Mi cuento para el verano

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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Hombre, ya se están abriendo varias posibilidades para el final. Pero hasta ahora la historia ha estado bastante bien y encontrar un final a la altura de ella o mejor va a ser difícil.

roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Siento haber tardado tanto. Pero aquí tenéis el final del capítulo V.
En el siguiente conoceréis la verdad de Max.
Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla - proverbio ruso
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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(continuación capítulo V)



Max se acercó susurrando palabras de amor y cariño. Estaba aterrada, volvía a empezar la pesadilla. Allí estaba él como si nada hubiese pasado.

- Vamos Casandra, no te asustes, no voy a hacerte daño. Eres mi niña oscura, mi pequeña. Tienes que entenderlo, sólo lo hice para que pudieses avanzar, siento que no puedas asimilarlo, aunque Maite cree que no estás preparada yo sé que sí lo estás, no me decepcionaras, lo aceptarás como parte de tu camino hacia la luz. Yo creo en ti, sé que puedes hacerlo, yo confío en tu entereza, no como Maite, te subestima. Vamos, Casandra, tienes que renacer, es el momento, es el instante, no tendrás más oportunidades, el tren no volverá a pasar, ahora o nunca.

No sé cuánto tiempo estuvo allí, media hora, una hora, no lo sé. Pero no dejó de susurrar durante aquel tiempo. Yo permanecía en mi rincón pero no podía evitar que me llegasen sus palabras. No me atrevía a contestarle, no podía articular palabra, le temía, pero a la vez parte de mi, quería creerle, necesitaba su calor, no tenía a nadie más. Maite se iría ¿y qué sería de mi? ¿Acaso no era Max mi destino? Quizás fuese cierto, sólo había precipitado el desenlace. Esas fueron mi cavilaciones cuando se fue, dos días sin visitas, dándole vueltas a sus palabras, a las de Maite. Llevaba cerca de un mes aislada, sin comunicarme con el exterior salvo las visitas de Maite y ahora de Max.

Cuando se volvió a abrir la puerta, apareció Maite.

- Vengo a despedirme Casadra. No volveremos a vernos, he de seguir mi camino, mostrando la luz a otros como tú y yo.
- No me dejes, aún no estoy lista. Te necesito a mi lado.
- No, lo único que necesitas es a Max, no a mi. Yo creo que he perdido el tiempo contigo, he estado meses intentando enseñarte tu senda y no me has escuchado.
- No digas eso, sí te he escuchado, pero es difícil. No te vayas, sé que mi camino es Max, lo sé, pero acompáñame en él.
- No puedo, tengo que seguir mi propia senda.
- Al menos, al principio, no puedo sola, no me dejes. No ahora por favor.
- Está bien, pediré a Max que me deje estar contigo un mes, pero ni un día más. Y siempre y cuando entiendas por fin tu camino, que tienes que plegarte a los deseos de Max porque ese es tu destino.

Era evidente lo que me estaba pidiendo. Me exigía la total sumisión a Max. Pero acaso ¿no era siempre lo que quise? ¿Max no me había atraído desde el primer día? Tarde unos momentos en responder. La necesitaba tanto, necesitaba sentir su calor cuando dormía, la seguridad que me daba.

- Sí, Maite, sé que ese es mi camino y no otro. Lo recorreré con devoción, pero no me dejes ahora, te necesito, estoy encerrada, sola, y no puedo...
- No sigas, no digas más. Me quedaré un mes más. Y ahora mismo nos vamos las dos juntas de aquí.

Me ayudó a subir al piso superior, yo apenas me había movido en el mes que llevaba encerrada y me costaba desplazarme. Pasamos todo el día intentando ocultar las huellas de mi encierro. Apenas me quedaban ya marcas de la noche que inició mi particular infierno, apenas un par de leves cicatrices blancas sobre la piel que desaparecerían con el tiempo.

Después de tanto tiempo aislada en el sótano el día con Maite se convirtió en un milagro de luz y felicidad. Mi amiga seguía siendo la misma, el mismo entusiasmo, la misma entrega a sus convicciones y la misma paciencia infinita. La había echado tanto de menos. Hablamos, gritamos, reímos, fue un día perfecto. Al principio temí tener que compartir el día con Max, pero a medida que avanzaba fui perdiendo el miedo, no había ni rastro de él en la casa, debía estar en uno de sus viajes.

Después de cenar y seguir charlando nos dirigimos a nuestro cuarto para pasar la noche. Había olvidado todo, parecía que nunca había estado encerrada en aquel sótano.

- ¿A dónde vas Casandra? - Maite me miraba desde el pie de la escalera como si fuese la primera vez que me veía.
- A dormir, claro, estoy cansada.
- Este es mi cuarto, el tuyo está abajo, con Max. Te está esperando

Maite se volvió y vi como subía segura y sin volver la cabeza atrás, oí como cerraba la puerta de su cuarto. De repente, todo volvió a mi mente, la oscuridad, el miedo. Noté como mi boca se secaba por el pánico. Me quedé allí de pie mirando la escalera como si pudiese encontrar en ella la respuesta a mis plegarias.

Escuché como a mis espaldas se abría la puerta que daba a la parte de la casa que suponían los dominios de Max. Estaba temblando, apenas podía mantenerme en pie e intenté mantener fija mi mirada en la escalera mientras oía como se acercaba detrás de mi.

- ¿De qué tienes miedo Casandra? - apenas era un murmullo audible, un aliento en mi oreja. Empezaron a resbalar por mis mejillas lágrimas de terror. No podía mover un músculo.
- Vamos pequeña, no tengas miedo, no voy a hacerte daño, sólo quiero mostrarte la luz que iluminará tus días, quiero dar claridad a tu destino, ven conmigo.

Max me sujeto con fuerza de la cintura y tiró de mi, me arrastró hasta su habitación. Era la misma de los vagos recuerdos que tenía de la fatídica noche. Sobria, elegante, quizás la cama ahora tenía dimensiones reales y no aquella infinita vastedad. Había dos copas preparadas sobre una de los muebles laterales. Max me acercó una y me pidió, casi me ordenó que bebiese. Yo no osé contradecirle.

