Hay una delicia gastronómica china que consiste en lo siguiente:
El cliente del restaurante elige una carpa roja de entre un montón de carpas rojas en un estanque.
El cocinero lleva entonces el pez, vivo, a la cocina.
Coloca el bicho sobre el mesado y, con la ayuda de un cuchillo, le saca con destreza los lomos al animal, dejando la cabeza, la raspa y las visceras a la vista, incluyendo el corazón, que ha de estar latiendo.
Trocea la carne de los lomos en tacos y los cuece rápidamente en una salsa.
Vierte este material sobre el esqueleto del pez(cado?) y se lo lleva al comensal, que disfruta entonces de comerse la carne de un animal que aún está vivo, y boqueando, intentando encontrar el aliento.
En algunas zonas de Asia, en Vietnam o Tailandia por ejemplo, comen sesos de mono. La peculiaridad es que el animal está vivo (aunque por lo visto inconsciente) mientras se comen su cerebro. Se le coloca en medio de la mesa, en una jaula, y se le trepana la caja craneal hasta dejar al descubierto la golosina, que los comensales degustan con la ayuda de una cuchara de palo...
Sin ir más lejos, yo mismo he comido muchas veces crustáceos como langostas, bogavantes, nécoras, centollas o bueyes de Francia. Vivo en Galicia, que es un sitio muy y muy merecidamente reputado por la calidad de sus mariscos. El caso es que el único método para cocer estos bichos es poner agua a hervir, con mucha sal y una o dos hojas de laurel, y sumergir los animalillos, todavía (e imperativamente) vivos en el agua en ebullición.
Como dato, os diré que me gusta prácticamente todo, en la mesa. Me defino como omnivoraz, más que como omnívoro.
Me encantan los vegetales, la mayoría de las frutas, pero también las carnes, los pescados...todo. Entiendo perfectamente que soy un miembro más del reino animal, y que estoy involucrado en la cadena alimenticia. Sé que ostento, como humano, el puesto de mayor depredador, y no me plantea demasiados problemas de consciencia. Es lo que hay. Todos comemos, y todos matamos para comer. Los demás bichos utilizan sus garras, picos, dientes, y yo, como humano, utilizo cuchillos. Hasta ahí, todo...bien.
De tal manera que entiendo que todos los pruritos que podamos tener son de índole cultural. En cuanto a la materia prima. Si hubiese nacido en el desierto de México, mi dieta incluiría con toda seguridad larvas de insectos, iguanas y otros animalillos extraños...
Pero lo que se me hace duro de admitir es el refinamiento y la sofisticación en la crueldad. No hay NINGUNA necesidad, desde el punto de vista de nuestra supervivencia, de que la carpa o el mono estén sufriendo mientras me los papo. Habría miles de formas de guisar dichas viandas sin recurrir a técnicas tan sádicas.
Tampoco entiendo que haya que hacinar a los pollos, sacarles el pico, inyectarles hormonas y antibióticos, y criarlos a velocidades antinaturales para obtener mayores beneficios de su carne...
De la misma manera, no entiendo, y, francamente, me parece abyecta y reprobable, la gente que disfruta tirando cabras, prendiéndole fuego a los pitones de un toro, organizando y contemplando peleas de perros, de gallos, pagando millonadas por corridas de toros, matando focas a palos, cazando jabalies y venados que se han soltado cinco minutos antes en el coto, etc...
Es verdad que hay distintos niveles de refinamiento en estas actividades: desde luego, la liturgia taurina alcanzó unos niveles increiblemente elevados de sofisticación, maneja un vocabulario de una riqueza difícil de superar, y utiliza un código tremendamente complejo. Pero no deja de ser un acto cruel, que no tiene ninguna justificación desde el punto de vista de la alimentación, y en él que un mamífero es torturado hasta la muerte por otros bichos cuya superioridad intelectual hace que la "lucha" sea totalmente desigual.
Y, definitivamente, los bichos SUFREN. No me hace falta ser ningún biólogo o zoólogo para saber esto: basta ver como la centolla se retuerce hasta romperse las patas cuando la introduces en el agua hirviendo.