Mi cuento para el verano

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roget
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Mi cuento para el verano

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Bueno yo voy a compartir una historia que llegará en varios capítulos. Ya me diréis si os gusta





HISTORIA DE UNA REDENCIÓN


PRIMERA PARTE: LA CENA.

Capítulo I


Ya hace dos semanas que me acerco al paseo marítimo. Se ha convertido en mi particular obsesión, no puedo alejar de mi mente la cara sonriente del hombre joven que rebosa seguridad en sí mismo mientras reparte las octavillas, ya sea bajo un sol abrasador o en medio de las burlas y la ira de los paseantes habituales, cansados de sus monólogos y sermones. Durante las cenas compartidas nunca he llegado a confesar la razón de mi continuas invitaciones, de los largos silencios aguardando un momento de duda en su interminable discurso. Mi cobardía sigue evitando que le hable de mi, de él, de su final y ya no queda mucho tiempo, tiene que ser hoy. Su “padre” nunca se aleja demasiado y empieza a sospechar de mi, de mi falta de sinceridad en las preguntas sobre su “grupo de celebración de la vida”.

No sé por qué él, pero he llegado a convencerme que es mi última oportunidad de redención, la ocasión para conseguir perdonarme por tantos engaños, tantas mentiras, que acabaron con tantas vidas. No puedo dejar de pensar que es la única forma de conseguir una gota de perdón por todas las mujeres y hombres a los que arrastré al abismo, al principio sin saberlo, engañada y estafada yo misma, y después por miedo, por pura supervivencia. Eso es lo que mendigo con ansiedad creciente, necesito su piedad para poder perdonarme yo.

Quizás si consigo llegar hasta Jorge y ayudarle, me ayudé a superar la culpa por haber sobrevivido, por librarme de toda la locura que arrastró a tantos otros. Quizás sea mi postrera salvación. Llevo semanas dándole vueltas a las mismas ideas, he llegado a tal grado de obsesión que he intentado mil principios en voz alta para empezar mi relato, una historia ya acabada, la única verdad que puedo darle a Jorge.

Pero estoy perdiendo el tiempo, tengo que comenzar a vestirme para llegar a tiempo. Debo hacer la última comprobación, Marco no puede fallarme. Estoy tan asustada que mis dedos se resbalan en el teclado del teléfono.

- ¿Sí?
- ¿Marco? ¿Está todo preparado?
- Sí, en cuarenta minutos estaremos en el parking de la playa, ya hemos visto el coche esta mañana y nunca lo cambia de sitio.
- ¿Estás seguro que tardará en volver al menos un par de horas?
- Mira, bonita, si no lo tienes claro lo dejamos ahora, aún no nos has pagado.-odié su tono de superioridad, odié tener que recurrir a tipos como él, pero no había otra manera.
- No, pero necesito ese tiempo.
- Entre la llegada de la grúa, ir a poner la denuncia y hablar con la policía pasará más de dos horas, seguro.
- Está bien, dejaré el dinero en el buzón como hemos acordado.

Tendría dos horas con Jorge, a solas, sin la mirada inquisitiva de su “padre” para poder contarle mi historia, la que no quiero que se convierta en la suya. Ya no puedo arrepentirme.

Me arreglé y cogí el sobre marrón que contenía el valor de dos meses de mi trabajo. Sería un bajo coste si conseguía el tiempo suficiente para explicar mi vida, tendría que darme prisa, no podía dejar pasar está oportunidad. Comprobé que no faltaba lo primordial en el bolso, cartera con documentación, las llaves, el móvil y el sobre. Era una de las muchas manías adquiridas, desde que volví, siempre tengo la sensación de que olvido algo, que dejo atrás algo importante, impreciso pero fundamental. Quizás mi nombre, hoy lo volveré a recuperar por un rato, por un breve lapso de tiempo, ¿sería posible que por corto que fuese ese instante no me sintiese fuera de lugar? Pronto lo comprobaría. Salí a las escaleras y las bajé de dos en dos, dejé el sobre en el buzón que habíamos acordado, mientras lo hacía oía un portazo dos pisos más arriba, Marco empezaba a bajar las escaleras silvando la última canción de moda. Me precipité a la calle, no quería encontrármelo.

Me encaminé al paseo marítimo, Jorge siempre estaba en el mismo lugar a estas horas. Se situaba en la salida de la playa para dar la propaganda a los veraneantes que volvían a casa para preparar la larga noche mediterránea. Y allí estaba, de pie, intentando convencer a cuatro adolescentes con cara de fastidio, debían estar pensando en la hora de cierre del supermercado para reabastecerse de alcohol y comida rápida para la noche. En seguida localicé al “padre” incansable, mirando de soslayo a las muchachas, esas eran de su caza favorita, jóvenes y bonitas, serían una buena presa si Jorge conseguía hacerlas ir a alguna sesión de grupo. Era un buen cebo, allí de pie con su camisa blanca impoluta, planchada y almidonada, pantalones de pinza a juego con una exquisita educación. Su aspecto desgarbado natural alejaba cualquier sospecha de amenaza, la barbilla huidiza debajo de la sonrisa blanca y brillante, hacía juego con un comportamiento tímido y reservado.

Interrumpí el sermón, no podía permitirlo, al menos esas cuatro jóvenes no serían “cazadas”. Intentando aparentar la mayor tranquilidad posible, invité a Jorge a cenar con la excusa de que me explicase un pasaje de uno de sus sermones predilectos. El “padre” se dio por convidado, como yo había esperado. Tras sentarnos en la terraza, la conversación se arrastraba forzosa, no podía concentrarme en las palabras que me dirigían, a duras penas seguía el hilo del tema que yo misma había provocado. De repente, poco después de llegar el camarero para tomarnos nota escuchamos gritos procedentes del parking de la playa. Los viandantes que a esas horas colapsaban el paseo se volvieron hacia allí, señalando a un grupo de jóvenes. Habían roto las ventanillas de uno de los vehículos aparcados allí e incendiado el interior.

El “padre” comenzó a gritar enfurecido mientras corría a salvar su preciado coche. Marco había cumplido. Ahora yo tenía que conseguir que Jorge no acompañase al “padre” a la comisaria. Estaba demasiado nerviosa, tenía que calmarme o se percatarían de que algo no iba bien. Cuando el “padre” volvió, por un momento me quedé paralizada, la expresión era de un odio que yo había conocido ya, lo había sentido y padecido.

- Esos bastardos me han quemado la tapicería.
- ¿Ha habido algún herido? - la pregunta de Jorge dejó desconcertado al “padre”.
- No, claro no. Pero ahora tenemos que irnos, no he podido evitar que alguno llamase a la policía y tengo que poner la denuncia.
- Oh, que lástima, ahora que Jorge estaba consiguiendo llegar al fondo de un pasaje tan interesante para mi. ¿No podrías ir mientras nosotros esperamos aquí? No tardarás mucho.

Mi órdago estaba echado, me sorprendí, no me había temblado la voz. Pasaron algunos instantes, eternos, parecía que nunca iba a contestarme.

- Está bien, vuelvo enseguida. Por favor, no os mováis de aquí. Jorge es nuevo en la ciudad y se pierde con facilidad.

Una oportunidad, es lo que tenía y pensaba aprovecharla. Llevaba dos semanas planeando este momento. Había ensayado una y otra vez mi historia. El principio, había repasado los puntos más duros, no podía fallar. Era ahora. Dejé que el “padre” se alejase lo suficiente para no poder escuchar lo que iba a empezar a contar.

