Blues para un replicante
Publicado: Lun Sep 14, 2009 9:41 pm
Largas tardes de verano en un jardín que ya no existe, tumbado bajo un limonero con mis amigos Jules Verne y Víctor Hugo.
Una biblioteca que sin duda mi memoria magnifica, donde mi padre me enseñó el más precioso don, el de la lectura.
Madrugada de excitación y aventura en mi primer viaje que recuerde de vacaciones, en un Fiat 600.
Unos ojos que se apagaron.
La voz del piloto anunciando el despegue, inicio de una aventura incierta.
La primera vez que ví a Funny, con sus orejazas y su rabo expresivo, ladrando y buscando cariño como si nos conociéramos de toda la vida.
Cashel Castle, en St. Patrick's Rock, donde me sentí más irlandés que los irlandeses.
La primera cena con una personita especialísima, descubriendo nuevas cosas.
Una calle, donde el niño que fuí aún corre por el jardín.
El día en que con asombrado deleite elegí y compré mi primer libro.
Los dibujos de aviones que me revelaron lo que Richard Bach llamó para siempre el Don de Volar.
Una noche de tormenta, mirando los rayos con mi padre.
Las historias de la Guerra Civil contadas por un misterioso abuelo, en un salón siempre en media penumbra, con una bandera Republicana en una esquina.
Champagne y alegría en casa cierto día de 1975 en que había muerto el que para mí solo era un señor malo, y probé por primera vez ese milagro francés con burbujas.
Escapadas del instituto para ver cine.
El bar de Julio, donde la música es atroz, las tapas abundantes y la compañía exquisita.
Una pistola que pesaba 1250 gramos.
Una gata que se come mis plantas.
La cara de fiera de mi primer perro, Sauron, un dobermann que en verdad era un peluche (si hubiese entrado un ladrón, lo hubiera lamido meneando su ridículo rabo).
El pub Happiness Bridge, en Dublín, encontrando a un gaditano que tocaba el bodhran en un grupo celta.
El pub “Cuervus”, donde dí mi primer beso verdadero.
Un curioso lugar de Iparralde, con franceses de nombre vasco tomando pintxos enfrente de un cementerio.
La catedral de Valencia y su Santo Grial de pega.
El escalofrío y temor reverente de la Akrópolis, el mudo susurro de las piedras y los siglos.
El descubrimiento de una tierra verde, asombrosamente parecida a La Comarca de Tolkien.
Gritos de pájaros en un crepúsculo de la Tablas de Daimiel, quizás el mas puro sonido de la soledad.
Una iglesia medieval de madera, sin un solo clavo.
La noche profunda sobre mí, tumbado en la hierba y mirando las Perseidas.
Tantas y tantas cosas, tanta silenciosa sucesión de instantes derramados. Como dijo Roy, el replicante de Blade Runner... "todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia". Quizá eso es todo lo que somos, lágrimas en la lluvia. Que grande es Ridley Scott.
Una biblioteca que sin duda mi memoria magnifica, donde mi padre me enseñó el más precioso don, el de la lectura.
Madrugada de excitación y aventura en mi primer viaje que recuerde de vacaciones, en un Fiat 600.
Unos ojos que se apagaron.
La voz del piloto anunciando el despegue, inicio de una aventura incierta.
La primera vez que ví a Funny, con sus orejazas y su rabo expresivo, ladrando y buscando cariño como si nos conociéramos de toda la vida.
Cashel Castle, en St. Patrick's Rock, donde me sentí más irlandés que los irlandeses.
La primera cena con una personita especialísima, descubriendo nuevas cosas.
Una calle, donde el niño que fuí aún corre por el jardín.
El día en que con asombrado deleite elegí y compré mi primer libro.
Los dibujos de aviones que me revelaron lo que Richard Bach llamó para siempre el Don de Volar.
Una noche de tormenta, mirando los rayos con mi padre.
Las historias de la Guerra Civil contadas por un misterioso abuelo, en un salón siempre en media penumbra, con una bandera Republicana en una esquina.
Champagne y alegría en casa cierto día de 1975 en que había muerto el que para mí solo era un señor malo, y probé por primera vez ese milagro francés con burbujas.
Escapadas del instituto para ver cine.
El bar de Julio, donde la música es atroz, las tapas abundantes y la compañía exquisita.
Una pistola que pesaba 1250 gramos.
Una gata que se come mis plantas.
La cara de fiera de mi primer perro, Sauron, un dobermann que en verdad era un peluche (si hubiese entrado un ladrón, lo hubiera lamido meneando su ridículo rabo).
El pub Happiness Bridge, en Dublín, encontrando a un gaditano que tocaba el bodhran en un grupo celta.
El pub “Cuervus”, donde dí mi primer beso verdadero.
Un curioso lugar de Iparralde, con franceses de nombre vasco tomando pintxos enfrente de un cementerio.
La catedral de Valencia y su Santo Grial de pega.
El escalofrío y temor reverente de la Akrópolis, el mudo susurro de las piedras y los siglos.
El descubrimiento de una tierra verde, asombrosamente parecida a La Comarca de Tolkien.
Gritos de pájaros en un crepúsculo de la Tablas de Daimiel, quizás el mas puro sonido de la soledad.
Una iglesia medieval de madera, sin un solo clavo.
La noche profunda sobre mí, tumbado en la hierba y mirando las Perseidas.
Tantas y tantas cosas, tanta silenciosa sucesión de instantes derramados. Como dijo Roy, el replicante de Blade Runner... "todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia". Quizá eso es todo lo que somos, lágrimas en la lluvia. Que grande es Ridley Scott.