Esperando la ansiada excomunión
Publicado: Sab Nov 21, 2009 9:29 pm
Esperando la ansiada excomunión
miércoles 18 de noviembre de 2009
Según dicta una sentencia del Tribunal Supremo, apostatar es hoy por hoy imposible en España. En la Iglesia Católica, como en toda buena secta, es muy fácil entrar, pero no hay forma de salir. Basta con que te mojen la cabeza con un poco de agua cuando tienes unos cuantos meses de vida, y ya estás dentro del club para siempre. Así, sin más. Puede que luego, con los años, cuando tengas uso de razón y seas consciente de toda la gentuza que dirige el club del que eres socio obligado, quieras salir de allí corriendo. Y tú piensas: "Vale, pues no me confirmo cuando llegue el momento, y asunto arreglado". Error. A la Iglesia le vale sólo con el bautismo para considerarte de los suyos. Que luego lo confirmes, o no, es algo que se pasan por el arco; échale la culpa a tus padres por no haberte dejado seguir siendo moro, que es como venimos todos a este mundo.
Yo fui bautizado, hice la primera comunión y me confirmé. En mi colegio, privado, laico, estudié religión. Me confesé dos veces, comulgué tres o cuatro. Pero, a pesar de todo eso, no me considero católico. Eso sí, soy respetuoso cada vez que tengo que escuchar misa (boda, bautizo, difuntos...); faltaría más, lo cortés no quita lo valiente. Me siento y me levanto cuando lo hacen todos, doy la paz cuando los demás me la ofrecen, intento que parezca que escucho al cura cuando habla. Llamadme hipócrita; yo prefiero considerarme educado y respetuoso: nadie me obliga a entrar en una iglesia a escuchar misa; si decido ir, lo mínimo es que lo haga con educación y respeto. Y como seguiré asistiendo a las bodas, bautizos y comuniones de familiares y amigos —y los acompañaré a ellos y a sus familiares cuando nos vayan dejando—, continuaré guardando educación y respeto cada vez que entre en una iglesia y escuche una misa.
No voy a confesar si soy creyente, agnóstico o ateo. Eso es cosa mía, a nadie más le importa. Lo que sí quiero reiterar es que hace mucho, muchísimo tiempo, que no me considero católico. Ni católico ni de ningún otro credo, se entiende. Respeto la fe, las creencias, pero no creo en las religiones, en ninguna. La fe es individual, libre, carente de normas (más allá de las que uno mismo quiera autoimponerse); la religión es colectiva, social, está sometida a unas reglas que hay que acatar. Y es que en una sociedad, sea del tipo que sea, tiene que haber una organización, una jerarquía, unos líderes y, sobre todo, una serie de normas de obligado cumplimiento. Y en el caso de esta sociedad en concreto, la Iglesia Católica, me siento profundamente avergonzado de las normas establecidas y, sobre todo, de los que las han impuesto a lo largo de los siglos y de los que continúan imponiéndolas actualmente. También me avergüenzo de muchas de las normas impuestas por los que han manejado y manejan a su manera los hilos de esta marioneta de "Estado social y democrático de Derecho" llamado España; y me avergüenzo aún más de cómo funcionan los mecanismos del poder en este decadente y agónico mundo globalizado donde el hambre, la pobreza, las enfermedades y las guerras son los daños colaterales causados por el imperio del Dinero —esa sí la única y verdadera religión— al que estamos todos sometidos, lo queramos o no. Pero, ya que no puedo abdicar de mi condición de habitante del mundo, al menos quiero poder abandonar libremente todos aquellos clubes en los que nunca debería haber entrado y de los que no quiero seguir formando parte ni un solo día más. Sí, quiero dejar de ser miembro de la Iglesia Católica. Y quiero que se haga de forma oficial, con luz y taquígrafos, negro sobre blanco.
Como he dicho antes, el Tribunal Supremo no me permite apostatar (no he encontrado información sobre lo que habrá ocurrido con el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional que interpuso el año pasado la Agencia Española de Protección de Datos; si alguien sabe algo, le agradecería que dejara un comentario). Ya que la apostasía no es posible, al menos exijo ser excomulgado de cualquier otra forma. Algo es algo.
