Del libro "Cómo nos venden la moto", de Noam Chomsky. Muy recomendable, por cierto.Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan un parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad. De modo que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre, mirando hacia otro lado, como por ejemplo la final de Copa.
Si se quiere un rebaño de ovejas controlado (y no hablo de fieles, sino de ciudadan@s), es siempre conveniente que l@s que "tienen ideas" dentro del rebaño no conecten entre sí. Que crean que muy pocos piensan como él/ella, que son bichos raros. Y que se sumen por tanto a la mayoría en el consumismo, el fútbol, la tele...
A menudo hay debates en la calle que no se reflejan en la política ni en los medios. No hace falta prohibir, basta con ignorar, y distraer a la ciudadanía con otras cosas. Uno de esos debates es el de la necesidad de restar poder a la iglesia, de lo que los políticos hablan poco, y los medios prácticamente nada, con relación a lo que hay (basta leer los comentarios en los periódicos digitales). Algunos artículos de prensa hay, principalmente como reacción ante la belicosidad de nuestros obispos y del Vaticano. Pero no hay un auténtico debate social ni político.
Tengo la sensación de que el conjunto de ateos en nuestra sociedad es mucho más numeroso de lo que parece. Pero no comunicamos entre nosotros más que en una pequeña parte.
Para los creyentes la discusión es que dios existe y nosotros lo negamos. Para nosotros eso es secundario, cuando no irrelevante. Lo que nosotros perseguimos es una sociedad laica en donde la nefasta influencia de la religión deje de organizar la vida de todos los ciudadanos.
¿De cuántas personas de nuestro entorno ignoramos si son creyentes, agnósticos o ateos? Creo que identificamos fácilmente a los radicales de uno y otro lado. Pero ¿y el resto?