Mira Jordi, te voy a contar otra bonita historia.
1990, 21 años y mi primer trabajo serio. Celadora en un hospital provincial, que funcionaba como geriátrico y clínica privada.
El trabajo consistía en subir a plantas dos veces durante el turno para ayudar a las auxiliares a cambiar las sábanas, limpiar escaras y asear enfermos. También nos encargábamos, cuando alguien estiraba la pata, de limpiar el cuerpo, amortajarlo con una sábana y transportarlo en el "carrito de los helados" hasta la morgue.
En trauma había ingresado un hombre de unos 50 años con cancer de huesos. Permanecía tumbado boca arriba como una rana clavada para una vivisección , con los brazos en alto y las piernas abiertas. No había manera de cambiarle las sabanas sin que llorase y gritase como un descosido. Nadie era capaz de echarle por encima ni una triste sábana sin que se quejase como si le hubiese caído una losa. Su hija y su mujer permanecían en la habitación día y noche, hablándole, cogiéndole la mano cuando era posible y ayudando en las tareas de aseo y alimentación.
Sólo parecia descansar cuando le ponían morfina, que pedía a gritos cuando se le pasaba el efecto. No se la ponían. Los médicos discutían entre ellos, y todos coincidían en que no había nada que hacer, pero ninguno estaba dispuesto a poner una dosis mayor de morfina.
Murió a las tres semanas de estar en el hospital, estaba deforme, como si sus huesos se hubieran disuelto dentro de su cuerpo, y no hubo hora durante esas tres semanas que no llorase y gritase. Daba igual con cuanto amor o cariño o consideración te acercases a él.
No me molestaba, ni me incomodaba , pero me pareció cruel e inhumano dejarle morir así. Imagino que a su mujer y a su hija les movía un mal entendido amor, a mí me pareció una putada.
En 2007 mi padre sufrió un infarto cerebral mientras bajaba a comprar el pan. Tomaba medicación para los coágulos y tenía las arterias como papel de fumar. No se le podía hacer un cateterismo, no se le podían dar anticoagulantes y sufrió varias trombosis en menos de 6 horas. Cuando le ví en el hospital tenía los pies morados por falta de riego, no podía hablar ni moverse.
Le tuvieron que reanimar dos veces. Cuando se le pasaban los efectos de la sedación se revolvía incomodo y dolorido.
No voy a contar lo que pasó allí tumbado, ni lo mucho que le quería , pero nunca he estado tan agradecida como cuando el médico que se ocupaba de mi padre, me miró, me hizo un gesto interrogatorio y con mi asentimiento procedió a ponerle otra dosis de morfina.
Tu dí lo que quieras, piensa como te de la gana , pero si alguna vez estoy en tus manos o en las de alguién como tú, recuerda que hay quien se pasa tu amor por el forro de los cojones y sólo quiere tener la libertad de morir dignamente, sin sufrir y sin un moñas tocapelotas dandole la mano