Diferencia
Publicado: Sab Sep 26, 2009 5:15 pm
Este relato fue hecho específicamente para una persona en cierto momento de su vida en el que necesitaba ayuda, y unir las palabras formando un relato es una de las maneras con las que ayudo a mis amigos. En su momento fue recibido con gran cariño, y hoy ya os lo puedo presentar a vosotros tras servir a su propósito original muy bien.
Naturalmente yo lo leo con otros ojos, pues asociados a él van emociones muy fuertes, pero quizá os guste como simple relato de fantasía.
Caminaba lentamente por la arboleda, admirando los colores y las formas que ofrecía la naturaleza que la rodeaba. Resultaba paradójico que el lugar más alejado de su forma de ser fuese el único sitio donde la dejasen en paz. Se sentó junto a una de las pequeñas lagunas del parque de la Residencia y observó el movimiento tranquilo de algunos cisnes. Había alguien observándola, ella lo sentía, pero ya se había acostumbrado incluso a eso.
Los cisnes comenzaron a danzar en el agua siguiendo los dictados que ella marcaba. Suspiró profundamente, comenzaba a aburrirse con aquello.
En la habitación se encontraban dos hombres. Ninguno ostentaba ningún poder, al menos nominalmente, pero debido a las circunstancias eran los dos hombres más poderosos de la Confederación. Uno de ellos, vestido con la bata blanca tradicional de su profesión desde hacía muchísimos años, era el doctor Andrés Sánchez, director de la Residencia. Frente a él se hallaba Richard Offenberg, la única persona no perteneciente al personal de la Residencia que conocía la razón de su existencia, aunque no tan profundamente como el doctor Sánchez.
— Como ha visto— comenzó diciendo el doctor — su control es absoluto, y muchas veces lo utilizaba sin siquiera darse cuenta. Es un gran peligro.
Offenberg suspiró mientras asentía lentamente.
— Lo sé, pero no veo ningún motivo para acabar los estudios de manera tan drástica. Me ha dicho varias veces que el control sobre ella es absoluto.
— Lo es, o al menos eso pensamos— se levantó y comenzó a dar paseos por la habitación con las manos a la espalda. Su cara no mostraba la confianza que su voz daba a entender —. Es posible, señor Offenberg, que ella permanezca bajo nuestro control sólo porque le interesa, y que no haga esfuerzos extraordinarios para irse, con lo que nos engañamos. ¿Y si es lo suficientemente poderosa como para irse cuando le apetezca? No podemos arriesgarnos a dejarla circular libremente por el mundo.
Offenberg se llevó las manos a la nuca y se acomodó aún más en el sillón.
— Debo hablar con ella, será la única manera de sentirnos seguros de su futura actuación en lo que a eso respecta.
Sánchez se giró bruscamente para mirarle sorprendido y asustado.
— ¡No puede hacer eso! Sabe perfectamente lo que le ocurrió a la última persona que lo intentó.
Offenberg se levantó y se situó frente a Sánchez hablándole a pocos centímetros de su cara.
— Doctor Sánchez, yo no soy cualquier político que intenta conseguir puntos para su ascenso. Soy el psicólogo asignado a la Residencia por la Confederación, y en ella haré lo que me plazca, ¿de acuerdo?
Sánchez se echó hacia atrás.
— Es su mente, señor Offenberg, continúe si está tan loco como para perderla. Es posible que ya no sea del todo suya.
Se encontraba en su lugar favorito de la Residencia, el gran lago. Los cisnes ejecutaban su danza ofreciendo una resistencia mínima e insuficiente. Pero la tranquilidad se vio truncada por un elemento nuevo y no presente en aquel lugar hasta entonces. Ella lo sintió y giró su cabeza, viendo como otro ser humano, el primero que veía desde hacía veinte meses, se acercaba paseando por el camino del lago. Su primer instinto fue atacarle, pero algo le hizo detenerse, algo que no había sentido nunca. El hombre se sentó junto a ella y le sonrió.
— Hola, Seliana— dijo Offenberg rebosante de confianza —. ¿Extrañada?