Al parecer, hay tres delitos "sumamente" graves por lo que uno puede ser automáticamente excomulgado. A saber: apostasía, herejía y cisma. No me dejan cometer el primero de esos delitos, de acuerdo. Pero ¿qué hay de los otros dos? Veamos. Según entiendo, el cisma parece ser una herejía pero a lo grande, algo así como una herejía suprema. Como me conformo con cometer una delito normal, básico, me centraré, pues, en la herejía, sin más. Según la actual edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), herejía se define como 'error en materia de fe, sostenido con pertinacia'. En su avance de la vigésima tercera edición, se ofrece una acepción con una leve diferencia: 'en relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia'. Si buscamos, también en el DRAE, la palabra hereje, encontraremos que es la 'persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión'. Busquemos, por último, pertinacia: 'obstinación, terquedad o tenacidad en mantener una opinión, una doctrina o la resolución que se ha tomado'. En fin, todo parece estar bastante claro, al menos en la teoría: si, en mi fe, cometo un error y lo mantengo con terca tenacidad, negando alguno de los dogmas establecidos por la Iglesia Católica, estaré cometiendo un delito de herejía.
Pues perfecto. Para que conste, no creo en los dogmas establecidos por la Iglesia Católica. No estoy de acuerdo con ninguna de las actitudes, ideas y normas emanadas desde la cúpula del Vaticano (como ya dejé claro en su momento aquí). Cometo continuamente errores de fe y, sobre todo, los sostengo con pertinacia. Ah, y además creo que el Papa es un auténtico cabronazo. Supongo que, con todo esto que acabo de decir, ya debería de ser considerado un hereje. También sé que me arriesgo a ser quemado en una hoguera por orden de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se denomina actualmente la que siempre ha sido y es la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición. Vamos, para entendernos, la Inquisición de toda la vida. Pues me arriesgaré a que practiquen conmigo con sus artilugios de tortura, qué le vamos a hacer, es lo que tiene.
Dicho queda aquí que soy un hereje. Merezco la excomunión. Y la quiero por escrito. Sé que me puede morir de asco esperando a que el Obispo de Roma (o el que sea, tanto da) me excomulgue, pero sí que tengo esperanza de que pronto se resuelva mi situación, aunque sea de manera indirecta. Explicaré ahora por qué.
Hay que partir de la base de que la soberanía nacional reside en el pueblo (en la práctica, una absoluta falacia; eso sí, muy bien vendida), y que es dicho pueblo quien elige a sus representantes (léase corruptos chorizos) para que dirijan sus designios (o sea, para que los sangren como estimen oportuno). Una vez considerado esto, quiero entender que yo, como cualquier otro ciudadano, estoy representado por los poderes del Estado. En el Congreso de los Diputados se sientan actualmente unos cuantos gañanes (y gañanas, que diría nuestra más imbécil ministra) en los que yo deposité mi confianza introduciendo una papeleta del PSOE en una urna hace algo más de un año y medio. Esos gañanes forman parte de un grupo que en breve tiene que votar una ley bastante controvertida propuesta por el Gobierno de Zapatero, el del talante (no conocemos aún el adjetivo que acompaña a este huérfano sustantivo; presumo que el sintagma quedará así: talante estúpidamente optimista). Como podéis imaginar, me refiero a la reforma de la ley del aborto. No voy a entrar ahora en el tema del aborto (quizás lo haga en otra ocasión); tan sólo diré que estoy de acuerdo con la propuesta legislativa del Gobierno, y que espero, por tanto, que la ley se apruebe y entre en vigor lo antes posible. Porque, si esa ley es aprobada por el Parlamento, yo debería ser automáticamente excomulgado. Y es ahí donde yo quería llegar.
Y es que, según ha recordado (el Papa ya lo había advertido antes) el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, "quien apoye, vote o promueva esa ley está en pecado mortal público y no puede ser admitido a la sagrada comunión". Y ha añadido que "quitar la vida a un ser humano es contradictorio con la fe católica. Quien contribuya a ello está en la herejía y, por tanto, excomulgado". Sí, esto es lo que ha dicho textualmente el portavoz de los obispos de España (el obispo de Palencia ha llegado, incluso, más lejos). En principio, estas advertencias parecen estar dirigidas únicamente a los parlamentarios católicos. Pero, tal como he intentado argumentar antes, me encuentro representado por una parte de esos parlamentarios (al menos por aquellos a los que yo decidí votar). Por tanto, cuando ellos aprueben la ley, lo estarán haciendo también en mi nombre. Y, si ellos merecen ser excomulgados, también debo merecerlo yo. Más claro, el agua.
Ansioso estoy de que se cumplan las amenazas de nuestros obispos. No podéis imaginaros las ganas que tengo de convertirme oficialmente en un hereje y obtener, con ello, la deseada excomunión. Sería sólo, como digo, otorgarle carácter oficial a lo mío; en la práctica hace ya años que debería estar ardiendo feliz en una hoguera.
