En las relaciones de poder entre los humanos se establece una jerarquía de individuos que lo ostentan, pudiendo llegar a alcanzar una autoridad ilimitada. El origen de esa desproporción entre la autoridad y el sometido hay que buscarla en los albores de la civilización humana como producto heredado de la evolución. En la gran mayoría de especies de animales superiores se vislumbra un líder que, en virtud de su sexo, fuerza física o inteligencia, toma el poder para beneficiarse de los privilegios inherentes que se derivan de todo poder, además de obedecer a una necesidad, tal cual es el orden y la disciplina de la manada. El ser humano, como un animal más, evolucionó a partir de unos primates que debieron, ya, establecer ese tipo de jerarquía, y de esas relaciones surgió el liderazgo del jefe tribal que adoptaría diferentes matices según la cultura de cada tribu o civilización. El individuo primitivo, desconocedor de sus derechos, entendía el sometimiento a su líder como algo natural y necesario, además de atribuirle intrínsecamente un mayor rango o estatus social que le permitía abusar de su poder por el hecho de ser líder. En esas condiciones primitivas no podía darse una revolución social basada en los derechos humanos tal como los entendemos hoy, sino que cualquier reivindicación por parte de la plebe que se encaminara a disminuir el poder establecido hubiera supuesto una ofensa al orgullo de la autoridad de turno desembocando en unas más que posibles represalias que ningún sometido deseaba. Esa condición de autoridad incontestable adquirió, con el tiempo, una consolidación de la misma que se transmitiría de generación en generación y sólo, muy de vez en cuando, se vería perturbada por alguna que otra revolución como producto del hartazgo social.
Y es ahí, una vez arraigada la idea de líder o jefe, donde nace uno de los antropomorfismos más apabullantes de los practicados por el hombre en el transcurso de la elaboración de la idea de “dios”. Y no podía ser de otra forma, ya que quienes imaginaban cómo pudieran ser los dioses no podrían sino atribuirles propiedades humanas como únicas referencias conocidas. Simplemente se “copiaba” de lo ya conocido en el ámbito humano. A partir de ese punto la imaginación humana no se dio tregua y no escatimó a la hora de confeccionar esa idea o “paraidea” de “Dios” otorgándole todo el poder que el hombre quisiera para sí. Y ya puestos, se despojó de su dignidad entregándola a su propio invento. Así nació la sumisión a un poder inmaterial, metafísico, a quien el hombre le permitía cualquier atropello que nunca se consideraría como injusto desde el momento en que el propio ser humano se vació de su dignidad aceptando todas y cada unas de las decisiones divinas con resignación. Ni siquiera el creyente moderno se plantea el poner límites a su dios. No le incomoda el que la omnipotencia de su dios no pueda evitar las catástrofes naturales que ocasionan año tras año infinidad de muertes y de sufrimiento. Dios es inalcanzable. Sus designios son inescrutables. A Dios se le permite todo por el mero hecho de ser Dios.
En las relaciones humanas modernas en las que se necesita una autoridad, ésta surge por una necesidad de orden, de disciplina o para cumplir un propósito común. La autoridad sólo es necesaria en función de los fines que se marca la propia sociedad, y dicha autoridad, en las democracias modernas, no despoja al hombre de su dignidad, sino que la respeta al tiempo que se iguala con la propia de la persona que ostenta el poder. El líder y el ciudadano entran en una igualdad social respecto tanto del respeto mutuo como de todos los derechos inherentes a cualquier ser humano independientemente de su raza, cultura, religión o sexo. No hay autoridad posible que justifique el abuso de poder que se da en la relación Dios-hombre. La sumisión a la que se somete el ser humano respecto de las autoridades divinas es una actitud vergonzosa e indigna que pisotea sus derechos más elementales. Dios podrá ser todo lo “más” que se quiera respecto de sus creaturas, pero se olvida que la dignidad humana no tiene límites, por lo que nunca Dios podría pasar por encima del hombre a no ser que se admita su abuso de autoridad y su prepotencia. Fuera de las necesidades inherentes al ser humano –como ser imperfecto involuntariamente- nada justifica la sumisión a un ser todopoderoso. El ser humano, con su capacidad de raciocinio, no necesita de inventos divinos para conducirse por la vida. Decir lo contrario constituiría un insulto a la inteligencia humana, la cual ha demostrado de sobra ser más capaz a la hora de resolver sus problemas que todo el poder de los dioses.
Devolver la dignidad al hombre es un imperativo que se propone desde el ateísmo moderno y desde la exigencia de una autonomía como única salida a los problemas humanos. La dignidad humana implica la propiedad de sí mismo y la independencia total y absoluta respecto de autoridades divinas que nunca desearon el bien de la humanidad, sino su propia complacencia
Un hombre libre, es un hombre libre de dioses.
La conquista de la dignidad humana
La conquista de la dignidad humana
La dignidad humana está por encima de cualquier dios
Re: La conquista de la dignidad humana
Hola, Xasto.xasto escribió: Devolver la dignidad al hombre es un imperativo que se propone desde el ateísmo moderno y desde la exigencia de una autonomía como única salida a los problemas humanos. La dignidad humana implica la propiedad de sí mismo y la independencia total y absoluta respecto de autoridades divinas que nunca desearon el bien de la humanidad, sino su propia complacencia
En buena parte estoy de acuerdo contigo. Lo que no veo tan fácil de llevar a cabo, es que los ateos podamos tener la facultad de incidir sobre la dignidad de unas personas que de antemano han renunciado libremente a ella.
Vivimos en un mundo, queramos o no, que quien quiere una cosa tiene que tomarla y hacerse respetar, ya que esperar que los otros la den, es tiempo perdido. Así pasa con la libertad, la dignidad, el respeto... etc.
Yo pienso que un hombre libre, es aquel que no tiene miedos... aunque tenga mil creencias.Un hombre libre, es un hombre libre de dioses.
Saludos.