— ¿Quién eres?— preguntó la bella mujer pronunciando las palabras con dificultad. Hacía mucho tiempo que no usaba las cuerdas vocales.
El hombre miró hacia el lago y los cisnes cesaron en su danza para lentamente retirarse.
— Me llamo Richard Offenberg— dijo simplemente.
Seliana entrecerró los ojos, y esta vez encontró menos resistencia.
— Eres el psicólogo de la Residencia. Eres igual que ellos, pero no del todo.
Offenberg volvió a mirarla, sonriente. Llevaba un vestido blanco, largo y muy sencillo. Su cabello cobrizo, casi rojo, caía delicadamente por sus hombros y espalda, pero lo que más destacaba de ella eran sus ojos, con una profundidad que hacía que el resto de los mortales se perdiesen en ellos. Eran unos ojos inquisidores pero muy cálidos, que en esos momentos escrutaban a Richard con toda atención. El psicólogo resistió el ataque.
— ¿Todavía no te has dado cuenta de mi naturaleza?— su sonrisa, que parecía una característica inmutable, se acentuó — ¿Cuántas personas, en los últimos años, se han podido acercar tanto a ti sin resultar terriblemente dañadas?
Seliana se giró bruscamente hacia el lago, bastante cabreada. El fuerte golpe emocional afectó un poco a Offenberg.
— ¿Y cuántas me hicieron daño a mí? ¿Me lo reprochas como el resto del mundo, Richard Offenberg?
— Sabes que no. El personal de la Residencia piensa que únicamente tienes la facultad de dañar las células cerebrales, porque es lo único que has hecho hasta ahora. Sin embargo yo sé que puedes leer las mentes humanas, y manipularlas. Por eso te comportas así, piensas que no perteneces a la Humanidad, que no puedes encontrar a alguien que te acepte y por eso atacas a todo el mundo.
— Menos a ti— dijo, volviendo al tema que la había extrañado desde el momento en el que él apareció.
Tras otro intento fallido de manipular al psicólogo apoyó su cabeza en sus manos, que se encontraban sobre sus rodillas.
— Durante toda mi vida— comenzó — solo he visto sufrimiento, y es lo único que he sentido. No puedes comprender lo que puede significar una infancia sin conocer el amor, con la persecución que sufrí porque resultaba diferente, sin yo saber por qué lo era. Cuando adquirí conciencia de mi poder me rebelé contra una Humanidad que me había rechazado y odiado.
— Pero viniste voluntariamente aquí, a la Residencia.
— ¡Por supuesto! Este lugar es en el único donde puedo estar tranquila y en paz, por primera vez en mi vida. Por suerte la Confederación, finalmente, me comprendió.
Un ligero sonido de diversión salió de la boca de Offenberg.
— Seliana, no estás tan sola en este mundo como te imaginas— se echó hacia atrás pasando sus brazos por detrás de la nuca —. Mira hacia el cielo.
Ella obedeció y vio centenares de pájaros que comenzaron a formar dos círculos. Los dos círculos se acercaron lentamente hasta que terminaron uniéndose formando un enorme círculo. Pasados unos segundos se dispersaron.
— Somos iguales, Seliana— continuó Offenberg tras haberse incorporado —, tenemos las mismas facultades, aunque tengo que reconocer que mi vida ha sido mucho más fácil que la tuya. Fui yo quien incitó al Presidente de la Confederación a ofrecerte la Residencia, y quien mantuvo desde entonces a todo el mundo apartado de aquí.
Selene frunció el ceño.
— No todos, todavía recuerdo la breve visita de aquel político.
Offenberg sonrió nuevamente.
— Bueno, no soy perfecto ni omnipotente.
— ¿Y por qué has hecho todo esto?
— Todos buscamos un espíritu afín a nosotros. Solo he querido demostrarte, y demostrarme a mí mismo, que incluso en las peores circunstancias lo podemos encontrar. Lo he hecho para que dejes de lastimarte, de buscar la manera de acabar con todo. El mundo te necesita, yo te necesito.
Seliana clavó sus perfectos ojos en la faz de la única persona que la había comprendido y asintió suavemente.