Escrito por Jimmy Dix
http://puesvayamundo.blogspot.com/2009/ ... union.html
miércoles 18 de noviembre de 2009
Según dicta una sentencia del Tribunal Supremo, apostatar es hoy por hoy imposible en España. En la Iglesia Católica, como en toda buena secta, es muy fácil entrar, pero no hay forma de salir. Basta con que te mojen la cabeza con un poco de agua cuando tienes unos cuantos meses de vida, y ya estás dentro del club para siempre. Así, sin más. Puede que luego, con los años, cuando tengas uso de razón y seas consciente de toda la gentuza que dirige el club del que eres socio obligado, quieras salir de allí corriendo. Y tú piensas: "Vale, pues no me confirmo cuando llegue el momento, y asunto arreglado". Error. A la Iglesia le vale sólo con el bautismo para considerarte de los suyos. Que luego lo confirmes, o no, es algo que se pasan por el arco; échale la culpa a tus padres por no haberte dejado seguir siendo moro, que es como venimos todos a este mundo.
Yo fui bautizado, hice la primera comunión y me confirmé. En mi colegio, privado, laico, estudié religión. Me confesé dos veces, comulgué tres o cuatro. Pero, a pesar de todo eso, no me considero católico. Eso sí, soy respetuoso cada vez que tengo que escuchar misa (boda, bautizo, difuntos...); faltaría más, lo cortés no quita lo valiente. Me siento y me levanto cuando lo hacen todos, doy la paz cuando los demás me la ofrecen, intento que parezca que escucho al cura cuando habla. Llamadme hipócrita; yo prefiero considerarme educado y respetuoso: nadie me obliga a entrar en una iglesia a escuchar misa; si decido ir, lo mínimo es que lo haga con educación y respeto. Y como seguiré asistiendo a las bodas, bautizos y comuniones de familiares y amigos —y los acompañaré a ellos y a sus familiares cuando nos vayan dejando—, continuaré guardando educación y respeto cada vez que entre en una iglesia y escuche una misa.
No voy a confesar si soy creyente, agnóstico o ateo. Eso es cosa mía, a nadie más le importa. Lo que sí quiero reiterar es que hace mucho, muchísimo tiempo, que no me considero católico. Ni católico ni de ningún otro credo, se entiende. Respeto la fe, las creencias, pero no creo en las religiones, en ninguna. La fe es individual, libre, carente de normas (más allá de las que uno mismo quiera autoimponerse); la religión es colectiva, social, está sometida a unas reglas que hay que acatar. Y es que en una sociedad, sea del tipo que sea, tiene que haber una organización, una jerarquía, unos líderes y, sobre todo, una serie de normas de obligado cumplimiento. Y en el caso de esta sociedad en concreto, la Iglesia Católica, me siento profundamente avergonzado de las normas establecidas y, sobre todo, de los que las han impuesto a lo largo de los siglos y de los que continúan imponiéndolas actualmente. También me avergüenzo de muchas de las normas impuestas por los que han manejado y manejan a su manera los hilos de esta marioneta de "Estado social y democrático de Derecho" llamado España; y me avergüenzo aún más de cómo funcionan los mecanismos del poder en este decadente y agónico mundo globalizado donde el hambre, la pobreza, las enfermedades y las guerras son los daños colaterales causados por el imperio del Dinero —esa sí la única y verdadera religión— al que estamos todos sometidos, lo queramos o no. Pero, ya que no puedo abdicar de mi condición de habitante del mundo, al menos quiero poder abandonar libremente todos aquellos clubes en los que nunca debería haber entrado y de los que no quiero seguir formando parte ni un solo día más. Sí, quiero dejar de ser miembro de la Iglesia Católica. Y quiero que se haga de forma oficial, con luz y taquígrafos, negro sobre blanco.
Como he dicho antes, el Tribunal Supremo no me permite apostatar (no he encontrado información sobre lo que habrá ocurrido con el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional que interpuso el año pasado la Agencia Española de Protección de Datos; si alguien sabe algo, le agradecería que dejara un comentario). Ya que la apostasía no es posible, al menos exijo ser excomulgado de cualquier otra forma. Algo es algo.