De esa noche no tengo recuerdos de dolor, pero tampoco de placer ni de sentir nada. Simplemente pasó. No había nada, yo no sentía nada, sólo oía palabras, notaba el cuerpo de Max, sobretodo cuando soltando un último espasmo se derrumbó sobre mi y tardó demasiado en rodar hacia un lado, se me hizo pesado. Al menos no hubo dolor, eso sí lo sé.
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Bien, roget, pero espero que no alargues demasiado la historia.

roget
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Re: Mi cuento para el verano

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CAPITULO VI

Después de esa noche siguieron muchas. Maite desapareció al mes de salir del agujero inmundo donde me habían confinado. Max no me dejaba, me adormecía con palabras de cariño, ternura y comprensión, mezcladas con los delirios de un mesías postmoderno. Me aturdía, no podía pensar con claridad.

Dos meses más tarde, el día de mi décimo sexto cumpleaños, Max me preparó una sorpresa. Nos íbamos de allí, por fin. Mi equipaje estuvo preparado en pocos minutos, no quería llevarme nada de lo que había usado en aquella casa. Max me había prometido regalarme todo lo que necesitase y yo no me opuse. Primero me iría yo, para preparar la llegada de Max al apartamento de la organización en París, me bajaría César al pueblo dónde cogería un taxi hasta el aeropuerto más cercano. Cuando vi la cantidad de maletas que me acompañarían de equipaje, proteste, yo sólo había preparado un bolsa de mano y no quería llevarme todos aquellos amargos recuerdos. Fue Max el que me explicó que eran regalos para la organización, que no me preocupase.

- Max, tendré que cargar con ellos todo el viaje y voy sola.
- No te quejes mi niña, cuando llegues te lo agradecerán a ti. Quiero que te den una gran bienvenida.
- Me da igual, no quiero cargar con el equipaje.
- Casandra, tienes que hacerlo, no puedes llegar con las manos vacías. Estarán esperándote en la dirección que te he dado, tienes dinero suficiente para alquilar un coche con chófer si lo necesitas. Y ahora vete, o perderás el avión.

No tuve valor para oponerme y resignada entré en el vehículo pensando que me había convertido en mula de carga. El paso por el aeropuerto no supuso ningún problema, yo era menor y pensé que mi familia estaría buscándome, pero no me detuvieron en ningún momento. Dije que se trataba de un viaje para reunirme con mi familia en París como me había dicho Max y no hubo problemas.

Cuando llegue a la ciudad de la luz, en la dirección que me había facilitado Max, me encontré en un restaurante latino muy concurrido. En seguida me reconocieron por el gran número de maletas y bolsas. La bienvenida fue más bien fría, me preguntaron por el viaje, por Max y me trasladaron al apartamento. Se fueron en seguida y me quedé sola en un piso de doscientos metros cuadrados en pleno centro de París acompañada por mi única bolsa de mano, me senté en el borde de una enorme cama y me martiricé con preguntas y culpas de mi conducta hasta que rompí a llorar. Me sentí abandonada, desamparada. Fueron tres días de soledad absoluta, ni siquiera tenía unas llaves para poder dejar la casa. Para cuando Max llegó, fue mi salvación. Sin embargo, en seguida me comunicó que nos trasladaríamos a Berlín en breve. Y otra vez, fui la repartidora de material para la organización en Alemania.

En realidad durante un año completo mi vida fue así, de piso en piso en grandes ciudades, con la única compañía de Max. De vez en cuando pasábamos algún periodo más largo en casas campestres, dónde podía salir y pasear por los alrededores. Supongo que he estado en casi todas las capitales europeas sin llegar a ver ninguna, sólo trasladando material de la organización, de un sitio a otro. La mayoría de las veces en tren o autobús, en ocasiones especiales, en avión. Jamás fui a ningún país en el que hubiese necesitado pasaporte.

Durante ese tiempo Max se hizo exigente en lo que se refería a mi compañía. Su arrolladora personalidad se impuso a mis temores, haciendo de mi una esclava a merced de sus delirios. La verdad es que me sentía afortunada, recibía toda la atención de nuestro guía, era para mi. Me dejé arrastrar por lo que creí mi destino a su lado. En los primeros meses, no tenía más contactos que las breves entregas del equipaje a unos desconocidos, jamás cuestioné mi soledad y Max se encargaba de recordarme quién era mi dueño.

A los seis meses de aquella vida errante, debido a mis leves protestas por la falta de compañía, Max decidió que tenía que hacer algo más por la organización, tenía que ayudar a ver la luz a una chica muy especial. Llegamos a primera hora de la mañana a la casa de campo en algún lugar del centro de Europa, me encontré con apenas una niña de trece años, alta y desgarbada que besaba el suelo que pisaba Max. Sus ásperas manos desvelaban un origen humilde marcado por el trabajo manual, quizás en el campo.

- Max es una niña.
- No, está lista para recibir la luz, es mucho más madura a su edad de lo que eres tú ahora mismo. A veces dudas, y eso me duele. Sin embargo, ella se dirige con ganas y determinación a la luz. Tú hiciste que perdiera la paciencia, no maduraste lo suficientemente rápido.
- Max, lo siento de verdad. No tengo dudas, pero ella es...
- ¿Acaso crees que no mostraría el camino si no estuviese preparada? Vuelves a dudar de mi.
- No, Max, está bien. La ayudaré, pero no hace falta que pase la noche aquí con nosotros, podemos mostrarle el camino...
- Casandra, haz lo que te digo, se me ha revelado que ha de ser así.

Fue la primera, pero no la última niña a la que llevé a los brazos de Max. Algunas como aquélla primera iban como corderos mansos al matadero, felices de ser admitidas por Max, otras, como yo, nos resistimos la primera vez, incluso la segunda, pero no mucho más. Después de todos los años pasados aún me persiguen sus caras, algunas incluso recuerdo sus nombres, me odiaré por lo que las obligué a hacer, por ser responsable de ese infierno. Yo las arrastraba a los pies del monstruo, las convencía para que fuesen voluntariamente. Me parecía un honor que Max me dejase ayudarlas a ver su camino, a pesar de las reticencias. Yo me sentía como una burda y torpe mosca al lado del más maravilloso de los ángeles. A Max le gustaban jóvenes, muy jóvenes, ninguna de ellas pasaba de los 17 ó 18 años, y era habitual con doce o trece.