— Entonces me tendrás.
Y dos seres, alejados de una Humanidad que les temía, juntaron sus manos y se sintieron nuevamente unidos al mundo.
Naturalmente yo lo leo con otros ojos, pues asociados a él van emociones muy fuertes, pero quizá os guste como simple relato de fantasía.
Diferencia
Caminaba lentamente por la arboleda, admirando los colores y las formas que ofrecía la naturaleza que la rodeaba. Resultaba paradójico que el lugar más alejado de su forma de ser fuese el único sitio donde la dejasen en paz. Se sentó junto a una de las pequeñas lagunas del parque de la Residencia y observó el movimiento tranquilo de algunos cisnes. Había alguien observándola, ella lo sentía, pero ya se había acostumbrado incluso a eso.
Los cisnes comenzaron a danzar en el agua siguiendo los dictados que ella marcaba. Suspiró profundamente, comenzaba a aburrirse con aquello.
En la habitación se encontraban dos hombres. Ninguno ostentaba ningún poder, al menos nominalmente, pero debido a las circunstancias eran los dos hombres más poderosos de la Confederación. Uno de ellos, vestido con la bata blanca tradicional de su profesión desde hacía muchísimos años, era el doctor Andrés Sánchez, director de la Residencia. Frente a él se hallaba Richard Offenberg, la única persona no perteneciente al personal de la Residencia que conocía la razón de su existencia, aunque no tan profundamente como el doctor Sánchez.
— Como ha visto— comenzó diciendo el doctor — su control es absoluto, y muchas veces lo utilizaba sin siquiera darse cuenta. Es un gran peligro.
Offenberg suspiró mientras asentía lentamente.
— Lo sé, pero no veo ningún motivo para acabar los estudios de manera tan drástica. Me ha dicho varias veces que el control sobre ella es absoluto.
— Lo es, o al menos eso pensamos— se levantó y comenzó a dar paseos por la habitación con las manos a la espalda. Su cara no mostraba la confianza que su voz daba a entender —. Es posible, señor Offenberg, que ella permanezca bajo nuestro control sólo porque le interesa, y que no haga esfuerzos extraordinarios para irse, con lo que nos engañamos. ¿Y si es lo suficientemente poderosa como para irse cuando le apetezca? No podemos arriesgarnos a dejarla circular libremente por el mundo.
Offenberg se llevó las manos a la nuca y se acomodó aún más en el sillón.
— Debo hablar con ella, será la única manera de sentirnos seguros de su futura actuación en lo que a eso respecta.
Sánchez se giró bruscamente para mirarle sorprendido y asustado.
— ¡No puede hacer eso! Sabe perfectamente lo que le ocurrió a la última persona que lo intentó.
Offenberg se levantó y se situó frente a Sánchez hablándole a pocos centímetros de su cara.
— Doctor Sánchez, yo no soy cualquier político que intenta conseguir puntos para su ascenso. Soy el psicólogo asignado a la Residencia por la Confederación, y en ella haré lo que me plazca, ¿de acuerdo?
Sánchez se echó hacia atrás.
— Es su mente, señor Offenberg, continúe si está tan loco como para perderla. Es posible que ya no sea del todo suya.
Se encontraba en su lugar favorito de la Residencia, el gran lago. Los cisnes ejecutaban su danza ofreciendo una resistencia mínima e insuficiente. Pero la tranquilidad se vio truncada por un elemento nuevo y no presente en aquel lugar hasta entonces. Ella lo sintió y giró su cabeza, viendo como otro ser humano, el primero que veía desde hacía veinte meses, se acercaba paseando por el camino del lago. Su primer instinto fue atacarle, pero algo le hizo detenerse, algo que no había sentido nunca. El hombre se sentó junto a ella y le sonrió.
— Hola, Seliana— dijo Offenberg rebosante de confianza —. ¿Extrañada?
— ¿Quién eres?— preguntó la bella mujer pronunciando las palabras con dificultad. Hacía mucho tiempo que no usaba las cuerdas vocales.
