Shé escribió:...
Particularmente, tampoco tolero a quienes "toleran" a los homosexuales pero denostan sus manifestaciones del orgullo gay o les niegan el derecho a contraer matrimonio o a adoptar, ni a quienes "toleran" a los inmigrantes siempre que no se acerquen a ligar con sus hijos. Y no digamos a quienes "no tienen nada en contra de los negros, siempre que no salgan de sus países".
Además de no tolerar la religión, como hacemos aquí la gran mayoría.
Y es que la tolerancia está muy bien, pero hay que encuadrar muy bien cual es su función en nuestras vidas. Desarrollar una actitud que nos ponga a los pies de los caballos del enemigo, o acepte el -supuesto- derecho ajeno de perjudicar la salud o el bienestar de sus hijos solo porque son suyos... no.
Querida Culebra, has mencionado algo de lo que, tal como lo has dicho, me quiero desmarcar explícitamente:
yo sí tolero la religión, al menos en sus aspectos privados. No me gusta y me parece absurda, pero convivo con ella y sostengo el derecho de cualquiera a ser creyente en lo que quiera, por equivocado o ridículo que sea. Lo que no tolero, por ejemplo, es el adoctrinamiento infantil. Es decir, los aspectos sociales no privativos que me parecen negativos. Ni comparto la idea absurda de lo sobrenatural porque las ideas no son sujetos de tolerancia, sino de acuerdo o desacuerdo.
Estoy seguro que esto es sólo una divergencia formal y que compartes plenamente esta idea.
Estoy de acuerdo en que el verbo
tolerar se emplea imprecisa e indiscriminadamente.
Porque, al igual que en sus acepciones principales -llevar con paciencia o permitir algo que no se aprueba o con lo que no se está de acuerdo-, no deja de
poder ser una cualidad, ponerla automáticamente por encima del criterio en los casos erróneos convierte a uno en una babosa equivocada pero políticamente muy correcta.
Depende de lo que se apruebe o denoste y las razones para hacerlo.
Cosa distinta es el que se califica de tolerante y luego machaca los derechos del tolerado, como mencionas en tus ejemplos. Pero eso no es un problema de tolerancia -quizá solo de su ausencia-, sino de hipocresía.