sERPIENTES
sERPIENTES
Serpientes
Llevaba días así, años, o quizás meses, no estoy seguro, deambulaba de un lado a otro, se comportaba extraño, pero siempre había sido un muchacho peculiar así que no llamaba la atención de nadie, pero algo en su cabeza había cambiado; serpientes, serpientes decía, ahora miraba el mundo como si estuviera fumado a todas horas, movido afirmaba, como cuando uno va en coche por la carretera a una velocidad considerable y mira por la ventana: Todo pasa demasiado rápido como para verlo, todo está distorsionado.
Se levantaba todas las mañanas de lunes a viernes como si nada, comía, se bañaba, se vestía y cogía sus libros, nadie imaginaba lo que pasaba en su interior.
Llegaba a la escuela y se sentaba en su banco, el profesor empezaba a explicar la clase y él miraba fíjamente a la pizarra, los profesores estaban encantados con él, pensaban que su tan fija mirada era por una impecable e inmejorable atención a la clase, pero no, su mirad no veía la pizarra, sino que la atravezaba para fugarse a otro mundo, a otra dimensión inalcanzable por los seres humanos cuerdos y comunes.
A medida que avanzaba la clase las serpientes se iban subiendo por sus piernas decía él, las primeras se quedaban en sus tobillos presionándolos, algunas pasaban por dentro de sus venas y arterias causándole gran tensión interna, otras aplastaban su pecho y corazón obligándolo a latir más rápido de lo normal y arrancándole el poco aliento que le quedaba, las últimas se posaban en sus muñecas y las apretaban hasta el borde de hacerle añicos sus huesos, tal era la fuerza con la que presionaba que los dedos se volvían violetas por la falta de riego sanguínio y empezaban a temblar con tal energía que ni escribir podía.
Mientras que sentía como las serpientes lentamente lo consumían, por dentro algo más había, tales sensaciones físicas no eran ni comparables con el carcomedor terror que ellas le producían, cada músculo y célula de su cuerpo se estremecía inmovil esperando en vano que ellas desaparecieran.
Y cuando ya su cuerpo pálido al borde de la hipotermia se quedaba, las serpientes desaparecían sin dejar el más mínimo rastro, la campana de la escuela tocaba y él como si nada volvía a casa.
Por fuera ni rastro quedaban del inferal sufrimiento padecido por el muchacho, pero por dentro lentamente se iba desgarrando, hasta que un sábado en su casa, al no poder soportar más el maleficio de las serpientes, sus piernas cortó con la sierra eléctrica del padre albañil para que las serpientes no tuvieran por dónde subir.
Llevaba días así, años, o quizás meses, no estoy seguro, deambulaba de un lado a otro, se comportaba extraño, pero siempre había sido un muchacho peculiar así que no llamaba la atención de nadie, pero algo en su cabeza había cambiado; serpientes, serpientes decía, ahora miraba el mundo como si estuviera fumado a todas horas, movido afirmaba, como cuando uno va en coche por la carretera a una velocidad considerable y mira por la ventana: Todo pasa demasiado rápido como para verlo, todo está distorsionado.
Se levantaba todas las mañanas de lunes a viernes como si nada, comía, se bañaba, se vestía y cogía sus libros, nadie imaginaba lo que pasaba en su interior.
Llegaba a la escuela y se sentaba en su banco, el profesor empezaba a explicar la clase y él miraba fíjamente a la pizarra, los profesores estaban encantados con él, pensaban que su tan fija mirada era por una impecable e inmejorable atención a la clase, pero no, su mirad no veía la pizarra, sino que la atravezaba para fugarse a otro mundo, a otra dimensión inalcanzable por los seres humanos cuerdos y comunes.
A medida que avanzaba la clase las serpientes se iban subiendo por sus piernas decía él, las primeras se quedaban en sus tobillos presionándolos, algunas pasaban por dentro de sus venas y arterias causándole gran tensión interna, otras aplastaban su pecho y corazón obligándolo a latir más rápido de lo normal y arrancándole el poco aliento que le quedaba, las últimas se posaban en sus muñecas y las apretaban hasta el borde de hacerle añicos sus huesos, tal era la fuerza con la que presionaba que los dedos se volvían violetas por la falta de riego sanguínio y empezaban a temblar con tal energía que ni escribir podía.
Mientras que sentía como las serpientes lentamente lo consumían, por dentro algo más había, tales sensaciones físicas no eran ni comparables con el carcomedor terror que ellas le producían, cada músculo y célula de su cuerpo se estremecía inmovil esperando en vano que ellas desaparecieran.
Y cuando ya su cuerpo pálido al borde de la hipotermia se quedaba, las serpientes desaparecían sin dejar el más mínimo rastro, la campana de la escuela tocaba y él como si nada volvía a casa.
Por fuera ni rastro quedaban del inferal sufrimiento padecido por el muchacho, pero por dentro lentamente se iba desgarrando, hasta que un sábado en su casa, al no poder soportar más el maleficio de las serpientes, sus piernas cortó con la sierra eléctrica del padre albañil para que las serpientes no tuvieran por dónde subir.
Niño encerrado en cuerpo de adulto
Re: sERPIENTES
Curioso cuento, pero no soy capaz de sacarle la moraleja.
Re: sERPIENTES
Ticalafon escribió:Curioso cuento, pero no soy capaz de sacarle la moraleja.
Qué yo sepa, lo que tienen moraleja son las fábulas, no los cuentos
Niño encerrado en cuerpo de adulto
Re: sERPIENTES
La RAE está de acuerdo contigo solo parcialmente...
moraleja.
(De moral1 y -eja).
1. f. Lección o enseñanza que se deduce de un cuento, fábula, ejemplo, anécdota, etc.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Re: sERPIENTES
No solo las fábulas tienen moraleja