por Amira Nowaira (traducido por Anahí Seri)
originalmente publicado en The Guardian
Es sorprendente leer sobre la libertad de expresión que disfrutaban los musulmanes en el siglo X, en comparación con la actualidad.
El librepensamiento no es una de las características por las que destaque el Islam moderno. Para empezar, es desconcertante la larguísima lista de libros que han sido prohibidos por poner en duda las ortodoxias y sensibilidades religiosas prevalentes en los últimos cien años.
Los clérigos y estudiosos modernos del Islam en diversos países musulmanes son, con frecuencia, muy selectivos a la hora de decidir qué parte de la herencia islámica se ha de resaltar y traer a la luz. De entre las incontables y variadísimas fuentes que proceden de siglos de debates, comentarios y controversias, parece que les guste desenterrar interpretaciones tremendamente conservadoras, o bien algunas que chocan, de manera frustrante y grotesca, con la vida de las musulmanes de nuestros días.
Por todo ello, a muchas personas les puede resultar sorprendente que exista una larga y vibrante tradición intelectual de disidencia y librepensamiento que se remonta a la Edad Media. Los pensadores islámicos de la primera época medieval expresaban ideas y mantenían debates que podrían parecer extrañamente ilustrados en comparación con las actitudes y los puntos de vista que adoptan los actuales eruditos del Islam.
Este es el principal argumento que presenta en “From the History of Atheism in Islam” (De la historia del ateísmo en el Islam) el famoso pensador egipcio Abdel-Rahman Badawi. El libro se publicó en árabe en 1945, y tan sólo se volvió a imprimir una vez en 1993. Trata de la labor de los filósofos-científicos islámicos de la época medieval, y de la forma en que defendían la razón, la libertad de pensamiento y los valores humanistas, a la vez que ponían en duda, y a menudo refutaban, algunos principios básicos del Islam.
Aunque muchos de estos pensadores, en opinión de Badawi, no tenían la intención de demostrar la inexistencia de Dios, combatían la noción de profeta y se manifestaban contrarios a la posición privilegiada de la que disfrutaban el profeta Mohamed y sus seguidores.
Entre estos pensadores destaca la figura de Abu Bakr al-Razi (865-925), quien creía en la importancia suprema de la razón. Mantenía que la mente tiene una capacidad innata para distinguir entre el bien y el mal, entre lo que es útil y lo que es perjudicial. En su opinión, la mente no necesita ninguna guía del exterior, y por esta razón la presencia de profetas es redundante y superflua.
Al-Razi dirigió sus ataques más vehementes contra las sagradas escrituras en general, incluido el Corán, pues las consideraba ilógicas y auto contradictorias. También pensaba que todos los seres humanos son iguales en sus capacidades intelectuales, como en todos los demás aspectos. Por tanto, para él no tenía sentido que Dios eligiera a un determinado individuo entre ellos para revelarle su sabiduría divina y asignarle la tarea de guiar a los demás humanos. Además, se dio cuenta de que las declaraciones e historias de los profetas muchas veces contradecían las de otros profetas. Si su fuente era la revelación divina, como mantenían, sus opiniones deberían haber sido idénticas. Por tanto, la idea de un mediador nombrado por la divinidad era un mito.
Al-Razi comprendía la influencia de la creencia religiosa en la sociedad, que atribuía a diversos factores. En primer lugar, los sistemas de creencias se extienden principalmente por la propensión humana a imitar y copiar a los demás. En segundo lugar, la popularidad de la religión se basa en la estrecha alianza entre los clérigos y el poder político. En tercer lugar, el carácter suntuoso e impresionante de los trajes que lucen los clérigos contribuye a que las gentes comunes los tengan en gran estima. Por último, con el paso del tiempo las ideas religiosas llegan a ser tan familiares que casi se convierten en instintos bien asentados y ya no se cuestionan.
Al examinar este capítulo de la historia islámica, independientemente de que demos por válidas, o no, las opiniones expresadas, no podemos sino asombrarnos del hecho de que los pensadores islámicos del siglo X tuvieran la libertad de debatir y publicar sus ideas “no ortodoxas”, mientras que el mundo islámico actual no puede, o no está dispuesto, a aceptar ninguna forma de disidencia intelectual. Entonces, podría ser razonable sugerir que el problema del Islam no está en los textos y las tradiciones heredadas, sino en su interpretación. La herencia islámica, al igual que su contrapartida cristiana, está compuesta de un enorme cuerpo de comentarios e interpretaciones que se produjeron en diferentes periodos de la historia para tratar problemas específicos de esa época. No necesitamos recordar que las escrituras cristianas han permanecido inalteradas desde la Edad Media. En el nombre de estos textos se quemaron en la hoguera innumerables personas acusadas de herejía.
No cabe duda de que los estudiosos del Islam tienen ante sí la tarea y la responsabilidad de revisar la tradición y volver a poner el énfasis en los valores humanos de tolerancia y libertad de pensamiento. No tienen que buscar muy lejos para hallar estos valores. Basta con que rebusquen en sus propios baúles culturales para recuperar las perlas y descartar la escoria.
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