- Jorge, espera, olvida la parábola. La entiendo perfectamente. Hoy seré yo la que hable, hoy te contaré una historia, quizás sin moraleja, es posible que no te agrade, pero necesito contártela.
- Pero, estábamos...
- Déjalo, y escúchame por favor, sin interrupciones, no tenemos mucho tiempo.

(continuará... )
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Me ha gustado mucho. Lo cuentas muy bien y la historia engancha. Estare esperando la continuacion.

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Hagamenon
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Re: Mi cuento para el verano

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muy bueno roget

¿para cuando la continuación?
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Capítulo II


Mi nombre es Maria García Fernández, o debería decir que ese es el que me asignaron. Anónimo, común, salido de las ecuaciones estadísticas como identidad con alta probabilidad de repetición. Si buscas una María García Fernández en la guía telefónica de alguna ciudad mediana, es probable que la encuentres, ese fue el objetivo. En Google da millones de resultados. Esconderme tras una identidad anodina, tras la cortina de la multitud. Pero ese no era mi nombre al poco de nacer. Me llamaron Casandra. Mis padres adoraban las novelas radiofónicas de su infancia y escogieron el nombre de uno de los muchos protagonistas, no conocían la Iliada. Pero si hacemos caso a los mitos, mi homónima en cierta manera volvió a revivir en mi. A diferencia de la antigua Casandra , era yo la que no creía en las predicciones de los demás sobre mi futuro. Me encaminé al desastre, siendo avisada una y otra vez. La misma desgracia en un negativo fotográfico. Pero estoy perdiéndome en divagaciones.

Nací en el seno de una familia obrera típica del final de franquismo. Personas venidas desde su pueblo natal a la gran ciudad para buscar un futuro mejor para sus hijos, trabajadores incansables fuera de su añorado medio rural. En verano volvíamos al pueblo para recordar tiempos mejores, o al menos eso nos decían nuestros padres. Tenía un hermano mayor, mi llegada al mundo fue una gran alegría, la niña que siempre quiso mi madre, la tan clásica parejita.

Mi infancia trascurrió en un barrio dormitorio del cinturón industrial de una gran ciudad, entre el colegio y los juegos en mitad de lodazales, peleas con mi hermano para acaparar la poca atención que nos podían dar nuestros padres y las otras, las que protagonizaba con frecuencia entre mis compañeros de pupitre. Yo ya era una niña demasiado activa, tanto que siempre terminaba por meterme en problemas. Mis recuerdos de entonces son escasos, me viene la imagen de mi madre, una mujer alta, extremadamente delgada, con sus ojos oscuros fijos en mi mientras intentaba explicarme porque no podía gritar en mitad de una clase. Los cabellos negros se le escapaban del recogido improvisado cuando se agachaba para regañarme, los mechones le bailaban delante de los ojos, mientras gesticulaba enfadada. Aún así es un recuerdo cargado de amor, de ternura; era la única que conseguía calmarme, que la escuchase, la adoraba. De mi padre apenas tengo memoria, tenía una jornada laboral interminable, llegaba agotado a nuestro pequeño piso, con apenas ganas de cenar e irse a dormir. A veces, nos traía a mi hermano y a mi alguna golosina, por lo que en cuanto sonaba el timbre, salíamos disparados para colocarnos en la entrada y recibir nuestro regalo, aunque normalmente no teníamos recompensa para nuestros desvelos. No éramos una familia perfecta, pero cuando pienso en aquellos días tengo la sensación de paz, de serenidad que no he logrado recuperar a lo largo de mi vida.

Los primeros recuerdos claros están asociados a la desgracia. Rememoró nítidamente una escena en el salón de nuestra casa. Mi madre sentada en el sillón con mi padre, mientras nos cogía las manos a mi hermano y a mi, intentando balbucear algo sobre la vida y que siempre estaría con nosotros, mientras los sollozos entrecortaban las palabras, el resto de lo que nos quería trasmitir se perdía entre las lágrimas. Nosotros no entendíamos nada. Era un día de la semana cualquiera, todos los demás niños habían ido al colegio y sus padres estaban trabajando, sin embargo, nosotros no, estábamos en casa como los domingos, pero a diferencia de los días festivos mis padres lloraban. No sabíamos que pasaba. Recuerdo a mi padre ausente, con la mirada en el infinito, tras ese día ese era su estado habitual si no estaba trabajando.

A los díez años la infancia se vio interrumpida, mi madre murió de cáncer, fue rápido, no había nada que hacer. La enfermedad se la llevó en menos de un año. Mi hermano y yo, apenas fuimos conscientes de que se iba, de que ya jamás volveríamos a verla. Mi padre perdió su norte, su guía y no nos sirvió de mucha ayuda. Yo me enfadé con el mundo, nos la había arrebatado, nos dejaron sin su cariño, no era justo, los demás sí tenían una madre y yo no.

Empecé a escaparme del colegio para deambular por el barrio, los vecinos me conocían y me devolvían al centro, lo que provocaba una llamada a mi padre y cuando no podía venir, a mi hermano. Él tenía tres años más que yo, se vio desbordado, era un niño que apenas se podía hacer cargo de sí mismo como para educar a una hermana pequeña y díscola que no dejaba de crear problemas. Mi padre se escondía en su trabajo para no vivir el vacío que se había creado en su familia. Ya no había nada que evitase que siguiese el camino del destino que todos me señalaban como mío, la caída, la desgracia. Y así lo hice. A los once años ya nadie podía devolverme al colegio, me escapaba y huía hacia los poblados marginales que se formaron alrededor de los barrios periféricos, ahora era la policía la que me devolvía a casa. Probé lo que era esnifar pegamento en mi duodécimo cumpleaños. Mi padre no podía o no sabía que hacer, y yo nunca le hubiese escuchado. Mi hermano también necesitaba a sus padres y no los tenía, no podía cuidar de si mismo y de su hermana pequeña. Era una guerra en contra del mundo y yo llevaba las de perder claramente.

Me encaminé al desastre con paso firme. Ni siquiera lograba tener un círculo de amigos. Era violenta, irrascible y solía maltratar a quién se atreviese a estar a mi lado demasiado tiempo. Arrastraba fama de ser una de los peores elementos del barrio, me convertí en la mala compañía para todas las madres preocupadas por sus hijos, era un imán para los problemas.

El profesor de lengua y literatura del último curso se empeñó en salvarme a mi y a todo aquel marginado social que cayese en su clase, era de esos individuos con un optimismo inagotable que veían a los demás, no como un problema, sino como una oportunidad. No se rendía con facilidad. El último año que debía permanecer en el colegio, tenía dieciséis años, propuso a mi padre que me mandase a una granja escuela a las afueras de la ciudad. Él se hacía responsable ya que trabajaría todo el verano allí y yo podía relacionarme en un medio en el que no estaba habituada. Mi padre accedió, llegaba el momento tan temido, yo en casa sin nada que hacer más que pelearme una y otra vez con mi hermano, no quería esa responsabilidad, o no podía hacerse cargo de ella más bien.

Fue allí, en la granja escuela donde mi vida giró hacia el desastre definitivamente, allí conocí a Maite, ella se convertiría en una constante en mi vida durante 8 años. Mi particular Jorge.

(continuará....)
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Muy bueno :clap: . Seguire esperando el desenlace.

