Aunque no parece necesario hacerlo en este foro, no está de más aclarar -por si Ana Botella cayera por aquí, por ejemplo- que cuando hablamos de igualdad no queremos decir que un hombre moreno gallego sea igual que una mujer rubia malagueña, pongamos por caso, ni que un fontanero de Tudela tenga los mismos conocimientos de medicina que un internista de La Paz. Sino que unos y otros -y sus hijos y nietos- son iguales ante la ley, iguales ante la educación y la sanidad, e incluso iguales como conductores ante los agentes de movilidad de Madrid, la GC en carretera o los municipales de Huelva.
Aunque la igualdad se ve que tarda en impregnar la realidad cotidiana en su compleja totalidad. Como dicen algunos, "el papel lo aguanta todo", porque su miopía les impide ver la diferencia entre las Leyes y "el papel". Debe ser la misma miopía que les hace confundir la igualdad social con la idea de que no hay diferencias entre rubios y morenos, hombre y mujeres, peras y manzanas...
Pero esto, tan sencillo de entender, no entra bien en la mente de todos. Mirad qué edificantes ideas invadían el cráneo de nuestro sin par presidente, el que está dirigiendo a esa unidad de destino en lo universal también llamada España, hacia algo parecido a la Cuba de Batista... con todos nosotros dentro y sin que estemos pensando aún en comérnoslo en sahimi.
Ya sé, ya sé, no se puede discriminar a nadie por sus ideas. Pero tampoco es lógico poner al frente de un país a quien opina que la estirpe predestina la vida del individuo, que la igualdad social es fruto de la envidia, o que los impuestos progresivos son perniciosos pero los aumentos de sueldo lineales también. Vamos que cuando pagamos impuestos todos deberíamos pagar el 25%, por ejemplo, ganásemos lo que ganásemos. Pero que, a la hora de subir el sueldo a una plantilla, no es justo subir el IPC a todos por igual sino que habría que premiar a los ingenieros con un mayor porcentaje de aumento de su sueldo que a los alicatadores.
Y luego llama populista a quien le denomina "casta". Seguro que cada vez que lo oye se hincha por dentro.
No es de extrañar que Rajoy se cargase el ministerio de igualdad e integrase sus restos bajo la tutela del de Ana Mato.
La desigualdad que defendía hace 30 años Rajoy no se refería únicamente al sexo, claro, sino que abarcaba todo el arco genético y hasta el de la estirpe. Solo le falta precisar dónde quedan las cuentas bancarias de la familia, sus influencias políticas, o la posición social de los dueños del espermatozoide y el óvulo en esta herencia genética que condiciona también el cociente intelectual del individuo a nacer, pero yo, que soy muy malpensada, leo entre líneas a qué se refiere Rajoy cuando habla de herencia "genética". El individuo al que la Naturaleza -y su estirpe social, infiero- decretan una condición desigual que el hombre no debería intentar cambiar con políticas de igualdad, nacidas de la envidia.
Un primor.
En un artículo publicado en 1983, comentando el libro "La desigualdad humana" de Luis Moure Mariño:
El Faro de Vigo, 4 de marzo de 1983Uno de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos –cada vez mayores y más progresivos- igualdad de retribuciones…En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad, capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo permite hacer; es el fin al que se subordinan todos los medios.
Recientemente, Luis Moure Mariño ha publicado un excelente libro sobre la igualdad humana que paradójicamente lleva por título “La desigualdad humana”. Y tal vez por ser un libro “desigual” y no sumarse al coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman “medios intelectuales” el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son consecuencia de ellas.
Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de “buena estirpe”, superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas “Leyes” nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación. Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo fecundado –punto de arranque de un nuevo ser humano- sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen las biparticiones celulares, se dividen en forma matemática de suerte que las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por cada par de cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno solo pasará a la célula generatriz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios.
En 1984, comentando otro por él admirado libro titulado "La envidia igualitaria"
El Faro de Vigo, 24 de julio de 1984En el segundo apartado del libro, Gonzalo Fernández de la Mora analiza de manera exhaustiva y profunda el problema de la envida –a la que define como “malestar que se siente ante una felicidad ajena, deseada, inalcanzable e inasimilable”-, de su utilización política (vaguedades como “la eliminación de las desigualdades excesivas”, “supresión de privilegios”, “redistribución”, “que paguen los que tienen más…” son utilizadas frecuentemente por los demagogos para así conseguir sus objetivos políticos), las defensas ante la misma (la huida, la simulación y la cortesía son medios de que tiene que valerse el “envidiado” para evitar el provocar el sentimiento), y la manera de superarla que es la autoperfección y la emulación.
Por último, el autor dedica unas brillantes páginas a demostrar el error en que incurren quienes a veces conscientemente y utilizando el sentimiento de la envida y otras sin valorar el alcance de sus aseveraciones, sostienen la opinión de que todos los hombres son iguales y en consecuencia tratan de suprimir las desigualdades: El hombre es desigual biológicamente, nadie duda hoy que se heredan los caracteres físicos como la estatura, color de la piel… y también el cociente intelectual.
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¿Por qué, entonces, arrebatar con una fiscalidad creciente a la inversión privada fracciones cada vez mayores de sus ahorros? También para que no haya ricos para satisfacer la envidia igualitaria. Lo justo es cada ciudadano tribute en proporción a sus rentas. Esto supuesto, ¿por qué, mediante la imposición progresiva, se hace pagar a unos hasta un porcentaje diez veces superior al de otros por la misma cantidad de ingresos? Para penalizar la superior capacidad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo equitativo es que las remuneraciones sean proporcionales a los rendimientos. En tal caso ¿por qué se insiste en aproximar los salarios? Para que nadie gane más que otro y, de este modo, satisfacer la envidia igualitaria. El supremo incentivo para estimular la productividad son las primas de producción. ¿Por qué, entonces, se exige que los incrementos salariales sean lineales? Para castigar al más laborioso y preparado, con lo que se satisface la envidia igualitaria.
Transcripción de estos artículos, para su más cómoda y edificante lectura.