Dios y el terremoto
Publicado: Dom Abr 11, 2010 4:39 pm
FuenteTEOLOGÍA Una mirada desde la fe cristiana:
Dios y el terremoto
¿Qué se puede decir sobre esta relación en medio del dolor que sufren hoy miles de personas que, de súbito, se sienten desamparadas de sus bienes más básicos?
P. Samuel Fernández E. Facultad de Teología Pontificia Universidad Católica de Chile
Muchos se han preguntado si Dios tiene algo que ver con el terremoto. Para responder esta pregunta a la luz de la fe cristiana, habría que evitar dos extremos. Por una parte, no se puede afirmar que Dios sea como un hombre caprichoso que se dedica a ponernos dificultades para ver cómo reaccionamos, ni mucho menos se puede pensar en que Dios, para castigar a algunos hombres, provocó el terremoto. La idea de un Dios arbitrario que juega con las personas, o la de un Dios que envía males a los malvados, para desquitarse, no está de acuerdo con el Padre bueno revelado por Jesús, que «quiere que todos los hombres se salven» (1Timoteo 2,4). Dios es bueno y nunca quiere el mal. Más aún, la cruz de Cristo enseña a reconocer a Dios no en el que provoca el sufrimiento, sino en el que lo padece.
Por otra parte, tampoco se puede afirmar que Dios no tuvo nada que ver con el terremoto. Eso significaría desvincular a Dios de la creación. El Creador aparecería como un relojero, que dejó funcionando el mundo, como una máquina, para luego desentenderse de él. Pero Jesús reveló a Dios como un Padre providente, en cuyas manos está la historia, y sin cuyo consentimiento no cae ni siquiera un pajarito (Mateo 10,29), y san Pablo dice: «Sabemos que Dios interviene en todas las cosas para bien de los que le aman» (Rom 8,28). La disociación entre Dios y el mundo no es cristiana. La creación goza de su propia autonomía y dignidad, pero nunca es absolutamente independiente respecto del Creador. Dios no solo da origen al mundo, sino que continuamente lo sostiene y lo conduce. De hecho, el Concilio Vaticano II afirma: «La creatura, sin el Creador, se desvanece» (GS 36).
El mundo no está a la deriva, abandonado a fuerzas ciegas y anónimas, sino que es conducido por Dios hacia una meta. Dios otorga autonomía a las fuerzas naturales y a la libertad humana y, por su Espíritu, conduce la historia de modo divino. El Padre de Jesucristo es un Dios personal, que no es ajeno a la historia del mundo y de cada persona en particular, aún en los detalles de su vida cotidiana. Por eso Jesús nos enseñó a pedir y subrayó la eficacia de la oración, porque Dios se interesa por nuestra vida concreta y por nuestras necesidades cotidianas. La grandeza de Dios no radica en que sea inalcanzable, sino en que es capaz de estar atento a la vida de cada uno.
Ciencia y fe
Pero, ¿puede el Dios eterno y trascendente actuar en nuestra historia? Ciertamente un monoteísmo monolítico no logra comprender la acción de Dios en el mundo, pero el monoteísmo cristiano es trinitario, lo que significa que la relación, la entrega y la autodonación pertenecen al Dios eterno, desde siempre. Así, Dios, que es comunión de personas, se ha donado a los hombres, y la cumbre de esta donación es la encarnación: Jesucristo, el Hijo de María de Nazaret, es el Dios verdadero que vive nuestra historia. El mundo no es lo contrario de Dios, sino su creación y, por lo tanto, es capaz de acoger la presencia y la acción de Dios.
Dios no actúa en el mundo como una causa más entre otras, como si se encontrara al mismo nivel. Por ello la explicación científica del terremoto no se opone a la teológica, no son alternativas: ambas tienen su propio ámbito de competencia y están relacionadas. Las interferencias entre ciencia y fe se producen cuando una invade el campo propio de la otra. De acuerdo a la fe cristiana, Dios, el Creador, es el autor del orden de la naturaleza, y, por lo tanto, el fundamento del conocimiento científico.
El terremoto nos muestra nuestra propia realidad. Dios, que ha creado este mundo limitado, que tiembla, se hace sentir e impide que el hombre se olvide de quién verdaderamente es. El ser humano ni es inmortal, ni autosuficiente, ni autónomo ni independiente. Ante la finitud de la vida, la destrucción y la muerte, el corazón humano se resiste: «la injusticia de la historia no puede ser la última palabra» (Spe salvi, 43); y la palabra de Jesús ilumina: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Paradójicamente, constatar la propia finitud revela la grandeza del hombre: ambas radican en que el hombre no tiene ni su origen ni su fin en sí mismo, sino en Dios.
Por otra parte, el terremoto ha permitido que surja una fuerte corriente de solidaridad. ¡Cuántas iniciativas en favor de los demás!, ¡cuántos han descubierto la belleza del servicio! El terremoto también dejó en evidencia la pobreza que existía antes, y que no queríamos ver. La experiencia de necesitar y de ayudar a los demás nos pone en contacto con lo más auténtico, con lo mejor de nosotros, nos hace mejores personas.
Pero, ¿se puede decir algo más específico? Es legítimo que cada creyente, animado por la fe, iluminado por la oración y por la experiencia eclesial, pueda ensayar su propia interpretación del terremoto. El Señor nos invita a leer los hechos de la vida en la perspectiva de la fe. Debemos buscar comprender el significado de esta catástrofe, siempre conscientes de que se trata de una interpretación particular. Lo que importa es integrar la fe en la mirada de nuestro mundo y de nuestra historia, sabiendo que Dios quiere siempre y solamente el bien de sus hijos, y que por designios inescrutables de su amor, a veces, permite el dolor para llevarles a un bien mayor. La fe no nos impulsa a cerrar los ojos, sino a mirar el mundo de modo más penetrante: la fe permite comprender mejor la realidad. Pero, la respuesta completa está reservada para cuando, por su gracia, veamos a Dios «cara a cara» (1Co 13,12).
Hacía rato que no leía estos textos clericales, que hablan mucho y dicen nada. Si se leen sin prestar mucha atención se ven tan solemnes, tan llenos de sabiduría... pero un poco de análisis y frases como "Dios quiere siempre y solamente el bien de sus hijos, y que por designios inescrutables de su amor, a veces, permite el dolor para llevarles a un bien mayor" o "De acuerdo a la fe cristiana, Dios, el Creador, es el autor del orden de la naturaleza, y, por lo tanto, el fundamento del conocimiento científico" caen por su propio peso.
¿Que pasaría si con toda seriedad un creyente en las deidades griegas afirmara que el terremoto y tsunami que azotaron a Chile, fueron producto de la nula devoción hacia Poseidón? seguro que lo toman por loco. Como si la creencia en Dios fuese de lo más cuerdo.