A medida que pasaba el tiempo prefería pasar la noche con alguna de ellas en lugar de conmigo, me hacía mayor, estaba llegando a los 18 años. Aún así, continúe viajando por toda Europa. No me planteé en ningún momento lo extravagante de mi situación o de esos viajes, o el excesivo equipaje que desaparecía poco después de llegar, o que Max nunca me acompañase, siempre viajaba sola y en transportes públicos para dirigirme a algún lugar de la organización, dejar las maletas y trasladarme a un apartamento. A veces Max me estaba esperando, otras pasaba días sola ansiando la presencia de algún ser humano hasta que él aparecía o me venían a buscar para trasladarme a otra ciudad, con más equipaje. Ni se me pasó por la cabeza abrir esas maletas, eran los envíos de nuestro guía a la organización.

A pesar del aislamiento, con el tiempo se me hizo evidente como funcionaba toda la red. Había captadores, normalmente hombres que rondaban la treintena y alguna chica como Maite que se ganaban la confianza de la víctima. Si la chica le gustaba a Max, permanecía un tiempo a nuestro lado y trasladándola con el correspondiente equipaje de un sitio a otro. Pero la mayoría de las veces no volvía a verles, Max me decía que se iban a otros países para divulgar la palabra de la senda de la luz. Me decía que tarde o temprano, yo también tendría que emprender ese viaje de dedicación a la organización. Maite había desaparecido, al menos por ahora, en aquellas misiones evangelizadoras.

Estaba cansada, otra ciudad, más equipaje. Salí de la estación de tren en busca del taxi que me llevaría a la dirección concertada. Cuando estaba llegando al lugar, una tetería en el barrio árabe, vimos el sitio tomado por la policía. ¡Genial! No podía entrar o preguntar, seguía siendo menor de edad y podía meterme en algún lío. Le indiqué al taxista que me dejase en un buen hotel, Max siempre me daba bastante dinero por si tenía contratiempos, a la espera de contactar con la organización.
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Prometo que el próximo será el final de la historia de Casandra.
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

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Lo espero con ganas :thumbup: .

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Hagamenon
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Re: Mi cuento para el verano

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venga roget, que estamos esperando a que lo remates.





come on!!!
¿Quién de nosotros no se ha sacrificado ya a sí mismo, por su buena reputación?
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Shé
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Re: Mi cuento para el verano

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Anda, va, venga. Ánimo que nos tienes expectantes.

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cesarmilton
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Re: Mi cuento para el verano

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¿Aún no?. :cry:
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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Siento que se alargue, por más que he intentado ir al grano, resumir y cortar por lo sano, lo cierto es que el desenlace de la historia de Casandra necesita explicar muchas cosas, así que intentaré dar el final entre hoy y mañana, no os enfadéis, pero la historia tiene una lógica.
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

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(continuación)

Por primera vez en dos años recuperé mi libertad, nadie esperándome, nadie exigiendo que hiciese la maleta, podía salir de la habitación y dar un paseo como una turista más que acaba de llegar a una ciudad. Eso hice. Avise en recepción de la eminente llegada de mi compañero y llamé al buzón de voz dónde deje mi localización, hasta ahora nunca lo había utilizado.

Fue liberador dejar de sentir la angustia de la partida, no sabía cuando me tocaría hacer de nuevo la maleta y empezar el periplo otra vez y quería disfrutarlo. Las calles me recibieron con una bocanada de aire recalentado por el calor que despedía el asfalto, pero ni siquiera me percaté, estaba tan concentrada en poder disfrutar libremente de la ciudad que el tiempo pasó sin darme cuenta mientras me perdía caminando entre los ajetreados habitantes durante sus jornadas diarias. Hasta que no noté una brisa fresca no me percaté de que había salido sin una chaqueta para protegerme de la bajada de temperaturas nocturnas. Casi había anochecido y decidí que ya era hora de volver, seguramente Max estaría esperándome.

La habitación estaba tan vacía como cuando la dejé. Nadie había preguntado por mi ni tenía llamadas, nada de nada, la soledad más completa. Podía disfrutar de mi libertad por un tiempo. Aproveché para sacar todo lo que llevaba en la maleta y dejarlo en el armario, hacía mucho tiempo que no podía hacerlo, tener la ropa y mis escasas pertenencias en un lugar fijo. Durante todos estos años disfruté de la opulencia en cada uno de los puntos en los que hice parada, sin embargo, mis propiedades entraban en un troiller de tamaño medio. Nunca lo había pensado hasta ese momento, en cad uno de los lugares que habían sido mi hogar por pocos días, me había encontrado rodeada de lujos que tomaba por míos, sin embargo, todo era de Max, nada me pertenecía.

Aún estaban sin guardar todo el equipaje extra que nunca llegaba al hotel. ¿Qué iba a hacer con todo aquéllo? Si había ropa podría aprovecharla, no sabía cuanto tiempo tardarían en recogerme y no andaba sobrada de prendas para poder cambiarme. Podía probar a abrirlas para comprobarlo. Una de ellas en especial pesaba horrores. Me había percatado, después de tantos viajes, que siempre que los realizaba en autobús o en tren, si no eran demasiado largos, había al menos una de las maletas más pequeñas con un peso muy superior a las demás. Solía constar de tres grandes, no demasiado pesadas para su tamaño y algunas veces, como en aquella ocasión, una más pequeña que pesaba horrores. Cuando eso pasaba, Max me pedía que no la perdiese de vista, aunque de todas formas era muy pesado con todo lo referente a la seguridad de aquel equipaje. En las pocas ocasiones en las que el traslado se había realizado en avión, solía llevar solo mi propia maleta y quizás una mochila o un neceser, pero nada más, salvo alguna rara excepción en aquellos años. Bueno, y allí estaban, tenía que tomar una decisión, si tardaban en ir a buscarme tendría que comprar algo de ropa o abrir aquéllas maletas para comprobar si había algo aprovechable. Si optaba por ir a comprar ropa, quizás me vería obligada a cambiar a un hotel más económico, no sabía cuánto tiempo tendría que esperar a Max o alguno de sus amigos.