El hombre miró hacia el lago y los cisnes cesaron en su danza para lentamente retirarse.
— Me llamo Richard Offenberg— dijo simplemente.
Seliana entrecerró los ojos, y esta vez encontró menos resistencia.
— Eres el psicólogo de la Residencia. Eres igual que ellos, pero no del todo.
Offenberg volvió a mirarla, sonriente. Llevaba un vestido blanco, largo y muy sencillo. Su cabello cobrizo, casi rojo, caía delicadamente por sus hombros y espalda, pero lo que más destacaba de ella eran sus ojos, con una profundidad que hacía que el resto de los mortales se perdiesen en ellos. Eran unos ojos inquisidores pero muy cálidos, que en esos momentos escrutaban a Richard con toda atención. El psicólogo resistió el ataque.
— ¿Todavía no te has dado cuenta de mi naturaleza?— su sonrisa, que parecía una característica inmutable, se acentuó — ¿Cuántas personas, en los últimos años, se han podido acercar tanto a ti sin resultar terriblemente dañadas?
Seliana se giró bruscamente hacia el lago, bastante cabreada. El fuerte golpe emocional afectó un poco a Offenberg.
— ¿Y cuántas me hicieron daño a mí? ¿Me lo reprochas como el resto del mundo, Richard Offenberg?
— Sabes que no. El personal de la Residencia piensa que únicamente tienes la facultad de dañar las células cerebrales, porque es lo único que has hecho hasta ahora. Sin embargo yo sé que puedes leer las mentes humanas, y manipularlas. Por eso te comportas así, piensas que no perteneces a la Humanidad, que no puedes encontrar a alguien que te acepte y por eso atacas a todo el mundo.
— Menos a ti— dijo, volviendo al tema que la había extrañado desde el momento en el que él apareció.
Tras otro intento fallido de manipular al psicólogo apoyó su cabeza en sus manos, que se encontraban sobre sus rodillas.
— Durante toda mi vida— comenzó — solo he visto sufrimiento, y es lo único que he sentido. No puedes comprender lo que puede significar una infancia sin conocer el amor, con la persecución que sufrí porque resultaba diferente, sin yo saber por qué lo era. Cuando adquirí conciencia de mi poder me rebelé contra una Humanidad que me había rechazado y odiado.
— Pero viniste voluntariamente aquí, a la Residencia.
— ¡Por supuesto! Este lugar es en el único donde puedo estar tranquila y en paz, por primera vez en mi vida. Por suerte la Confederación, finalmente, me comprendió.
Un ligero sonido de diversión salió de la boca de Offenberg.
— Seliana, no estás tan sola en este mundo como te imaginas— se echó hacia atrás pasando sus brazos por detrás de la nuca —. Mira hacia el cielo.
Ella obedeció y vio centenares de pájaros que comenzaron a formar dos círculos. Los dos círculos se acercaron lentamente hasta que terminaron uniéndose formando un enorme círculo. Pasados unos segundos se dispersaron.
— Somos iguales, Seliana— continuó Offenberg tras haberse incorporado —, tenemos las mismas facultades, aunque tengo que reconocer que mi vida ha sido mucho más fácil que la tuya. Fui yo quien incitó al Presidente de la Confederación a ofrecerte la Residencia, y quien mantuvo desde entonces a todo el mundo apartado de aquí.
Selene frunció el ceño.
— No todos, todavía recuerdo la breve visita de aquel político.
Offenberg sonrió nuevamente.
— Bueno, no soy perfecto ni omnipotente.
— ¿Y por qué has hecho todo esto?
— Todos buscamos un espíritu afín a nosotros. Solo he querido demostrarte, y demostrarme a mí mismo, que incluso en las peores circunstancias lo podemos encontrar. Lo he hecho para que dejes de lastimarte, de buscar la manera de acabar con todo. El mundo te necesita, yo te necesito.
Seliana clavó sus perfectos ojos en la faz de la única persona que la había comprendido y asintió suavemente.
— Entonces me tendrás.
Y dos seres, alejados de una Humanidad que les temía, juntaron sus manos y se sintieron nuevamente unidos al mundo.