Ahora bien, para justificar tal cambio terminológico, el propio Puente Ojea tiene que formular él mismo una concepción sobre lo que significan tales términos, dentro de la tradición filosófica heredada. Este es el resultado de su aventura etimológica:
«Esas nociones primitivas abarcan lentamente, como hemos ya apuntado, una doble dimensión: vitalista (principio de vida) y actualista (causa de acción). Es este segundo elemento, en el contexto del ser humano, el que va cobrando preeminencia e impulsa hacia una reflexión filosófica sobre el legado de las nociones primitivas. Anima se orienta conceptualmente hacia la noción de 'persona', aun mucho antes de que esta última adquiriese vigencia: la persona es el factor que razona, delibera, proyecta y actúa; es decir, un protagonista incorpóreo que dirige y gobierna, que los griegos bautizan como la psyché y los latinos como la mens.» (pág. 254).
Aquí podemos encontrar la clave de todos los desmanes, anteriores y posteriores, que realiza Puente Ojea con la tradición filosófica. Se ve cómo claramente ha tergiversado el significado del término alma, rechazando todos los argumentos o nociones que le supongan tener que replantear sus concepciones filosóficas. Primero plantea dos significados del término alma. Uno es el principio de la vida, y el otro, al parecer menos metafísico, es el citado «causa de acción». Sin embargo, bien sabemos que tanto los presocráticos como Platón o Aristóteles consideraron el alma como el «principio de vida». ¿Acaso no llegó a leer la definición de Aristóteles, quien afirma que «el alma es necesariamente entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural que en potencia tiene vida»?{1} Además, la etimología se hace evidentemente falsa a cualquier individuo, basta con ojear un diccionario corriente. ¿Quién no sería capaz de ver que alma, en cuanto término procedente del latino anima, y que hace referencia a lo que está animado, está claramente en relación con animal? De hecho, al reconocer que el alma es un «principio de vida», los filósofos griegos otorgaban un alma a los animales, es decir, los reconocían como algo más que simples mecanismos.
Siguiendo con las falsedades de Puente Ojea, se observa que cita, en la página 266, un texto clásico de Aristóteles titulado Generación de los animales, para apoyar su teoría sobre el animismo aristotélico. Pero más significativo aún es saber que ese libro está dedicado a hablar de unos seres que tienen anima, es decir LOS ANIMALES, sin que Puente Ojea tenga una sola referencia que hacer al respecto. Evidentemente, tener que hacer esa referencia al anima de los animales destruiría su falsa etimología, que identifica anima con psiché, mens y con «persona», como si alegremente fueran lo mismo. Y evidentemente no lo son, pues psiché era considerada por los griegos el alma de los sentidos, o sensitiva. Y, como bien sabemos, la distinción trimembre de Platón y Aristóteles de alma vegetativa, sensitiva y racional supone una serie de grados entre los seres vivos, es decir, entre los seres dotados de anima. Y es a los animales a quienes les corresponde, como anima más importante, la sensitiva o psiché. Es decir, que los griegos consideran a los animales dotados de vida psíquica. Y la mens, para continuar aclarando la confusión que nuestro ateo de turno siembra en sus lectores, sería equivalente al nous o alma espiritual citado por la misma filosofía griega.
Por último, ignoramos si realmente Puente Ojea habla en serio cuando afirma que la concepción del anima entre los griegos «se orienta conceptualmente hacia la noción de 'persona', aun mucho antes de que esta última adquiriese vigencia». ¿Quiere decir esto que los griegos tenían una Idea de Persona antes de la formación histórica de dicha Idea? Porque, si hacemos memoria, el término Persona, que como normalmente se dice proviene de la mascara que los actores se ponían en el teatro para poder hablar, per sonare, no es mencionada hasta los famosos Concilios de Nicea y Éfeso, ya en el siglo IV de nuestra era{2}. Anteriormente, y como también es conocido, los griegos y romanos suponían que todo aquel que no estuviera en su ámbito cultural, que no hubiera sido «cultivado» (en el sentido de la cultura animi de Cicerón) en el latín o el griego era considerado como bárbaro o «ganado parlante». Luego los griegos jamás pudieron haber identificado el término anima con una persona que no habían conceptualizado.