Lo mejor era irse a dormir, no merecía la pena preocuparse por ahora, dejaría pasar un par de días y después tomaría la decisión de abrir las maletas o cambiar de hotel y comprar ropa. Dormí como hacía mucho que no lo había hecho, del tirón, estaba agotada y no me desperté hasta bien entrada la mañana. Seguía sin noticias y decidí hacer de turista como una más de las miles de visitantes, por una vez ser normal, tener un día normal.

Estuve una semana debatiéndome entre la felicidad de estar sin obligaciones y la preocupación por falta de noticias. Pero no podía alargar más la situación, ya no tenía qué ponerme y el dinero empezaría a menguar si tenía que comprarla. Opté por abrir las maletas, no tenía ninguna gana de irme a alguna pensión de mala muerte. Empecé por las grandes, tenían cerraduras más asequibles que la pequeña. Estaban cerradas con buenos candados y yo no tenía la llave, lo que poseía era el conocimiento para abrirlos con facilidad de mis tiempos de delincuente callejera. No me costó más que unos minutos tener las tres abiertas sobre el suelo de la habitación.

Aquello no tenía sentido, estaban llenas de toallas, mantas, sábanas y ropa de invierno. No parecía el contenido a entregar en una organización que se permitía el lujo de poseer un apartamento en pleno centro de París. ¿Por qué eran tan importantes tanta toalla y manta? Además de una calidad pésima, estaban como acartonadas, les faltaba un par de lavados. Dediqué mi atención a la más pequeña, igual había más suerte. La cerradura me costó bastante más, eran dos candados, uno similar al de las tres maletas y otro de combinación. La clave la conocía, se la había visto poner a Max en alguna ocasión sin darme siquiera cuenta de lo que estaba haciendo. Ya casi lo tenía.

- Joder, esto sí soluciona mis problemas.

No pude evitar pronunciarlo en voz alta. La maleta no estaba llena del todo, pero lo que había eran fajos de billetes de 100, 200 y 500 euros, sujetos con correas. ¿Qué era aquéllo? No sabría decir cuanto había, pero a simple vista se veían al menos 10 fajos de 100 billetes de 500. Durante casi tres años había estado transportando maletas con ropa sucia y dinero, no entendía nada. Cerré las maletas y las guardé debajo de la cama. La decisión de abrir aquel equipaje me había acarreado muchas más preocupaciones que soluciones. No podía pensar son claridad, no dejaba de ver las maletas abiertas sin sen capaz de ver la relación entre ellas, Max, la organización, los viajes, yo,... Me asusté, tenía que poner a salvo al menos el dinero. Fue una de esas decisiones irracionales que nadie entiende, te inunda el pánico y haces lo primero que te pasa por la cabeza. En aquel momento me obsesioné con guardar en otro lugar el dinero, la habitación no era segura. El hotel tenía servicio de alquiler de taquillas para dejar el equipaje en caso de largos viajes que suponían viajes continuos. Puse el dinero en una mochila y cogí uno de los candados que utilizaba en mi propia maleta, hablé con recepción y pedí uno de los casilleros durante dos meses. Bajé y busqué la taquilla que me correspondía. Utilicé mi propio candado en lugar del que facilitaba el hotel, estaba paranoica. Volví a la habitación con mejor ánimo y tiré la maleta pequeña vacía. Seguí dándole vueltas al problema de mi situación. Pero ahora con otra perspectiva. Podía utilizar el dinero que había dejado en la taquilla, no quería cambiar de hotel, era la ubicación que había facilitado en el contestador. Hacía tres días tras el intento de volver a conectar con la organización por aquella vía, pero había sido infructuoso. No quería dejar el hotel, era mi único hilo de contacto con la que había sido mi “casa” durante los últimos tres años. Traté de pensar tranquilamente sobre las posibilidades que tenía, pero no veía más salida que quedarme y hacer uso del dinero que pertenecía a la organización. Mañana iría a comprar algo de ropa, lo imprescindible, seguro que Max lo entendería. Y a todo esto ¿dónde estaba Max? Hacia más de una semana que no veía a nadie, me estaba volviendo loca. ¿Me habrían abandonado?

Sonó el timbre del teléfono, por fin, Max me aclararía todo, él sabría calmarme.

- Señorita Cabañes? Hay una señorita en recepción que pregunta por usted – seguía siendo menor y Max me había facilitado la documentación para no tener problemas.
- ¿No es la señora Menéndez? - esa era la clave que habíamos establecido para poder reconocer al personal de la organización en aquella ocasión.
- No, por eso la he llamado, usted nos advirtió de la llegada del señor o la señora Menéndez, pero la persona que pregunta se hace llamar Sra. Matas.
- Está bien, bajaré en seguida, dígale que me espere en la cafetería.

De repente se encendieron todas las alarmas, ¿quién podía preguntar por mi? Llevaba casi tres años sin hablar con nadie ajeno a la organización y nadie conocía mi paradero. Bajé a la cafetería sin saber que me esperaba.

A esas horas estaba prácticamente vacía, la clientela aprovechaba para ir de turismo o a sus deberes laborales. Al fondo, en una de las mesas rodeadas de cómodos sillones pude verla, estaba más delgada, había envejecido por lo menos diez años desde la última vez que la vi. Era Maite.

- Oh, Maite, eres tú. ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?
- Hola Casandra, no quería asustarte.
- Cuanto me alegro de verte, estaba tan sola, nadie viene a buscarme.
- No te preocupes Casy, por eso he venido, tienes que hacerme la entrega y en un par de días te vengo a buscar.