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Hagamenon
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Re: Mi cuento para el verano

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next,
pliiiiis
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Shé
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Re: Mi cuento para el verano

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Venga, que ya estás tardando. :P

:bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce:
Por un mundo más libre y con menos hipocresía, asóciate: https://iatea.org.es/asociarse.php

roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Darkko escribió:Muy bueno :clap: . Seguire esperando el desenlace.
El desenlace va para rato :D
Hagamenon escribió:next,
pliiiiis
Shé escribió:Venga, que ya estás tardando. :P

:bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce:
Voy, voy, aquí el tercero.




Capitulo III

Me esperaban dos meses metida en aquel maldito agujero. Mi idea de una granja escuela era la de un lugar de reunión de repelentes aprendices de boy scouts, con sus nauseabundas cancioncillas y sermones. La rabia que iba creciendo según nos acercábamos al campamento de verano me hacía perder los nervios, deseaba romperle la cabeza a mi padre por abandonarme en aquel endemoniado lugar lleno de pretendientes a la medalla de honor al ciudadano modélico. Me sentía impotente, evaluaba la opción de saltar del coche en marcha y evitar tener que aguantar toda aquella majadería, pero no lo hice. Me limité a refunfuñar, gritar y golpear la puerta hasta cansarme. Tras un par de horas de viaje llegamos a la dichosa granja.

La primera sorpresa fue comprobar que todos los que pasaríamos el verano allí constituíamos el futuro del hampa de la ciudad. Un puñado de muchachos inadaptados, violentos, con problemas de sociabilidad y menores de dieciocho años. La última oportunidad de redimirse ante la sociedad antes de caer en las garras del sistema penitenciario o en alguna institución mental. Aquello no pintaba nada bien, se presentaba un largo verano rodeada de una panda de aprendices a matón o carne de psiquiátrico.

Maite pertenecía al segundo grupo. Sus padres, desesperados, intentaban separar a su hija de la influencia de una secta. En un par de meses cumplía dieciocho años y sería imposible evitar que se uniese a ellos de forma permanente. No era muy habladora, se escondía tras sus libros y no hablaba ni se relacionaba con nadie. Yo me dediqué a hacerla la vida imposible con ahínco, quería sacarla de sus casillas, hacerla rabiar, quería hacer que su estúpida sonrisa se borrase de su bobalicona cara y que asomase la ira, la infelicidad. Le rapé parte de la cabeza, la robé la ropa, me acercaba a su litera por las noches para aterrorizarla. La convertí en mi particular saco de boxeo, no la dejaba ni un momento de tranquilidad. No había manera, no perdía ni la maldita sonrisa ni la oí una sola queja. Sólo se aferraba a sus estúpidos libros.

Pronto parte del campamento pagó su frustración con ella, imitándome en las pequeñas torturas diarias. Era una presa fácil y no se quejaba a los monitores. Los que constituíamos el grupo de irrecuperables parecíamos de acuerdo en una única meta: hacer la vida imposible a Maite.

En la segunda semana para mi se había convertido en un juguete viejo y aburrido, al que acudía cuando no tenía otra cosa sobre la que descargarme, no había manera de hacerla salir de su mundo de fantasía. Lo que entonces empezó a obsesionar era salir de aquella granja de una vez y no tener que soportarles. En las horas que teníamos libres, rondaba por toda la granja como alma en pena en busca de alguna manera de saltarme la alambrada que la rodeaba, porque sí, mucha confianza, mucho amor, pero lo cierto es que era como un reformatorio cuando se hablaba de seguridad.

En una de mis rondas nocturnas, mis favoritas, sorprendí a Maite escabulléndose de las cabañas comunes dónde dormíamos. Yo acaba de comprobar por enésima vez la alambrada sur, palmo a palmo, cuando vi como se abría la ventana trasera del baño que había por cada edificio, primero se sentó en el alfeizar para dejarse caer encima de una zona bajo la ventana, donde crecía algo de rastrojo que amortiguaba el ruido de la caída. Esa no era la primera noche que escapaba, eso estaba claro. De repente la vi de otra manera, aquella no era la palurda habitual que dejaba que la insultasen y vejasen, ¿a dónde iba? La seguí, no era difícil, no había nadie a esas horas y se la diferenciaba perfectamente en la noche clara de verano.

Maite fue parapetándose en las esquinas de las diferentes construcciones que constituían el campamento hasta llegar a la zona de la alambrada que se convertía en un pequeño murete de hormigón más baja que el resto, al otro lado del murete había un camino que llevaba al pueblo más cercano. Se acercó al muro, se agachó rápidamente y en cuando se alzaba, lanzó algo al otro lado de la pared. Se quedó mirando por encima la tapia anhelante. Yo permanecí quieta, estaba muy cerca, detrás del abrevadero, podía distinguir perfectamente la expresión de su cara, parecía irradiar felicidad, esperanza, era como si la luna hubiese reflejado en ella todo lo que yo había buscado desde la muerte de mi madre. Por un momento creí haber seguido un fantasma en lugar de la boba chica. Estaba tan absorta contemplándola, que no oí el golpe seco de la cuerda flexible contra el cemento. Se iba de allí, y alguien la estaba ayudando.

Maite tomo la escalera de cuerda y empezó la escalada. Parecía no tener ningún problema para subir , no era la primera vez. Esta chica tenía demasiados secretos, lástima no haberlo sabido antes para aprovecharme yo también de sus amigos. Vi como mi oportunidad de fuga desaparecía por el otro lado del muro. Oí murmullos, risas y luego el silencio. Nada más.

Volví a mi cama, no quería que me pillasen rondando por la granja mientras faltaba una de las chicas, seguro que terminaban por hacerme responsable de su desaparición. Me metí entre las sábanas tragando mi rabia por no haber sido yo la que subía por esa escalera, y no esa estúpida chica no sabía aprovecharse de la libertad.

Por la mañana me hice la remolona para levantarme e ir al comedor común a desayunar. Quería llegar en pleno caos, cuando todos se volviesen locos al darse cuenta que faltaba uno de los futuros psicópatas. Quería disfrutarlo. Cuando ya me fue inevitable salir de mi cabaña, me dirigí al salón común en busca de mi desayuno. Esperaba haber visto jaleo ya en el camino, pero todo parecía normal, algún rezagado como yo corriendo para evitar quedarse sin desayunar y poco más. Pensé que aún estarían comprobando el comedor o su cabaña.

Cuando llegué, me recibió la responsable del comedor con un sermón sobre la puntualidad y la amenaza de dejarme sin desayuno por haberme retrasado. No entendía nada, ¿no les importaba que desapareciese una de las granjeritas o qué? Cuando entré no podía creer lo que estaba viendo, allí, sola como de costumbre, sin más compañía que sus libros, apartada del resto, estaba Maite ¡había escapado y había vuelto en la misma noche! ¿Qué estaba pasando? La monitora del sermón seguía dándome la paliza sobre las normas de conducta, con la bandeja para el desayuno en la mano, se la cogí con brusquedad y me dirigí al self-service. Tomé lo primero que estuvo a mi mano y me fui a sentar junto a la marginada de los marginados. No podía creer que estuviese allí sentada mirándome con los ojos desorbitados y con cara de ver haber visto un fantasma. Desde luego no iba a andarme con rodeos.

- Muy buenos días Maite. ¿Cómo hemos dormido hoy?
- Perdona, ¿cómo?
- ¿Qué si has dormido del tirón o has necesitado darte un paseito para poder conciliar el sueño?

Por primera vez en lo que llevábamos en el campamento, a Maite se le borró la sonrisa de la cara. Su expresión era de auténtico pánico, al menos pude decir que lo había logrado, aún cuando ya no era ese mi objetivo.

