El estruendoso silencio de Pío XII
Publicado: Dom Oct 26, 2008 11:15 pm
Desde que John Cornwell escribió la biografía del papa Pío XII titulada el "El Papa de Hitler", se renovó con mayor fuerza una polémica que había recorrido Europa y el mundo cuando Rolf Hochnuth estrenó su obra teatral "El vicario", igualmente crítica respecto del jefe de la Iglesia durante las dos décadas más violentas del siglo XX, entre 1938 y 1958. En estos días el actual ocupante del trono eclesial, el alemán Benedicto XVI, ratificó su propósito de emprender la canonización de su antecesor, quien tendría así un lugar dentro del nutrido contingente de beatos y santos elevados al Edén.
Uno de los defensores del monarca vaticano, un tal Eduardo Rivero, dijo que Eugenio Pacelli -que así se llamó aquel Papa- "era un hombre santo que hizo todo lo que estuvo en su poder para proteger a los perseguidos de la Segunda Guerra Mundial y muy especialmente a los judíos". Con escaso éxito si bien se mira, porque Hitler mató a seis millones de judíos, sin contar sus víctimas entre los comunistas y socialistas, gitanos, homosexuales y discapacitados.
Otro defensor de Pacelli, el cura Pierre Blet, escribió un libro titulado "Pío XII y la Segunda Guerra Mundial en los archivos vaticanos", y un tercero, Antonio Gaspari, publicó "Los judíos, Pío XII y la leyenda negra", en el que habla de los judíos salvados del Holocausto gracias a la labor de la Iglesia romana. No puede caber duda de que eso sucedió, como tampoco de que el caso hace recordar al antisemita que, en su defensa, dice tener amigos judíos.
Gaspari cita una declaración de Albert Einstein que data de 1940, cuando todavía no se había iniciado en toda su amplitud, con la invasión a los países del occidente europeo, la guerra. Al parecer, Einstein escribió en la revista Time que "sólo la Iglesia permaneció en pie para detener el camino de las campañas de Hitler para suprimir la verdad". Dijo también que experimentaba "un gran cariño y admiración por ella, pues la Iglesia fue la única que tuvo el valor y la obstinación para apoyar la verdad intelectual y la libertad moral. Tengo -concluye la cita- que confesar que aquello que en un tiempo despreciaba, ahora lo alabo incondicionalmente". Lo más probable es que Einstein -que no dice una palabra de Pío XII- se refería a los obispos alemanes que se opusieron al pacto del Vaticano con el régimen nazi y reclamaron del Papa, sin éxito, una declaración crítica del obispo de Roma.
Hubo, sí, una declaración de Golda Meir que Gaspari también reivindica "a favor de Pío XII". Pero Meir -la jefa del gobierno israelí de visita oficial en Buenos Aires cuando Eichman fue secuestrado y transportado en su vuelo de regreso a Israel- no habló "a favor" sino que quiso ser indulgente.
Cornwell, un intelectual católico de prestigio que, por serlo, fue autorizado a ver los archivos vaticanos y se encontró con revelaciones que -fueron sus palabras- le causaron "un shock moral".
Cornwell descubre el antisemitismo del papa Pacelli cuando éste, en una carta que envía al cardenal Gasparri desde Alemania, donde ya en 1917 se desempeñaba como nuncio (embajador), que el rabino jefe de Munich, de apellido Werner, le había pedido que intercediera para ayudarlo a importar de Italia hojas de palmera, necesarias para la celebración de un rito, el "Succoth". En la carta, Pacelli se opone a que el Vaticano "los ayudara en la práctica de sus cultos judíos". Gasparri coincidió.
Otra carta, de un año después, fue peor. Se había producido una revuelta revolucionaria en Munich, y Pacelli describe así a los revolucionarios y a su líder, Eugenio Levien: "Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro dando órdenes y en el medio una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás".
Pacelli fue el gestor del concordato con Hitler que dio garantías a los obispos alemanes de mantener sus ritos a cambio del silencio. Pacelli pudo imponer un nuevo código de normas sobre los católicos de Alemania y a la vez colaboró en el retiro de los católicos de la actividad política y social. Cornwell asegura que, firmado el concordato, se había creado una confianza recíproca que, según Hitler, era "especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional".
Ya pontífice, Pío XII recibió en 1942 informes sobre la persecución a los judíos. Representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza entregaron un documento al nuncio en Berna donde detallaban la cruenta política antisemita del nazismo en los territorios controlados por el Reich. Ese mismo año el presidente norteamericano, Franklin Roosevelt, envió a un representante personal, Mylon Taylor, para que le pidiera una declaración contra el exterminio de los judíos. Pero Pacelli se negó a recibirlo, alegando la necesidad de ser neutral ante las partes en conflicto.