En cualquier otra ocasión me habría vuelto loca de alegría, la echaba tanto de menos, pero esa aparición repentina, sin aviso, en lo que era evidente una crisis interna de la organización. Había algo que no me cuadraba, ¿por qué Maite no había utilizado el nombre de Menéndez? Cada vez que me iba de viaje Max y yo acordábamos un apellido para reconocer a quién tenía que darle las maletas de la organización. Nadie más sabía que era una contraseña pactada entre nosotros. No tenía mucho sentido que hubiese tardado tanto en venir a buscarlo.

- Vamos Casy, ¿es qué no confías en mi? ¿No recuerdas lo felices que fuimos los tres? Soy yo, Maite, tu amiga, tu confidente, la que supo ponerte en el camino de la luz junto a Max.

No sé porqué, pero no podía confiar en ella. No era la misma, estaba cambiada, aquella no era la Maite que yo había conocido. Ni siquiera se había preocupado de mi estado tras tanto tiempo. Sólo quería aquellas malditas maletas.

- Las tengo arriba en la habitación, si quieres acompañarme, te las puedes llevar ahora mismo.

No sé como describir la expresión que leí en su cara, de satisfacción, de voraz avaricia, no lo sé. Pero sí sé que no me gusto. Subimos a mi habitación y le mostré las tres maletas llenas de ropa sucia, cerradas como si no las hubiese abierto jamás,

- ¿Y el dinero? - su tono estaba cargado de fría determinación.
- Si te llevas el dinero que me dio Max no podré pagar la habitación - decidí que las maletas de ropa sucia se las llevaría, pero no la del dinero, esa permanecería conmigo hasta que viese a Max. Algo muy raro estaba pasando.
- No te hagas la tonta Casandra.
- No me hago nada, no me queda mucho y tengo que pagar el hotel.

De repente Maite se volvió y se abalanzó sobre mi. Me derribó, sujetándome contra el suelo retorciéndome el brazo, puso su rodilla sobre mi espalda haciendo presión.

- Ni se te ocurra gritar. ¿Dónde está la maleta que falta? Si piensas que vas a poder largarte para hacer el trato tú por tu cuenta, no sabes con quién te la estás jugando.
- No hay ninguna maleta. Sólo esas tres grandes. Maite me estás haciendo daño ¿qué te pasa? Soy yo, Casy.
- Maldita estúpida. Ni siquieras sabes lo que estás llevando de un sitio a otro. Eres una pobre imbécil y me vas a decir dónde está el dinero, por las buenas o por las malas.
- Maite ¿de qué estás hablando?

Aflojó la presión sobre mi espalda y tiró del brazo hasta levantarme.

- No puedo creer que en tres años no hayas abierto ninguna. Max te tenía bien sorbido el coco, eres idiota. ¿Dónde está el dinero?
- No sé de qué hablas. Esas maletas son entregas para la organización de esta ciudad, tengo que encontrar al “padre” o “madre” responsable de mi aquí y entregarle las tres maletas. No es más que un regalo de buena voluntad.
- Serás imbécil. Te lo voy a preguntar por última vez ¿dónde está el dinero?
- No sé de qué dinero hablas. ¿Dónde está Max? Seguro que él puede explicarlo.
- Oh, sí, él puede explicártelo, de hecho nos vamos a ir a buscarle. Si gritas, si haces algo extraño, te mato. Si pienso que me estás tomando el pelo, te mato. Ahora mismo no tengo nada que perder. Si veo que tu brazo se levanta más de lo debido, te mato. Avisa que vengan a recoger estas maletas para llevarlas con nosotras. Dejas la habitación y vienes conmigo.

Hice de nuevo la maleta, una vez más, no tarde demasiado. Y llamé a recepción para pedir que las bajasen. Pagué la cuenta y comprobé que no incluyese en el ticket el alquiler de la taquilla, no quería que Maite se enterase. Había pagado en metálico para evitar dejar rastros. La llave era la misma que la de mi propia maleta, así que Maite no encontró nada extraño que la hiciese sospechar dónde había escondido el dinero.

Había una furgoneta aparcada delante de la puerta. Dos hombres estaban dentro. Bajaron a cargar el equipaje. Uno de ellos era César, uno de los inseparables de Max. Estaba confundida, me estaban secuestrando mis propios amigos. No podía vislumbrar que había detrás de todo aquello.

Estuvimos en carretera unas dos horas, yo iba en la parte de atrás, no había ventanillas, así que no sabía a dónde nos dirigíamos. Llegamos a una casa de campo, aislada, sin ninguna otra a la vista. Me bajaron a empujones y me llevaron al sótano del caserón. Otra vez en un inmundo agujero negro y húmedo. Parecía que todas las grandes revelaciones de luz de la secta dónde me había metido, venían precedidas de la estancia en un hediondo sótano. Ya empezaba a pensar que aquello no era sólo una secta, había algo más detrás.
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Shé
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Re: Mi cuento para el verano

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:z3: :z3: :z3:

Animo, que falta poco. :P

:bounce: :bounce: :bounce:
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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por Darkko »

Muy bien Roget, a ver que sorpresa final nos vas a dar.

roget
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por roget »

(continuación)

Era tarde, no entraba ni un triste rayo de luz por el ventanuco con barrotes que suponía el único hilo de comunicación con el exterior. Traté de serenarme, ¿qué quería Maite? Aquella noche apenas dormí, la humedad penetraba en mis huesos haciéndome temblar, mi propio castañeo de dientes no me dejaba cerrar los ojos. La oscuridad era total, mi oído parecía percibir sonidos, empecé a imaginar animales o seres extraños por todas partes, estaba aterrada. Lloré, ríos de lágrimas como la última vez que me vi encerrada. En los pocos momentos de lucidez de aquella horrenda noche reparé en que si contaba dónde había dejado el dinero, moriría. Era así de sencillo, si desvelaba su paradero, mi vida habría llegado a su final, no volvería ver a Max. Incluso en aquellos tenebrosos momentos mi mente se volvía en busca de su consuelo.