- Vamos, no pensarías que no te terminaría por descubrir alguien. Esos románticos paseos a la luz de la luna, ¿te viene a buscar alguno de los locos de tus amigos para pasárselo bien un ratito? Igual puedo sumarme a la fiesta una de estas noches.
- No.
- Oh, venga, no seas celosa, ¿no dices siempre que hay que compartir? Bueno pues yo quiero compartir contigo. Esta noche nos vamos de jarana las dos y sino ninguna.
- No, es que...
- No hay mucho que puedas decir, sólo la hora a la que nos vemos en el muro.
- No, esta noche no voy a ir. Mis amigos no vuelven hasta dentro de un mes, han tenido que irse, en el pueblo les han amenazado.
- No intentes tomarme el pelo – la miré con toda la agresividad de la que fui capaz, ¿estaba intentando engañarme? Esa boba no sabia con quien hablaba.
- No, es verdad. No les gustaban, ayer fue la última noche y sólo se quedaron para comunicármelo. En un mes cumplo dieciocho años y ya nadie podrá evitar que me una a ellos.

No parecía mentir, al menos no daba el tipo de mentirosa. Tuve que aceptar lo que me decía. Lo que no iba a permitir es que se fuese sin mi, no iba a dejar que se me escapase la oportunidad de irme de aquel agujero. Me propuse ganarme la confianza de Maite, costase lo que costase, era la llave.

(continuará....)
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Muy bien, se pone (mas) interesante.

roget
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por roget »

-continuación del Capítulo III-

Pero mientras no tuviese su confianza, tenía que tenerla vigilada, no fuese que a la mosquita muerta se le ocurriera volar sola. Por el día no había problema, me convertí en su sombra. No la perdía de vista en ningún momento. Esto tuvo sus consecuencias, me volví su guardaespaldas. Al principio por puro egoísmo, no quería que la dejasen maltrecha por si había alguna oportunidad de escalada nocturna, o eso me decía a mi misma, más tarde tuve que reconocer que Maite había conseguido ganarse mi respeto y admiración, era inevitable, se convirtió en un faro, una roca para mi, pero eso fue semanas más tarde. En aquel momento el problema que no dejaba de martillear mi cabeza era la vigilancia nocturna. No podía dormir en mi cabaña, salía todos los días para dormir al raso, bajo la ventana de la cabaña de Maite, aquello no podía durar mucho, no podría soportarlo demasiado. No estaba acostumbrada a acostarme tantas horas sobre la tierra, me levantaba empapada por el rocío y con la espalda molida. No podía seguir así mucho tiempo.

En una de las muchas veces que tuve que defender a Maite de mis antiguos compañeros de juegos, me corté con el canto de la botella que interpuse entre ellos y nosotras. Era una buena herida en el muslo derecho, necesitaría puntos. Maite me llevó a la enfermería en contra de mi voluntad, me vería obligada a dar explicaciones. Maite simplemente me dijo que no dijese nada y sólo dejase que me curasen, y así lo hicimos. La consecuencia de no delatar a aquellos imbéciles fue que nos obligaron a limpiar los restos de las comidas. Fue el colmo, tenía que encontrar la manera de mantener a Maite fuera del alcance de los matones que pululaban por toda la granja y además lograr dormir en su misma cabaña, y ya sabía cómo lo iba a hacer. Aprovecharía el sermón que nos darían tras el trabajo. Seguramente algún monitor pesado, con suerte mi antiguo profesor de lengua y literatura, se seguía sintiendo responsable de mi, el muy idiota.

Una de las tareas que se rotaba entre los aprendices a granjeros, por ser especialmente pesada, era hacer el pan del día. Nos lo habíamos nosotros mismos, bueno el equipo que le tocase ese turno. Eran dos personas que tenían que levantarse a las cuatro de la mañana para empezar a cocer el pan que se dejaba amasado del día anterior. Mi plan era sencillo, convencer a mi profesor para que nos apoyase para ser voluntarias permanentes para esta tarea, y claro como el horario era diferente al resto del campamento, tendríamos que dormir en una cabaña aparte para evitar despertar a nuestros compañeros. Era simple, no podía fallar. Y así fue, después de hacerle ver que era la única manera de que dejasen tranquila a Maite, él mismo llegó a la conclusión que era la solución. Y esa misma tarde se realizó el traslado desde nuestras respectivas cabañas. Era perfecto, en la panadería Maite estaba fuera del alcance de los agresores y yo podría darme un respiro.

Después de ese arreglo, pasábamos las veinticuatro horas diarias juntas. Muchísimo tiempo para sólo ser la guardaespaldas y su protegida. Empezó a hablarme de sus amigos, de lo mucho que deseaba que llegase el momento de su independencia para poder unirse a ellos, de sus esperanzas, de los deseos de congraciarse con la luz (a saber que narices quería decir). Al principio la seguí la corriente, al fin y al cabo, sus amigos eran los que nos sacarían de allí, pero poco a poco empezó a preocuparme esa entrega total sin restricciones de la que hacía gala, y me inquietaba porque me importaba, había conseguido abrir brecha en mi coraza.

- Maite, ¿has pensado alguna vez que tus amigos te están engañando?
- ¿Por qué dices eso? Sólo se preocupan de mi bienestar, sólo quieren lo mejor para mi. - esa respuesta parecía grabada a fuego en su cabeza.
- Bueno, eso de hacerte ser la pánfila de la granja, no poder responder cuando te agreden. No me parece que estén pensando en tu bien. Además, cuando intervengo no te opones, creo que en realidad lo que quieres es defenderte.
- No. Ellos no me han prohibido defenderme, ese el camino que yo escogí, no el que ellos me dieron. Cada uno tiene su propia senda, no pueden obligarme a defenderme como no pueden obligarte a ti a no defenderte. En realidad, tú has escogido también tu camino, has decidido que me defenderías de esos monstruos. - ya estaba ahí su maldita lógica cargada de misticismo, que yo no sabía como rebatir, simplemente algo no me gustaba en lo que decía pero no sabía qué.
- Vamos a ver, yo no escogí ningún maldito camino, sólo te defiendo para que me saques de aquí.
- No, podrías haber dejado que me siguiesen humillando, yo no iba a escapar, sólo tenías que estar el día de mi cumpleaños pendiente de mi marcha, nada más. Pero, en realidad, no has podido escoger porque este es tu camino, junto a mi.

El tema de conversación era invariable, sus amigos, su camino, su elección, mi elección, mi camino y mis amigos. Era un laberinto que empezaba a hacerme perder la cabeza. Maite era paciente, considerada, extremadamente amable y educada, era difícil mantener una conversación con ella sin acabar pareciendo una bestia ignorante a su lado. Poco a poco se gano mi admiración y mi amistad. Desde la muerte de mi madre, quedé rodeada de personas desequilibradas, en un ambiente lleno de desilusión y tristeza. No tenía espejo donde reflejarme, busqué la soledad con persistencia para no sentirme abandonada nunca más. El vacío que había dejado mi madre me empeñé en llenarlo de odio e ira. Y allí estaba el polo opuesto a lo que buscaba, era precisamente el detonante que necesitaba para recordar la felicidad que sentía cuando mi madre vivía y que me habían arrebatado. Maite me proporcionaba la serenidad, confianza y esperanza que ya había dado por perdidas. Y me agarré a ella con la fuerza de la desesperación, con la ansiedad de lograr su felicidad. No sé en que momento ella dejó de hablar de sus amigos para que fuese yo la que preguntaba sin cesar por ellos. Maite fue mi cebo, me entendía, me enseñaba, me escuchaba. Fue el faro de mi vida cuando pensaba que todo lo que me quedaba era la oscuridad. Me creía sola, abandonada, me enfade con el mundo, y allí estuvo ella para recoger las migajas y entregárselas al abismo.

