La historia ha mostrado de todo. Desde algo natural hace dos mil años, o los teólogos que en la edad media justificaban la esclavitud, hasta los que la combatían, pasando por los que deploraban el trato dado a africanos y americanos pero sin cuestionar el derecho a esclavizar.
Ya en el primer siglo de invasión española y explotación en américa, el padre Bartolomé de las Casas se entrevistó con el rey Carlos I más de una vez y consiguió, al cabo de años, que se prohibiera esclavizar a los nativos y quedaran -al menos oficialmente- bajo protección de la corona. Eso no impidió que millones de nativos fueran esclavizados y obligados a trabajar. Solo en las minas murieron envenenados millones de nativos llevados a la fuerza para extraer plata, a pesar de esa "protección".
Por supuesto, los beneficios fueron para los españoles. Concretamente para determinadas familias, algunos de cuyos descendientes aún campan por sus respetos en las áreas política y económica actuales, pretendiendo que la única España posible consiste en que los demás sigamos trabajando en su beneficio.
La esclavitud existía porque era necesaria para las coronas imperialistas europeas, justificada por la iglesia en tanto aliados de estas, pero también duramente combatida por algunos católicos que, como Las Casas, pretendían una colonización sin humillación ni esclavitud: más bien lo que querían era convertirlos pacíficamente
y llevar mano de obra desde España.
Pero las cuentas entonces, como ahora, a algunos no les salían.
Si en EEUU en el siglo XIX aún había esclavitud y era defendida por los protestantes, pienso que era un asunto puramente económico. Si hubieran sido católicos no creo que hubiera sido diferente. Fue abolida hace menos de 150 años en EEUU, pero su actual sistema proteccionista a la industria del algodón provoca hoy que millones de africanos que podrían vivir dignamente, vivan en la misera más absoluta, según Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía 2001.