Me despertó de mi duermevela el impacto del agua helada sobre mi rostro. Inconscientemente me retiré a una esquina buscando abrigo. Maite me cogió del pelo y me arrastro.

- Ahora vas a contarme dónde está el dinero.
- No lo sé, todo lo que tenía ya te lo di. Por favor Maite, éramos amigas, ¿por qué te mentiría?
- Serás perra – el puntapie me alcanzó justo debajo de las costillas, quitándome el aire.
- Pregúntale a Max, no me dio nada.
- Eso voy a hacer – abrió la puerta y gritó hacia la oscuridad de lo que parecía un pasillo – Qué venga el puto cureta.

Pocos segundos después César entraba arrastrando un cuerpo apenas irreconocible. Max tenía golpes y heridas abiertas en el torso. Los dedos estaban deformados en formas imposibles y la cara era prácticamente irreconocible, pude distinguir una herida que empezaba bajo el lóbulo derecho de la oreja y serpenteaba bajo el mentón hasta la barbilla. Uno de los brazos parecía estar doblado por dos lugares, como si tuviese dos codos. Apenas pudo emitir un gemido cuando César lo arrojó contra el suelo.

- Mira a ver Casandra, igual tú consigues que nos lo cuente. O nos lo cuentas tú y nos ahorras el trabajo de dejarte como a él.

Traté de acercarme a Max, me pareció que me reconocía a pesar del dolor. César me agarró del brazo derecho y me empujó contra la pared.

- Maite, por favor, no me hagas esto. ¿Por qué has hecho esto a Max?
- Vamos niñata, ¿dónde coño está el dinero?
- ¡¡¡¡¡¡No lo sé!!!!! Max, mi amor, .... - hice un nuevo intentó de acercarme a Max. César no tuvo ninguna piedad tampoco esta vez, me levantó tirando de mi pelo y me lanzó contra los estantes que cubrían una de las paredes. El golpe fue brutal, pero había pasado algo, era como si la pared hubiese cedido, levemente, pero juraría que se había movido unos milímetros.

No parecía que ni Maite ni César pensasen dejarme hasta que les dijese dónde estaba el dinero. No sabía que hacer, necesitaba tiempo y saber lo que pasaba allí para actuar en consecuencia.

- Maite, esto es un malentendido. Recuerda como nos queríamos los tres. Lo pasamos bien. No puedes haber olvidado.
- Sí, mientras Max y tú disfrutabais de los viajes y las ciudades, a mi me tocó hacer de mula y de moneda de cambio. Me convertí en el pasatiempo favorito de media organización. No me jodas, ya tuve bastante de eso. Ahora quiero mi recompensa, me la he ganado.

Maite no hablaba, escupía las palabras. La rabia que se veían en sus ojos hacía pensar que era muy capaz de matar a quien pusiese por delante. Pero yo no entendía de qué hablaba. Cuando desapareció me dijeron que estaba evangelizando en Latinoamérica y por eso era imposible verla hasta que volviese. ¿A qué se refería?

- Me preguntas por un dinero que no tengo, pero si lo tuviese me pides que traicione a la luz de mi vida. Max es mi única meta, mi fin, el centro de mi vida.
- No me puedo creer que te hayan sorbido el coco tanto como para no darte cuenta de quién es Max.

Hizo una señal a César, tras lo cual éste recogió a Max y lo arrastró de nuevo fuera de la habitación.

- Esta bien Casandra. Vamos a intentarlo de otra manera. Sé que sabes dónde está el dinero pero crees que traicionas a Max. Tú no sabes a quién estás protegiendo. Ese hijo de puta mató a tu padre para que no pudiese encontrarte.

Maite esperó ver mi reacción. Yo no moví ni un párpado. No tenía sentido. Mi padre no le importaba, ¿por qué iba a buscarme? ¿y mi hermano?

- Tu padre revolvió el campamento cuando nos fuimos en busca de pistas, estuvo buscando la secta. Pero Max te quería añadir a tu particular colección de niñas correos. Tu padre no cejó y murió en un supuesto accidente de carretera en el que nunca se encontró al otro conductor implicado.
- Maite me estás mintiendo. Max no sería capaz.
- Tú no sabes quién es Maximiliano Riaño.

El silencio se apoderó de la habitación, parecía que hasta el aire se solidificaba. La cabeza me iba a estallar.

- Casandra, ahora vas a escuchar la verdad de Max y de la organización. Las maletas que llevas de un lado a otro están llenas de ropa, preferiblemente de lana o algodón, porque absorbe mayor cantidad de líquido. Toda las prendas que llevas en el equipaje que tenías que entregar están impregnadas de cocaína pura. Aproximadamente hay unos 10 kilos de cocaína por maleta, a unos 70,000 €/kilo en la calle, más de dos millones de euros. Tú haces de correo, repartes por toda la red de la organización y no eres la única. Max ha hecho un gran trabajo, la verdad, la idea de la puta secta fue una genialidad, sois gilipollas sin cerebro que obedecéis todo lo que os dicen, además aprovechaba para saciar su apetito de niñatas como tú, cuando se cansaba se convertían en mulas, pasaban a los prostíbulos o simplemente, desaparecían. Somos prescindibles.
- No es verdad. La luz es verdad, Max es mi guía, jamás me dañaría.
- Déjate de gilipolleces. La puta luz no es otra que la que ves con una puta raya de coca de calidad. Y ahora lo importante.

Maite comenzó a dar vueltas por el sótano. Parecía buscar el hilo que había perdido.

- A veces se aprovechaba el correo para cambiar de sitio parte del dinero para que el blanqueo fuese más sencillo repartiéndolo entre diferentes lugares, empresas, personas y países, diluyendo pistas. Max nos contó (no a la primera, todo hay que decirlo) que en este viaje traías 5 millones de euros. Tenías que entregarlo con las maletas. ¿Dónde están Casandra? Como ves Max te ha traicionado y no merece tu lealtad. Nos dijo cómo encontrarte y lo qué traías.