Poco a poco dejé atrás el escepticismo, no podía ser tan malo aquello que la hacía tan feliz. Además seguía insistiendo en que no estaba obligada a nada, que todo lo que realizaba era su camino y que lo había escogido ella. Dejé que la voz de mi desconfianza natural se fuese apagando ignorándola sistemáticamente: Quería, no, necesitaba esa felicidad. Me dejé arrastrar por la bondad de Maite.

Llegó el día de la fuga, el cumpleaños de Maite. Para ese momento era más fuerte mi curiosidad que el recelo hacia los compañeros de viaje de Maite. Salimos a hurtadillas de la cabaña que compartíamos y nos dirigimos al punto dónde por primera vez tuve conocimiento de las fugas de mi amiga. Maite lanzó de nuevo una piedra por encima de la pared y esperamos la respuesta desde el otro lado. El tiempo se me hacía eterno, no podía más con la tensión del retraso para alcanzar mi soñada libertad.

- Casandra, espera aquí, iré primero para avisarles que también vienes.
- No, me dejarás aquí.
- ¿Cómo puedes dudar de mi? ¿No te he demostrados una y otra vez que puedes confiar?
- Pero ellos no me querrán. No les daré más que problemas.- notaba como se escapaba entre mis dedos la ocasión de saborear la libertad y saciar mi curiosidad. Estaba tan ansiosa por salir de allí junto con Maite que mis ojos se humedecían.
- Déjame hablar con ellos, si no quieren que vayas, volveré, no me iré sin ti.

Maite subió por la escalera hecha de cuerda y se dejo caer hacia el otro lado. Por un momento, vi como la cuerda se retiraba para pararse a medio camino. Espere, no podía hacer otra cosa. Al otro lado escuché voces amortiguadas, apenas susurros inteligibles. Si no se daban prisa los monitores se percatarían de nuestra ausencia. Faltaba una hora para que nos fuesen a buscar para empezar la tarea del día. De repente, la escalera empezó a bajar de nuevo. Me abalancé sobre ella pensando que en cualquier momento cambiarían de opinión.

Trepé por aquel trozo de cuerda como si me fuese la vida en ello, quería volver al lado de Maite, ella nunca me abandonaría, nunca me mentiría. Me percaté de lo mucho que dependía ahora de ella y me rendí a la evidencia que no quería separarme de la única persona en la que confiaba desde la muerte de mi madre.

Cuando llegué a lo alto de muro me dejé caer del otro lado, noté una manos que me sujetaban antes de llegar al suelo. Maite estaba allí, con la sonrisa más hermosa que recuerdo haber visto en mi vida, satisfecha y feliz. Había dos hombres con ella, el que me había sostenido para evitar mi caída, Oswaldo, y otro que permanecía su lado, dándole la bienvenida a su nueva vida, César. Ambos tenían acento extranjero, de algún lugar de Sudamérica. Pero no había tiempo para presentaciones formales, teníamos que irnos deprisa si no queríamos que nos descubriesen.

Nunca habíamos hablado de que pasaría después de saltar el muro, yo simplemente seguí a Maite y ella no evitó que me sumase a ellos. Distinguí a unos trescientos metros dos coches con los dos conductores preparados para salir de allí. En uno de ellos, además diferencié la silueta de otra persona en el asiento delantero del copiloto, parecía un hombre. Maite me tomó de la mano y nos dirijimos hacía ese segundo coche. En ese momento no pensé en escapar, lo único que pensaba era no perder a Maite, si no subía con ella a aquel coche no volvería a verla. En aquellos momentos la hubiese seguido al mismísimo infierno. No fue adonde me guió pero me presentó al diablo en persona, Maximiliano Riaño, el que se convertiría más tarde en mi mentory ahora nos esperaba tranquilamente sentado en el asiento del copiloto.


(continuará.....)
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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MAS, MAS MAAAAAS!!!!!!!!!! :crazy:

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Hagamenon
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Re: Mi cuento para el verano

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(cuando viene el sexó???)
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Capítulo IV

En los primeros meses pensé que me devolverían a mi familia de un momento a otro, yo era menor y debían estar buscándome, pero siempre pasaba algo que se interponía, así que aproveché al máximo el tiempo que estaba junto a Maite. Estaba más radiante desde que nos unimos a ese grupo tan peculiar, rebosaba entusiasmo y terminó por contagiarme a mi. Nos pasamos esos meses hablando de los caminos místicos del destino marcado en nosotros mismos. En las búsquedas de las sendas de la luz y empecé a entender el concepto. Y seguía pasando el tiempo y yo seguía obnubilada por la atracción que sentía por la ternura de Maite. Después de un tiempo dejé de pedir que me llevasen a casa, ya no quería separarme de ella. Era mi “madre”, mi protectora en el nuevo rumbo que había tomado mi vida.

Maite me estaba conduciendo por el camino de la paz y la felicidad. Durante meses me ayudó a buscar mi propia senda, la que marcaría mi vida. Para mi todo era nuevo, Maite me exigía muchas horas de meditación pasiva, mirando al infinito hasta sentirte tocada por la paz que otorga tu propio secreto manifestado. No conseguía la concentración necesaria para ser agraciada con la luz de la revelación. Fueron meses de ejercitación, mientras me explicaba cómo descubrió su propio misterio, cómo notó una eclosión de satisfacción al darse cuenta que en su camino la pondrían a prueba muchas veces, su vida era la dedicación a iluminar otras sendas mediante la ternura y la sumisión, la corriente de la vida la debía arrastrar. Yo tenía que descubrir cuál era mi propósito, mi propio misterio. No estaba acostumbrada a esperar, siempre había tomado lo que quería cuándo lo quería, me llevó meses conseguir la paciencia suficiente para mantenerme en estado de meditación. Maite solía decirme que esa quizás la primera prueba de mi fe en mi propio destino para poder alcanzarlo. Solía hablarme de las trampas que te ponían para seguir avanzando por el camino de la luz, para ella una de las más duras había sido permanecer pasiva en la granja escuela mientras esperaba la llegada de la fecha de su libertad, pero el destino, había querido facilitarle finalmente la prueba enviándome a mi como sustento en las tribulaciones, por eso siempre había confiado en mi. Yo no lo veía así, sólo quise aprovecharme de su vía de escape, estaba llena de ira y egoísmo y así se lo intentaba explicar, pero ella insistía que fue su fuerza de luz quién me había atraído.

Pasaba el tiempo y nuestra relación fue creciendo en intensidad, allí donde estaba Maite, allí estaba yo, éramos la cruz y la cara de una misma moneda, apenas nos separábamos, incluso dormíamos en la misma cama. Había sido yo quien lo había pedido, no podía dormir bien si no notaba a Maite cerca de mi, protegiéndome con su sensibilidad y ternura, me hice totalmente dependiente de ella. Nos movíamos cada pocas semanas a través de la red de la organización, en cada punto de parada nos encontrábamos nuevos amigos, sin embargo, no nos quedábamos demasiado tiempo. Recorrimos gran parte de España por carreteras secundarias, con una cantidad extraordinaria de equipaje. Supongo que eso tuvo dos objetivos: que no me encontrase mi familia y que los lazos con Maite se hicieran aún más fuertes al convertirla en la única constante en mi vida, el único flotador conocido en medio de la inundación de nuevas sensaciones.

