Cosas extrañas suceden a veces (aunque a mi me pasan con mas frecuencia de lo normal,no sé porqué). Era aquel un momento aciago de mi vida. Acababa de dejar Cracovia con el corazón apesadumbrado, tras romper una relación turbulenta pero intensa con una polaca llamada Liljiana Scmizwowswaskayaskivaya. Era una beldad (de verdad) de aspecto típicamente polaco, pequeñita, morena y de centelleantes ojos negros y un escote que me daba más vértigo que aquella vez que me había asomado a un precipicio en el Kilimanjaro con mi amigo Sir Archivald Westinghouse, porque se nos había despeñado uno de los que llevan el equipaje, y yo estaba preocupado porque en su fardo iba mi última lata de coca-cola. El caso es que yo estaba perdidamente enamorado de ella, pero había un problema: tenía un perro caniche llamado Solinski, y yo soy alérgico a los perros caniches. No a todos los perros, ni al pelo de perro (tengo en este momento un cocker spummer de las montañas de Alsacia verde y negro pre-cio-so), sólo a los perros caniches, y esta muchacha, con la bonhomía que caracteriza a los campesinos polacos, la dejaba dormir con ella. Por esto, cada vez que este humilde servidor acudía a su casa con el objeto de hacerle el amor desenfrenadamente, para después pasar largas horas escuchando su deliciosa conversación acerca de la siembra del coliflor en su aldea natal (Toporna), terminaba estornudando como un idiota, lo cual influía notablemente en mi rendimiento sexual, cosa muy mala para mi reputación. Además su casera, frau Brunilda Horstwessel (años mas tarde sería umstertumfhürer de las SS), se quejaba de mis continuos estornudos. Así que me armé de valor, y le planté cara: o el caniche ese de mierda, o yo. No vaciló un momento, y con lágrimas en los ojos, me echó de su casa.
Y así me encontré vagando sin rumbo por el helado invierno de Cracovia, con el corazón destrozado y sin un céntimo. Logré ganar un zloty lustrando zapatos, y lo invertí en una llamada a larga distancia a mi íntimo amigo Wolfgang Rottenweiler, que a la sazón se encontraba en Austria. El bueno de Wolfgang acudió en mi ayuda, y me giró el dinero suficiente para el viaje. En aquel momento, aterido, famélico, con frío y con hambre, no me pareció sospechosa su premura.
Tras tres días de viaje en un confortable tren de asientos de madera, llegué a Viena. ¡Viena! ¡la ciudad de...de...bueno, ¡seguro que alguien célebre hubo en Viena!. Wolfie estaba en la estación con dos desconocidos que llevaban gabardina, sombrero y gafas de sol como él, a pesar que eran las 11 de la noche. Me abrazó efusivamente y me dijo que iríamos a cenar y luego a su casa. Cenamos en un restaurante que en un alarde de imaginación habían llamado “el Danubio azul”. Yo no hablé mucho, porque el tiempo que no empleaba en deglutir todo lo que se cruzaba en mi campo visual, lo tenía que emplear para respirar. Por su parte, Wolfie y sus amigos, llamados Hansel y Gretel, no parecían muy ansiosos por hablar y sólo comieron un arenque salado con nata montada. Al final de la opípara comida, fuimos a casa de Wolfgang. Allí, en un oscuro salón, se reveló el porqué de tanta amabilidad. Wolfie me necesitaba, dijo. Sabía que soy un tipo intrépido (había oído acerca de mi aventura con sir Archivald, cruzando el África de norte a sur, que quizá os cuente en otra ocasión), y me dijo que necesitaba hombres así para su recién creado grupo anarquista, el Kommando Paz o Muerte (POM). De momento, el grandioso representante de las masas obreras estaba constituído por él, Hansel, Gretel, y nadie más. No me inmuté, un hombre de mi temple no se arredra por esos artilugios...y dije que me unía a la causa. Inmediatamente me revelaron sus planes: se proponían atentar contra el peluquín del Emperador José Francisco, jefe todopoderoso del Imperio Astrohúngaro y regente de las islas Monga (Estas islas se las había cedido un jefe tribal llamado Tunga, Tonga o Tanga, según las versiones, tras un viaje de herr Pepe a la Polinesia para visitar el complejo turístico de las islas Kukini). El plan era brillante: al día siguiente el emperador se daría un baño de multitudes (ya que los baños de veras se los daba rara vez, y era positivamente piojoso) desfilando por la Braslaupuppenplatz. Hansel fingiría un desmayo para detener el carruaje real, mientras Wolfie y Gretel me alzaban a mí a la altura del Emperador disfrazado de niñito tirolés, como si fuera a pedirle un beso (ajjjjjjjjj)...en ese momento crucial, sin piedad alguna, debía arrancarle el peluquín, lo cual sin duda empujaría al proletariado a una insurrección popular. Luego de ultimar detalles, nos fuimos a la cama, exhaustos y completamente borrachos.
El gran día amaneció radiante, lo cual alegró a Wolfie, quien nos dijo que era un signo inconfundible de victoria, algo que había aprendido de frau Gottemberg, la robusta y estúpida campesina que lo había criado tras la trágica muerte de sus padres al caerles un piano encima al pasar bajo él en una mudanza. Me prepararon el disfraz con exquisito cuidado: pantalones por debajo de la rodilla con tirantes, camisa blanca y sombrerito tirolés verde con una pluma azul. Me miré al espejo, atusé mi reluciente mostacho y casi no me reconocí. Para hacer más creíble el disfraz, me enseñaron una absurda canción tirolesa que decía “abuelito dime tú porqué las vacas dicen mú”. Llegamos a la Braslaupuppenplatz confundidos entre la alegre multitud que cantaba “hava, naguila hava”, y nos colocamos en primera fila, abriéndonos paso delicadamente a codazos y empujones (es que el niño no puede ver, decía Wolfie, que me llevaba de la mano). Al fin llegó el momento: el radiante carruaje apareció y se acercó a nuestro sitio. Hansel nos dirigió una significativa mirada, y sin dudar dió unos traspiés como si estuviera enfermo, y cayó frente a los caballos, que frenaron en seco dejando una marca de caucho en la calle. Era el momento...¡Herr Emperador, gritó Wolfie, bese a mi niño!. Me alzaron con dificultad y el bueno de José se inclinó hacia mí...lancé el fatídico manotazo...y me percaté que el emperador tenía puesto un casco rematado en punta. Pegué un grito que se oyó en toda la Braslaupuppenplatz, y Wolfie me dejó caer sorprendido. El emperador murmuró “mierda de niño”, y el carruaje se alejó pasando por encima de Hansel, el primer mártir del Kommando. Primero y último, porque le dije a Wolfie que era un chapucero y que me iba. El muy cabrón quiso cobrarme la cena del primer día, pero me puse a berrear imitando a un niño, y ante los improperios de los que nos rodeaban, tuvo que dejarme ir. Seguía sin blanca, pero me las apañé para salir del paso. Nunca volvería a la agitación política.
El Kommando POM
- DrSagan
- Participante veterano
- Mensajes: 1910
- Registrado: Lun Ene 12, 2009 10:44 am
- Ubicación: Europa,P3 del Sistema Solar,Via Láctea, Grupo Local,Supercúmulo de Virgo
- Contactar:
El Kommando POM
"The surface of the Earth is the shore of the cosmic ocean...and the ocean beckons us.There is a part of us knowing that we come from there.We want to return"
Carl Edward Sagan
Carl Edward Sagan
Re: El Kommando POM
guay
¿Quién de nosotros no se ha sacrificado ya a sí mismo, por su buena reputación?
Nietzsche
Nietzsche