¿Qué pasaba allí? No podía ser verdad. Eran mentiras, Max nunca me hubiese hecho daño, me quería. Todo era un cuento para robar a la organización. Aquellas maletas eran regalos, no había nada de drogas en ellas. Maite mentía y quería volverme loca. Eso me decía, pero en el fondo todo empezó a encajar, en mi cabeza las piezas se ensamblaban una detrás de otra haciendo que el dolor me traspasase el alma. Aquellas chicas a las que convencí, mi padre.. Dios, estaba condenada, era como haberles matado con mis propias manos. Las lágrimas arrasaban mis mejillas dejando un reguero de rabia y culpabilidad.

- Está bien, dejaré que pienses en todo lo que he dicho. Después volveré a verte. Quiero ayudarte Casandra, por los viejos tiempos. Podemos compartir la organización.

Maite se fue dejando el eco de las llaves dando vueltas al cerrar. Supongo que debería haberme puesto a llorar, gritar o desesperarme, o al menos eso esperaba Maite, pero algo se había roto, todo lo que conocía era mentira. Me levanté como pude y examiné aquella pared llena de estantes. La mayoría estaban vacíos. Empujé con todas mis fuerzas sin obtener ninguna respuesta. Los inspeccioné palmo a palmo, pero no encontré nada. Entonces comencé a tirarme contra ellos para probar si se volvían a mover. Ya empezaba a estar llena de moretones y me dolían los antebrazos de parar los golpes, cuando resbalé y al sujetarme a uno de los estante y tirar hacia abajo de él, la pared cedió. La ranura estaba disimulada en el último estante, dejando un escalón para evitar que arrastrase por el suelo y dejase marcas.

Entré en lo que parecía una habitación para almacenar, estaba llena de cajones y estanterías, había una mesa en el centro y utensilios para pesar. Supuse que era un laboratorio, o como demonios se llamase, para tratar la cocaína. Al otro lado había una puerta y me dirigí hacia ella. Daba a un pasillo, cogí una linterna que estaba sobre la mesa y me dirigí hacia la derecha. Nadie me ayudaría, estaba sola, era una sensación amarga, pero cuanto antes lo asimilase más posibilidades tenía de sobrevivir a toda aquella locura. Después de unos quinientos metros, el túnel se acabó. Dirigí el haz de luz en todas las direcciones, buscando una salida, entonces vi una trampilla superior. La empuje y enseguida cedió a mis esfuerzos. Me asomé con cuidado. Estaba a unos doscientos metros de la casa, en una zona protegida por arbustos. Muy cerca estaba el parking dónde había dos todoterrenos además de la furgoneta en la que me habían traído.

Volví al sótano y dejé todo en su sitio. Ahora había demasiada luz, me verían y no llegaría muy lejos. Tenía que esperar a la noche. César vino a traerme la comida, parecía que habían decidido mostrarse amistosos. Más tarde volvió Maite.

- ¿Ya has decidido a quién vas a ayudar?
- Max os ha engañado, nunca he tenido ese dinero.

Maite se acercó a mi, su voz era apenas un susurro.

- Casandra piensa lo que estás haciendo. Si mañana a primera hora no me has dicho lo que queremos saber dejaré que César te de algo más que la comida. Lo está deseando, no puede dejar de pensar en ello. Creo que te conviene hablar. Si cambias de opinión, golpea la puerta y empezaremos de nuevo.

Me quedé sola de nueva. Sumida en las sombras, pero ahora deseaba que llegase la oscuridad, que me envolviese, era mi única oportunidad y no iba a dejarla escapar. Dejé pasar las horas alejando de mi mente las pesadillas que años más tarde me atormentarían. Nunca he podido olvidar aquellos dos días, no sé como encontré la fuerza ni cómo pude mantener la cabeza lo suficientemente fría para planear la fuga y ceñirme al plan hasta el final. Pero lo hice. Cuando ya habían pasado más de 5 horas desde el anochecer, volví al laboratorio. Busqué algún objeto punzante, tuve suerte, había cuchillos y escogí el que me pareció más afilado y con más punta. Fui hasta la trampilla y salí manteniéndome lo más pegada al suelo posible. Examiné los todoterrenos. No podía creérmelo, por fin algo de suerte, uno de ellos tenía un GPS. Rajé las ruedas de todos los demás vehículos. Entré en el todoterreno y arranqué los cables necesarios para hacer un puente. Hacia tiempo que no hacía algo así, pero era como montar en bicicleta, nunca se olvida. En cuanto oí el sonido del motor, apreté el acelerador y me abalancé por el tortuoso camino rural lo más rápido que fui capaz. Vi destellos en los retrovisores que procedían de la casa, me habían oído, hundí el pie aún más en el acelerador. Oía los disparos, el estallido de la ventana trasera tras el impacto de alguno de ellos, pero yo sólo podía pensar en seguir aquel camino, era mi única salida, tenía que alejarme.

Después de un rato llegué a una carretera comarcal. Me permití un momento de descanso mientras introducía las señas del hotel dónde pasé la semana. Memoricé la forma de llegar y destrocé el aparato, no quería dejar rastros. Tras cuarenta y cinco minutos, estaba en la puerta. Debimos dar algún rodeo cuando me llevaron al caserón. Espere a que el recepcionista dejase la mesa de la entrada y me colé en la zona de taquillas. Forcé el candado y me llevé la mochila. Tenía en mis manos cinco millones de euros pero no estaba segura. Necesitaba asegurarme que no me encontrarían, además de comprobar que mi padre había muerto. ¿Y mi hermano?

En realidad cambié de lugar la mochila. Alquilé un trastero, esta vez en un establecimiento guardamuebles, durante un año y la dejé allí. Cogí algo de dinero y me fui derecha a una comisaría. Era la única manera de desaparecer y necesitaba información sobre el estado de mi familia.

Fue una declaración muy larga, conocía gran parte de la red de la organización. La policía ya estaba sobre la pista, pero no tenía todos los cabos atados. Fue la primera vez de las muchas que tuve que repetir mi historia a condición de nueva identidad. Fue lo único que pedí, un nombre nuevo. Mi padre había sido asesinado, pero mi hermano estaba bien, tuvo que rehacer su vida y había roto cualquier relación con su antiguo barrio. No merecía que le molestase, seguí desaparecida para él.

