Leyendo a los clásicos - Lucrecio
Publicado: Dom Ene 20, 2013 4:34 pm
De la Naturaleza
"Así, no tenían otro recurso que remitirlo todo a la acción de los dioses y someterlo todo a una señal suya. Pusieron en el cielo las sedes y palacios divinos, porque en el cielo vemos girar el sol y la luna -la luna, el día, la noche y sus signos solemnes, las teas errabundas del cielo nocturno y las llamas volantes, nubes, sol lluvias, nieve, vientos, rayos, granizo, los súbitos rugidos y amenazantes murmullos del trueno.
¡Oh linaje infeliz de los hombres, cuando tales hechos atribuyó a los dioses y los armó de cólera inflexible! ¡Cuántos gemidos se procuraron entonces a sí mismos, cuántos males a nosotros, cuántas lágrimas a nuestra descendencia!
No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto hacia una piedra, ni en acercarse a todos los altares, ni en tenderse postrado por el suelo y extender las palmas ante los santuarios divinos, ni en rociar las aras con abundante sangre de víctimas, ni en enlazar votos con votos, sino más bien en ser capaz de mirarlo todo con mente serena. Pues cuando, levantando los ojos, contemplamos las celestes bóvedas de este mundo inmenso y el éter claveteado de brillantes estrellas, y nos ponemos a pensar en el curso del sol y la luna, entonces una congoja, que otros males habían ahogado en nuestro pecho, se despierta e intenta levantar la cabeza, preguntándose si por ventura no hemos de contar con un poder infinito de los dioses, capaz de hacer girar los candidos astros en trayectorias diversas. Pues la carencia de una explicación tienta nuestro espíritu vacilante y le hace preguntarse si este mundo tuvo nacimiento y si ha de tener fin, y hasta cuándo las murallas del mundo podrán resistir la fatiga de este movimiento silencioso; o si, dotado por los dioses de existencia sempiterna, podrá seguir deslizándose en el perpetuo decurso del tiempo y desafiar las robustas fuerzas de la edad inconmensurable."
Lucrecio, De la naturaleza, libro v, tomo ii, Madrid: csic, 1983.
"Así, no tenían otro recurso que remitirlo todo a la acción de los dioses y someterlo todo a una señal suya. Pusieron en el cielo las sedes y palacios divinos, porque en el cielo vemos girar el sol y la luna -la luna, el día, la noche y sus signos solemnes, las teas errabundas del cielo nocturno y las llamas volantes, nubes, sol lluvias, nieve, vientos, rayos, granizo, los súbitos rugidos y amenazantes murmullos del trueno.
¡Oh linaje infeliz de los hombres, cuando tales hechos atribuyó a los dioses y los armó de cólera inflexible! ¡Cuántos gemidos se procuraron entonces a sí mismos, cuántos males a nosotros, cuántas lágrimas a nuestra descendencia!
No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto hacia una piedra, ni en acercarse a todos los altares, ni en tenderse postrado por el suelo y extender las palmas ante los santuarios divinos, ni en rociar las aras con abundante sangre de víctimas, ni en enlazar votos con votos, sino más bien en ser capaz de mirarlo todo con mente serena. Pues cuando, levantando los ojos, contemplamos las celestes bóvedas de este mundo inmenso y el éter claveteado de brillantes estrellas, y nos ponemos a pensar en el curso del sol y la luna, entonces una congoja, que otros males habían ahogado en nuestro pecho, se despierta e intenta levantar la cabeza, preguntándose si por ventura no hemos de contar con un poder infinito de los dioses, capaz de hacer girar los candidos astros en trayectorias diversas. Pues la carencia de una explicación tienta nuestro espíritu vacilante y le hace preguntarse si este mundo tuvo nacimiento y si ha de tener fin, y hasta cuándo las murallas del mundo podrán resistir la fatiga de este movimiento silencioso; o si, dotado por los dioses de existencia sempiterna, podrá seguir deslizándose en el perpetuo decurso del tiempo y desafiar las robustas fuerzas de la edad inconmensurable."
Lucrecio, De la naturaleza, libro v, tomo ii, Madrid: csic, 1983.