotocopias del artículo -que ha pagado con su pasta- y que va a repartir a todos sus compañeros de clase.

Babeo .... más que un caracol.
Si pretendes razonar sobre religión con un creyente piensa que, si pudiera razonar sobre ello, ... ¡no sería creyente!

"La primera vez que alguien te engaña, es culpa suya. La segunda, tuya.".
(Proverbio árabe).

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pablov63
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Vitriólico escribió:Para que veas, Rafa: He hecho una copia del artículo y se la he dado a mi hija mayor para que lo leyera. Al volver esta noche, me la encuentro con un taco de fotocopias del artículo -que ha pagado con su pasta- y que va a repartir a todos sus compañeros de clase. Babeo .... más que un caracol.
¡Pero claro! ¡Si seguramente has adoctrinao a la niña en esa porquería del ateísmo desde que nació! :D ¡Y ahora, a pagar las consecuencias! :thumbup:
Que nada Araña, ¡felicidades! :clap:
Saludos desde Perú,

Pablov63

"Todos los creyentes se parecen, pero los ateos lo son cada cual a su manera", Tolstoi en mi imaginación

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Reficul
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Vitriólico escribió:Para que veas, Rafa:

He hecho una copia del artículo y se la he dado a mi hija mayor para que lo leyera.
Al volver esta noche, me la encuentro con un taco de fotocopias del artículo -que ha pagado con su pasta- y que va a repartir a todos sus compañeros de clase.

Babeo .... más que un caracol.

No es para menos, compañero.

Pues brindo también por esa incipiente activista escéptica. :occasion14:
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Sunami
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Vitriólico escribió:Para que veas, Rafa:

He hecho una copia del artículo y se la he dado a mi hija mayor para que lo leyera.
Al volver esta noche, me la encuentro con un taco de fotocopias del artículo -que ha pagado con su pasta- y que va a repartir a todos sus compañeros de clase.

Babeo .... más que un caracol.
Tu cara ante los vitriólicos resultados de tus arañitas no debe tener precio. :lol:
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eduardo dd
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Vitriólico
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

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Sunami escribió: Tu cara ante los vitriólicos resultados de tus arañitas no debe tener precio. :lol:
Pues, chico ... ¡qué quieres que te diga!. Los amigos suelen opinar que la expresión más curiosa y atónita que se me queda es ante los comentarios de la pequeña -apodada en casa como "El Anticristo"-.
Si pretendes razonar sobre religión con un creyente piensa que, si pudiera razonar sobre ello, ... ¡no sería creyente!

"La primera vez que alguien te engaña, es culpa suya. La segunda, tuya.".
(Proverbio árabe).

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Shé
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Shé »

Pues ya sabes, Araña.

Unas cuantas clases de artes marciales como formación complementaria -tipo guinda-, y nos la envías en misión especial al Ministerio del Interior: viewtopic.php?f=3&t=8874#p96927" onclick="window.open(this.href);return false;

Pobrecicos! :lol:
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Agustín
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Agustín »

Gracias por esa joya, Reficul. Lo desconocía (excepto el ejemplo inicial de la compra de un coche usado, que creo que Sagan ya utiliza en algún otro lugar).
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Agustín
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Agustín »

¿Podrías decirme dónde se encuentra publicada originalmente la versión traducida?
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Reficul
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Reficul »

Agustín escribió:¿Podrías decirme dónde se encuentra publicada originalmente la versión traducida?
No estoy muy seguro, porque en aquellos tiempos no guardaba en el disco nada que no fuera esencial (con 1,5 gigas ya puedes imaginarte), pero creo que está publicado en sindioses.
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Agustín
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Agustín »

Gracias.
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Sunami
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Sunami »

¿Y para cuando otra araña foreando? :D
"Marx decía que la religión es el opio del pueblo, yo digo que el opio del pueblo es la expansión crediticia" - Huerta de Soto

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Shé
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Shé »

Reficul escribió:
Agustín escribió:¿Podrías decirme dónde se encuentra publicada originalmente la versión traducida?
No estoy muy seguro, porque en aquellos tiempos no guardaba en el disco nada que no fuera esencial (con 1,5 gigas ya puedes imaginarte), pero creo que está publicado en sindioses.
La versión traducida está publicada en varios sitios. Uno es, efectivamente, este: http://www.sindioses.org/escepticismo/c ... cismo.html" onclick="window.open(this.href);return false;

Esta es la versión original, publicada en el Skeptical Inquirer, vol. 12, otoño de 1987:
The Burden of Skepticism