A colación de todo esto, Gonzalo Puente Ojea ha dedicado varios libros y artículos al estudio de la génesis histórica del cristianismo. No los conozco en profundidad, pero si tratan la problemática de la Persona con estas alegrías etimológicas, me da la impresión que uno de los aspectos más importantes del cristianismo resultará inanalizable para Gonzalo Puente Ojea.
Realmente cuesta creerlo, pero Puente Ojea, después de tanto batallar, página tras página, sección tras sección, no puede desterrar los conceptos que tanto ha intentado descalificar. Acaba cayendo en lo que él llama materialismo monista, y negando la existencia del Mundo 3 o M3, los contenidos terciogenéricos que equivalen a los teoremas científicos, por ejemplo, porque no están animados, es decir, no tienen anima. ¿Y qué es el anima para Puente Ojea? Pues, simple y llanamente, se refiere a los procesos fisiológicos del cerebro, puramente psicofísicos. Es decir, lo que hace Puente Ojea es practicar un esquema de reducción metamérica. Para él, todos los procesos que se refieren a la Idea de Alma no son sino procesos fisiológicos. Así, dentro de la teoría de los tres Mundos de Popper, el Mundo 1 y el Mundo 2 serían lo mismo para nuestro embajador, y el Mundo 3 no sería más que un conjunto de expresiones simbólicas de la identidad Cerebro-Mente (pág. 367).
Claro que esto es falsísimo, y una de las consecuencias de que Puente Ojea no tenga un criterio claro para demarcar lo que es ciencia de lo que no lo es. Porque, ¿acaso un teorema científico, perteneciente a los contenidos terciogenéricos de materialidad, o M3, es reductible a un estado de conciencia cerebral? ¿No se caracterizan las verdades científicas por ser objetivas, es decir, por ser verdades independientemente de que cualquier individuo las intente demostrar o no? Vemos entonces el problema de Gonzalo Puente Ojea con claridad: practica lo que llamaríamos un formalismo primogenérico, es decir, reduce a contenidos corporeístas todos los elementos segundogenéricos y terciogenéricos. O, a lo sumo, practicaría un formalismo bigenérico, consistente en reducir los contenidos de M3 a contenidos de M1 o, incluso a los de M2{3}. Una muestra de lo que decimos la tenemos en el siguiente párrafo:
«Hay un tercer punto que, paradójicamente, delata el resuelto propósito de diluir el concepto de materia insertándolo en los tres géneros de materialidad determinada que se transparentan en los Mundos 1, 2 y 3, que hacen pensar en el concepto de materia transcendental que sostiene la doctrina del materialismo filosófico que ha formulado el gran pensador español Gustavo Bueno. Los tres Mundos de Popper y los tres Géneros de materia en que se plasma la materialidad transcendental de Bueno vienen a confluir sorpresivamente en una radical devaluación del materialismo fisicalista en ambos filósofos, pese a su opuesto punto de arranque y su antagónica inspiración filosófica. Sin desear establecer ningún juicio arbitrario de intenciones, las dos filosofías de formato trimembre concluyen de hecho en una rehabilitación de la idea de Espíritu.» (pág. 364).
Se lamenta Puente Ojea de la devaluación del materialismo fisicalista en Popper y Gustavo Bueno. Sin embargo, un estudio detallado de ambas doctrinas, que el embajador no tiene intención de hacer, por lo que dice, daría como resultado que los tres Mundos de Popper no son los tres géneros de materialidad de Bueno. Y ello porque, de entrada, Popper considera los tres Mundos como reinos herméticos, es decir, sin posibilidad de comunicación (lo cual le viene muy bien a Puente Ojea para diagnosticar el dualismo de la doctrina popperiana, acertando de pleno); y además, Popper renuncia a todo tipo de Materialidad transcendental o Materia ontológico general (M), agotando lo real en los contenidos de la ontología especial. Es decir, Popper no realiza un regressus (regressus transcendentalis, como diría Kant) hacia la materia ontológico general porque simplemente no existe en su ontología.