Desde el principio Maximiliano nos visitaba con regularidad, aparecía unos días y se iba después de una llamada intempestiva de alguna misteriosa entidad superior, sin avisar. Se mostraba esquivo cuando se trataba de contestarme sobre la previsible vuelta a mi casa o las razones por las que él desaparecía. No sabría definir el tipo de relación que estableció entre nosotras y Max. Maite para mi fue desde el principio fue mi familia, mi refugio, Max me mostró cariño, comprensión y mantenía cierto halo de misterio que me atraía, pero en aquel entonces no sabía explicar lo que significaba en mi nueva vida. Quizás su madurez suponía un contrapunto a nuestra juventud, que necesitaba para evitar pensar que había perdido la cabeza en medio de aquella locura. Por aquel entonces debía andar por la treintena, se mantenía en buena forma castigando a su cuerpo con horas diarias de entrenamiento físico. Tenía un ligero acento de algún país sudamericano que yo no supe entonces localizar. No hablaba mucho de su vida antes de la organización, según me explicaba, por lo que a él concernía, había nacido el día que aceptó su camino de la luz y estaría encantado de ayudarme a buscarlo. Quizás fuese que su mirada se quedaba unos instantes más de lo habitual sobre mi, o la fascinación que me causaba desde el primer día, pero no podía dejar de sustraerme de su apacible voz. Max era el único que conseguía que me separase de Maite, al menos por unos instantes al día.

- Casandra tienes que concentrarte en buscar tu luz interior, el camino que tienes que seguir.
- Max, es difícil. Maite me guía, me aconseja pero cada día me acuesto pensando que no lo lograré nunca.
- Mi querida Casandra, mi pequeña niña oscura, Maite no puede seguir su camino si tú no te liberas y te encuentras a ti misma.

La presión que suponían palabras como aquellas era difícil de soportar. Intentaba ser fuerte y guardar sus palabras como talismán para mi búsqueda sin inquietar a Maite, pero terminaba por romper a llorar desconsolada en sus brazos, temerosa de no ser capaz de encontrarme. Maite me mecía con suavidad me tranquilizaba recordándome que su sino era ayudar a otros a encontrarse, entonces aún me preocupaba más pensando sobre el momento en el que alcanzase mi misterio, porque la perdería, me dejaría, me abandonaría. Maite reía dulcemente y me repetía que cada uno tiene su senda y nunca me abandonaría en forma de espíritu porque ella me habría hecho renacer. Tenía que aceptar las pruebas y pérdidas, si no la dejaba ir entonces no podría seguir yo mi camino. No quería entenderlo, me sentía abandonada de nuevo y corría a refugiarme en los brazos de Max. Era un péndulo que oscilaba entre dos imanes contrapuestos. Maite me empujaba a alejarme de ella, Max me atraía con la fuerza de su misterio.

Pasaba el tiempo, llevaría unos siete meses viviendo de refugio en refugio con la única compañía de Maite y, cada vez con más frecuencia, Max. Parecía impacientarse por mi falta de iluminación, Maite me obligaba a escuchar largos sermones de meditación, me trataba de hacer ver que tenía que separarme de ella, pero me negaba, no quería dejarla irse.

- No podemos seguir así, estás cerrando el camino a tu “madre” espiritual, si no continúa con su labor no lo podrá soportar – Max estaba presionándome desde que llegó al nuevo refugio. Estábamos extrañamente solos, no había más compañeros de senda en aquella casa perdida entre un tupido pinar que ocultaban la ostentosa mansión. Como en todas las anteriores, no había teléfonos, ni televisión ni distracciones que evitasen llegar al objetivo de tu camino.
- No puedo Max, no quiero perderla.
- Casandra, escúchame, estoy perdiendo la paciencia contigo. Tienes que buscar la ilumnación. Tú no estás hecha para seguir a Maite, tienes que buscar tu guía en otro sitio. Tienes que mirar dentro de ti y dejar que te llené el misterio que se esconde en tu alma reencarnada. Busca tu sitio.
- Pero, si no sigo a Maite, ¿quién me guiará? ¿quién me consolará

Allí fui consciente de lo cerca que se situaba Max cuando hablaba, podía sentir su aliento en mi piel. Nunca había sentido su presencia con tanta fuerza, o quizás la soledad de la casa me hacía más perceptiva a su inquietante mirada.

- Casandra, mira en tu corazón. Busca la respuesta en la luz. Piensa pequeña, medita.
- Max no puedo dejarla ir.

Me alejé asustada por su inquisitiva mirada, necesitaba aire, me ahogaba su aliento. Quería respirar. Busqué a Maite como siempre y la encontré esperándome para tomar en su regazo mis lágrimas, para tranquilizar mis miedos.

- Casandra, mi querida amiga Casandra, tienes que escuchar tu corazón. Sigue la luz de tu meditación. ¿En qué piensas cuando dejas tu mente vagar por el reino de la luz? Tienes que dejar que llegué la luz.
- Maite, no puedo. Lo único en que pienso es en ti y Max, en todo lo maravilloso que habéis hecho por mi, lo mucho que me enseñáis. Sólo puedo pensar en lo vacía que estaba mi vida antes de que llegasteis. Tú me has mostrado que existe un reino de luz, Max me empuja hacia allí, pero no sé dónde está.
- Casandra no quieres verlo. Max está allí esperándote en el reino de la luz.

Tenía la impresión que todo estaba escrito de antemano, que no podía escapar de mi sino, que hasta las piedras me alejaban de Maite para arrastrarme hacia Max.

Max se había ido con evidente cólera. El fuerte golpe de la puerta de salida así lo atestiguaba así como los gritos que dirigió al conductor que le esperaba en la puerta. Me sentí miserable, ¿cómo podía ser capaz de provocar la ira en una de las personas que más me quería? ¿qué clase de monstruo era? Tenía que avanzar, tenía que dejar ir a Maite porque no podía soportar que Max me rechazase. Me miraba en el espejo y veía un cuerpo con un alma negra y podrida que sólo sabía dañar a todos los que me rodeaban y me querían. La oscuridad me poseía, me sentía la más despreciable de las criaturas sobre la tierra. Si no lograba alejarme de Maite, no sería digna de estar entre mis compañeros, tendría que dejar para siempre el camino libre. Debía esforzarme más para ser digna de ellos, debía alejar las dudas y seguir el camino trazado por el destino.

Aquella noche nos fuimos a la cama antes de que Max volviese. En seguida oí la respiración acompasada de Maite, yo no podía conciliar el sueño. Me apoyé en su pecho buscando el calor de su cuerpo y la regularidad de su respiración reconfortante, hasta que me venciese el cansancio. No podía dejar de dar vueltas a la idea de la decepción que significaba tanto para Maite como Max el que fuese incapaz de alcanzar el estado iluminación para seguir mi camino, pero ¿qué esperaban de mi? En mitad de estas cavilaciones oí la puerta de la entrada. Max había vuelto. Le oí subir las escaleras que daba al piso dónde se hallaban nuestra habitación. Se acercaba a nuestra puerta. Empecé a temblar, algo no iba bien, Max dormía abajo, ¿qué quería? Empecé a pensar que harto de mi, había decidido echarme, abandonarme. Todo era culpa mía. Los temblores se hicieron incontrolables, al igual que las lágrimas que corrían por mis mejillas, no quería irme, eran lo único que tenía. Maite se despertó a causa de mis temblores.

- ¿Qué te pasa? ¿De qué tienes...?