Feature
Carl Sagan

Volume 12.1, Fall 1987

What is skepticism? It’s nothing very esoteric. We encounter it every day. When we buy a used car, if we are the least bit wise we will exert some residual skeptical powers—whatever our education has left to us. You could say, “Here’s an honest-looking fellow. I’ll just take whatever he offers me.” Or you might say, “Well, I’ve heard that occasionally there are small deceptions involved in the sale of a used car, perhaps inadvertent on the part of the salesperson,” and then you do something. You kick the tires, you open the doors, you look under the hood. (You might go through the motions even if you don’t know what is supposed to be under the hood, or you might bring a mechanically inclined friend.) You know that some skepticism is required, and you understand why. It’s upsetting that you might have to disagree with the used-car salesman or ask him questions that he is reluctant to answer. There is at least a small degree of interpersonal confrontation involved in the purchase of a used car and nobody claims it is especially pleasant. But there is a good reason for it—because if you don’t exercise some minimal skepticism, if you have an absolutely untrammeled credulity, there is probably some price you will have to pay later. Then you’ll wish you had made a small investment of skepticism early.

Now this is not something that you have to go through four years of graduate school to understand. Everybody understands this. The trouble is, a used car is one thing but television commercials or pronouncements by presidents and party leaders are another. We are skeptical in some areas but unfortunately not in others.

For example, there is a class of aspirin commercials that reveals the competing product to have only so much of the painkilling ingredient that doctors recommend most—they don’t tell you what the mysterious ingredient is—whereas their product has a dramatically larger amount (1.2 to 2 times more per tablet). Therefore you should buy their product. But why not just take two of the competing tablets? You’re not supposed to ask. Don’t apply skepticism to this issue. Don’t think. Buy.

Such claims in commercial advertisements constitute small deceptions. They part us from a little money, or induce us to buy a slightly inferior product. It’s not so terrible. But consider this:

I have here the program of this year’s Whole Life Expo in San Francisco. Twenty thousand people attended last year’s program. Here are some of the presentations: “Alternative Treatments for AIDS Patients: It will rebuild one’s natural defenses and prevent immune system breakdowns—learn about the latest developments that the media has thus far ignored.” It seems to me that presentation could do real harm. “How Trapped Blood Proteins Produce Pain and Suffering.” “Crystals, Are They Talismans or Stones?“ (I have an opinion myself.) It says, “As a crystal focuses sound and light waves for radio and television”—crystal sets are rather a long time ago—”so may it amplify spiritual vibrations for the attuned human.” I’ll bet very few of you are attuned. Or here’s one: “Return of the Goddess, a Presentational Ritual.” Another: “Synchronicity, the Recognition Experience.” That one is given by “Brother Charles.” Or, on the next page, “You, Saint-Germain, and Healing Through the Violet Flame.” It goes on and on, with lots of ads about “opportunities”—ranging from the dubious to the spurious—that are available at the Whole Life Expo.

If you were to drop down on Earth at any time during the tenure of humans you would find a set of popular, more or less similar, belief systems. They change, often very quickly, often on time scales of a few years: But sometimes belief systems of this sort last for many thousands of years. At least a few are always available. I think it’s fair to ask why. We are Homo sapiens. That’s the distinguishing characteristic about us, that sapiens part. We’re supposed to be smart. So why is this stuff always with us? Well, for one thing, a great many of these belief systems address real human needs that are not being met by our society. There are unsatisfied medical needs, spiritual needs, and needs for communion with the rest of the human community.

There may be more such failings in our society than in many others in human history. And so it is reasonable for people to poke around and try on for size various belief systems, to see if they help.

For example, take a fashionable fad, channeling. It has for its fundamental premise, as does spiritualism, that when we die we don’t exactly disappear, that some part of us continues. That part, we are told, can reenter the bodies of human and other beings in the future, and so death loses much of its sting for us personally. What is more, we have an opportunity, if the channeling contentions are true, to make contact with loved ones who have died.

Speaking personally, I would be delighted if reincarnation were real. I lost my parents, both of them, in the past few years, and I would love to have a little conversation with them, to tell them what the kids are doing, make sure everything is all right wherever it is they are. That touches something very deep. But at the same time, precisely for that reason, I know that there are people who will try to take advantage of the vulnerabilities of the bereaved. The spiritualists and the channelers better have a compelling case.