De hecho, la rehabilitación de la Idea de Espíritu realizada por Gustavo Bueno, lejos de resultar un refugio del espiritualismo, supone asumir críticamente ciertos postulados no materialistas. Se trataría, en definitiva, de considerar el Espíritu como una Idea límite, al modo del noúmeno kantiano, como límite del conocimiento. Entonces, tales espíritus, a fuerza de ser incorpóreos, no por ello han de ser inmateriales. Todo lo contrario, pues sin los fenómenos físicos, esos contenidos que la tradición consideraba inmateriales, serían esos fantasmas que con tanta saña persigue Puente Ojea. De hecho, es el reduccionismo radical de Puente Ojea el único que produce mitos: en concreto hablamos esta vez del mito del materialismo monista. Es decir, la famosa sentencia, ya formulada por los presocráticos, todo está conectado con todo. Así, el mantener un materialismo monista le lleva a afirmar que la ciencia puede explicar todos los fenómenos del mundo, lo cual significaría identificar la materia ontológico especial, o también llamada Mi, en tanto que contiene los tres géneros de materialidad, con la materia ontológico general, M. Es decir, afirmaría Puente Ojea que Mi = M. Es decir, que la explicación de Puente Ojea, que se resume en un todo es ciencia, es tan metafísica como la famosa sentencia de Tales de Mileto todo es agua!
Vemos cómo la obsesión de Puente Ojea por librarse del presunto mito del alma le llevó a acumular argumentos en una sola dirección, la de las ciencias positivas (entre las que abundan las referencias a la Mecánica Cuántica y a la Biología), lo cual le conduce a caricaturizar completamente las doctrinas filosóficas en su conjunto, aun a costa de sacrificar la propia tradición desde la que él mismo se ve obligado a hablar. Cae en lo que el materialismo filosófico califica de mundanismo. Es decir, la negación de la filosofía académica para dar explicación de los fenómenos del mundo. En este caso, únicamente la ciencia positiva tendría derecho a pregonar sobre el mito del alma. Sin embargo, esta vana ilusión que anima a Puente Ojea es tan idealista y dogmática como la de muchos «progresistas», que creyeron y creen poder demoler los fundamentos filosóficos de la religión, simplemente por medio de su ateísmo militante. Un ejemplo de la ridiculez y simpleza de esas posturas «progresistas» lo da el excelente historiador Pío Moa en uno de sus artículos:
«Es evidente que el sujeto supuestamente libre no conoce en qué instante y en qué dirección se actualizan las alternativas cuánticas, ni tampoco el mecanismo de inserción de su libre causación eficiente en el proceso del desarrollo de la naturaleza microfísica –que condiciona en último término el de la realidad macrofísica–» (pág. 226).
Simpleza tras simpleza: el que la realidad microfísica condicione a la macrofísica no da derecho a culpar de nuestras acciones a los átomos o las células. Por ejemplo, si seguimos el razonamiento de Puente Ojea, entonces nadie sería culpable de nada, pues siempre podría apelar al efecto del alcohol, las drogas o simplemente su estructura genética para explicar un accidente de tráfico, una agresión o un asesinato. Tal fantástica afirmación supone romper los nexos causales auténticos: si entendemos que sólo el efecto puede entenderse en relación a la causa, entonces habría que decir que un accidente de tráfico, una agresión o un asesinato (los efectos) son producidos por un individuo ebrio, drogado o enajenado (la causa). El citar la aparente libertad como hace Puente Ojea es un argumento sin valor; de hecho, cuando los cristianos hablan del libre albedrío, no postulan una voluntad absolutamente libre: todos los hombres han venido al mundo a representar un papel, como afirmaba Calderón en El Gran Teatro del Mundo, y es el escenario de la vida, impuesto por el Autor (Dios, en este caso) el límite en el que los hombres ejercen su libertad. La pretensión de Puente Ojea queda, por lo tanto, reducida al ridículo. Podemos seguir citando a Pío Moa para ver dónde quedan, a su juicio, todas estas nebulosas ideológicas (incluyendo aquí también, por qué no, la de Puente Ojea) que pretenden redimir a la humanidad de sus miserables creencias!!
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http://www.nodulo.org/ec/2002/n007p11.htm