Al parecer, hay tres delitos "sumamente" graves por lo que uno puede ser automáticamente excomulgado. A saber: apostasía, herejía y cisma. No me dejan cometer el primero de esos delitos, de acuerdo. Pero ¿qué hay de los otros dos? Veamos. Según entiendo, el cisma parece ser una herejía pero a lo grande, algo así como una herejía suprema. Como me conformo con cometer una delito normal, básico, me centraré, pues, en la herejía, sin más. Según la actual edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), herejía se define como 'error en materia de fe, sostenido con pertinacia'. En su avance de la vigésima tercera edición, se ofrece una acepción con una leve diferencia: 'en relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia'. Si buscamos, también en el DRAE, la palabra hereje, encontraremos que es la 'persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión'. Busquemos, por último, pertinacia: 'obstinación, terquedad o tenacidad en mantener una opinión, una doctrina o la resolución que se ha tomado'. En fin, todo parece estar bastante claro, al menos en la teoría: si, en mi fe, cometo un error y lo mantengo con terca tenacidad, negando alguno de los dogmas establecidos por la Iglesia Católica, estaré cometiendo un delito de herejía.
Pues perfecto. Para que conste, no creo en los dogmas establecidos por la Iglesia Católica. No estoy de acuerdo con ninguna de las actitudes, ideas y normas emanadas desde la cúpula del Vaticano (como ya dejé claro en su momento aquí). Cometo continuamente errores de fe y, sobre todo, los sostengo con pertinacia. Ah, y además creo que el Papa es un auténtico cabronazo. Supongo que, con todo esto que acabo de decir, ya debería de ser considerado un hereje. También sé que me arriesgo a ser quemado en una hoguera por orden de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se denomina actualmente la que siempre ha sido y es la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición. Vamos, para entendernos, la Inquisición de toda la vida. Pues me arriesgaré a que practiquen conmigo con sus artilugios de tortura, qué le vamos a hacer, es lo que tiene.
Dicho queda aquí que soy un hereje. Merezco la excomunión. Y la quiero por escrito. Sé que me puede morir de asco esperando a que el Obispo de Roma (o el que sea, tanto da) me excomulgue, pero sí que tengo esperanza de que pronto se resuelva mi situación, aunque sea de manera indirecta. Explicaré ahora por qué.
Hay que partir de la base de que la soberanía nacional reside en el pueblo (en la práctica, una absoluta falacia; eso sí, muy bien vendida), y que es dicho pueblo quien elige a sus representantes (léase corruptos chorizos) para que dirijan sus designios (o sea, para que los sangren como estimen oportuno). Una vez considerado esto, quiero entender que yo, como cualquier otro ciudadano, estoy representado por los poderes del Estado. En el Congreso de los Diputados se sientan actualmente unos cuantos gañanes (y gañanas, que diría nuestra más imbécil ministra) en los que yo deposité mi confianza introduciendo una papeleta del PSOE en una urna hace algo más de un año y medio. Esos gañanes forman parte de un grupo que en breve tiene que votar una ley bastante controvertida propuesta por el Gobierno de Zapatero, el del talante (no conocemos aún el adjetivo que acompaña a este huérfano sustantivo; presumo que el sintagma quedará así: talante estúpidamente optimista). Como podéis imaginar, me refiero a la reforma de la ley del aborto. No voy a entrar ahora en el tema del aborto (quizás lo haga en otra ocasión); tan sólo diré que estoy de acuerdo con la propuesta legislativa del Gobierno, y que espero, por tanto, que la ley se apruebe y entre en vigor lo antes posible. Porque, si esa ley es aprobada por el Parlamento, yo debería ser automáticamente excomulgado. Y es ahí donde yo quería llegar.
Y es que, según ha recordado (el Papa ya lo había advertido antes) el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, "quien apoye, vote o promueva esa ley está en pecado mortal público y no puede ser admitido a la sagrada comunión". Y ha añadido que "quitar la vida a un ser humano es contradictorio con la fe católica. Quien contribuya a ello está en la herejía y, por tanto, excomulgado". Sí, esto es lo que ha dicho textualmente el portavoz de los obispos de España (el obispo de Palencia ha llegado, incluso, más lejos). En principio, estas advertencias parecen estar dirigidas únicamente a los parlamentarios católicos. Pero, tal como he intentado argumentar antes, me encuentro representado por una parte de esos parlamentarios (al menos por aquellos a los que yo decidí votar). Por tanto, cuando ellos aprueben la ley, lo estarán haciendo también en mi nombre. Y, si ellos merecen ser excomulgados, también debo merecerlo yo. Más claro, el agua.
Ansioso estoy de que se cumplan las amenazas de nuestros obispos. No podéis imaginaros las ganas que tengo de convertirme oficialmente en un hereje y obtener, con ello, la deseada excomunión. Sería sólo, como digo, otorgarle carácter oficial a lo mío; en la práctica hace ya años que debería estar ardiendo feliz en una hoguera.
Escrito por Jimmy Dix
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