Or take the idea that by thinking hard at geological formations you can tell where mineral or petroleum deposits are. Uri Geller makes this claim. Now if you are an executive of a mineral exploration or petroleum company, your bread and butter depends on finding the minerals or the oil; so spending trivial amounts of money, compared with what you usually spend on geological exploration, this time to find deposits psychically, sounds not so bad. You might be tempted.

Or take UFOs, the contention that beings in spaceships from other worlds are visiting us all the time. I find that a thrilling idea. It’s at least a break from the ordinary. I’ve spent a fair amount of time in my scientific life working on the issue of the search for extraterrestrial intelligence. Think how much effort I could save if those guys are coming here. But when we recognize some emotional vulnerability regarding a claim, that is exactly where we have to make the firmest efforts at skeptical scrutiny. That is where we can be had.

Now, let’s reconsider channeling. There is a woman in the State of Washington who claims to make contact with a 35,000-year-old somebody, “Ramtha”—he, by the way, speaks English very well with what sounds to me to be an Indian accent. Suppose we had Ramtha here and just suppose Ramtha is cooperative. We could ask some questions: How do we know that Ramtha lived 35,000 years ago? Who is keeping track of the intervening millennia? How does it come to be exactly 35,000 years? That’s a very round number. Thirty-five thousand plus or minus what? What were things like 35,000 years ago? What was the climate? Where on Earth did Ramtha live? (I know he speaks English with an Indian accent, but where was that?) What does Ramtha eat? (Archaeologists know something about what people ate back then.) We would have a real opportunity to find out if his claims are true. If this were really somebody from 35,000 years ago, you could learn a lot about 35,000 years ago. So, one way or another, either Ramtha really is 35,000 years old, in which case we discover something about that period—that’s before the Wisconsin Ice Age, an interesting time—or he’s a phony and he’ll slip up. What are the indigenous languages, what is the social structure, who else does Ramtha live with—children, grandchildren—what’s the life cycle, the infant mortality, what clothes does he wear, what’s his life expectancy, what are the weapons, plants, and animals? Tell us. Instead, what we hear are the most banal homilies, indistinguishable from those that alleged UFO occupants tell the poor humans who claim to have been abducted by them.

Occasionally, by the way, I get a letter from someone who is in “contact” with an extraterrestrial who invites me to “ask anything.” And so I have a list of questions. The extraterrestrials are very advanced, remember. So I ask things like, “Please give a short proof of Fermat’s Last Theorem.” Or the Goldbach Conjecture. And then I have to explain what these are, because extraterrestrials will not call it Fermat’s Last Theorem, so I write out the little equation with the exponents. I never get an answer. On the other hand, if I ask something like “Should we humans be good?” I always get an answer. I think something can be deduced from this differential ability to answer questions. Anything vague they are extremely happy to respond to, but anything specific, where there is a chance to find out if they actually know anything, there is only silence.

The French scientist Henri Poincaré remarked on why credulity is rampant: “We also know how cruel the truth often is, and we wonder whether delusion is not more consoling.” That’s what I have tried to say with my examples. But I don’t think that’s the only reason credulity is rampant. Skepticism challenges established institutions. If we teach everybody, let’s say high school students, the habit of being skeptical, perhaps they will not restrict their skepticism to aspirin commercials and 35,000-year-old channelers (or channelees). Maybe they’ll start asking awkward questions about economic, or social, or political, or religious institutions. Then where will we be? Skepticism is dangerous. That’s exactly its function, in my view. It is the business of skepticism to be dangerous. And that’s why there is a great reluctance to teach it in the schools. That’s why you don’t find a general fluency in skepticism in the media. On the other hand, how will we negotiate a very perilous future if we don’t have the elementary intellectual tools to ask searching questions of those nominally in charge, especially in a democracy?

I think this is a useful moment to reflect on the sort of national trouble that could have been avoided were skepticism more generally available in American society. The Iran/Nicaragua fiasco is so obvious an example I will not take advantage of our poor, beleaguered president by spelling it out. The Administration’s resistance to a Comprehensive Test Ban Treaty and its continuing passion for blowing up nuclear weapons—one of the major drivers of the nuclear arms race—under the pretense of making us “safe” is another such issue. So is Star Wars. The habits of skeptical thought CSICOP encourages have relevance for matters of the greatest importance to the nation. There is enough nonsense promulgated by both political parties that the habit of evenhanded skepticism should be declared a national goal, essential for our survival.