La puerta se abrió violentamente y vimos recortada contra luz la silueta de Max. Se apoyaba en el marco de la puerta mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra de la habitación. Yo estaba aterrada, sujetándome a la cintura de Maite, la luz del pasillo me deslumbraba y el pánico me había paralizado.

- Vamos, puta, levántate. Hoy vamos a dejar de jugar a los curitas.

Max me cogío del antebrazo y me arrojó violentamente fuera de la cama, no estaba preparada para sentir el golpe contra el marco de la puerta. Maite se interpuso entre Max y yo.

- Max, dame algo más tiempo. No está preparada.

Max la apartó a un lado con un golpe violento, el cuerpo de mi amiga chocó con el cabecero de la cama. En aquel momento perdí los estribos y me abalancé sobre ella para comprobar si había sufrido algún daño. Max me intercepto a medio camino y me sacó de la habitación de un empujón. Detrás de él, Maite se alzaba vacilante apoyándose en la mesita de noche que se hallaba en uno de los laterales de la cama que compartíamos. Parecía desorientada.

- Casandra ¿dónde estás? ¿qué pasa?

Cuando vio ante sí la sombra de Max recortada contra la luz que entraba por la puerta, pareció percatarse de la situación.

(continuará......)
Última edición por roget el Mié Ago 05, 2009 7:43 pm, editado 1 vez en total.
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Hagamenon escribió:
(cuando viene el sexó???)
No lo sé, los personajes tienen vida propia.
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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(final del capítulo IV)

Me había golpeado contra la barandilla que se interponía entre mi cuerpo y una caída de tres metros y medio. Abajo el salón donde solíamos discutir sobre la elección de mi camino. Me levanté lentamente, asiéndome a los barrotes. Me dolía el hombro derecho, temí habérmelo dislocado. No podía dejar de pensar en Maite, ¿qué estaba pasando? Me acerqué a la habitación. Maite sangraba copiosamente por la nariz mientras intentaba tranquilizar a Max. Incluso desde allí, pude percibir el olor a alcohol. Max tiró con fuerza de mi brazo hasta oprimirme contra su cuerpo mientras su boca buscaba la mía. No podía soportarlo, su olor me dejaba sin aliento, su abrazo apenas me permitía respirar y cuando lo hacía me encontraba su boca mordiéndome y exhalando su aliento viciado en mi interior. Si continuaba así me ahogaría. Apenas me restaban fuerzas, oí la voz lejana de Maite:

- Max, déjala. Casandra ¿me oyes?

Sentí un golpe de algo punzante en mi cuello y a continuación Max disminuyó la fuerza de su abrazo y perdí el equilibrio, cayendo exhausta sobre mis rodillas. Respiraba con dificultad.

- Max, no aún no.
- Estará cuando yo diga que está, hoy. No voy a esperar más.

Max me levantó del suelo, ni siquiera opuse resistencia, no me quedaban fuerzas. Maite me hablaba, me parecía escuchar su voz desde muy lejos, sentía unos fuertes latidos en mis oídos, mi cabeza iba a estallar.

- Casandra, escúchame, tienes que ver tu camino. Es claro, sólo tienes miedo, deja atrás tus temores. Deja que Max te muestre la luz, no te resistas.
- Maite, sálvame... yo no quiero... por favor.

Max había tomado las escaleras para ir al piso de abajo donde se alojaba él. Maite seguía detrás de nosotros. No entendía nada, ¿por qué Max nos había golpeado con tanta brutalidad? ¿A dónde me llevaba? ¿Qué quería hacer? ¿A qué no tenía que resistirme? Mi cabeza daba vueltas, me sentía mal. El dolor del hombro era cada vez más fuerte. Aunque quisiese luchar no hubiese podido. Llegamos a la habitación de Max, abrió la puerta de una patada y me arrojó encima de la cama.

Maite seguía diciéndome algo pero yo ya no la escuchaba ¿qué hacíamos allí? Yo nunca había estado en esa parte de la casa. La habitación era amplia y estaba decorada con sobriedad. Una cama, un armario y una mesa sobre la que había un portátil abierto y parpadeando. ¿Un ordenador? Estaban prohibidos. ¿Qué hacía allí? La cama era enorme, o al menos a mi me lo pareció, trataba de llegar al borde para salir de allí y aclarar todo, pero no podía, me pesaban las extremidades como losas, en el brazo derecho lo único que notaba era un tremendo dolor que empezaba en el hombro y bajaba hasta la muñeca. Maite y Max estaban discutiendo en la puerta, pero no podía entender lo que hablaban, estaba aturdida, intentaba hacer rodar mi cuerpo sobre la cama, pero no era capaz de coordinar mis movimientos ¿qué me pasaba? En algún momento nos quedamos solos, Max y yo. Oía a Max hablar, susurrar, parecía más tranquilo, pero no conseguía entender todo lo que decía, me llegaban sólo legazos de lo que me hablaba:

- ...me obligas, ...eres tú la culpable de lo que está pasando. Esto es más duro...

Sentí como se tendía sobre mi y me sujetaba las muñecas con fuerza. El dolor del hombro derecho se hizo insoportable. Apenas recuerdo nada de aquella noche, momentos aislados llenos de angustia y dolor. Sus manos lacerándome la espalda desnuda. Mi cabeza parecía no poder fijar la atención en lo que sucedía. Algunos momentos inconexos, Max hablándome al oído, algo sobre el destino y la luz, el amor y la unión mística. Recuerdo el olor a alcohol, la atmósfera viciada y cargada, su peso sobre mi, susurros, gemidos, pero ni siquiera sé cuánto tiempo estuve en aquella habitación. No conseguía fijar la vista, estaba mareada y confusa.

Desperté en la oscuridad del salón, alguien me había cogido en brazos, el mundo se movía, ¿a dónde íbamos? No tenía fuerzas para mantener los párpados abiertos, la oscuridad volvió a envolverme apenas unos segundos después.
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Hagamenon
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por Hagamenon »

roget escribió:
Hagamenon escribió:
(cuando viene el sexó???)
No lo sé, los personajes tienen vida propia.
qué cañero!!

:lol: :laughing6: :lol:
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cesarmilton
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Re: Mi cuento para el verano

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:z3: :z3: :z3:
Estaré atento a las continuaciones, el relato y la historia se han adueñado de mi interés.
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por Darkko »

Por dios, Roget, no dejes la historia asi!!!
Muy buen giro en los acontecimientos.

roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Capítulo V.

Desperté con el sabor salobre de la sangre seca en mi boca. No sé cuanto tiempo ha pasado desde que alguien me bajó en brazos al sótano. Tengo el hombro vendado y llevo ropas que no son mías. Sé que estoy en la parte baja de la casa dónde Max..., bueno no sé lo que pasó, no quiero pensar en ello, sé que estoy allí por una pequeña ventana que da al jardín trasero de la mansión. Estoy encerrada, ¿por qué? ¿a dónde quieren que vaya? ¿dónde está Maite? ¿Y Max? ¿Qué ha pasado?

Poco a poco voy acostumbrando mis ojos a las penumbras del habitáculo. Tengo el hombro derecho vendado y apenas puedo mover el brazo, cada vez que lo intento, sufro como si quisieran arrancármelo de un tirón. Mi cara está inflamada, la tocó con las puntas de los dedos, apenas una caricia leve, el dolor que siento al hacerlo es demasiado, no veo por el ojo izquierdo, tengo demasiado tan hinchada esa zona que no puedo abrirlo. A duras penas, poniéndome debajo del ventanuco, al levantarme la camisa veo arañazos y contusiones por toda la zona de mis costillas. No recuerdo nada, no sé lo que ha pasado. Siento dolor en todo mi cuerpo

El sonido del cerrojo de la puerta interrumpe mi examen médico particular. La luz que entra al abrirse me deslumbra y tengo que protegerme con la mano izquierda.

