El proyecto “gafe” de Miguel Ángel Buonarroti

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EduardoV
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El proyecto “gafe” de Miguel Ángel Buonarroti

Mensaje sin leer por EduardoV »

Incluso los genios pueden tener un mal día y, en ocasiones, hasta un proyecto “gafe” que se les atraviesa y que resulta imposible llevar a buen término. Eso fue lo que le ocurrió a Miguel Ángel Buonarroti con la tumba de Julio II; una sepultura que inicialmente iba a ser colosal y que el artista proyectó para colocar bajo la mismísima cúpula de la Basílica de San Pedro. Sin embargo, por diversas circunstancias, nuestro talentoso genio tuvo que ir rebajando, una vez tras otra, sus expectativas y acabó trasformando su primer proyecto en un diseño mucho más sencillo (si es que ese adjetivo puede ser utilizado junto al nombre de Buonarroti).

Todo empezó por la peculiar relación que mantuvieron Miguel Ángel Buonarroti y el papa Julio II, dos personalidades tan marcadas que, cuando chocaron, inevitablemente, tuvieron sus más y sus menos. El artista admiraba al pontífice por haber devuelto la estabilidad y la “mesura” a la Iglesia tras el nefasto gobierno del papa Borgia; pero, por otra parte, le reprochaba que lo hubiera conseguido a través de las armas. Igualmente, Julio II admiraba el trabajo del florentino; pero también tenía algo que reprocharle: sus malas pulgas y su impertinencia. Fue una relación de amor-odio que algunos contemporáneos suyos como Condivi o Vasari no dudaron en difundir y que, gracias a la literatura y al cine del siglo XX, también ha llegado hasta nuestros días. Prueba de ello es la novela biográfica “La agonía y el éxtasis” de Irving Stone, que también fue adaptada al cine con Charlton Heston y Rex Harrison, que interpretaron al artista y al papa respectivamente.

Pero volvamos al tema de la dichosa tumba… Miguel Ángel la concibió como un homenaje a la figura y a la labor de este carismático pontífice; pero, también, como una gran oportunidad de “publicitarse” por los siglos de los siglos. Ya, en la famosa Piedad que puede contemplarse en la Basílica de San Pedro esculpió su firma sobre la banda que cruza el pecho de la Virgen (algo demasiado atrevido y muy criticado en su tiempo) y, en el caso del sepulcro papal, sin recurrir a un recurso tan burdo, pretendía dejar clara su superioridad respecto a los demás artistas de su época, compitiendo donde más seguro se sentía: la escultura.

Para ello, Miguel Ángel concibió dos tipos principales de figuras (hasta un total de cuarenta) que representarían los dos aspectos principales del papado de Julio II: por una parte, profetas, para reflejar su labor más “espiritual” y apostólica y, por otra, esclavos sometidos, para representar todos los territorios que el Papa había reconquistado militarmente para los Estados Pontificios. Sin embargo, de los profetas proyectados, finalmente, solo llegó a esculpir su famoso Moisés y, de los esclavos, esbozó varios que actualmente se encuentran dispersos en diferentes galerías y museos, principalmente, en el Louvre de París y en la Academia de Florencia.

¿Y qué ocurrió para que Miguel Ángel no consiguiera acabar su magnífico proyecto inicial? Pues, en realidad, varios inconvenientes. Para empezar, su plan era demasiado ambicioso y necesitaba la inversión de mucho dinero y tiempo, dos cosas que sus mecenas no le facilitaron. Además, una vez muerto Julio II, que prefirió priorizar los frescos del techo de la Sixtina a su propio sepulcro, los siguientes papas no estuvieron especialmente interesados en resaltar la figura de su antecesor y, de este modo, la tumba destinada a la Basílica de San Pedro acabó trasladándose a la Iglesia de San Pedro Encadenado. En tercer lugar, el papa Pablo III decidió ocupar al artista en otro proyecto de más relevancia teológica teniendo en cuenta las disputas de la época con los protestantes: el fresco del Juicio universal del altar de la Sixtina. Y, no contento con esto, incluso llegó a maquinar a través de su nieto, el joven cardenal Alessandro Farnese, para hacerse con la mítica estatua de Moisés; algo que, finalmente, no consiguió.

Por último y como se relata en el thriller histórico “El diablo en la Sixtina”, las prioridades de Miguel Ángel cambiaron durante sus últimos años. Aumentó su compromiso con los spirituali (un grupo religioso que simpatizaba con los protestantes en muchas de sus ideas), creyó encontrar el amor y, de este modo, terminó realizando un diseño mucho más místico y humilde para la tumba de Julio II. Al final, sustituyó los sensuales esclavos por dos pudorosas figuras de la vida activa y la vida contemplativa e, inesperadamente para muchos, volvió a esculpir el rostro del profeta Moisés. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué motivó estos cambios de última hora? Para saberlo tendréis que leer “El diablo en la Sixtina”. ;)

Y si queréis ver los distintos bocetos que muestran cómo fue cambiando este proyecto de Miguel Ángel, os invito a que visitéis la entrada sobre el proyecto gafe de Miguel Ángel de mi blog.

Un saludo.

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