I want to say a little more about the burden of skepticism. You can get into a habit of thought in which you enjoy making fun of all those other people who don’t see things as clearly as you do. This is a potential social danger present in an organization like CSICOP. We have to guard carefully against it.

It seems to me what is called for is an exquisite balance between two conflicting needs: the most skeptical scrutiny of all hypotheses that are served up to us and at the same time a great openness to new ideas. Obviously those two modes of thought are in some tension. But if you are able to exercise only one of these modes, which ever one it is, you’re in deep trouble. If you are only skeptical, then no new ideas make it through to you. You never learn anything new. You become a crotchety old person convinced that nonsense is ruling the world. (There is, of course, much data to support you.) But every now and then, maybe once in a hundred cases, a new idea turns out to be on the mark, valid and wonderful. If you are too much in the habit of being skeptical about everything, you are going to miss or resent it, and either way you will be standing in the way of understanding and progress. On the other hand, if you are open to the point of gullibility and have not an ounce of skeptical sense in you, then you cannot distinguish the useful ideas from the worthless ones. If all ideas have equal validity then you are lost, because then, it seems to me, no ideas have any validity at all.

Some ideas are better than others. The machinery for distinguishing them is an essential tool in dealing with the world and especially in dealing with the future. And it is precisely the mix of these two modes of thought that is central to the success of science.

Really good scientists do both. On their own, talking to themselves, they churn up huge numbers of new ideas, and criticize them ruthlessly. Most of the ideas never make it to the outside world. Only the ideas that pass through a rigorous self-filtration make it out and are criticized by the rest of the scientific community. It sometimes happens that ideas that are accepted by everybody turn out to be wrong, or at least partially wrong, or at least superseded by ideas of greater generality. And, while there are of course some personal losses—emotional bonds to the idea that you yourself played a role in inventing—nevertheless the collective ethic is that every time such an idea is overthrown and replaced by something better the enterprise of science has benefited. In science it often happens that scientists say, “You know that’s a really good argument; my position is mistaken,” and then they actually change their minds and you never hear that old view from them again. They really do it. It doesn’t happen as often as it should, because scientists are human and change is sometimes painful. But it happens every day. I cannot recall the last time something like that has happened in politics or religion. It’s very rare that a senator, say, replies, “That’s a good argument. I will now change my political affiliation.”

I would like to say a few things about the stimulating sessions on the Search for Extraterrestrial Intelligence (SETI) and on animal language at our CSICOP conference. In the history of science there is an instructive procession of major intellectual battles that turn out, all of them, to be about how central human beings are. We could call them battles about the anti-Copernican conceit.

Here are some of the issues:

  • We are the center of the universe. All the planets and the stars and the Sun and the Moon go around us. (Boy, must we be something really special.)


That was the prevailing belief—Aristarchus aside—until the time of Copernicus. A lot of people liked it because it gave them a personally unwarranted central position in the universe. The mere fact that you were on Earth made you privileged. That felt good. Then along came the evidence that Earth was just a planet and that those other bright moving points of light were planets too. Disappointing. Even depressing. Better when we were central and unique.

  • But at least our Sun is at the center of the universe. No, those other stars, they’re suns too, and what’s more we’re out in the galactic boondocks. We are nowhere near the center of the galaxy. Very depressing.
  • Well, at least the Milky Way galaxy is at the center of the universe. Then a little more progress in science. We find there isn’t any such thing as the center of the universe. What’s more there are a hundred billion other galaxies. Nothing special about this one. Deep gloom.
  • Well, at least we humans, we are the pinnacle of creation. We’re separate. All those other creatures, plants and animals, they’re lower. We’re higher. We have no connection with them. Every living thing has been created separately. Then along comes Darwin. We find an evolutionary continuum. We’re closely connected to the other beasts and vegetables. What’s more, the closest biological relatives to us are chimpanzees. Those are our close relatives—those guys? It’s an embarrassment. Did you ever go to the zoo and watch them? Do you know what they do? Imagine in Victorian England, when Darwin produced this insight, what an awkward truth it was.