Esa noche detuvieron a todos los que estuvieron en el caserón. No les dio tiempo a salir de allí, o no pensaron que yo haría algo así o estaban esperando que les recogiesen, no lo sé, pero allí seguían cuando llegó la policía. Entre los detenidos estaban Maite y César, pero no Max. Rastrearon el bosque circundante y no encontraron más que algún resto de sangre, pero no a él. Sigo teniendo pesadillas pensando que en cualquier momento me encontraría, me reclamaría y yo caería a sus pies, sin poder resistirme. Aún después de todo lo que supe, de todo lo que me hizo, recuerdo el magnetismo que desprendía y no sé si sería capaz de resistirme.

Tras cuatro años de juicios y burocracia me asignaron definitivamente el nombre de María García Fernández y yo escogí mi vida. Nunca se descubrió que me aseguré de tener mi futuro en mis manos y jamás he vuelto a permitir a nadie permanecer ligado a mi más de una semana.

CAPITULO VII

El semblante de Jorge traslucía incredulidad, sorpresa y miedo. Ni siquiera parpadeaba. No había probado bocado durante el tiempo que duró mi historia. Yo a cada palabra que había dado me sentía más libre, necesitaba salvarlo. Habían pasado ocho años desde aquella noche y seguía siendo la carga de todas las chicas que entregué a los brazos de Max. Las pesadillas con la muerte de mi padre eran recurrentes, y si no era él quien me atormentaba era el terror al pensar que Max seguía vivo. Necesitaba salvar a Jorge para sentir algo de paz.

- No dices nada. Esa es mi historia. Si te la he contado es porque tu “padre”, el hombre que te sigue a todas partes es uno de los que no se separaban de Max. Los recuerdo perfectamente, era el compañero de César, se llamaba Oswaldo, la noche que entré en el coche cuando escapé de la granja escuela. Vas a morir, de una manera o de otra.
- ¿Por qué me cuentas eso? No es verdad. Oswaldo sólo cuida de mi.
- Jorge, piensa. Seguro que viajas bastante.
- Bueno sí, ¿y qué? Pero no es eso.
- Yo te he contado mi historia, es la verdad. Inventarse algo así no tiene mucho sentido. Quiero evitar que mueras.
- ¿Por qué yo?
- ¿Por qué no?

Jorge se levantó bruscamente y se dirigió a la entrada del restaurante.

- Espera. Toma está dirección. Si decides salvarte, te dejaré un rastro que seguir allí. Ahora tengo que desaparecer.

En lugar de dirigirme al que había sido mi hogar en los últimos tres años, cogí un taxi y le pedí que me llevase a la estación de tren. Me dirigí a las taquillas y cogí la mochila que guardaba el dinero junto con el billete que había dejado aquella mañana allí. Otra vez en el punto de mira. Espero que Jorge no le cuente enseguida mi historia a Oswaldo para darme tiempo a esconderme. Cuando Jorge estuviese preparado para aceptar la verdad, volvería a por él.

- FIN DE LA CENA- LA HISTORIA DE CASANDRA
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roget
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por roget »

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Darkko
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por Darkko »

:clap: :clap: :clap: Bravo, roget, aunque la espera fue larga, la historia valió la pena.

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cesarmilton
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por cesarmilton »

El relato me mantuvo muy enganchado. Lo que no termino de decifrar es el motivo de Casandra para salvar a Jorge. Aún así, disfruté mucho todo el viaje por el que me has llevado. Felicitaciones.
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Tontxu
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por Tontxu »

Un esplendido corto con mucho ritmo (27 páginas, 17.448 palabras, 80.274 carácteres). Deberías tomártelo más en serio si es que no lo has pensado. Gracias por habernos mantenido la intriga. Un saludo y a trabajar en ello.
“Algunos científicos son tan distraídos que no recuerdan ni dónde han dejado la ética”Ramón Eder

roget
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Re: Mi cuento para el verano

Mensaje sin leer por roget »

Muchísimas gracias a todos por vuestras palabras. La verdad es que se alargó más de lo que tenía previsto al principio.

Según la idea que concebí originalmente faltan tres capítulos al final (tuve que cortar abruptamente aunque el resultado sería parecido, la cosa se alargaba y temí aburriros ya), igual Cesarmilton hubieses entendido mejor porque Casandra siente como su última oportunidad de salvación a Jorge si la vieses caer en una espiral de mentiras y violencia cuando se convierte en confidente de la policía porque un agente sin escrúpulos la chantajea con delatarla (inicialmente pensé que el encuentro en la cafetería del hotel no sería con Maite, sino con este policía, Maite retornaría poco antes del secuestro), durante dos años, atrae a más jóvenes a la secta sabiendo que terminarán muertos, uno de ellos alguien parecido a Jorge y ve como se destruye en poco tiempo (uno de los capítulos) delante de sus ojos. El otro sería el secuestro que ya he contado (bueno sería parecido, tendríamos también metido al policía, al que iba a llamar Benitez o Fernandez o algo así, siempre quedan bien los policías terminados en z) y el tercer capítulo estaría centrado en la caída de Maite, su historia. Pero era ya demasiado, así que resumí y claro, han quedado algunas inconsistencias en la historia. Lo siento, he improvisado demasiado y es lo que tiene. Prometo que para la siguiente improvisaré menos. De hecho, no sé si os habéis dado cuenta pero son tres partes, está es la primera, la segunda girará en torno a Jorge evidentemente, pero está vez la voy a preparar mejor para evitar las inconsistencias e intentaré dar sentido a la elección de Casandra, de la búsqueda de su propia redención a través de la salvación de Jorge. Pero me voy a tomar un tiempo para escribir la historia, esto de improvisar luego limita y no puedes dar marcha atrás.

Tontxu es la primera vez que hago algo así, lo empecé pensando que sería un cuentecillo pero fue creciendo y creciendo. Nunca pensé que pudiese sacar tanto de una historia inicialmente sencilla. De hecho he quitado mucho.
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