Sólo en las vísperas de la Navidad de ese mismo año produjo la que puede ser su declaración más fuerte, que no menciona explícitamente a los judíos: se refirió a "aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza reciben la marca de la muerte o la extinción gradual". Eso fue todo.
JORGE GADANO
Uno de los defensores del monarca vaticano, un tal Eduardo Rivero, dijo que Eugenio Pacelli -que así se llamó aquel Papa- "era un hombre santo que hizo todo lo que estuvo en su poder para proteger a los perseguidos de la Segunda Guerra Mundial y muy especialmente a los judíos". Con escaso éxito si bien se mira, porque Hitler mató a seis millones de judíos, sin contar sus víctimas entre los comunistas y socialistas, gitanos, homosexuales y discapacitados.
Otro defensor de Pacelli, el cura Pierre Blet, escribió un libro titulado "Pío XII y la Segunda Guerra Mundial en los archivos vaticanos", y un tercero, Antonio Gaspari, publicó "Los judíos, Pío XII y la leyenda negra", en el que habla de los judíos salvados del Holocausto gracias a la labor de la Iglesia romana. No puede caber duda de que eso sucedió, como tampoco de que el caso hace recordar al antisemita que, en su defensa, dice tener amigos judíos.
Gaspari cita una declaración de Albert Einstein que data de 1940, cuando todavía no se había iniciado en toda su amplitud, con la invasión a los países del occidente europeo, la guerra. Al parecer, Einstein escribió en la revista Time que "sólo la Iglesia permaneció en pie para detener el camino de las campañas de Hitler para suprimir la verdad". Dijo también que experimentaba "un gran cariño y admiración por ella, pues la Iglesia fue la única que tuvo el valor y la obstinación para apoyar la verdad intelectual y la libertad moral. Tengo -concluye la cita- que confesar que aquello que en un tiempo despreciaba, ahora lo alabo incondicionalmente". Lo más probable es que Einstein -que no dice una palabra de Pío XII- se refería a los obispos alemanes que se opusieron al pacto del Vaticano con el régimen nazi y reclamaron del Papa, sin éxito, una declaración crítica del obispo de Roma.
Hubo, sí, una declaración de Golda Meir que Gaspari también reivindica "a favor de Pío XII". Pero Meir -la jefa del gobierno israelí de visita oficial en Buenos Aires cuando Eichman fue secuestrado y transportado en su vuelo de regreso a Israel- no habló "a favor" sino que quiso ser indulgente.
Cornwell, un intelectual católico de prestigio que, por serlo, fue autorizado a ver los archivos vaticanos y se encontró con revelaciones que -fueron sus palabras- le causaron "un shock moral".
Cornwell descubre el antisemitismo del papa Pacelli cuando éste, en una carta que envía al cardenal Gasparri desde Alemania, donde ya en 1917 se desempeñaba como nuncio (embajador), que el rabino jefe de Munich, de apellido Werner, le había pedido que intercediera para ayudarlo a importar de Italia hojas de palmera, necesarias para la celebración de un rito, el "Succoth". En la carta, Pacelli se opone a que el Vaticano "los ayudara en la práctica de sus cultos judíos". Gasparri coincidió.
Otra carta, de un año después, fue peor. Se había producido una revuelta revolucionaria en Munich, y Pacelli describe así a los revolucionarios y a su líder, Eugenio Levien: "Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro dando órdenes y en el medio una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás".
Pacelli fue el gestor del concordato con Hitler que dio garantías a los obispos alemanes de mantener sus ritos a cambio del silencio. Pacelli pudo imponer un nuevo código de normas sobre los católicos de Alemania y a la vez colaboró en el retiro de los católicos de la actividad política y social. Cornwell asegura que, firmado el concordato, se había creado una confianza recíproca que, según Hitler, era "especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional".
Ya pontífice, Pío XII recibió en 1942 informes sobre la persecución a los judíos. Representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza entregaron un documento al nuncio en Berna donde detallaban la cruenta política antisemita del nazismo en los territorios controlados por el Reich. Ese mismo año el presidente norteamericano, Franklin Roosevelt, envió a un representante personal, Mylon Taylor, para que le pidiera una declaración contra el exterminio de los judíos. Pero Pacelli se negó a recibirlo, alegando la necesidad de ser neutral ante las partes en conflicto.
Sólo en las vísperas de la Navidad de ese mismo año produjo la que puede ser su declaración más fuerte, que no menciona explícitamente a los judíos: se refirió a "aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza reciben la marca de la muerte o la extinción gradual". Eso fue todo.
JORGE GADANO