There are other important examples—privileged reference frames in physics and the unconscious mind in psychology—that I’ll pass over. I maintain that in the tradition of this long set of debates—every one of which was won by the Copernicans, by the guys who say there is not much special about us—there was a deep emotional undercurrent in the debates in both CSICOP sessions I mentioned. The search for extraterrestrial intelligence and the analysis of possible animal “language” strike at one of the last remaining pre-Copernican belief systems:

  • At least we are the most intelligent creatures in the whole universe. If there are no other smart guys elsewhere, even if we are connected to chimpanzees, even if we are in the boondocks of a vast and awesome universe, at least there is still something special about us. But the moment we find extraterrestrial intelligence that last bit of conceit is gone. I think some of the resistance to the idea of extraterrestrial intelligence is due to the anti-Copernican conceit. Likewise, without taking sides in the debate on whether other animals—higher primates, especially great apes—are intelligent or have language, that’s clearly, on an emotional level, the same issue. If we define humans as creatures who have language and no one else has language, at least we are unique in that regard. But if it turns out that all those dirty, repugnant, laughable chimpanzees can also, with Ameslan or otherwise, communicate ideas, then what is left that is special about us? Propelling emotional predispositions on these issues are present, often unconsciously, in scientific debates. It is important to realize that scientific debates, just like pseudoscientific debates, can be awash with emotion, for these among many different reasons.


Now, let’s take a closer look at the radio search for extraterrestrial intelligence. How is this different from pseudoscience? Let me give a couple of real cases. In the early sixties, the Soviets held a press conference in Moscow in which they announced that a distant radio source, called CTA-102, was varying sinusoidally, like a sine wave, with a period of about 100 days. Why did they call a press conference to announce that a distant radio source was varying? Because they thought it was an extraterrestrial civilization of immense powers. That is worth calling a press conference for. This was before even the word “quasar” existed. Today we know that CTA-102 is a quasar. We don’t know very well what quasars are; and there is more than one mutually exclusive explanation for them in the scientific literature. Nevertheless, few seriously consider that a quasar, like CTA-102, is some galaxy-girdling extraterrestrial civilization, because there are a number of alternative explanations of their properties that are more or less consistent with the physical laws we know without invoking alien life. The extraterrestrial hypothesis is a hypothesis of last resort. Only if everything else fails do you reach for it.

Second example: British scientists in 1967 found a nearby bright radio source that is fluctuating on a much shorter time scale, with a period constant to ten significant figures. What was it? Their first thought was that it was something like a message being sent to us, or an interstellar navigational beacon for spacecraft that ply the spaces between the stars. They even gave it, among themselves at Cambridge University, the wry designation LGM-1—Little Green Men, LGM. However (they were wiser than the Soviets), they did not call a press conference, and it soon became clear that what we had here was what is now called a “pulsar.” In fact it was the first pulsar, the Crab Nebula pulsar. Well, what’s a pulsar? A pulsar is a star shrunk to the size of a city, held up as no other stars are, not by gas pressure, not by electron degeneracy, but by nuclear forces. It is in a certain sense an atomic nucleus the size of Pasadena. Now that, I maintain, is an idea at least as bizarre as an interstellar navigational beacon. The answer to what a pulsar is has to be something mighty strange. It isn’t an extraterrestrial civilization, it’s something else; but a something else that opens our eyes and our minds and indicates possibilities in nature that we had never guessed at.

Then there is the question of false positives. Frank Drake in his original Ozma experiment, Paul Horowitz in the META (Megachannel Extraterrestrial Assay) program sponsored by the Planetary Society, the Ohio University group and many other groups have all had anomalous signals that make the heart palpitate. They think for a moment that they have picked up a genuine signal. In some cases we have not the foggiest idea what it was; the signals did not repeat. The next night you turn the same telescope to the same spot in the sky with the same modulation and the same frequency and bandpass, everything else the same, and you don’t hear a thing. You don’t publish that data. It may be a malfunction in the detection system. It may be a military AWACS plane flying by and broadcasting on frequency channels that are supposed to be reserved for radio astronomy. It may be a diathermy machine down the street. There are many possibilities. You don’t immediately declare that you have found extraterrestrial intelligence because you find an anomalous signal.

And if it were repeated, would you then announce? You would not. Maybe it’s a hoax. Maybe it is something you haven’t been smart enough to figure out that is happening to your system. Instead, you would then call scientists at a bunch of other radio telescopes and say that at this particular spot in the sky, at this frequency and bandpass and modulation and all the rest, you seem to be getting something funny. Could they please look at it and see if they get something similar? And only if several independent observers get the same kind of information from the same spot in the sky do you think you have something. Even then you don’t know that the something is extraterrestrial intelligence, but at least you could determine that it’s not something on Earth. (And that it’s also not something in Earth orbit; it’s further away than that.) That’s the first sequence of events that would be required to be sure that you actually had a signal from an extraterrestrial civilization.