- ¿Cómo estás?

La voz es masculina, pero no la reconozco.

- Tengo que darte estos calmantes, no te alarmes. Tienes un golpe muy fuerte en el hombro, casi te lo dislocas. Estás llena de heridas y magulladuras. Llevas tres días inconsciente.
- ¿Dónde está Maite? ¿Quién eres?
- Soy médico, no te preocupes. No sé quién es Maite, pero es que yo no conozco a nadie de esta casa. Estate quieta para que termine, luego te daré algo para comer, líquidos, tienes un golpe muy feo en la mandíbula izquierda y no podrás masticar.
- ¿Qué me ha pasado?

Por un breve instante su mirada se cruza con la mía, pero la aparta rápidamente, concentrándose en el cambio del vendaje.

- No lo sé.

No parecía que me fuese a contestar ninguna pregunta, era perder el tiempo, dejé que hiciese su trabajo en silencio.

La rabia me consumía. Era su prisionera, no podía salir de allí, apenas podía moverme. ¿Por qué me había hecho esto? Con las pocas fuerzas que me quedaban, empujé la taza de caldo que constituía mi comida. No quería nada de ellos, quería desaparecer. La única persona en la que confiaba me había traicionado de la manera más vil que podía imaginar ¿qué había hecho yo para merecer semejante castigo? Me dolía todo el cuerpo, estaba magullada, había sido golpeada, violada y traicionada. Empecé a chillar de ira, de impotencia, de rabia y más tarde de terror.

Durante una semana estuve encerrada con las únicas visitas de César, uno de los inseparables de Max, con la comida. Mi estado variaba desde la ira, la desesperación y el terror. No entendía lo que pasaba, no sabía porque no terminaban conmigo de una vez, la espera me estaba haciendo perder la razón. En la segunda semana Maite apareció en la habitación. Me encontró sentada en el suelo hablando sola, bajo un estado de pánico evidente.

- Casandra, escúchame, por favor. Vuelve con nosotros.

Maite me asía por los hombros y me zarandeaba intentando captar mi atención. Yo apenas era consciente de que estaba allí.

- Está bien, creo que me oyes, aunque intentes hacer ver que no es así. Sé que estás mejor de lo que aparentas, no estás tan loca. Te conozco. Aquella noche Max se precipitó, no estabas preparada, no habías llegado a la iluminación, no se te había mostrado aún tu camino. Lo cierto es que hace tiempo que tanto a Max como a mi se nos reveló con claridad tu senda, de hecho desde el día que entraste en aquel coche en la noche de nuestra fuga de la granja escuela, Max siempre ha sabido que él era tu camino. No puedes resistirte. Max perdió la paciencia por tu falta de perseverancia, pero está dispuesto a empezar de nuevo. Escucha Casandra.

Estaba loca, ¿cómo podía decir eso? ¿Mi camino era Max? Comencé a gritar otra vez. Maite desistió, desde la puerta me aviso que no estaría allí mucho tiempo, tenía que escucharla. Maite y Max habían sido las únicas personas que se habían preocupado por mi desde que mi madre murió. No era posible que me quisieran hacer ningún mal, pero Max me había violado, eso no era amor. Les odiaba, me habían traicionado. Pero desde un principio Max me había atraído, me fascinaba. ¿Y si Maite tenía razón? Yo había tardado demasiado en aceptar que debía entregar mi vida a Max y había provocado mi propio mal. ¡No! Max me había golpeado, eso no era bueno. Pero había sido el único que se había preocupado por mi. Mi cabeza iba de un extremo a otro, odiaba a Max, quería a Max, le comprendía, estaba loco. Debí estar a punto de perder la razón en aquel agujero. Maite me visitaba todos los días y me repetía una y otra vez la misma canción: Max estaba loco de preocupación, me quería a su lado, se había precipitado pero tenía que hacerlo, a veces era la única manera de marcar la senda que nos negamos a ver. Día tras día me daba más razones del comportamiento de Max.

Es difícil de entender. Maite y Max habían sido las únicas en las que había confiado en años y me sentía engañada y traicionada. Pero yo no tenía ya más referentes, en los últimos meses sólo me había relacionado con ellos, había convivido únicamente con aquellas dos personas que me habían cuidado como si fuese mi familia, me habían enseñado una dimensión nueva que llenaba mi vida. Estaba totalmente aislada y todo lo que me rodeaba me señalaba en la misma dirección, la culpa había sido mía, no había estado a la altura de mi destino. Mi actitud a las palabras de Maite se relajó, dejaba que me hablase, que me acunase como en otras épocas, recordando cúan segura me encontraba en sus brazos en otra vida.

- Casandra, tienes que ceder y dejar de resistir a tu destino. Max aún te dará otra oportunidad si no le haces esperar cuando vuelva.
- Maite, estás loca. No puedo confiar en él. Me ha violado.
- ¡No! Confundes lo que pasó. Max trataba de mostrarte la luz de la revelación sin cuestionamiento y tú te resististe. Esa fue una de las pruebas que tendrás que vencer. ¿cómo puedes pensar que Max te haría daño si hubiese tenido otra opción? No querías dejar atrás tu otra vida y empezar a caminar en pos de tu mentor en el espíritu de la luz. Era la única manera de sacarte de la oscuridad. Ahora estás en un lugar intermedio, en tinieblas, tienes que esforzarte para entender lo difícil que le resulto sacarte de esa negrura que te rodeaba. Ahora Casandra tienes que ser tú la que acepte tu nuevo yo de luz.
- Me estás confundiendo. Lo que hizo Max no estuvo bien.
- Casandra, por favor, tienes que ver más allá del plano físico en el que vivimos. Nuestros cuerpos son simples carcasas receptoras de nuestra divina luz. Es la luz la que habla a Max, tienes que intentar escucharla tú también. Tienes que ver lo que nosotros hemos visto
- ¿Qué has visto?
.- Casandra, serás la compañía y apoyo de Max. De nuestro gran iluminador, serás la que le ayude a realizar su tarea para traer la luz al mundo, para que todo el mundo deje atrás la confusión y el temor.

Quería creerla con todas mis fuerzas ¿a dónde iría en caso contrario? Me aferraba a cada una de sus palabras con las ganas del naufrago al último tablón. Tenía miedo, aún tenía marcas visibles en mi cuerpo de aquella noche y no era fácil olvidar. Pero eso era lo que me pedía Maite, que tenía que ver más allá de mi cuerpo físico, tenía que aceptar que mi alma quiso estar con Max tanto como él lo deseaba aquella noche y sólo complació a mi espíritu. Él veía más allá del cuerpo físico y debía confiar en él, el error había sido mío, me había resistido a recibir el regalo de la iluminación. ¿Cuándo me había defraudado?

Habían pasado tres semanas, esperaba a Maite para notar el calor de un semejante en aquel inmundo agujero cuando se abrió la puerta y apareció Max. Caí en el suelo, las piernas no me sostenían, me arrastré como pude hasta el rincón más oscuro en busca de cobijo entre las sombras.
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por roget »

Esta historia tiene un final, no es infinita. No penséis que no voy a llegar a ningún sitio; llegaremos, aunque no sea a dónde vosotros esperáis.
Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla - proverbio ruso
Mucha ciencia, progreso y vanguardia cultural, pero si no conviene, se pone en tela de juicio

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