Now notice that there is a certain discipline involved. Skepticism imposes a burden. You can’t just go off shouting “little green men,” because you are going to look mighty silly, as the Soviets did with CTA-102, when it turns out to be something quite different. A special caution is necessary when the stakes are as high as here. We are not obliged to make up our minds before the evidence is in. It’s okay not to be sure.

I’m often asked the question, “Do you think there is extraterrestrial intelligence?” I give the standard arguments—there are a lot of places out there, and use the word billions, and so on. And then I say it would be astonishing to me if there weren’t extraterrestrial intelligence, but of course there is as yet no compelling evidence for it. And then I’m asked, “Yeah, but what do you really think?” I say, “I just told you what I really think.” “Yeah, but what’s your gut feeling?” But I try not to think with my gut. Really, it’s okay to reserve judgment until the evidence is in.

After my article “The Fine Art of Baloney Detection” came out in Parade (Feb. 1, 1987), I got, as you might imagine, a lot of letters. Sixty-five million people read Parade. In the article I gave a long list of things that I said were “demonstrated or presumptive baloney”—thirty or forty items. Advocates of all those positions were uniformly offended, so I got lots of letters. I also gave a set of very elementary prescriptions about how to think about baloney—arguments from authority don’t work, every step in the chain of evidence has to be valid, and so on. Lots of people wrote back, saying, “You’re absolutely right on the generalities; unfortunately that doesn’t apply to my particular doctrine.” For example, one letter writer said the idea that intelligent life exists outside the Earth is an excellent example of baloney. He concluded, “I am as sure of this as of anything in my experience. There is no conscious life anywhere else in the universe. Mankind thus returns to its rightful position as center of the universe.”

Another writer again agreed with all my generalities, but said that as an inveterate skeptic I have closed my mind to the truth. Most notably I have ignored the evidence for an Earth that is six thousand years old. Well, I haven’t ignored it; I considered the purported evidence and then rejected it. There is a difference, and this is a difference, we might say, between prejudice and postjudice. Prejudice is making a judgment before you have looked at the facts. Postjudice is making a judgment afterwards. Prejudice is terrible, in the sense that you commit injustices and you make serious mistakes. Postjudice is not terrible. You can’t be perfect of course; you may make mistakes also. But it is permissible to make a judgment after you have examined the evidence. In some circles it is even encouraged.

I believe that part of what propels science is the thirst for wonder. It’s a very powerful emotion. All children feel it. In a first grade classroom everybody feels it; in a twelfth grade classroom almost nobody feels it, or at least acknowledges it. Something happens between first and twelfth grade, and it’s not just puberty. Not only do the schools and the media not teach much skepticism, there is also little encouragement of this stirring sense of wonder. Science and pseudoscience both arouse that feeling. Poor popularizations of science establish an ecological niche for pseudoscience.

If science were explained to the average person in a way that is accessible and exciting, there would be no room for pseudoscience. But there is a kind of Gresham’s Law by which in popular culture the bad science drives out the good. And for this I think we have to blame, first, the scientific community ourselves for not doing a better job of popularizing science, and second, the media, which are in this respect almost uniformly dreadful. Every newspaper in America has a daily astrology column. How many have even a weekly astronomy column? And I believe it is also the fault of the educational system. We do not teach how to think. This is a very serious failure that may even, in a world rigged with 60,000 nuclear weapons, compromise the human future.

I maintain there is much more wonder in science than in pseudoscience. And in addition, to whatever measure this term has any meaning, science has the additional virtue, and it is not an inconsiderable one, of being true.


Copyright ©1987 by Carl Sagan
Edito: olvidé citar la fuente: Skeptical Inquirer
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Agustín »

Gracias again. Qué diligencia, así da gusto.
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por Vitriólico »

Sunami escribió:¿Y para cuando otra araña foreando? :D
La mayor piensa que no merece la pena hablar sobre disparates medievales y está centrada en sus estudios de Psicología y Filosofía. No ha aterrizado todavía y no sabe que vive en la Edad Media con iPhones y WhatsApp.

A la pequeña se lo tengo prohibido. Pero por vuestro bien. Esa es demasiado venenosa.
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Re: LA CARGA DEL ESCEPTICISMO

Mensaje sin leer por pablov63 »

Vitriólico escribió:A la pequeña se lo tengo prohibido. Pero por vuestro bien. Esa es demasiado venenosa.
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Saludos desde Perú,

Pablov63

"Todos los creyentes se parecen, pero los ateos lo son cada cual a su manera", Tolstoi en mi imaginación

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